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domingo, 16 de febrero de 2014

Andrés Saliquet (1877-1959)

Unido desde los primeros compases al movimiento de sublevación militar, realiza importantes conquistas para los nacionales al mando del Ejército del Centro, pero siempre le quedará por lograr la toma de Madrid

Al suroeste de Madrid, cerca de la base aérea de Cuatro Vientos, hay una calle, perpendicular a la avenida del general Fanjul, que lleva el nombre del general Saliquet. Esta cercanía de las calles que llevan sus nombres no deja de ser una metáfora de la reunión que ambos mantuvieron con otros generales el 10 de marzo de 1936 en Madrid, y en la que decidieron preparar al Ejército para un posible alzamiento militar.

Cuando esta sublevación se produce, el general Andrés Saliquet Zumeta queda encargado de avivar el golpe en la 7ª Región Militar, con sede en Valladolid. La noche del 18 de julio, Saliquet penetra en la Capitanía de Valladolid acompañado de un grupo de oficiales, entra en el despacho del general Molero, jefe de la división, y, tras un breve tiroteo, sale del mismo ya con el mando de la 7ª Región. Junto a los jefes militares de las otras regiones sublevadas forma parte de la Junta de Defensa Nacional, creada el 24 de julio en Burgos, en la que es nombrado vocal.

Al igual que muchos otros de los generales sublevados en julio de 1936, Andrés Saliquet había participado en las campañas de Marruecos, merecedor en las mismas de varios ascensos. No obstante, su carrera militar se remonta mucho más atrás: a Cuba y Puerto Rico, a los últimos coletazos de la colonización española. Saliquet Zumeta nace en Barcelona en 1877, perteneciente a una familia de militares, y a los 16 años ingresa en la Academia de Infantería. Su primer empleo lo desempeña en Puerto Rico, con el grado de segundo teniente, y poco después pasa a Cuba. En la isla obtiene el primero de sus ascensos por méritos de guerra. Pero la independencia de las últimas colonias españolas en América le deja sin destino, y debe pasar una breve temporada en Madrid y otra en Menorca.

Poco después, es enviado a Marruecos, donde entra en contacto con las guerras africanas. De vuelta a la Península, por su vida van sucediéndose una serie de cargos en diferentes agrupaciones militares y regimientos. Entre éstos destaca su intervención en el aplastamiento de la huelga general revolucionaria de julio de 1917 en Barcelona. Ascendido a coronel, Saliquet regresa en 1920 a Marruecos, donde forma parte del grupo de militares que logran multitud de éxitos profesionales en las campañas del norte de África. En 1923 alcanza el ascenso a general de Infantería, y durante la dictadura de Primo de Rivera es llamado para desempeñar diversos cargos, como el de gobernador civil de Santander en 1928.

Pero en 1931 se proclama la Segunda República, y sus dirigentes no dudan en apartarle casi de inmediato de la plaza y ocupación que hasta la fecha desempeñaba -gobernador, en esta ocasión militar, de Cádiz- dejándole en la situación de disponible forzoso. Cuando Azaña propone el retiro con paga íntegra para los oficiales que lo deseen, para limitar el poder militar de los adversarios de la República, Saliquet no duda en aceptarlo. Pese a estar en la reserva, el general catalán no pierde en ningún momento el contacto con el Ejército y pasa cinco años preparando el momento adecuado para dar un golpe militar.

Tras el éxito de la rebelión en Valladolid, acompañado de los logrados en Pamplona, Burgos y Zaragoza, las tropas de Saliquet se dirigen hacia la capital, en cuyas montañas son frenadas por la resistencia madrileña. El general, que mandaba la 7º División, es nombrado jefe del Cuerpo 1º de Ejército y, posteriormente, Franco le asigna el mando del Ejército del Centro, cargo que conservará hasta el final de la Guerra.

Ante el fracaso en el intento de tomar Madrid, el general Saliquet propone una operación envolvente por el norte de la Sierra, idea que, según Gabriel Cardona, es rechazada por Franco. Cuando se decide cortar las comunicaciones de Madrid por la carretera de La Coruña, Saliquet se mantiene con 28.000 hombres en la retaguardia de las tropas marroquíes de Varela. Entre noviembre del 36 y marzo del 37 se producen hasta cuatro intentos, que finalmente no consiguen doblegar a la capital. Meses más tarde, el Ejército del Centro de Saliquet volvería a combatir en las cercanías de Madrid, esta vez mandado por Varela, rechazando la ofensiva republicana en Brunete.

El principal objetivo de las fuerzas de Saliquet, la ocupación de Madrid, sólo se alcanza al final de la Guerra. A finales de marzo de 1939, su avance, ya imparable, llega de la meseta al Mediterráneo, con la toma de Alicante a cargo del CTV italiano. Tuñón de Lara relata que en la ciudad levantina, Saliquet se opone a la evacuación de la población propuesta por la Comisión Internacional y ordena que se reduzca a la ciudad "por la fuerza de las armas", con lo que los vencidos han de entregarse a los soldados del Ejército del Centro.

La presencia del general, reforzada por su imponente aspecto físico -casi dos metros de alto y una gran envergadura, rematadas por un bigote enorme- no sólo se deja sentir en el frente de batalla, sino también en el trasfondo político. Así, es uno de los generales que designa a Franco jefe del Gobierno y Generalísimo en septiembre de 1936. Es evidente que su relación con el futuro jefe del Estado es buena, aunque Hugh Thomas señala como principal motivo de la confianza de Franco en Saliquet la avanzada edad de éste último, algo que le descarta como rival político para el Caudillo. Sea como fuere, lo cierto es que, una vez acabada la Guerra, Saliquet no tiene la misma suerte que otros de sus compañeros de armas y no alcanza ningún puesto ministerial.

Pese a ello, cargos y honores no le faltan. Tras el fin del conflicto es ascendido a teniente general y se le asigna la Capitanía General de su eterna rival, Madrid. Más tarde, es nombrado presidente del Tribunal Supremo de Justicia Militar. Fuera del ámbito castrense, actúa como miembro del Consejo de Estado y procurador en las Cortes. En 1943, es uno de los generales que envían una carta a Franco aconsejándole que reinstaure la Monarquía.

Conociendo la importancia que en la posguerra se da a la Internacional judeomasónica, la presidencia del Tribunal para la Represión del Comunismo y la Masonería que se le concede a Saliquet no deja de ser un cargo de confianza. Por último, y coincidiendo con el undécimo aniversario de la victoria en la Guerra, en 1950 Franco le otorga el título de marqués de Saliquet. La muerte le llega en Madrid a los 82 años, cuando todavía preside el tribunal represivo.

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