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sábado, 25 de mayo de 2019

Conspiracion en San Fermin

La preparación del golpe es larga y entre los propios implicados se producen tensiones que apunto están de dar al traste con la sublevación. Los más reacios son los carlistas pero al finalmente deciden sumarse en plan

A comienzos del mes de julio la conspiración de Mola se encuentra prácticamente perfilada.  El levantamiento planeado para el 18 de julio, sería exclusivamente militar y apolítico y que sería el exiliado Sanjurjo el que llevaría las riendas del nuevo gobierno militar. El Director sabe cuáles van a ser sus aliados entre los militares y cuenta con el apoyo de numerosos grupos de derechas. Será, sin embargo, uno de estos -los carlistas- el causante problemas de última hora en el plan. Comienzan los Sanfermines y comienza también la cuenta atrás para el golpe contra la República.



El nudo de la conspiración se resolverá principalmente en Pamplona durante las fiestas del patrón de la ciudad. Entre finales de junio y principalmente julio, Mola habla con los generales que ha conseguido ganar para la insurrección, como Saliquet, De Benito y Kindelán. También se entrevista con Queipo de Llano y Fanjul, que acuden a Pamplona durante los festejos. En esta última entrevista, Fanjul señala que "Madrid no tiene solución" para la causa antirrepublicana, como recoge el secretario de Mola, B. Félix Maíz, en su diario. La actividad en el despacho del general es constante. El Director recibe también al teniente coronel Seguí, intermediario con las tropas africanas, al teniente coronel Ortiz de Zárate, enlace de las guarniciones de Bilbao; a Rafael Garcerán, enviado de José Antonio Primo de Rivera, a los generales Benito y González Lara, que ordenaba las fuerzas de Burgos y Huesca, y a Ramón Mola, su hermano y enlace con los conspiradores de Barcelona, entre otros.

Las dificultades del gobierno para detectar estos movimientos se confirma cuando el alcalde de Estella, Fortunato Aguirre Luquin, denuncia las reuniones de Mola en el monasterio de Irache sin que sus quejas sean atendidas.

Los verdaderos problemas para la insurrección hay que buscarlos dentro del propio entramado conspirador. Mola no confía excesivamente en el apoyo de los militares, por lo que se hace necesaria la ayuda de falangistas y carlistas. Los primeros acaban por plegarse a las exigencias de los militares, pero no así los segundos. El jefe de los falangistas, Primo de Rivera, se encuentra en el penal de Alicante y desde allí dicta las órdenes a sus acólitos. En un principio es reacio a la colaboración con los militares, aunque acaba cediendo en sus pretensiones. En el otro lado, los carlistas rechazan tajantemente la idea de una "dictadura militar" republicana indefinida que proponía Mola en su circular del 5 de junio, y piden que el nuevo régimen se implique con los presupuestos tradicionalistas y católicos del carlismo. Los requetés navarros y vascos resultan imprescindibles para el buen resultado del alzamiento, pero las reclamaciones carlistas son para Mola inadmisibles, según señala el Informe reservado que envía el 1 de julio. En este documento, el último de Mola antes del levantamiento, dice que "el entusiasmo por la causa no ha llegado todavía al grado de exaltación necesario" y apunta que "está por ultimar el acuerdo con una muy importante fuerza nacional indispensable para la acción en ciertas provincias".

Sanjurjo intenta mediar entre los carlistas y Mola, y envía a este último una carta en la que intenta convencerle. El Director no acepta la misiva al creerla falsa. Al mismo tiempo, se desarrollan las maniobras militares del ejército de Marruecos en el Llano Amarillo de Ketama. Estas maniobras serán de importancia capital, pues allí se fragua la unión entre los diferentes sectores subversivos de las tropas de África.
La ruptura definitiva entre Mola y los carlistas se produce el 9 de julio. Esto provoca la cancelación del plan para alzamiento, que iba producirse el día 12 en Navarra y el 14 en África. A partir de este momento, los seguidores de Alfonso Carlos de Borbón comandados por el carlista andaluz Fal Conde, empiezan a preparar una acción armada por su cuenta. Mola llega a enviarle una nota al máximo dirigente de los tradicionalistas en la que le dice: "Recurrimos a ustedes porque contamos únicamente con hombres uniformados que no pueden llamarse soldados. De haberlos tenido, nos habríamos desenvuelto solos".

Cuando la ruptura parece inevitable sin vuelta atrás, aparece el conde de Rodezno, cabeza del carlismo en Navarra y antiguo dirigente de los tradicionalistas que fue desahuciado tras el ascenso de Fal Conde. El 9 de julio Rodezno recomienda a Mola que contacte directamente con los requetés navarros. Estos están dispuestos a levantarse en armas, aún sin la aprobación de Fal Conde y así lo hace saber el día 12. A raíz de esto, se establece una división entre los carlistas de Navarra, a la espera de un acontecimiento que defina la situación. El acontecimiento en cuestión se produce el 14 de julio: el asesinato de Calvo Sotelo. En ese momento los carlistas aceptan aplazar la discusión sobre el rumbo político del nuevo régimen y deciden dejarla en manos de Sanjurjo. El asesinato ayuda también a que Franco, que tenía sus dudas sobre el su participación, opte por unirse finalmente a él. Paralelamente se establecen contactos con los monárquicos alfonsinos que solo realizan aportaciones económicas personales. En cuanto a la CEDA, Gil Robles rechaza la creación de milicias para participar en el golpe, pero aporta dinero de sus fondos electorales. Por último, el propio Gil Robles o Juan de Iturralde apunta en el interés de los nacionalistas vascos por unirse al levantamiento para defender a los católicos de Euskadi de desmanes izquierdistas e indican que éstos aportaron armas y dinero.