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domingo, 8 de marzo de 2020

Milicianas

Tras la sublevación militar del 18 de julio de 1936, en las filas del ejército republicano reinaba el caos y la descordinación; por ello el gobierno facilitó la creación, por parte de grupos políticos, sindicatos y asociaciones de izquierdas, de milicias populares armadas compuestas por ciudadanos. Entre los voluntarios, la mayoría sin experiencia castrense, hubo muchas mujeres que empuñaron las armas. Su participación en los primeros días ayudó el triunfo inmediato del alzamiento militar. Su imagen provocadora frente al estereotipo tradicional fue el icono perfecto para los carteles propagandísticos y para los numerosos artículos que escribieron sobre ellas corresponsales de prensa extranjeros. Todo ello contribuyó en gran medida a forjar el mito de las milicianas pero, en sobre el terreno pagaron su intromisión en uno de los territorios más masculinos. Aunque pronto como en el mes de septiembre acabaría imperando el lema “el hombre al frente y la mujer a la retaguardia”, sin importar el protagonismo en combate, que en un primer momento fue bien acogido, finalmente se menospreció,  pues el modelo de mujer luchando codo con codo con los hombres, en primera línea, no llegaría a cuajar. Poco a poco fueron retiradas del frente de batalla, aunque algunas milicianas protestaron, hubo escasas criticas y poco salieron en su defensa.

RECLAMO PARA EL ALISTAMIENTO MASCULINO 

Comenzada la guerra  muchas personas se lanzaron a defender la República, y entre las mujeres tomaron un papel destacado. Aunque en los primero momentos su ayuda fue vista con buenos ojos, en seguida comenzaron a surgir recelos por su presencia en las trincheras; su presencia no era vista como una compañera de lucha contra el enemigo sino como un rival, un objeto de deseo y acoso.  Esta actitud transgresora fue prácticamente única y revolucionaria en la Guerra Civil, y cabe destacar el alto nivel de compromiso que mostraron las milicianas. Así lo prueba la historiadora Mary Nash, cuyos trabajos se han centrado en el estudio de la miliciana desde una interpretación de su representación y sus roles.  Un extracto de su libro Rojas. Las mujeres republicanas en la Guerra Civil  “Mi corazón no puede permanecer impasible viendo la lucha que están llevando a cabo mis hermanos... Y si alguien os dice que la lucha no es cosa de mujeres, decidles que el desempeño del deber revolucionario es obligación de todos los que no son cobardes”. Estas palabras reflejan como la imagen de la mujer fue usada como reclamo para el alistamiento, pues si ellas se alistaban y luchaban contra el fascismo como no lo haría un hombre. Aunque numéricamente eran minoría, su imagen iconográfica en las primeras semanas de guerra adquirió un carácter simbólico, identificado con la guerra y la revolución, más que con la imagen de una mujer nueva surgida del contexto socioplolítico. En un contexto de defensa de los derechos civiles y políticos reconocidos, la época dorada del fenómeno miliciano femenino fue de julio a diciembre de 1936, luego se desvanecería en el maremágnum del conflicto.

MUJERES EN PRIMERA LÍNEA 

Esta nueva imagen moderna de las mujeres fue demasiado moderna y se encontraba fuera de los cánones de la época, ellas mismas definían su situación como anómala, empezando por su aspecto. Los corresponsales señalaban con sorpresa como mujeres armadas se vestían con monos, pantalones o falda pantalón, algo impensable antes de la guerra, ya que la moda femenina no había asimilado la utilización de pantalones. Por un lado, buscaban la comodidad para la vida en las trincheras, pero por el otro, si querían ser uno más en la línea de fuego, debían equipararse a sus compañeros, no solo en valor sino también en su vestimenta. Sobre la importancia del uso de la falda pantalón, destaca el testimonio de Teresa Pámies, dirigente de las Juventudes del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) y fundadora de la Aliança Nacional de la Dona Jove de Catalunya: "lo trascendental para nosotras, era aquella falda pantalón para saltar a los camiones, ir en bicicleta, subirse a las farolas, salir de brigada de ayuda al campesino o sacar escombros en la Barcelos después de una incursión aérea."

La igualdad era buscada no solo en los valores sino también en la imagen rompiendo con la imagen tradicional femenina. Esta igualdad en la imagen llegaba a extremos como vendarse los pechos o cortarse el pelo. En el aspecto de las milicianas influyó las poderosas fotografías de mujeres rusas que aparecieron en la prensa española durante los años veinte y treinta en revista como Nuevo Mundo, Mundo Gráfico o Crónica. Por ello, imágenes como la famosa fotografía de Hans Gutmann, conocido como Juan Guzmán, de Marina Ginesta Coloma subida en el verano de 1936 a la azotea del hotel Colón en Barcelona, representa la imagen de esas mujeres que transgredieron las fronteras de género. Aunque Ginesta Coloma representa ese espíritu miliciano, ella no fue estrictamente una miliciana, sino que se prestó a posar.

"La Dinamitera" antes de perder la mano
Una de las que si que luchó y demostró su valor en el campo de batalla fue  Rosario Sánchez Mora, ‘la Dinamitera’. Con solo 16 años salió al frente de Somosierra, aunque más tarde fue destinada a fabricar bombas de mano, y a causa de ellas,  perdió una mano en una explosión (aunque otras versiones defiende que fue durante unos entrenamientos). Esto no la detuvo  y fue destinada a la primera Brigada Móvil, la Décima, donde hizo de telefonista y de responsable del correo del frente durante la campaña de Brunete, distribuyendo cartas en primera línea.

Otra destacada luchadora fue Lina Ódena, de la Unión de Juventudes Comunistas de Cataluña, que prefirió suicidarse a ser capturada. Casilda Méndez, Encarnación Jiménez, Concha Pérez... Conocidas o anónimas, la lista de las que demostraron su arrojo es larga. Unas cuantas incluso alcanzaron puestos relevantes, como ‘Mika’ Etchebéhère, Casilda Hernáez, Ana Carrillo, Encarnación Hernández Luna, Enriqueta Otero y Aurora Arnáiz. Así, no es de extrañar que varios batallones fueran bautizados con nombres femeninos: Mariana Pineda (heroína liberal), Rosa Luxemburgo (socialista alemana), Louise Michel (comunera francesa), Aida Lafuente –la ‘Rosa roja de Asturias’– (comunista muerta en el levantamiento de 1934), Margarita Nelken, la ‘Pasionaria’ (destacadas políticas) y también Lina Ódena. 

EXPULSADAS DE LAS TRINCHERAS 

Aunque la revolución feminista parecía que triunfaba, en la sociedad seguían imperando los mismos modelos mentales, por lo que acabaron relegadas a la retaguardia. Se las fue alejando de las trincheras, relegándolas a tareas "más propias de su sexo" como coser uniformes, cuidar niños o atender heridos. Pese a sus desavenencias constantes, todos los mandos, tanto políticos como militares, parecían estar de acuerdo en esto. También en el bando republicano su imagen transgresora provocó una reacción contraria a su participación en combate. De ese modo, tras la creación oficial del Ejército Popular Regular de la República en octubre de 1936, tuvo lugar una remodelación de las milicias populares que las alejaría de la lucha.

Miliciana charlando con un compañero
Para romper con la imagen tan positiva que se había dado de ellas era necesario desacreditarlas y, para ello, se buscó probablemente la manera más simple, y al mismo tiempo más humillante: pasaron de heroínas a prostitutas y, paradójicamente, esta empezó en el bando republicano. Hasta los comunistas abogaron porque se retirasen a la retaguardia, comenzando por la líder comunista Dolores Ibárruri. En un primer momento la Pasionaria había animado a las mujeres a luchar, tras la Batalla de Guadalajara, en marzo de 1937, cambió de opinión. Las milicianas ni tan siquiera fueron apoyadas por organizaciones feministas como la Asociación de Mujeres Antifascistas (AMA). La nueva postura se justificaba asegurando que distraían a los hombres, les quitaban la energía y, lo que era más grave, les contagiaban la sífilis y otras enfermedades venéreas. El efecto de dicha política fue demoledor. Sin ir más lejos, el batallón del Quinto Regimiento llamado ‘Lina Ódena’ pasó de repente a ser una unidad sanitaria, debido al recelo de los mandos y al rumor de que lo formaban prostitutas.

DE HEROÍNAS A PROSTITUTAS 

Aunque era innegable la presencia de prostitutas en el frente, pero estaban sobre todo en la retaguardia, donde ejercían con más seguridad su oficio. Aunque los milicianos sabían que las mujeres que luchaban no tenían nada que ver con las prostitutas, así lo relata la miliciana "Fifí" en el libro Partisanas. La mujer en la resistencia armada contra el fascismo y la ocupación alemana (1936-1945); el culpable de esta asimilación entre milicianas y prostitutas la tuvo el sexólogo anarquista Félix Martí Ibáñez.  Según sus propias palabras: “Vosotras, mercenarias o medias virtudes, que en plena Revolución intentasteis convertir la tierra sagrada del frente empapada en sangre proletaria en lecho de placer, ¡atrás! Si el miliciano os busca, que lo haga en sus horas de licencia y bajo su responsabilidad moral, ayudado por los recursos higiénicos de rigor. Pero no vayáis a desviarlo de su ruta y a poner en el acero de sus músculos la blandura de la fatiga erótica... No podéis despedir vuestra antigua vida yendo a sembrar de males venéreos el frente de batalla... La enfermedad venérea debe ser extirpada del frente, y para ello hay que eliminar previamente a las mujeres” . 

Detrás de los argumentos morales e higiénico-sanitarios se escondía el machismo imperante en los años treinta, pues las mujeres habían osado romper de una manera frontal el espacio que la sociedad les había reservado tradicionalmente, por ello debían ser anatemizadas y tachadas de prostitutas. De modo que, aplicando el argumento higiénico, se desató una campaña a favor de la retirada de las milicianas del frente asimilándolas a prostitutas y a la difusión de enfermedades venéreas.

El más claro ejemplo fue el batallón militar femenino del 5º Regimiento, llamado Lina Odena y creado a instancias de Dolores Ibárruri en julio de 1936. La reticencia de los jefes militares y el rechazo de sus compañeros ante el rumor de que sería un batallón femenino integrado únicamente por prostitutas, que contagiarían enfermedades venéreas, provocó su reconversión para fines sanitarios.

Milicianas desfilando por las calles de Valencia
Esta campaña encajaría más adelante en el discurso franquista, como se encargó de divulgar Regina García en su proceso de estigmatización de las milicianas rojas: "De las milicianas y las enfermeras, entre las que figuraban las pobres mujeres que en otro tiempo ofrecían sus favores en las calles a altas horas de la madrugada, se decía que causaban más bajas entre los combatientes que las balas de los soldados nacionales, por la falta de vigilancia sanitaria y la carencia de toda moral".

A todo ellos se unía la urgente necesidad de encontrar mano de obra en la retaguardia. Con los hombres luchando en el frente, ellas debían ser las fuerza de trabajo en las fábricas, en los suministros, en el campo, etc. El periódico Mundo Obrero del 8 de noviembre de 1936 publicaba el siguiente texto: “En los primeros días de la sublevación, las mujeres supieron comprender que en aquel momento lo urgente era acrecentar el entusiasmo de los que se lanzaban a la lucha, y se unieron a ellos, empuñando a su vez las armas, con tanto o más coraje que los hombres (...). Las mujeres han cumplido su deber. Pero ahora el deber primordial es reintegrarse a la retaguardia, dedicarse al trabajo en las industrias, comercios, oficinas. La marcha de la nación no debe ser interrumpida porque falten los brazos masculinos, que impulsan el engranaje de la economía. Estos brazos han de ser suplidos por la mujer (...). A la retaguardia, todas las mujeres al trabajo, ese es vuestro puesto. A seguirlo.” En este contexto, hubo por fuerza que cambiar la actitud de las mujeres, justificando la salida de las milicianas por motivos de eficacia y de disciplina militar. 

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