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lunes, 29 de diciembre de 2014

Julián Zugazagoitia (1899-1940)

Titular de Gobernación en el primer Ejecutivo de Juan Negrín, su vida transcurre eclipsada por la figura de Indalecio Prieto, cesando en su cargo ministerial tras la destitución de éste en Defensa Nacional, en abril de 1938

El 6 de abril de 1938, en el Ministerio de Gobernación, el ex titular de la cartera, el vizcaíno Julián Zugazagoitia Mendieta, presenta al personal funcionario a su sucesor, Paulino Gómez, al que él mismo ha recomendado. Días antes, dimite de su cargo para salir del Gobierno junto a su amigo Indalecio Prieto, hasta entonces ministro de Defensa, a quien el presidente del Gobierno, Juan Negrín, ha incitado, a dimitir. Zugazagoitia intenta mediar entre ambos, pero la crisis en el Gobierno ya no tiene marcha atrás. Piensa que con su dimisión en la política podrá retomar su trabajo periodístico; sin embargo, en plena conversión con Gómez recibe una llamada de Negrín. El presidente le informa de que tiene pensado ocupar personalmente el puesto de Prieto, pero que el Ministerio de Defensa es de tales dimensiones que ha decidido contar con él, pidiéndole que acepte la Subsecretaría General de tal Ministerio.

En un principio, Zugazagoitia renuncia al cargo. Es un hombre fiel a la República dispuesto a aceptar cualquier otro cargo para el que estuviese capacitado, pero no se ve apto para afrontar tan alto mando rodeado de militares. "La obligación de dar órdenes me intimida" llega a comentar. A pesar de ello, y ante la insistencia de Negrín y Prieto, acepta.

Durante escasos meses, es el número dos del Ministerio, trabajando codo con codo junto al general Vicente Rojo, jefe del Estado Mayor Central del Ejército republicano. En ese periodo de tiempo aporta su punto de vista, dialogante y moderado, pero eso no es bien visto por numerosos compañeros del Partido Socialista.

A lo largo de toda su vida es un hombre comprometido con sus ideas, pero cuando comprueba que no puede aportar más, dimite, centrándose en su puesto en la Diputación Permanente de las Cortes.

Julián Zugazagoitia Mendieta nace en Bilbao, el 5 de febrero de 1899, en el seno de una familia obrera. Su padre, Fermín, metalúrgico de profesión, es uno de los miembros más destacados y concienciados dentro del recién creado Partido Socialista Obrero Español (1880). Con apenas 15 años, Zugazagoitia Ingresa en las Juventudes Socialistas de Bilbao, de las cuales en 1920 ya es su presidente. Allí tiene la ocasión de conocer a Tomás Meabe -fundador de las Juventudes Socialistas de España (JSE) en 1903- y Emilio Beni -director del semanario La lucha de clases-, dos de las personas que más le influencian en sus primeros pasos dentro de la política.

Zugazagoitia participa en la gran huelga de 1917, tras cuyos incidentes es detenido e ingresa varios días en prisión.

Gracias a Beni comienza a colaborar en su semanario, donde tiene su primer contacto con la que va a ser su profesión: el periodismo. Dotado de gran vocación intelectual, en 1920 comienza a trabajar en El Liberal, revista propiedad de Indalecio Prieto, amigo y mentor dentro de la política y el periodismo. Ya en 1921, pasa a dirigir La lucha de clases. Tres años después, escribe un artículo contra un médico bilbaíno en El Liberal por el cual es condenado a tres años de destierro. Esos años los aprovecha para escribir, viajar a Madrid y Barcelona y conocer el funcionamiento de las organizaciones obreras.

En 1925, conoce a Pablo Iglesias -fundador del PSOE-, del que termina escribiendo una biografía, titulada Una vida heroica. Un año antes, hace lo propio con su amigo Tomás Meabe, publicando Una vida anónima. En esos años, también escribe algunos libros de carácter social a los que imprime un fuerte componente humanista. Desde niño es un lector compulsivo y un gran conocedor de la literatura rusa. Todas estas influencias aparecen claramente reflejadas en dos de sus obras: El Botín (1929) y El Asalto (1930).

Antes del estallido de la Guerra Civil, Zugazagoitia vive su época dorada en el periodismo, que compagina con su actividad política. Durante estos años inicia colaboraciones en numerosas publicaciones, como Nueva España, Gaceta literaria y El Socialista, periódico de Madrid y órgano de expresión del PSOE unido históricamente al sector de Prieto -director interino del diario desde abril de 1932-, y en octubre, ya dentro del Congreso Nacional del PSOE, Zugazagoitia es nombrado oficialmente director del diario, puesto que ocupa hasta bien avanzada la Guerra Civil. En él se encarga de renovar todo el aparato mediático del partido, convirtiéndolo en una referencia dentro de la clase obrera y aumentando enormemente su tirada.

En las elecciones municipales de abril de 1931, que dan lugar a la proclamación de la República, es elegido concejal en Bilbao, y nombrado teniente de alcalde. Poco después, en las elecciones de junio, obtiene un acta de diputado por Badajoz. Sin embargo, su carrera política se ve frenada en 1933, ya que se presenta a las elecciones por Vizcaya y las listas del PSOE salen derrotadas. No obtiene lugar en el Parlamento durante el bienio radical cedista.

En esta etapa, sus editoriales reflejan fielmente la evolución del partido. Inicialmente la postura de defensa de la República es firme, para luego pasar a una desconfianza en el sistema y en el parlamentarismo, lo cual hace que se una a aquellos que tienen una visión más revolucionaria del socialismo. De este modo, en 1934, llama desde las páginas de El Socialista a la "revolución" en los días previos a la revuelta asturiana. Es detenido y procesado en un consejo de guerra por el delito de auxilio a la rebelión. Curiosamente, su auto de procesamiento desaparecería años después, pues algunos historiadores indicaron que el juez instructor al mando del caso fue el mismo que años después volvería a juzgarle.

Tras permanecer casi dos años en prisión, es liberado y vuelve a ser elegido diputado en las elecciones en las que el Frente Popular consigue la victoria, en febrero del 36. Son meses de gran tensión dentro del socialismo por las luchas internas que existen por el poder, reflejadas en sus medios impresos. Zugazagoitia también destaca en su denuncia contra los militares conspiradores y las tentaciones golpistas, con nombres incluidos, lo cual le hace ganarse más enemigos si cabe. Ese será otro de los factores que no le ayudarán en el juicio tras el conflicto, pues su nombre aparece en la lista negra de numerosos militares.

En su novela, Guerra y vicisitudes de los españoles, en la que narra los acontecimientos que se suceden entre 1936 y 1939 en España de una forma autobiográfica e imparcial pese a ser escrita a los pocos meses del fin de la contienda, escribe cómo tuvo noticia del alzamiento. Se encontraba en la redacción de El Socialista cuando Prieto llegó con las primeras noticias. Todos se miraron sabiendo que el momento que sospechaban había llegado "porque Prieto no podía mentir en algo así". Al día siguiente, redactó las octavillas que fueron lanzadas por encima de las tapias del cuartel de la Montaña, indicando a los que allí se habían rebelado las normas a seguir si se rendían. La promesa que hace a los sublevados, de que sí se rinden contarán con un juicio justo, hace que varios de sus camaradas lo acusen de blando.

En esos días, Zugazagoitia pasa por momentos personales duros al comprobar el clima de represión indiscriminada que se vive en Madrid. Así lo refleja en los editoriales. En sus escritos de agosto aboga por no imitar a los fascistas. "La conducta de los rebeldes no puede servirnos de ejemplo ni de disculpa. ¿Acaso no estamos en el deber de probar que somos distintos? El derecho a la victoria tenemos que conquistarlo no con palabras, sino con actos, y ninguno tan eficaz como el respeto de las vidas de nuestros rehenes y prisioneros", llega a manifestar.

En todo momento intenta imponer una actitud de concordia, pero se ve solo en muchos momentos, como en el II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas, celebrado en Valencia en julio de 1937 y del que es uno de los promotores.

La crisis gubernamental de mayo, dos meses antes, le sorprende recorriendo el Frente del Norte, y a su llegada se entera de que Negrín ha sido el elegido para dirigir el nuevo Ejecutivo en vez de Prieto. Pero aún queda más sorprendido cuando descubre que él ha sido nombrado ministro de Gobernación. Según algunos autores, tiene que leerlo en varios periódicos para comprobar que no es una broma.

Dentro del Ministerio, centra su actividad en dos premisas básicas: por un lado, seguir las directrices que Prieto le marcó, lo cual le llevaría sólo a crearse problemas y enemigos; y por otra parte, intentar hacer política con sus valores de humanidad y sentido de la justicia. Para ello, durante sus 11 meses en el cargo se dedica a hacer centenares de intercambios de presos políticos. Su planteamiento es que, antes de que ambos bandos maten a cientos de encarcelados en una espiral de sangre y venganza, lo mejor es el cambio para evitar en la medida de lo posible el sufrimiento. Además, facilita a muchos personajes del franquismo salvoconductos para pasar a la zona sublevada, y negocia con diferente suerte el intercambio de presos como Fernández Cuesta, Sánchez Mazas y Wenceslao Fernández Flórez.

Su momento de mayor tensión es la destitución del director general de seguridad, Antonio Ortega Gutiérrez, alto cargo del PCE, que desempeña un importante papel en la detención y desaparición de Andreu Nin. Zugazagoitia ha estudiado los métodos de trabajo de la Gestapo, y sabe que sí la idea aireada por los comunistas de que Nin era un agente secreto hubiera sido real, la Gestapo, una vez detenido, en lugar de ayudarle a escapar habría acabado directamente con su vida para que no hablara. Ante la presión de los comunistas, Negrín no acepta el cese, por lo cual Zugazagoitia amenaza con dimitir. El presidente termina destituyendo a Ortega Gutiérrez.

Siguiendo las directrices de Indalecio Prieto, Zugazagoitia toma algunas decisiones polémicas que le hacen ganarse la enemistad de muchos socialistas, sobre todo de Largo Caballero y Julián Besteiro. Eso llevará a que su memoria sea ignorada en su partido durante varias décadas, pues desde 1943 a 1972 el PSOE está guiado por seguidores de ese sector al que él se ha enfrentado. En la lucha contra el grupo de Largo Caballero, al que los prietistas llaman los anarcosindicalistas, se pone del lado de su amigo y protector. En octubre de 1937, destituye a la dirección del sector caballerista de la Federación Socialista valenciana, además de cerrar sus periódicos, La correspondencia y Adelante. Asimismo, reconoce a la dirección de la UGT puesta por el partido, y prohibe el congreso extraordinario que Largo Caballero convoca para renovar la cúpula del sindicato. Sin embargo, su error más inexplicable es el de ordenar un férreo control policial contra el propio Largo Caballero. Todo esto, propagado por la prensa comunista, hace que los pocos apoyos que tiene se reduzcan y, ante la salida de Prieto del Gobierno en la crisis de la primavera del 38, termina dimitiendo de su puesto.

Pese a ello, y por sorpresa, es nombrado secretarlo general de Defensa, ya que sigue siendo un hombre de total confianza para el presidente Negrín. Tras unos meses en ese puesto, es elegido, junto a Prieto de nuevo, para formar parte de la Diputación Permanente de las Cortes. De esta forma, en los últimos meses del conflicto acompañará al resto de miembros del Gobierno y del Parlamento en su huida hasta Figueras, desde donde pasan a Francia una vez que son conscientes de que la Guerra Civil está perdida.

Durante pocos meses, continúa siendo parlamentario en el exilio hasta que decide trasladarse a París. Allí, es muy crítico con la actitud de los republicanos que residen en el país vecino, pues denuncia que nadie quiere ayudar al prójimo y que todos se limitan a pensar en sí mismos.

Estando en París, escribe su visión de la Guerra Civil, que en un principio se edita en Buenos Aires (1940) con el título Historia de la Guerra de España para ser reeditado años más tarde como Guerra y vicisitudes de los españoles. En su prefacio, Zugazagoitia escribe que "descuento que nadie me agradecerá la ausencia de recuerdos polémicos en sus páginas, aunque éste me parece su mérito, pero será su desgracia. No gustará a nadie. Es todavía temprano para permitirse el lujo de la imparcialidad".

Tras la ocupación nazi de París, es detenido por la Gestapo -el 27 de julio de 1940- y todos sus papeles son confiscados. Luego, es encarcelado y devuelto a España junto a otros líderes de izquierda en una campaña puesta en marcha por Falange Exterior Española.

Después de unos meses encerrado en una cárcel madrileña, es juzgado en un consejo sumarísimo, el 21 de octubre de 1940. Algunos autores indican que quienes le juzgan en 1940 habían formado parte del tribunal que hizo lo propio en 1934, y que su nombre estaba subrayado en la lista de numerosos militares por sus denuncias hechas en los meses previos a la Guerra, por lo que su muerte tiene un alto componente de venganza personal.

Julián Zugazagoitia es fusilado en la madrugada del 5 de noviembre de 1940, en la tapia de un cementerio de Madrid. Se termina así con la vida de, según lo han denominado muchos, una de las mejores plumas del periodismo español del siglo XX. 

viernes, 26 de diciembre de 2014

Kati Horna (1912-2000)

Reportera gráfica húngara, próxima al ideario republicano, pasa a engrosar la lista de fotógrafos que cubren el conflicto tras recibir un encargo de la CNT para realizar un álbum de instantáneas sobre la Guerra

"Con la Guerra de España nace la comunicación visual de los sucesos". Esta frase del periodista italiano Furio Colombo y otras similares se repiten, frecuentemente, para indicar que la Guerra Civil española fue el primer conflicto que conoció una amplia y moderna cobertura fotográfica. Ya habían sido fotografiadas diferentes guerras, desde las de Crimea y Secesión estadounidense a la Primera Guerra Mundial, pero en el conflicto del 36 se unieron diversos factores: el desarrollo de las cámaras ligeras, del fotoperiodismo de los años 20, y de las grandes revistas ilustradas, Todo esto permitió la configuración de una estructura de comunicación visual sin precedentes, de modo que se ha podido afirmar que, así como la de Vietnam fue la primera guerra televisiva, la Guerra Civil española fue la primera guerra fotográfica de la Historia,

Por otra parte, son muchos los fotógrafos nacionales y extranjeros que estuvieron presentes en el conflicto: desde Robert Capa y Gerda Taro, a David Seymour o Walter Reuter, entre otros muchos. En 1937, se suma un nombre más ala lista de reporteros gráficos: el de Kati Horna,

Esta fotógrafa de origen húngaro aterriza en España tras recibir un encargo del Comité de Propaganda exterior de la CNT para realizar un álbum fotográfico, Con este propósito y con su cámara bajo el brazo, se traslada a la Península y viaja por Aragón, Valencia y Cataluña. Sus instantáneas de la Guerra se centran en ofrecer información de lo que sucede en la vida cotidiana, tanto en el frente de batalla corno lo que ocurre en la retaguardia, Sus imágenes sirven de testimonio para conocer la vida de la población civil: el día a día de las mujeres en.los pueblos, la reconversión de las iglesias en improvisados almacenes, las ruinas que asolan las ciudades tras los bombardeos... Su objetivo se centra en la mirada humana, en su contacto con el desamparo y la miseria provocada por una guerra que está fraccionando un país ajeno, pero que ella siente como propio.

Katia Horna nace en 1912, en Hungría. A los 19 años se traslada a Alemanía, donde entra en contacto con la intelectualidad de izquierdas, a través del grupo del dramaturgo y poeta Bertolt Brecht. Su trabajo como fotógrafa viene marcado por el conocimienio de la obra de su compatriota el pintor Moholy-Nagy, que por entonces reside en Alemania, donde es profesor de la escuela Bauhaus; y sobre todo por el fotógrafo Jósef Pécsi, en cuyo taller de Budapest Horna trabaja en 1932. Pronto comienza su carrera como reportera gráfica: primero como ayudante de la agencia alemana Dephot (Deutsche Photodienst) y, tras su traslado a París, en 1933, colaborando para la agencia francesa Agence Photo. Allí publica dos de sus primeros trabajos: El mercado de las pulgas (1933) y Los cafés de París (1934). Precisamente, es en París donde Horna entra en contacto con un grupo surrealista francés, asistiendo a las reuniones que este gremio solía celebrar en el Café des fleurs.

Aunque nunca fue una militante política, su estancia en España se desarrolla próxima al ideario republicano, manteniendo un especial contacto con la CNT-FAI, De hecho, trabaja como reportera para diversas publicaciones anarquistas: Umbral y Tierra y libertad, fundamentalmente, además de otras como Libre Studio, Mujeres libres y Los paraguas, esta última registrada en la sede de la CNT en Barcelona.

A diferencia de-otros fotógrafos que trabajan en la Guerra Civil, Horna no da difusión internacional a sus imágenes, ni las integra en ninguna agencia. Sencillamente, al finalizar el conflicto reúne sus negativos -unos 270- en una caja de metal, que lleva consigo a Francia. Esta colección se dará a conocer en 1979, cuando se la vende al Ministerio de Cultura español, que la adquiere con fines de investigación. Actualmente se conserva en el Archivo Histórico Nacional de Salamanca.

A través de su colaboración con la revista Umbral, en 1938 Horna conoce al que sería su marido, el pintor andaluz José Horna, que por entonces trabaja como dibujante del Estado Mayor de la República, para más tarde ingresar en el Ejército del Ebro y cubrir la retirada de civiles catalanes a tierras francesas a través de los Pirineos.

Finalizada ya la contienda, Kati y José Horna huyen a París y, desde allí, en octubre de 1939, emigran definitivamente al país que va a suponer su cenit como fotógrafa: México. Allí, mientras entra en contacto con surrealistas mexicanos, como Remedios Varo o Leonora Carrington, Horna continúa desarrollando su trabajo fotográfico como colaboradora de la revista Todo. Es en esta publicación donde expone su último trabajo realizado en París, en julio de 1939: Lo que va al cesto. El proyecto es una especie de premonición de lo que su autora piensa que pronto ocurrirá en Europa: todo tipo de objetos -libros, fotos, mapas, monedas, símbolos...- terminarán siendo barridos y alojados en el cesto de la basura, como pasará con la humanidad por el enfrentamiento bélico mundial. A partir de aquí, Horna desarrolla su carrera profesional rodeada de la cultura mexicana. Desde 1944 trabaja corno fotógrafa de la revista Nosotros, aunque sigue realizando reportajes, como Títeres en la penitenciaría o La Castañeda, ambos de 1945. En la revista de la Universidad de México, para la que colaborará de 1958 a 1964, realiza varios trabajos, entre los que destaca Los dulces de de la ciudad (1963). En 1958 pasa a dirigir el departamento de fotografía de la publicación Revista Mujeres. Desde 1962, colabora con los escritores mexicanos Salvador Elizondo y Juan García Ponce en la revista S.nob, donde publica varios cuentos visuales, como Oda a la necrofilia, Impromtu con arpa o Paraísos artificiales. También en esos años hace teatro, fundamentalmente como fotógrafa de las obras dirigidas por el director chileno de origen ruso Alejandro Jodorowsky: La sonata de los espectros (Strindberg, 1961), Penélope (Leonora Carrington, 1961) o La ópera del orden (Jodorowsky, 1962).

Gracias a su amistad con el polifacético Mathias Goeritz, director de la Escuela de Diseño en la Universidad Iberoamericana, Kati Horna pasa a impartir clases de fotografía (1958-1964), labor que continuará en la Escuela de Diseño y Artesanías (1965-1968) y más tarde en el Taller de Fotografía de la Antigua Academia de San Carlos, desde 1973 hasta su muerte. Kati Horna fallece en México en el año 2000.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Sagardía Ramos (1880-1962)

Militar retirado, acogido a la "Ley Azaña", vuelve a enrolarse en el Ejército tras una llamada del general Mola para sumarse al alzamiento al frente de una columna que más tarde sería acusada de la ejecución de 67 civiles

La figura del general Antonio Sagardía Ramos, no sería especialmente destacada si no fuera porque durante su trayectoria militar se dan cita dos hechos históricos relevantes: la supuesta represión que en abril de 1938 ejerció la columna que él capitaneaba -la 62ª División- en la localidad catalana de Sort (Pallars Sobirà), y su asistencia a la reunión celebrada en Berlín entre Ramón Serrano Suñer y miembros del Gobierno del Tercer Reich, en septiembre de 1940.

Antonio Sagardía Ramos nace el 5 de enero de 1880 en Zaragoza, en el seno de una familia de origen vasco-navarro. Comienza la carrera militar desde muy temprana edad, hasta que en febrero de 1921, a punto de cumplir los 42 años, es ascendido a coronel e irá promocionando en la escala de oficiales hasta llegar a general, aunque termina por acogerse a la Ley Azaña. Esta disposición legislativa admite el retiro, con el sueldo íntegro de todos los generales y oficiales que no quisiesen prestar juramento de fidelidad a la  Segunda República. De esta: forma, Sagardía Ramos se retira de la vida militar, trasladándose a tierras, francesas para disfrutar de su condición de civil. Estando en Francia, gozando de un periodo vacacional le sorprende la sublevación del 18 de julio de 1936, Allí recibe un aviso del general Mola para trasladarse a San Sebastián, con la misión de ponerse personalmente en contacto con las guarniciones que están a punto de sumarse al alzamiento nacional. 

"Inmediatamente, se hace cargo de un grupo de voluntarios y soldados para tomar parte en las operaciones de Tolosa y comenzar a organizar la columna, que pasearía su nombre por los frentes castellanos», se relata en el manual Crónica de la Guerra española.

Precisamente, es en los primeros meses del conflicto; cuando proliferan este tipo de columnas o unidades castrenses encabezadas por un alto mando del Ejército, en este caso por Sagardía Ramos: "Un hombre excepcional, con prestigio, se alza y reclama en torno a sí a un puñado de valientes (...). Abundan los adolescentes y hasta los ancianos. El grupo crece pero aún no alcanza dimensiones para formar una unidad compacta; por otra parte, la ausencia de material bélico adecuado impide estructurar en el terreno de la realidad a estos soldados como elementos de combate autónomos", describe el manual.

Sin embargo, tal como explica el profesor de Literatura Peninsular Contemporánea de la Universidad de Edimburgo, José Salval, las razones que motivan la aparición de las columnas militares en la zona republicana son muy distintas a las del lado nacional: "Los civiles se unían a las columnas militares semidesarmadas, no en busca de protección sino simplemente porque aquella era la única ruta para huir. Hostigados por aviones de caza enemigos a los que los soldados sin munición intentaban hacer frente, millares de personas huían del avance franquista, muchos de ellos para no volver más".

Sagardía Ramos se hace cargo de la 62ª División. Al frente de esta unidad, y al poco de comenzar la contienda, el veterano militar despliega todo un ejemplo dé valentía y constancia como la protagonizada en la localidad burgalesa de Lora; donde defiende una: extensión de unos 800 kilómetros con tan sólo 750 hombres a su cargo.

Otra localidad, Alcolea del Pinar, esta vez en Guadalajara, se cruza en el camino de las tropas capitaneadas por Sagardía Ramos, puesto que la denominada como Casa de Piedra sirve para albergar a la columna nacional en su avance hacia los Pirineos.

La Columna Sagardía, que es como se la conoce, "fue dejando de ser yunque para convertirse en martillo. Así pasó a conquistar Fuentes de Ebro y a lanzarse sobre Aragón", como se explica en la colección Crónica de la Guerra española. Desde allí, su ruta continuaría hasta el Pirineo catalán, concretamente hasta la comarca del Pallars Sobirà, situada al norte de Cataluña,

Según un artículo de M. Altamira, recogido por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica el 7 de agosto de 2005, "la represión que las tropas franquistas llevaron a cabo en 1938, bajo las órdenes del general Antonio Sagardía Ramos, fue muy dura. Se tiene conocimiento de la muerte sin  juicio de 67 personas. Son conocidos como los santos inocentes del 38. La mayoría de los fusilados no tenían ningún tipo de vinculación política. Entre ellos había mujeres, niños y ancianos".

Según la autora, "nada indicaba que la represión sería tan cruenta. En esta zona, las represalias ejercidas por la izquierda durante el período revolucionario (1936-37) fueron prácticamente inexistentes. Además, la 62ª División, comandada por Sagardía, no encontró apenas resistencia en su avance por el Pallars". Y concluye: "Los sublevados iban a buscar casa por casa a los que, según sus vecinos, habían apoyado al Gobierno republicano. En la mayoría de los casos, los denunciados eran padres de familia. Las envidias y los litigios entre los vecinos desempeñaron un papel capital en la revelación de los nombres; de los supuestos traidores. Se confeccionaron listas de rojos". 

Los éxitos logrados por Sagardía Ramos durante el conflicto son tales que Franco le asciende a general en plena Guerra Civil, y el 18 de julio de 1956 será condecorado con la Palma de Plata. Sin embargo, algunos autores afirman que hasta 1936 Antonio Sagardía Ramos "sólo se habla destacado en el Ejército como un militar teórico (...). Era un profesor enamorado de las Matemáticas y la Física, como correspondía a su condición de artillero".

Dionisio Ridruejo, en su libro Casi unas memorias, amplía la imagen del general más allá de su dimensión militar: "El general es un soldado de raza gruñón, ásperamente afectuoso, amante de su oficio y nada inclinado al de policía que, de momento, le ha tocado de refilón (en 1940, Antonio Sagardía es nombrado inspector general de la Policía Nacional). No es muy diplomático y su franqueza es, a veces, divertidamente abrupta". Ridruejo y el general se conocieron al coincidir en la visita que realiza Serrano Suñér a Berlín (1940) una vez comenzada la Segunda Guerra Mundial.

En esta reunión queda fijada la política exterior española de neutralidad en el conflicto mundial. La misión del militar fue, según relata Ridruejo, "tomar contacto con las organizaciones de prensa, propaganda y cine del Reich y con sus servicios militares y policíacos".

La expedición que se traslada a Berlín junto a Suñer vuelve a Madrid con la conciencia tranquila de que España no tomará parte de manera oficial en la Segunda Guerra Mundial.

El general de Artillería Antonio Sagardía Ramos fallece en 1962 a la edad de 82 años. 

lunes, 22 de diciembre de 2014

Miguel Hernández (1910-1942)

El entorno campesino y humilde de que procede y la experiencia de la Guerra marcarán toda la obra de este poeta autodidacta que se convierte en uno de los iconos intelectuales de la izquierda española

Acumula en treinta y un años de experiencia vital los sinsabores del trabajo en el campo, la impotencia de una economía exigua que le impide desarrollar a tiempo completo su ambición literaria, el desaliento ante la dureza de la vida que le arrebata de los brazos al hijo primogénito por desnutrición y un périplo de traslados carcelarios que desembocan en una muerte temprana.

Por encima de su obra poética y la faceta propagandística de su prosa miliciana, destaca el hombre que se forja a sí mismo. Un niño pastor, nacido el 30 de octubre de 1910, que quiere escapar a la ignorancia de su entorno humilde cuando comienza a aficionarse a la lectura a su paso por el Colegio de Santo Domingo, donde destaca, según algunos autores, por su extraordinaria receptividad y viveza. Las andanzas de don Quijote, los versos de Garcilaso y los héroes de Virgilio se entremezclan con los obligados paseos por los montes de su tierra natal de Orihuela en busca de pastos para un rebaño de cabras, único sustento familiar. Aunque los jesuítas - ante su talento y afán de superación- quieren financiarle una carrera superior, su padre le reclama para las tareas de labranza. Este freno a su formación académica define mucho mejor su lucha interna que el aparente desfase ideológico entre el catolicismo inicial, heredado de su paso por los jesuítas y reflejado en sus primeras publicaciones de teatro sacro y poesía religiosa en las revistas Voluntad (1930) y Gallo Crisis (1933) de la mano de su alter ego Ramón Sijé, y su posterior; militancia en el Partido Comunista, influido por las amistades, en plena madurez, de Alberti, Pablo Neruda y Vicente Aleixandre, cuando fija  residencia en Madrid.

La quemazón que le desgarra por dentro es la propia de cualquier autodidacta. La inseguridad subyacente de quien se adentra en la esfera intelectual con la ambición permanente de un neófito, pero con la continua sospecha de no merecer el acceso a ese universo culto por carecer de títulos o mentores. Ávido de conocimientos, no quiere renunciar a sus raíces campesinas. Es un poeta que padece el sufrimiento de la gente llana, describiendo carencias y necesidades que comparte, alejado -como diría Michel Foucault- de la posición del intelectual teórico que cae en la "indigna tarea de hablar por otros" sin darse cuenta de que "sólo quien acepta arriesgar su vida por hacer la revolución, merece hablar sobre ella". Cuando Hernández dice: "Me duele este niño hambriento como uno grandiosa espina, y su vivir ceniciento revuelve mi alma de encina./Le veo arar los rastrojos, y devorar un mendrugo, y preguntar con los ojos que por qué es carne de yugo", no sólo describe la explotación de los niños yunteros, sino que habla de su propia infancia, acortada bajo la responsabilidad adulta que conlleva la faena en el campos.

Conocer las penurias de la clase trabajadora en primera persona dota, a sus versos de un tono franco y sincero. En cambio, su prosa propagandística es de menor calado emocional y literario. El lenguaje de su discurso político está puesto al servicio de la divulgación de lemas asequibles a las masas para prevenirlas del fascismo y los "elementos extranjerizantes -Hitler y Mussolini- que quieren invadir España". Alguna de las cabeceras de prensa republicana donde colabora son: Al Ataque, Milicia Popular, Ayuda, La Voz del Combatiente, Acero, Frente Sur, Nuestra Bandera y Pasaremos.

Se alista voluntariamente en el Quinto Regimiento para cavar trincheras y enseguida pasa a ejercer la función de comisario de Cultura en el Batallón El Campesino. Un puesto, más de pensador que de soldado. Transmite conocimientos a los combatientes, los alfabetiza, proporciona consignas de guerra, charlas y recitales de intelectuales antifascistas. Cometido que le llevó a traspasar las fronteras y ver mundo, al emprender un viaje a Moscú, Leningrado y Kiev para asistir al 5º Festival de Teatro Ruso invitado por el Ministerio de Instrucción Pública en 1937. A la vuelta de ese viaje se encuentra con la grata noticia de la publicación de Viento del Pueblo y Teatro de Guerra. Rosario Sánchez Mora, una miliciana conocida con el sobrenombre de Chacha dice respecto a Miguel Hernández -en una entrevista concedida a María Gómez Patiño- que era un hombre de mucha integridad. "Trataba bien a todo el mundo. Era amable, cordial, sosegado, dulce y serio a la vez". En la época que le conoció era comisario de Cultura. "Divulgaba, era un gran divulgador. También iba al frente, pero como era comisario no tenía que ir a disparar. Daba mítines de cultura. Arengaba mucho a los soldados. Luego iba a las trincheras. Le inspiraba para escribir. No sé si por la proximidad de la muerte". Y añade: "Miguel no se manifestaba mucho como político. Nunca supe si perteneció al PCE", A pesar de la incógnita que abre el testimonio de Sánchez Mora respecto a la vinculación del lírico alicantino al Partido Comunista, con el tiempo, la tesis más aceptada es que su mujer, Josefina Manresa, destruyó su carné de afiliación, cuando Ramón Pérez Álvarez, viejo amigo oriolano y compañero de celda, se lo entrega a ella en 1946 en presencia de Elvira Hernández, cuatro años después de su muerte. El dramaturgo y dibujante Buero Vallejo, cuyo retrato de Miguel en la estancia compartida en el penal de Conde de Toreno se ha convertido en icono del poeta por encima de todo documento gráfico, nunca llega a hablar con él de su mllitancia, pero le parece "evidente" que Miguel pertenecía al PCE. Compromiso que, a la hora de definirse tras el alzamiento, le hace apostar por el bando republicano, en gran  medida, tras conocer la muerte de García Lorca a manos de la inquina en los primeros días de la Guerra. Aquello le conmociona hondamente: "Desde la ruina de sus huesos me empuja el crimen con él cometido por los que no han sido ni serán pueblo jamás, y es su sangre el llamamiento más imperioso y emocionante que siento y que me arrastra hacia la guerra".

Seis años más tarde compartirá la misma desdicha que su gran valedor, pues fue Lorca quien le promociona tras la publicación de su primer libro Perito en lunas, en enero de 1933. Cuando El rayo que no cesa impulsa su carrera definitivamente, se instaura el régimen franquista. Intenta huir a Portugal desde Sevilla en la primavera de 1939. Atraviesa el rio Chanza con la maleta en la cabeza y llega a Vila Verde de Ficalho. Allí las autoridades lusas lo interceptan y devuelven al indocumentado a la jurisdicción española, a Rosal de la Frontera, su primera cárcel. Le sueltan y decide regresar a casa. Decisión fatídica, pues una vez en Orihuela lo apresan en el Seminario y lo trasladan a Madrid.

En marzo de 1940 lo condenan a muerte, aunque luego le conmutan la pena por 30 años de prisión. Nerudá intenta ayudarle pero el trasiego de calabozos le provoca una tuberculosis que apaga su voz. No así su palabra: "Cierra las puertas / Echa la aldaba, carcelero. / Ata duro a ese hombre: no le atarás el alma. / Son muchas llaves, muchos cerrojos, injusticias: no le atarás el alma".

viernes, 19 de diciembre de 2014

Carrasco i Formiguera (1890-1938)

Político catalán con una dilatada carrera, participa en el Pacto de San Sebastían, en el Gobierno de la Generalitat presidido por Macià y en la defensa del Estatuto de Nuria, y acabará siendo fusilado por orden de Franco

Al grito de “¡Viva Cataluña libre!”  Manuel Carrasco i  Formiguera es ejecutado el 9 de abril de 1938, como respuesta de Franco a una noticia publica­da en L'Osservatore Romano donde el político catalán condena los bombardeos nacionales sobre la ciudad de Barcelona que, según el diario del Vaticano, han cau­sado la muerte a cientos de inocentes.

Un año antes, el 5 de marzo de 1937, cuando emprende su viaje de vuelta con su familia desde Francia en el vapor Galdanes, es apresado por el buque Canarias. Carrasco i Formiguera es enviado al penal de Burgos, mientras que su mujer y seis de sus ocho hijos que viajaban con él son trasladados a otras prisiones.

Doctor en Filosofía y Letras, nace en Barcelona en 1890. Es en la Ciudad Condal donde se especializa en Derecho Mercantil y llega, incluso, a impartir clase de esta materia en la Alta Escuela de Estudios Comerciales de la Mancomuni­dad de Cataluña. Tras unos años dedicado a la docencia, en 1928 publica una obra de divulgación llamada Normas del comerciante.

Ya como director del periódico L´estevet, semanario nacionalista con gran éxito entre la juventud catalana, se decreta su ingreso en la prisión de Burgos durante seis meses, tras el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera -13 de septiembre de 1923-. El motivo no es otro que la publicación de unas caricaturas contra la actuación militar española en Marruecos.

Posteriormente, Carrasco i Formiguera es confinado a una prisión en Tamarit de Llitera (Aragón), al negarse tanto él como sus compañeros de la Junta Jurídica catalana a dejar de editar la Guía Jurídica de Cataluña, para la que colabora.

Tras este periodo, sigue ejerciendo su lucha contra la Dictadura desde la clandestinidad, colaborando con publicaciones como Cataluña comercial, La Rambla de Cataluña y El Temps.

Pero si por algo destaca Carrasco i Formiguera es por su dilatada carrera política.

A los 30 años es elegido concejal del Ayuntamiento de Barcelona por la lista de la Lliga Regionalista. Militante desde su juventud en los movimientos catalanistas, se incorpora al partido Acción Catalana (1922), fundado por los políticos Rovira i Virgili y Nicolau d'Olwer, con una doctrina más progresista y radical que las Juventu­des de la Lliga, grupo del que se escinden.

Como portavoz de este partido, participa en agosto de 1930 en el Pacto de San Sebastián -acuerdo por el cual se consti­tuye un Comité revolucionario, presidido por Niceto Alcalá Zamora, que funcionaría como Gobierno provisional de la Segunda República-.

Cuando el 14 de abril de 1931 se pro­clama la República, pasa a formar parte del recién creado Gobierno catalán, cons­tituido por Francesc Macià, primero como consejero de Comunicaciones, y luego en Sanidad y Beneficencia.

Posteriormente, en julio de ese mismo año, es elegido diputado por la provincia de Gerona. Ya en Madrid, destaca por su defensa del Estatuto de Nuria (1931) -aprobado un año después por referéndum y donde se reconocía el derecho a la auto­determinación y al catalán como lengua oficial- así como por la especial atención que presta a la Iglesia católica y a distintas congregaciones religiosas.

Las diferencias con su partido, a raíz de la cuestión religiosa, le hacen abandonarlo e incorporarse a Unión Democrática de Cataluña, partido del que llega a ser uno de sus más relevantes dirigentes.

Tras el alzamiento nacional del 18 de julio de 1936, y el consiguiente golpe falli­do de Manuel Goded en Barcelona, Carrasco i Formiguera se mantiene fiel a la República y a la Generalitat. Consigue el cargo de asesor jurídico de la Consejería de Finanzas del Gobierno de Cataluña, y con el nombramiento de Tarradellas como coriseller en cap (septiembre de 1936), su actividad se intensifica. Según Josep M. Bricall, su papel como asesor es muy significativo, llegando incluso a acompañar a Tarradellas a París para redactar el contrato de compra de una fábrica que se instala en Cataluña,
Al considerar que su condición de cató­lico practicante puede llegar a ponerle en peligro, decide trasladarse a Bilbao como delegado del Gobierno catalán en el País Vasco, ya que es amenazado de muerte por los anarquistas desde el periódico Solidaridad Obrera.

Tras una primera estancia en Bilbao, de diciembre de 1936 a febrero del año si­guiente, regresa a Barcelona para dar al Gobierno cuenta de su misión, recibir nue­vas instrucciones y preparar el viaje con su familia.  Al llegar al aeropuerto del Prat, unos milicianos le reconocen y tiene que huir a Francia, donde días después se reúne con su mujer e hijos. Tras emprender el viaje de vuelta desde Bayona, son cap­turados por el buque Canarias, apostado en: las costas guipuzcoanas. Reconsideraron la opción de establecerle en Francia: Tarradellas, incapaz de garanti­zar su seguridad en España, le propuso instalarse en Perpignan o Toulouse para seguir trabajando para la Consejería, pero Carrasco declinó la oferta argumentando que “no quería vivir como tantos otros, entregado a la buena vida bajo el pretex­to de estar realizando importantes misio­nes para la República”. Su admiración por el pueblo vasco, sobre todo por su capaci­dad para impedir la persecución religiosa que tanto se sufría en Cataluña, fue lo que le llevó finalmente a aceptar la misión.

La importancia que Manuel Carrasco i Formiguera tiene para el bando sublevado, y en: especial para Franco, llega a enten­derse cuando se conoce que su familia es canjeada por la del general nacional López Pinto. Su sentencia de muerte se firma el día 28 de agosto de 1937, y la orden de cumplimiento el 8 de abril de 1938, y el sábado de Pascua, 9 de abril, es fusilado.

De nada le sirvió su catolicismo y su defensa de la Iglesia en las Cortes durante la II República Tampoco causaron el más mínimo efecto las peticiones de perdón por parte de numerosos eclesiásticos próximos al régimen de Franco.

Anteriormente se ha negociado con Mariano Ruiz Funes, embajador de la República en Bruselas, el canje de Carrasco i Formiguera por 10 ofi­ciales nacionales apresados. Pero cuando el ministro de Estado por entonces, el ex presidente José Giral, recibe esta propuesta por vía del embajador, Carrasco i Formiguera ya ha sido fusilado. Durante su estancia en prisión, tanto el Vaticano como una serie de grupos católicos luchan por impedir su ejecu­ción, pero es inevitable. Acompañado en sus últimos momentos por el jesuíta Ignacio Romaña, éste da cuenta de que Carrasco i Formiguera escribe a Lluís Companys para pedirle que bajo ningu­na circunstancia se tomen represalias por su muerte.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Manuel Machado (1874-1947)

Eclipsado por la figura y obra de su hermano Antonio y por su estrecha colaboración con el bando nacional, el mayor de los Machado se alza también como un gran poeta y escritor durante la Guerra Civil española

Su adhesión al bando rebelde tras el 18 de julio condenó a Manuel Machado al olvido de la Historia de la literatura. Recordado siempre a la sombra de su hermano Antonio y bajo el apelativo de el malo de los Machado, décadas después del fin de la contienda son muchos los que apuntan que su apoyo al bando franquista se debió, más que a una decisión reflexionada, a un intento de supervivencia ante las circunstancias adversas.

Sea como fuere, lo cierto es que nunca antes del estallido de la Guerra Civil había mostrado Manuel Machado su filiación por el falangismo. Más bien al contrario, a lo largo de su vida había manifestado en numerosas ocasiones su defensa en la democracia liberal y su republicanismo, si bien es cierto que nunca se adhirió a una corriente política concreta, estableciendo una apreciable evolución ideológica a lo largo de su vida.

Nace en Sevilla el 29 de agosto de 1874 y muestra desde muy pronto una especial preocupación por lo popular; una característica probablemente heredada de su padre, el importante folclorista Antonio Machado Álvarez.

En su traslado a Madrid, junto al resto de su familia comienza a frecuentar la intelectualidad de la época y pronto se verá conquistado por la bohemia de fin de siglo, que encaja a la perfección con su espíritu romántico. La pasión por la escritura ya se ha generado en su interior y, alrededor de 1893, comenzará a trabajar como crítico en algunas publicaciones periódicas y a frecuentar tertulias y cafés. Sus primeros poemas datan también de esta época y poseen un marcado acento melancólico, lo mismo que sus colaboraciones, que siguen mostrando una nítida preocupación por lo popular.

Tras una breve estancia en Sevilla, donde concluirá sus estudios de Filosofía, Manuel Machado viaja por primera vez a París en 1899. Ahí desarrollará aún más la vida bohemia conocida en Madrid, entablando amistad con Oscar Wilde o Rubén Darío y traduciendo fervorosamente a Verlaine, Manuel Machado responde perfectamente al prototipo de poeta modernista, amante de la libertad.

Sin embargo, a su vuelta a España irá abandonando progresivamente este estilo de vida para abrazar una cierta estabilidad. Primero, a través de su matrimonio con Eulalia Cáceres, y más tarde obteniendo una plaza en el cuerpo de archiveros, bibliotecarios y arqueólogos del Estado. Además, es ésta una época en la que Manuel ve ampliamente reconocida su poesía. Después de la edición de Alma, museo y cantares -que supone su lanzamiento definitivo-, publica entre otras obras Apolo. Museo pictórico o Cante Hondo, su mayor éxito, del que logra vender miles de copias en el primer día de su puesta a la venta.

Manuel Machado es ya en la primera década del siglo XX un poeta reconocido y brillante, que ha aceptado totalmente su vida burguesa. Sin embargo, eso no significa una posición ideológica conservadora. En Día por día. De mi calendario, una obra que recoge sus colaboraciones diarias en el periódico El Liberal, Machado se muestra absolutamente antigermanista y partidario de la democracia liberal, desechando también la recién triunfante Revolución Rusa.

El apoyo a la huelga llevada a cabo por los impresores de El Liberal, que solicitaban mejoras salariales y laborales, le lleva, poco tiempo después, a romper su relación con el diario y a crear, junto a otros editores, La Libertad; una actitud en la que muchos creen apreciar un cierto socialismo. Sin embargo, otros aducen que más bien se debe a su formación ética en la Institución Libre de Enseñanza y a su romanticismo y rebeldía naturales.

La posición ideológica de Manuel Machado se mostrará, sin embargo, más ambigua durante la dictadura de Primo de Rivera, al aceptar los favores profesionales del dictador, que le nombra jefe de Investigaciones Históricas y director de la Biblioteca y Museo municipales de Madrid. Con todo, no puede decirse que la aceptación de la Dictadura por parte de Machado fuera total ya que, en estos años, creará junto a su hermano Antonio la obra La prima Fernanda, crítica al Gobierno dictatorial,

Una vez instaurada la República en 1931, se declarará, al igual que su hermano Antonio, un "republicano convencido", aunque poco a poco irá virando hacia posturas algo más conservadoras. En 1934 es expulsado de La Libertad por sus críticas a las instituciones. Abatido, a partir de entonces, Manuel abandonará sus colaboraciones en los diarios y retomará su vida de tertulias, volviendo a prestar más atención a la poesía.

Cuando se produce el estallido de la Guerra Civil española, el 18 de julio de 1936, Manuel Machado se encuentra, en Burgos junto a su esposa. Ambos habían viajado allí para celebrar el cumpleaños de su cuñada y, aunque tratan de regresar a Madrid, el golpe de Estado ha cortado ya todas las comunicaciones con la capital. Según parece, sus primeros momentos en Burgos son convulsos. Algunos apuntan que estuvo encarcelado durante un breve periodo de tiempo a causa de la desconfianza que provocaba el apellido Machado y que pasó algunas dificultades económicas.

Según recoge el historiador Pablo del Barco, el caos político se unió al personal del escritor, quien estaba muy desengañado con la situación del país. Esto, unido al temor de ser encarcelado, contribuiría a su decisión de ponerse del lado alzado.

Su apoyo a la rebelión irá haciéndose paulatinamente más y más patente. Así, comienza a trabajar como articulista de la prensa nacional para obtener poco después el carné de Prensa y Propaganda y ser reconocido como colaborador de FET y de las JONS desde la creación del partido único. Son claros sus esfuerzos para obtener una buena posición en el nuevo régimen, reconocidos cuando en 1938 entra en la Real Academia Española, en una maniobra que permitía un golpe de efecto social al incluir a un Machado en la institución,

A partir de entonces, cultiva Manuel Machado la poesía política, loando las hazañas bélicas de las tropas rebeldes, la figura de Franco o, incluso, a su hija Carmen, En estas composiciones, que distan mucho de sus creaciones anteriores en cuanto a estilo, muchos quieren encontrar una burla sutil al régimen, lejos del servilismo que aparentemente manifiestan.

Sea como fuere, lo cierto es que Manuel continuará, al menos hasta la retirada de sus cargos oficiales en 1943, como una figura destacada dentro de la intelectualidad del franquismo. Colabora en varios diarios y prosigue con las tertulias, aunque éstas se encontraban prácticamente diezmadas, para cultivar, en los últimos años de su vida, una poesía de tono religioso. Fallece el 19 de enero de 1947 de una bronconeumonía.

lunes, 15 de diciembre de 2014

Indalecio Prieto (1883-1962)

Periodista y líder del PSOE, ocupa diversos cargos en los gobiernos en los que participa, convirtiéndose en el "gran" dirigente socialista en el exilio tras su salida de la cartera de Defensa del Ejecutivo de Negrín en abril de 1938

"Sin ellos yo no hubiera salido de la apacible vida de Oviedo, no habría cambiado un ambiente tranquilo por una atmósfera tempestuosa, no habría bailado la zarabanda revolucionaria que me tocó danzar". Con estas palabras Indalecio Prieto dedica un pequeño homenaje a los miembros del Circo Ferroni, hospedados en la pensión que su madre había rehabilitado en su casa de la capital asturiana. Sin duda, como escribiría años mas tarde, es el contacto con los circenses lo que abre los ojos al mundo obrero al que fuera ministro del Aire y de Marina en los gobiernos de Largo Caballero, y de Defensa Nacional en el Ejecutivo de Negrín, hasta su exclusión del Gabinete en abril de 1938.

Indalecio Prieto Tuero nace el 30 de abril de 1883, en Oviedo. La posición de su padre, Andrés Prieto Alonso, funcionario excedente de Hacienda y empleado en el Ayuntamiento de Oviedo, permite a su familia formar parte de la pequeña burguesía instalada en la capital asturiana. El padre, 23 años mayor que la madre, Constancia Tuero Vega, fallece cuando Prieto apenas cuenta con cinco años de edad, y la familia entra de lleno en una decadencia económica. Es por ello por lo que la madre decide abrir una pensión en su casa, y realquilar las habitaciones a los viajeros que van de paso. Aun asi, el clan Prieto sigue buscando la estabilidad económica, trasladando su residencia a distintas ciudades como Palencia, Santander o Bilbao. Es en esta última ciudad donde Indalecio Prieto tiene su primer contacto con el mundo socialista, ya que les toca vivir junto al centro obrero y, según cuenta el propio Prieto, allí tiene la posibilidad de "oír los himnos vibrantes del orfeón socialista, prestar atención a las peroraciones en los mítines y escuchar los debates de las asambleas. Aquella fue mi cátedra de sociología".

Prieto ingresa en el Partido Socialista cuando aún es un niño. Ya había intentado acceder anteriormente, pero tiene que esperar un tiempo tras su paso por el calabozo por unas revueltas callejeras; que más tarde tildara de "chiquilladas". Se le deniega el ingreso por no haber cumplido los 16 años. En cuanto los cumple, en 1899, se afilia al PSOE. Su fidelidad al Partido Socialista continúa hasta su muerte, pero en el seno del partido su actitud fue permanentemente crítica. En su artículo Confesiones y rectificaciones -posterior a la Guerra Civil, ya en México- escribe: "Sigo siendo socialista por sentimiento, (aunque) no comparto, en su integridad, todas las teorías socialistas y menos aún todos los fundamentos, supuesta o realmente científicos de ellas (...) no me he arrepentido nunca de militar donde milito. El arrepentimiento, de existir, me habría empujado hacia otras filas que pudieran estar más en consonancia con mis ideas personales. Nunca encontré ni busqué esas agrupaciones".

En 1903, el socialista Tomás Meabe funda las Juventudes Socialistas en Bilbao y Prieto entra a formar parte de la Ejecutiva, además de ser vocal de la agrupación socialista local. En este tiempo, Indalecio Prieto comienza a destacar como periodista. Tras trabajar como vendedor de diarios, lapiceos y cerillas, se pone a taquigrafiar en el periódico de Bilbao La Voz de Vizcaya, y a los pocos años en El Liberal, un periódico al que estará ligado el resto de su vida, y del que llegará a ser propietario, convirtiéndose en una de las voces más relevantes del periodismo en España.

Su incipiente ceguera -tildada por muchos como la causa de su fuerte pesimismo- no le hace cesar en su prolija tarea de articulista. En uno de sus textos periodísticos, de agosto de 1941, recogido en el volumen Palabras al viento, escribe: "Yo soy, ante todo, periodista. Lo soy por vocación arraigada y por profesión verdadera. La política ha sido en mi vida un accidente -largo, desde luego, porque actué en ella 30 años-; pero data de más lejos el comienzo de mi oficio de periodista que, además, nunca dejé de ejercer durante ese periodo tan turbulento que, arrancando de 1911, al ser yo elegido diputado provincial de Vizcaya, parece extinguirse ahora". Y así fue, en 1910 se distingue en la huelga general bilbaína y un año más tarde ocupa su primer cargo público de representación al ser elegido diputado provincial.

En 1917, Indalecio Prieto es requerido por Pablo Iglesias, fundador de PSOE y UGT, para encabezar la huelga general de agosto de ese año. Tras estos acontecimientos, Prieto comienza a destacarse como un político activo, un gran orador con un fuerte carácter: "A mí me encanta el jaleo, señores diputados, y si hay deseos de alboroto, encantado de la vida", llega a decir; incluso se comenta que con varios diputados llega a las manos en alguna sesión plenaria. De lo que también es tachado durante toda su vida es de pesimista, en muchos casos, por su oposición a los miembros de su propio partido.

En abril de 1923, Prieto es procesado a causa de un discurso que da en el Ateneo de Madrid en el que según sus palabras: "Me ensañé con Alfonso XIII", pero vuelve a ser elegido diputado por Bilbao. En septiembre de ese mismo año, con la dictadura de Miguel Primo de Rivera, Prieto se niega en redondo a aceptarla y se opone así a una de las facciones del propio Partido Socialista -en este momento comienzan sus diferencias con Largo Caballero- y por eso, un año más tarde dimite del Comité Ejecutivo del PSOE. Para el historiador Edward Malefakis, Prieto "fue uno de los pocos socialistas que después de la caída de (Miguel) Primo de Rivera pudieron participar inmediatamente y sin reservas en la lucha por derrocar la Monarquía".

Con la dimisión de Miguel Primo de Rivera -el 28 de enero de 1930- la situación política comienza a tensarse. El 17 de agosto de 1930 se firma el Pacto de San Sebastián, donde 15 republicanos acuerdan la reinstauración de la República. El PSOE prefiere mantenerse al margen, sin embargo, Indalecio Prieto actúa por libre y firma el Pacto a título personal. El 14 de abril de 1931 se proclama la Segunda República y Prieto es nombrado ministro de Hacienda del Gobierno provisional para ocho meses más tarde pasar a ocupar el cargo de ministro de Obras Públicas. En este tiempo consigue estabilizar la peseta, planificar numerosas obras hidráulicas, modernizar los transportes públicos... de tal modo que hasta sus propios adversarios llegan a elogiarle. José María Gil Robles dijo de él: "Con espíritu de burgués y palabra de agitador, autodidacta por esencia y argumentador habilísimo, constituía un serio contrincante, frente al que podía resultar irreparable cualquier descuido. En el campo de la izquierda no hubo figura que ni de lejos se le acercase"

Durante los gobiernos de Lerroux, Prieto participa en la radicalización del PSOE e interviene en los sucesos revolucionarios de Asturias, en octubre de 1934. Sin embargo, tras la Revolución se refugia en Francia y desde allí se arrepiente de su actuación y comienza a situarse en un lugar menos revolucionario y más moderado de su partido. "Me declaro culpable ante mi conciencia, ante el Partido Socialista y ante España entera. Lo declaro como culpa, como pecado, no como gloria". Esta nueva postura, más centrista, le hace ir perdiendo poder en el partido, los desacuerdos son cada vez mayores y Largo Caballero comienza a dominar en las bases del partido y en la UGT. Prieto quiere lograr acuerdos políticos con otras fuerzas frente al aislacionismo que defiende su partido, y por todo esto, cuando vuelve del exilio francés, se encuentra enfrentado no sólo a Largo Caballero, sino también a la UGT y al grupo parlamentario socialista. Prieto cree en la viabilidad del socialismo y en que, a través de él, y sin caer en posturas radicales, se puede hacer un buen gobierno. Salvador de Madariaga escribirá de él en su libro España: "Era partidario de una política evolutiva, en cordial colaboración con los republicanos sinceramente deseosos del progreso de España". Para muchos historiadores, el enfrentamiento entre príetistas y caballeristas impidió la cohesión dentro del partido y fue una de las causas del fin de la República.

Tras las elecciones de febrero de 1936 y el triunfo del Frente Popular, vuelve a ser elegido diputado. Se dice que junto a Manuel Azaña forma parte de la maquinaria que produjo la destitución del presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora. Ambos presentan una proposición a las Cortes, que finalmente se aprueba, alegando que el presidente ha infringido la Constitución porque ha disuelto el Parlamento tres veces y la ley sólo le autoriza a hacerlo en dos ocasiones. Alcalá Zamora se niega a abandonar su puesto y el clima político español cada vez se encuentra más enrarecido. Se empieza a hablar de la posibilidad de un golpe militar e incluso se barajan nombres.

Famoso es el mitin de Indalecio Prieto el 1 de mayo de 1936, en Cuenca, en el que ya vaticina el levantamiento militar: "No podemos negar (...) que entre los elementos militares existen fermentos de subversión deseosos de alzarse contra el régimen republicano (...), el general Franco, por su juventud, por sus dotes, por la de sus amistades en el Ejército, es hombre que, en momento dado, puede acaudillar con el máximo de posibilidades un movimiento de este género". El 17 de julio de 1936, Indalecio Prieto habla en la radio haciendo una llamada a la concordia, al entendimiento entre todos los españoles y habla de una Guerra duradera, costosa y sangrienta.

Durante el conflicto, Prieto ocupa la cartera del Aire y Marina en los gobiernos que preside Largo Caballero y, en mayo de 1937, es nombrado ministro de Defensa Nacional por Negrín; pero en ambas ocasiones se queja de lo limitado que se encuentra en sus puestos. A pesar de ello, Prieto está muy bien reconocido en el mundo democrático, como argumenta el historiador Gabriel Jackson: "El presidente Roosevelt, por sus simpatías personales y por su política interna, se inclinaba más por Giral, Azaña y Prieto que por los generales insurgentes". Finalmente, su ideología -contraria a la de la mayor parte de su partido- es el motivo que provoca su salida del Ministerio de Defensa: "Por negarme a obedecer mandatos de Moscú, me expulsó Juan Negrín el 5 de abril de 1938 del Gobierno que él presidía y en el cual desempeñaba yo el Ministerio de Defensa Nacional", argumenta años después.

A finales de 1938, Indalecio Prieto viaja a Chile para presenciar la toma de posesión de Pedro Aguirre Cerda como presidente de la República chilena. Es el inicio de su exilio. Prieto se queda en Argentina y Uruguay haciendo propaganda, y termina marchando a México. Allí se encuentra cuando se produce el derrumbamiento final de la República. Se queda allí, porque desde España le piden que gestione la entrada de los expatriados. Es en este momento cuando se produce un capítulo controvertido en la vida de Prieto. Según cuentan algunos autores, el político se beneficia del botín que se almacenaba en el yate Vita, que llegó al puerto de Veracruz. Prieto escribe -sin embargo- que no sabía nada del cargamento del yate, y, a juzgar por su modesto modo de vida en México, es bastante creíble. Durante sus años en el país azteca, colabora con la revista Siempre, la publicación Mañanana y el diario Excelsior.

En el exilio, desde el fin de la Guerra Civil, Prieto se convierte en el gran dirigente socialista a pesar de sus enfrentamientos con Negrín y con otros dirigentes del partido. Según explica Manuel Tuñón de Lara, "la posterior ausencia de entendimiento entre Indalecio Prieto y Juan Negrín, dos grandes emotivos, fue la desgracia no sólo para la democracia, sino para España entera". 

Y es que Prieto siempre se ha declarado profundamente español: "Siento a Esoaña dentro de mi corazón y la llevo hasta el tuétano mismo de mis huesos. Todas mis luchas, todos mis entusiasmos, todas mis energías, derrochadas con prodigalidad que quebrantó mi salud, los he consagrado a España", dice. Los que le conocieron no dudan en afirmar que, a pesar de su constante pesimismo ante la idea en general y ante el futuro de España en particular, fue uno de los mayores pensadores, políticos y periodistas de la Historia reciente de España. Así lo expresa el escritor Emilio Alarcos Llorach en el prólogo del libro de Jesús García Pérez-Bances, Indalecio Prieto. Antología. Comentarios. Ideario. Aspectos. Vida, de 1983: "Nadie sabe a ciencia cierta lo que Prieto representó en la Historia española de este siglo. A lo sumo, algunos tienen una vaga idea de su papel relevante en la Revolución asturiana del 34 o se acuerdan de la jocosa designación como el tubo de la risa de su proyecto de los enlaces ferroviarios madrileños (...). Prieto no puede reducirse a ese par de datos. Su sincera y consecuente carrera política, su honradez en la administración del bien común, su equilibrio ente teoría utópica y práctica concreta, la solidez de su personalidad humana conseguida a golpes de esfuerzo, tesón e inteligencia, su penetrante acuidad al juzgar el presente y el futuro de la patria y arbitrar posibles soluciones, no pueden condenarse fácilmente en un esquema claro que valga como ejemplo todavía útil de lo que hay que hacer en nuestro país».

Indalecio Prieto muere en México el 12 de febrero de 1962. Acababa de asistir a una corrida de toros y de escribir el que sería su último artículo periodístico cuando se sintió indispuesto. Cuentan que se despidió del médico que fue a verle y éste le dijo: "No me voy aún", a lo que Prieto respondió: "Lo sé, el que se va soy yo".

sábado, 13 de diciembre de 2014

Wilhelm Canaris (1887-1945)

Jefe del servicio secreto del Reich y pieza clave en el envío de la Legión Cóndor a España, su postrera hostilidad hacia Hitler hace que encabece un complot de asesinato contra el 'Führer' que le llevará a la horca

A pesar de todas las vicisitudes que afronta a lo largo de su vida, y que le llevan a pasar de ser grumete de barco a máximo responsable del servicio secreto militar alemán, a Wilhelm Canaris se le recordará como uno de los organizadores del intento de asesinato a Hitler de 1944. Precisamente, las acusaciones por participar en esta intriga le llevarán a ingresar en uno de los campos de exterminio que él mismo intentó eliminar.

En la historia particular de Canaris encontramos tres puntos clave cuya unión da como resultado la figura de un almirante al servicio del movimiento nazi que no tarda en ser consciente de las atrocidades que se están cometiendo y a las que, dentro de sus posibilidades, intenta poner fin hasta el punto de llegar a decir: "Muero por mi patria. Tengo la conciencia clara. Hice solamente mi deber al país cuando intenté oponerme a la locura criminal de Hitler".

El primer acontecimiento que marca la personalidad de Canaris (Aplerbeck, 1887) es su ingreso en la Marina, en 1905, como grumete del crucero Bremen que le lleva a conocer la zona de Suramérica. Su siguiente destino le permite enrolarse en el crucero Dresden. Estando en este buque le sorprende el estallido de la Primera Guerra Mundial. Al año siguiente y tras sufrir un amotinamiento por su propia tripulación, Canaris es apresado y trasladado a la isla Quinquina (Chile). Gracias a los agentes de la embajada alemana consigue un salvoconducto -y una falsa identidad- y abandona su encierro para trasladarse a la ciudad de Buenos Aires. Una vez allí, regresa a  Alemania. Ello le supone su ascenso a capitán y el reclutamiento, por parte del Servicio de Inteligencia alemán, que decide enviarlo a la embajada alemana en España durante un año. Durante esta estancia conserva su nombre falso -Reed Rosas- y luce un aspecto físico más parecido al latino que al alemán.

España no es un país ajeno y desconocido para Wilhelm Canaris. Ya en 1926, como representante comercial de una empresa dedicada a la construcción y comercialización de submarinos, se traslada a la Península con la intención de convencer al Gobierno español en la compra de los aparatos. Tras la visita de Canaris, los dueños del astillero Echevarrieta viajan a Berlín para conocer la experiencia y el desarrollo de la industria alemana.

En 1935, en reconocimiento a su labor como responsable del aparato naval del Ejército alemán y a sus habilidades como espía, le nombran almirante y jefe del Servicio de Inteligencia del Estado Mayor alemán (Abwehr). Bajo su cargo, este organismo adquiere una gran eficacia.

Al año siguiente, y ya con la Guerra Civil empezada, la península Ibérica vuelve a cruzarse en el camino de Wilhelm Canaris. En octubre de 1936, Hitler le encarga "que convenciese a Franco para que aceptara el envío de una unidad aérea alemana que contrarrestara la cada vez más importante ayuda material y humana extranjera (soviética) que la República estaba recibiendo", tal y como apunta Raúl Arias Ramos, en su libro La Legión Cóndor en la Guerra Civil. El encuentro entre el almirante y el oficial nacional tiene lugar en el cuartel general de Franco en Salamanca. En la reunión, Canaris insiste en lo beneficioso que sería para España "recibir un mayor apoyo por parte de Alemania e Italia", añade Arias Ramos.

Según el autor, Franco duda en un primer momento en aceptar la propuesta; sin embargo, la aclaración de Canaris de que "la intención de su Gobierno no era ni mucho menos exigir compensaciones territoriales por la ayuda que le estaba ofreciendo" sino económicas, termina por convencer al Generalísimo. De esta reunión, sale la creación de la unidad aérea alemana conocida como Legión Cóndor, el 30 de octubre de 1936. Este cuerpo estará formado por voluntarios de las fuerzas aéreas nazis, y dividido en cuatro escuadrillas de 12 aviones cada una. Junto a la Legión Cóndor marchan como apoyo unidades auxiliares, entre las que destacan las secciones de proyectores, destacamentos de transmisiones, unidades de detección tierra-aire, unidades de ambulancias, compañías de señales y destacamentos de motoristas.

El proyecto puesto en marcha por Hitler y Franco, con Canaris como intermediario, resulta un gran acierto para el bando nacional ya que durante la Guerra la Legión Cóndor participa de forma muy activa junto a las fuerzas aéreas franquistas, hasta el punto de atribuir a esta unidad el derribo de 296 aviones republicanos.

Mientras, Canaris continúa con su trabajo dentro del Servicio de Información a pesar de las malas relaciones que mantiene con Heinrich Himmler, jefe de la policía política del Reich (Gestapo). En esos años, asiste a la matanza de cientos de civiles en Polonia. La impresión que le causan las masacres le mueve a expresar su oposición a altos cargos militares alemanes. Según recoge Louis Bülow, en su obra El Holocausto: crímenes, héroes y villanos: "El Vaticano comenzó a recibir informes regulares y detallados sobre las atrocidades nazis en Polonia. La información había sido recopilada por los agentes del Abwehr por orden de Canaris".

Bülow señala que Canaris realiza grandes esfuerzos por evitar algunas masacres, como la vez que se reunió con Himmler para impedir que siete judíos fuesen enviados a un campo de concentración.

La salida de Canaris del Abwehr se produce en 1944 de una manera que aún hoy sigue siendo motivo de polémica, ya que se desconoce cuánto tuvo que ver en su marcha su creciente oposición al régimen de Hitler y a las matanzas en los campos de concentración, y cuánto a la animadversión con Himmler.

A esta historia de espías le falta el componente principal: la gestación de un asesinato. En este caso, se trata del homicidio del propio Führer. Según recoge César Vidal, "el plan preveía no sólo la muerte del Führer sino también la del jefe supremo de las SS, Heinrich Himmler, y la del mariscal Göring, que era el sucesor de Hitler en la cadena del poder. Pronto quedó de manifiesto que el proyecto de matar a los tres jerarcas a la vez era irrealizable y los conspiradores decidieron centrarse en acabar con la vida de Hitler que era, indudablemente, el enemigo principal (...). Finalmente, el 20 de julio de 1944 Stauffenberg logró introducir un artefacto explosivo en una de las salas de conferencias del cuartel general del Führer, la denominada Guarida del lobo, en Rastenburg, Prusia Oriental (.,.). Sin embargo, como en otras ocasiones anteriores de su vida, la suerte salvó del desastre al dictador".

Wilhelm Canaris es acusado de estar detrás del complot, y en julio de 1944 es arrestado y confinado en los sótanos de la Gestapo, donde permanece encadenado en solitario. Trasladado al campo de concentración de Flosserberg, y tras pasar allí varios meses, en 1945 es colgado y su cuerpo abandonado para su descomposición final.

jueves, 11 de diciembre de 2014

El General Martínez Anido falleció en la madrugada del sábado

Por disposición del Caudillo, se tributarán al cadáver honores de Capitán General 

Valladolid. 25- Después del boletín médico de la tarde del 23, el general Martínez Anido empeoró en su enfermedad, subiendo la temperatura hasta llegar a 40 grados. 

Poco antes de las diez de la noche llamó a sus secretarios con quiénes habló de asuntos relacionados con el Patronato Nacional Antituberculoso, y apertura de nuevos Sanatorios. 

A la una y media de la madrugada aumentó la gravedad y a las dos menos cuarto se le administró la Extromaución. 

A partir de este momento el señor Martínez Anido conservó la lucidez con intermitencias, y a las cuatro entró en la agonía que duró hasta las nueve menos diez, hora en qué expiró: Poco antes de entrar en el período agónico llamó a sus familiares, despidiéndose de todos, diciéndoles: 

- Adiós. Esto se acaba, porque ya veo a Dios. El cadáver fue amortajado con el uniformé de teniente general del Ejército. 

Inmediatamente se instaló la capilla ardiente, velando los restos del general Martínez Anido fuerzas de la Guardia Civil y de Seguridad, que formaban su escolta.

El cadáver ha sido embalsamado.

A las doce de la mañana celebró la primera misa en la capilla ardiente un sobrino del finado. 

Al conocerse la noticia de la muerte del señor Martínez Anido, numerosas personas se trasladaron a la residencia del finado para dar el pésame a la familia.

Muchas casas lucen colgaduras con crespones negros y en el ministerio so colocó la bandera a media asta. Los pliegos colocados en el vestíbulo del ministerio se cubren rápidamente de firmas, y se reciben millares de tarjetas y telegramas de pésame de toda España. 

HONORES DE CAPITÁN GENERAL 

Burgos, 2. El Jefe del Estado ha firmado un decreto, en el cual dice que para recompensar los muchos y buenos servicios prestados a la Patria por el general Martínez Anido, se concederán a sus restos los honores de capitán general del Ejército en plaza que estuviera mandando como jefe.

TESTIMONIOS DE PÉSAME 

Burgos, 23. En la Vicepresidencia del Gobierno se reciben millares de telegramas, de pésame, con motivo de la muerte del general Martínez Anido. Todos ellos constituyen sentidos testimonios de afecto y recordación para el finado ministro de Orden Público. 

MISAS EN LA CAPILLA ARDIENTE 

Valladolid, 2. Durante el día de hoy se celebraron varias misas en la capilla ardiente donde se halla el cadáver del general Martínez Anido.

El arzobispo de Valladolid estuvo personalmente en el domicilio del finado para dar el pésame a la familia. También estuvo el general Saliquet para testimoniar el pésame en nombre del Generalísimo

MAS PRUEBAS DE CONDOLENCIA 

Burgos, 25. En la Vicepresidencia del Gobierno continúan recibiéndose numerosos telegramas de pésame con motivo del fallecimiento del general Martínez Anido

Entre los despachos recibidor figura uno muy expresivo del Jalifa y otro del Alto Comisario de España en Marruecos. 

También se han recibido despachos de varios prelados, autoridades civiles y militares, corporaciones y entidades económicas y culturales y personajes de todas las clases sociales que representan toda la vida de la España Nacional, prueba del sentimiento que ha causado la desaparición de tan prestigiosa figura. 

SENTIMIENTO EN SEVILLA 

Sevilla, 2. La muerte del capital donde gozaba de la general Martínez Anido, causó en esta ciudad gran sentimiento pues era muy conocido en esta capital, donde gozaba de la general estimación.

Se han enviado numerosos telegramas de pésame a la familia y al Jefe del Estado. Se recuerda que en pleno verano hizo un viaje a Sevilla para visitar los sanatorios antituberculosos de la provincia y asistir a la inauguración de otros.

Los enfermos que se hallan en estos establecimientos benéficos han celebrado misa en sufragio del finado que tanto se preocupó de combatir la tuberculosis en España. 

Hoja Oficial del Lunes Año II Número 96 - 1938 diciembre 26

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Réplica a unas palabras del general Mola, por Indalecio Prieto

El general Mola, según me dicen, pues yo no he tenido ocasión de oírle, ha contestado, también por Radio, al discurso que pronuncié el sábado desde el micrófono del ministerio de la Guerra. La síntesis de esa respuesta, según las referencias que de ella me dan, es negar fundamento a mis aseveraciones relativas a que triunfará en la presente guerra civil, como en todas las guerras, quien posea mayores elementos de resistencia, considerando, por tanto, baladí que el Gobierno disponga de todas las reservas en oro del Banco de España y estar en sus manos las zonas industriales del litoral. Según el general Mola, los rebeldes, entre cuyos caudillos figura, triunfarán rapidísimamente. 

No desconozco el valor que en esta clase de contiendas tiene la propaganda, y, por consiguiente, estimo atinado que el señor Mola apele, como apelamos nosotros, al procedimiento de difusión más poderoso y eficaz en estos instantes: el de la Radio, mereciendo la pena anotar que, al utilizarlo él, haya prescindido de las chocarrerías y necesidades que caracterizan los discursos radiofónicos de otros jefes de la insurrección. Declaro que tan notable diferencia no me sorprende, conociendo, como les conozco, a casi todos ellos. Sin haber llegado a tener trato directo con el general Mola, sé bastante de él desde que, como teniente coronel del regimiento de Andalucía, perteneció a la guarnición de Santoña. Cuando, en 1921, fue a Melilla a sustituir en el mando de los Regulares Indígenas a González Tablas, la primera vez que éste cayó herido, pedí antecedentes de Mola y los tuve, muy satisfactorios, a través de Gregorio Villarias. 

Los hombres nunca somos dueños de nuestros destinos. Mola no lo fue de los suyos. Una intima amistad con don Dámaso Berenguer le obligó a venir de Marruecos para hacerse cargo de la Dirección General de Seguridad cuando la monarquía agonizaba y eran inútiles todos los esfuerzos policiacos para salvar la vida de aquella Institución, en podredumbre. Posiblemente el desempeño de la Dirección General de Seguridad en circunstancias tan excepcionales y duras cambió el rumbo de la vida política de Mola, quien quizá, quizá, de no mediar ese período que hubo de caracterizarle singularmente, hubiese marchado por otros derroteros. 

Claro que en las «Memorias» publicadas por el general no hallará el lector atisbo alguno de esto que me atrevo a apuntar yo. Esas son cosas que, adheridas con fuerza a lo más íntimo del espíritu, las dejamos desprenderse para que vuelen libre y escandalosamente. Tales «Memorias» registran algunos aciertos y no pocos errores. Uno de estos últimos es el de atribuir mi desaparición de Bilbao, en diciembre de 1930, a raíz de la sublevación de Jaca, a una confidencia de Juan Donoso Cortés, entonces secretario del Gobierno Civil de Vizcaya. Hoy, que ya ha desaparecido de entre los vivos aquel pulcro funcionario, proclamo su completa inhibición en cuanto se refiere a mi fuga. Y otro yerro que estampa Mola en la colección de sus recuerdos es el de suponer que no habíamos descubierto a determinado confidente suyo, ofreciendo como prueba de ello el hecho de que la República le confiara un cargo bien retribuido. En efecto, la benevolencia, que toma frecuentemente aspecto de bobaliconería, y el paisanaje, que suele saltar sobre bastantes escrúpulos, otorgaron esa merced a un sujeto con respecto al cual ya había extendido yo, mucho antes de ser Gobierno el título de confidente, previniendo de ello a las personas en torno a las cuales andaba revoloteando. De modo que no todos estábamos en la higuera... 

Pero, sin darme cuenta, mi pluma ha empezado a esbozar la biografía del general Mola, y hasta se ha entretenido en minucias impropias de la ocasión, porque a lo que yo iba (y ahora voy a ello) es a replicar a las manifestaciones del general. 

¿De dónde infiere éste que la guerra civil será corta, porque a ella pondrá pronto término la victoria de los facciosos? No será, ciertamente, por los avances de las tropas que personalmente manda Mola, pues todas ellas están, poco más o menos, en los sitios donde se encontraban cuando se sublevaron. Podrán haberse movilizado las tropas en el Norte, dentro del área que ocuparon en el instante mismo de insurreccionarse; pero ¿qué extensión han conseguido en ese área? Ninguna absolutamente. Si acaso, habríamos de computarles repliegues, y no avances. ¿Cómo en avance desde Pamplona y Vitoria no se han adueñado de Guipúzcoa y Vizcaya? ¿Cómo no han ido desde Zaragoza sobre Cataluña y Valencia? ¿Cómo partiendo de Burgos, no han invadido Santander? ¿Cómo, desde Valladolid, no se ha caminado hacia Asturias? ¿Cómo, con todos los medios militares de Castilla la Vieja, no se ha entrado en Madrid? Pues, sencillamente, porque no se ha podido. Y cuando al cabo de tres semanas largas no cabe ofrecer en el balance militar más que una inmovilización desmoralizadora, las palabras anunciando un triunfo inmediato suenan a hueco.

Madrid era el objetivo de las fuerzas que Mola manda. Y tan presto creyeron sus compañeros los generales del Sur que la capital caería en sus manos, que incluso llamaban telefónicamente desde Sevilla preguntando por él al ministerio de la Gobernación cuatro o cinco días después del estallido. Y Madrid está indemne, habiendo, cuando no rechazado, contenido, en los puntos donde se presentaron por sorpresa, a las avanzadas que tenían encargo de abrir los boquetes por donde había de entrar victorioso en la capital el ejército de Mola

En cuanto a la eficiencia de las zonas industriales, supongo que el general con quien discuto cambiaría muy gozoso, si para el cambio se le ofreciera coyuntura, Galicia por Asturias, Burgos por Santander, Logroño por Vizcaya, Navarra por Guipúzcoa; Huesca, Teruel y Zaragoza juntas, no ya por Cataluña, sino por Barcelona sólo, y Soria, Ávila y Segovia por Valencia. 

Las palabras radiadas de Mola tienden a tranquilizar al buen burgués, a ese a quien se le hizo creer que todo iba reducirse a un cambio de decoración teatral, y que un día, acostándonos en una República democrática, al despertar del día siguiente nos hallaríamos bajo un régimen autoritario. 

Ahora ese buen burgués se encuentran con que no tendrá modo de rescatar los dineros que dio para la insurrección, sino que, además, está abocado a que se le conviertan en cenizas sus acciones industriales y bancarias y sus títulos de renta. Porque no cabe duda que al empobrecerse el pais, como se ha de empobrecer por la guerra civil, las primeras victimas del empobrecimiento serán los ricos, al pulverizárseles, por la devaluación, sus preciadísimos títulos mobilarios. 

No sé por que, acaso por suponerle más inteligente que a casi todos sus colegas en subversión, creo que el general Mola figura hoy, aunque no le deje entrever, en la lista de los arrepentidos. ¡Ah si pudiera retroceder hasta la víspera del día en que, por su encargo, el coronel García Escámez notificó la proximidad de la sublevación al segundo jefe de la Guardia Civil de Navarra! ¡Con qué gusto retraería semejante orden! Con la misma con que, seguramente, habría rehusado, en 1930, la Dirección General de Seguridad, de haber sabido lo que se le venía encima. 

(De «Informaciones»). 

El Día : diario de información defensor de los intereses de Alicante y su provincia Año XXII Número 6240 - 1936 agosto 12