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martes, 4 de febrero de 2014

Alfredo Kindelán (1879-1962)

Pionero de la Aviación española, ostenta la jefatura del Arma aérea nacional, pero tras la Guerra, su apoyo a la monarquía le lleva a ser marginado por Franco, a cuyo nombramiento como Caudillo contribuyó decisivamente

Concluida la Guerra Civil, Alfredo Kindelán; afronta ilusionado el cargo de capitán general de Cataluña. A sus 60 años es una eminencia de la Aviación española, tiene a sus espaldas una brillante trayectoria como ingeniero y piloto en los ámbitos civil y militar, y acaba de cumplir su sueño de vencer al Ejército de la República. Tres años atrás, en 1936, encontró en la sublevación militar una esperanza que le llevó a suspender su retiro voluntario en Suiza, donde trabajaba como ingeniero en una empresa privada desde que su amigo personal Alfonso XIII tuvo que partir hacia el exilio. Y consagró todos sus esfuerzos como jefe de las fuerzas aéreas nacionales a combatir la bandera tricolor.

Ahora, con la misión cumplida, asume sus nuevas responsabilidades esperando el momento de ver regresar a su rey. Y así lo expresa en forma de carta y junto a otros generales en 1943. Tres años después vuelve a repetir su petición, por lo que Franco le destituye de su cargo y le envía a las islas Canarias.

Desde allí lamentará públicamente el gran error de su vida, porque fue él quien, en septiembre de 1936, impulsó con todas sus fuerzas al general Franco a la jefatura del Ejército sublevado y, por ende, a la del Estado; convencido de que una vez ganada la Guerra traería de vuelta al monarca exiliado.

Alfredo Kindelán Duany nace en Santiago de Cuba el 13 de marzo de 1879. Hijo de un militar español destinado en la isla, con 14 años ingresa en la Academia de Ingenieros de Guadalajara y se convierte en piloto de globo libre del Servicio Aerostático. Con el tiempo, a este título añadirá el de piloto de dirigibles -en 1905 había construido, junto a Torres Quevedo, el primer dirigible español- y, por último, obtendrá el carné número 1 de piloto militar de aeroplanos, convirtiéndose así en el primer español que ostenta el título de piloto en las tres especialidades.

No es casualidad que la cátedra creada por el Ejército del Aire en 1988, con motivo del 75 aniversario de la Aviación militar española, fuera bautizada con el nombre de Alfredo Kindelán. Su vida transcurre entre aviones, una industria que entonces, en nuestro país, se encontraba en pañales, Kindelán no se limita a pilotar aparatos: la investigación, la instrucción, la ingeniería y la experimentación son otras actividades que Kindelán abordará tarde o temprano, convirtiéndose en una suerte de experto aeronáutico pluridisciplinar. Una vez dominado el arte de pilotar aviones, en 1911 se pone al frente del aeródromo de Cuatro Vientos (Madrid) y, dos años más tarde, al crearse el Servicio Aeronáutico Militar, marchará a Marruecos al frente de la escuadrilla aérea española. Allí, en 1923, durante una misión de bombardeo en la zona de Tizzi Azza, cae herido y se ve obligado a permanecer un año apartado del servicio activo. Pese a este percance, Kindelán, como Franco, Alonso Vega y otros militares, se labra una brillante hoja de servicios en África, contando entre otros méritos su participación en el histórico desembarco de la bahía de Alhucemas. Sus memorias sobre Marruecos quedan recogidas en un libro, Ejército y política, donde detalla las operaciones y tácticas militares que el Ejército español pone en práctica en tierras africanas.

Tras terminar sus servicios en Marruecos, Kindelán continúa su carrera haciéndose cargo de la Jefatura Superior de Aeronáutica desde el mismo momento de su creación, en 1926; ese mismo año recibe el ascenso a coronel por méritos de guerra, un honor que había declinado anteriormente. Alfredo Kindelán se ha convertido ya en uno de los más prestigiosos militares de la monarquía. Su actividad se mantiene a un ritmo febril hasta 1931 pero el 30 de abril de ese año, ya proclamada la República, pide el pase a la reserva para marcharse a trabajar a Suiza en una empresa privada del sector aeronáutico.

Desde su exilio voluntario, sin embargo, permanece atento a todos los movimientos de los conspiradores contra el régimen republicano, tomando parte activa en las conjuras contra el Gobierno español desde abril de 1936. A la altura del mes de julio, Alfredo Kindelán se ha convertido en un enlace eficaz entre los generales que preparan la sublevación. Será él quien traslade al marqués de Luca de Tena la orden para fletar el Dragón Rapide, el avión que trasladará a Franco desde las Islas Canarias hasta Marruecos, y será él quien, en persona, tras ponerse a las órdenes directas del  general Franco el 19 de julio, se traslade a la localidad gaditana de Algeciras para asumir allí el mando de la sublevación. En Gibraltar, Alfredo Kindelán podrá utilizar las comunicaciones telefónicas sin tener que pasar por ninguna línea española; desde allí, los rebeldes hablarán con Roma y Berlín con plena libertad durante las siguientes semanas.

La Aviación nacional quedará en sus manos durante toda la contienda: la 1ª Brigada Aérea y varios grupos independientes; la legionaria, que cuenta con escuadras de caza, bombardeo pesado y rápido y la aviación de Baleares, y la Legión Cóndor. La actuación de Kindelán será cuestionada, sin embargo, por los excesos de las aviaciones italiana y alemana; para algunos, el jefe del Aire del bando nacional les deja demasiada libertad de movimientos, que se traduce en la utilización de la Guerra Civil española como banco de pruebas para los escuadrones del Eje de cara al conflicto internacional que se avecina.

Al margen de su labor como jefe de la Aviación nacional, Alfredo Kindelán protagonizará durante la Guerra un acontecimiento cuya trascendencia se extenderá mucho más allá de la evolución de los frentes. En septiembre de 1936, . ; tos generales sublevados y el propio Kindelán en su condición de jefe del Aire -es el único de los presentes que no ostenta el título de general-, se reúnen en Salamanca para elegir un mando único en las fuerzas nacionales; Kindelán presiona para que esa tarea se lleve a cabo cuanto antes, pues los roces entre los generales son cada vez más frecuentes y amenazan con minar la eficacia del Ejército nacional. Miguel Cabanellas, con quien Kindelán ha chocado ya en varias ocasiones, no ve con buenos ojos la figura de un mando único, y propone la creación de un triunvirato de generales; pero, para Kindelán, no habría "manera mejor y más rápida de perder la Guerra".
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El hijo de Cabanellas, Guillermo, narra en La guerra de los mil días los entresijos de aquella reunión. El líder de la Aviación no tiene dudas sobre quién debe asumir esa responsabilidad: para él, Franco es el hombre más capacitado para ello. Kindelán relata cómo, para conseguir sus propósitos, "busqué una recomendación. Y, ya en esta vía, siguiendo las normas clásicas, acudí como intermediario recomendante a un próximo pariente de Franco: a su hermano Nicolás". De nuevo, Miguel Cabanellas se muestra más que reticente ante la perspectiva de poner en manos del ferrolano el poder de la España nacional, pero Kindelán insiste. No sólo porque está seguro de las cualidades de Franco, sino, sobre todo, porque ve en él la persona que traerá de vuelta a Alfonso XIII. "No saben lo que han hecho", les advierte el 28 de septiembre, un día antes de la publicación del decreto, Cabanellas.

Y Kindelán pronto empieza a temer que el veterano general tenga razón. Entre otras cosas, porque ha desaparecido del texto la limitación del poder de Franco a un periodo determinado, "mientras dure la Guerra"; esa frase, que el propio Kindelán había introducido para salvaguardar la monarquía, ha sido eliminada del decreto.

Pero lo cierto es que, como demuestra la correspondencia de la época entre Kindelán y Alfonso XIII, recogida en el libro postumo La verdad de mis relaciones con Franco, el general no hace más que refrendar el apoyo del rey exiliado a la causa nacional y al liderazgo de Franco.

Los hechos de 1940 vendrán a confirmar lo que ya se temía Cabanellas: que Franco no sólo no va a traer de vuelta al rey Alfonso XIII, sino que tiene la intención de permanecer en el poder de modo vitalicio, y no va a permitir que nadie le estorbe en el camino. A Kindelán, Franco le quita de en medio en cuanto se pronuncia a favor de la restauración monárquica, y el jefe del Aire pasa el resto de su vida dedicado a la aeronáutica, su gran pasión, y lamentando una y otra vez el error que no sólo dio el golpe de gracia a la monarquía -nunca llega a ver el regreso de los Borbones en la persona de Juan Carlos I: Kindelán muere en Madrid a los 83 años, el 14 de diciembre de 1962-, sino que, además, desembocó en una dictadura militar y vitalicia en España en la persona que él mismo había contribuido, de manera decisiva, a encumbrar al poder aquella tarde de septiembre de 1936. Se ha dicho que Alfredo Kindelán llega a conspirar contra Franco en algún momento de su vida, y no duda en dejar por escrito su famoso diagnóstico sobre el jefe del Estado, a quien, según los síntomas que tan bien conoce Kindelán, le aqueja el mal de altura: "Es un enfermo de poder decidido a conservar éste mientras pueda, sacrificando cuanto sea posible, ciñéndolo con garras y con pico. Muchos le tienen por hombre perverso y malvado; no lo creo así. Es taimado y cuco, pero yo creo que obra convencido de que su destino y el de España son consustanciales (...)", Y añade: "Mareado por la elevación excesiva y desarmado por la insuficiente formación cultural, no sabe apreciar los riesgos de una prolongación excesiva de su Dictadura y la cada día mayor dificultad de ponerle término (...)".

El régimen, por su parte, mantiene a Kindelán bajo una estrecha vigilancia hasta su muerte; incluso el cuñadísimo Serrano Suñer cursa órdenes para que ta policía italiana le espíe durante un viaje que realiza por aquel país.


Pese a todo, Alfredo Kindelán es nombrado director de la Escuela Superior del Ejército en diciembre de 1942 e ingresa más tarde como miembro de número en la Real Academia de la Historia. Recibe toda clase de honores, incluido el título nobiliario de marqués de Kindelán, y es condecorado con la Medalla Aérea. Su pase definitivo a la reserva no se produce hasta 1947. Además de sus contribuciones al desarrollo de la Aviación española, Kindelán deja como legado numerosos artículos y publicaciones. Y no únicamente sobre la aeronáutica: sus recuerdos de la Guerra Civil quedaron recogidos en Mis cuadernos de guerra (1936-1939).

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