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viernes, 31 de enero de 2014

Saint-Exupéry (1900-1944)

Aviador y escritor francés, durante el conflicto español se convierte en testigo de las penalidades de una guerra fratricida que plasmaría en sus obras posteriores como un reflejo de la contradictoria condición humana

Como un rara avis, se podría calificar a este escritor francés nacido en los albores del siglo XX en una acomodada familia lionesa. Literalmente ave extraña, su pasión por la aviación marcaría la trayectoria de su literaria vida y de su muerte, acaecida en el transcurso de una misión de reconocimiento, asignada a petición propia durante la Segunda Guerra Mundial, junto a la Resistencia Francesa en Córcega, cuando su avión es abatido por las fuerzas alemanas y desaparece en el océano. Sólo tenía 44 años y algunas fuentes apuntan a un posible suicidio.

Es durante el servicio militar, en 1921, cuando queda fascinado por la aeronáutica y decide convertirse en piloto aunque su relación con la escritora Louise de Vilmorin, a la que aterrorizaba la idea, consigue postergar el ejercicio profesional de esta actividad. Tras su ruptura, en 1926 comienza a ejercer como piloto comercial de Aeropostale y publica su primer relato, El Aviador, en la revista Navire d'Argent editada por su amigo Jean Prouvost. Ya en 1927, destinado al aeropuerto de Cap Juby (Río de Oro, Marruecos) descubre el desierto que le inspiraría para escribir su primer libro, Correo del Sur. Esta dinámica sería una constante en su producción literaria. Así, en 1929, al ser nombrado director de la Compañía Aeropostal argentina y encargarse del trayecto de Patagonia, Saint-Exupéry destila de la experiencia Vuelo nocturno, obra en la que destaca la superación del hombre ante las dificultades y con la que alcanza un relevante éxito tanto comercial como de crítica, concediéndosele el premio Femina de 1931.

En abril de ese mismo año contrae matrimonio con Consuelo Sucin, con la que vive una tormentosa relación que se va deteriorando paralelamente a su labor profesional. El mes anterior, la Compañía Aeropostal había declarado la suspensión de pagos, por lo que el aviador decide embarcarse en una serie de gestas aéreas que acaban en un accidente en el desierto de Libia el 1 de enero de 1936 del que es rescatado in extremis.

Tras recuperarse de las lesiones y de esta inestable etapa, Antoine de Saint-Exupéry acepta la oferta del diario francés L'lntransigeant para trabajar como reportero en España, donde acaba de estallar la Guerra Civil.

Estamos en el verano de 1936. En este viaje, el aviador desarrollará una reflexión sobre la guerra que más tarde inspirará algunas de las obras que le consagraron como escritor. Páginas enteras de El Príncipito, la obra que le catapultó a la fama mundial; Tierra de hombres, escrito en 1939 durante un periodo de convalecencia tras otro accidente de aviación y por el que recibió el Gran Premio de novela de la Academia Francesa; o La Cludadela, publicada postumamente, encuentran sus precedentes en sus escritos sobre la Guerra Civil española.

Saint-Exupéry llega a España el 12 de agosto de 1936. "Ya estoy sobre los Pirineos -escribe al cruzar la frontera-. He dejado tras de mí la última ciudad feliz. Aquí la gente se mata. Lo más extraño es no descubrir el incendio, las ruinas y las muestras de aflicción de los hombres, no se ve nada de esto (...)".

En Barcelona todo es aparentemente normal. "Montones de gente paseando tranquilamente por la Rambla", sólo algunas barreras de milicianos "que basta una sonrisa para franquear". De aquí partirá la reflexión de Saint- Exupéry: el drama está en las conciencias. "En la Guerra Civil, la frontera es invisible; pasa por el corazón del hombre. Y sin embargo, en mi primera noche he podido tocarla (...)".

El 15 de agosto de 1936, tres días después, aterriza en Lérida, a pocos kilómetros del frente. La ciudad está tranquila, pero la situación es complicada. "Pueblos amigos, pueblos rebeldes, pueblos dudosos que cambian de la noche a la mañana. No existe una trinchera que, con la precisión de un cuchillo, separe adversarios. Tengo la impresión de que estoy enfangado en una ciénaga (...)".

Por encargo del periódico Paris-Soir, Saint-Exupéry volvería a España en varias ocasiones. Sus artículos adquieren un tono más universal, como un intento de advertir a Europa de que lo que está ocurriendo en España le afecta profundamente.

En octubre de 1938, Saint-Exupéry parte hacia el frente. "(...) Avanzamos por el campo. (...) Acompaño hasta la linde de ese mundo a quienes han recibido la misión de bajar al fondo del estrecho valle que nos separa del adversario. Tiene unos 800 metros de ancho. (...) Nos acompaña ese comisario cuyo nombre he olvidado, pero cuyo rostro no olvidaré jamás: 'Ya los oirás -me dice- Cuando estemos en primera línea vamos a llamar al enemigo que ocupa la otra ladera del valle... A veces hablan...'. El grupo sigue avanzando, en el silencio de la noche. 'Sí, aquí, algunas veces contestan... Otras son ellos los que llaman... Y algunas, no dicen nada. Depende de su humor...'. Alguien enciende un cigarrillo y se oye silbar una ráfaga de balas. 'Sólo ha sido un toque de atención: no hay que encender el cigarrillo frente al enemigo'. Sin embargo, continúa la idea de establecer comunicación.

-'¿Dicen algo? me gustaría oír...'
-'Hay uno... Antonio... A veces dice algo'.
-'Llámale,..'.
El comisario se pone de pie, toma aire y grita, fuerte y despacio:
-'¡An.,.to...ni..,o!'
-Agáchate, a veces, cuando les llamamos, disparan'.Esta vez no. Continúa el silencio.
-'¡Eh! ¡Antonio! ¿Estás ahí..,?'. Nadie contesta. Sin embargo, sólo encender un cigarrillo ha provocado los disparos: este silencio denso manifiesta una actitud expectante.
-'No sabes hacerle hablar, déjame a mi...: ¡Soy yo, León...! ¡Antonio...o!'. Un grito lejano, incomprensible, responde.
-'¡Ehí!'Más tarde otra voz:
-'Callaos... acostaos... es hora de dormir'». La comunicación es escueta, pero densa. Esta respuesta breve -escribe Saint-Exupéry— "nos exaltaba". Y reflexiona "(...) Hemos lanzado una débil pasarela en la noche, a lo desconocido, y esta pasarela enlaza las dos riberas del mundo. Abrazamos a nuestro enemigo antes de morir por su causa".

Una vez más la frontera invisible. Los soldados llaman por su nombre a sus compañeros de la trinchera enemiga.

Saint-Exupéry se niega a dejarse encasillar en su actitud ante el conflicto español: su posición es, más que política, "una actitud frente al hombre". Cada uno lucha por ideas. "El enemigo se encuentra dentro, casi podría decirse que cada uno lucha consigo mismo".

La solución no vendrá de ayudas externas, sino de un cambio de ideal. Es necesario "dar un sentido a la vida de los hombres: cuando luchan por un ideal, los hombres son capaces de salir de sí mismos y entregarse. Pero son necesarios ideales que no lleven a la destrucción...", "Sí, lo he sentido intensamente... Una guerra civil no es una guerra, es una enfermedad (...)". 

jueves, 30 de enero de 2014

Benito Mussolini (1883-1945)

Político italiano de filiación socialista, crea la primera dictadura fascista desde la que colabora con el franquismo durante la Guerra Civil y acaba metiendo a su país en la Segunda Guerra Mundial

Un par de años antes de que se produjera la sublevación militar del 18 de julio, Benito Mussolini ya había ofrecido su colaboración a una representación de monárquicos españoles dispuestos a organizar una posible sublevación antirrepublicana. Atraído por la posibilidad de parar el avance de la izquierda en Europa, a la vez que conseguir un aliado en el avance del fascismo en el Mediterráneo y enfrentado a la República por su condena de la invasión de Etiopía ante la Sociedad de Naciones, en los primeros días de la Guerra Civil dispone enviar a las fuerzas sublevadas aviones que ayudaron en un primer momento a establecer un puente aéreo entre el norte de África y la parte peninsular controlada por el bando nacional, además de contrarrestar a la Aviación republicana.

Esta colaboración, suponía un paso más para la consecución de su sueño dorado, la recreación de un nuevo Imperio Romano, en manos del símbolo de las legiones, el fascio.

Benito Mussolini nace en 1883 en Dovia di Predappio, en la Emilia Romagna. Hijo de un herrero anarquista siempre había estado vinculado al socialismo, al que se afilia en 1900. Un par de años después es encarcelado en Suiza, adonde se había trasladado para eludir el servicio militar, por protagonizar acciones violentas. Regresa a Italia y se inicia en el periodismo, llegando a dirigir el diario Avanti!, órgano oficial del Partido Socialista. Poco después y tras ser encarcelado en Austria por la agitación producida contra la intervención austríaca sobre Trento, alcanza en 1910 la dirección de la Federación Socialista de Forlí, su provincia natal.

Mussolini se convierte en un símbolo socialista en Italia, denunciando la explotación del capitalismo hacia el trabajador y comienza a radicalizar su postura.

Partidario inidalmente de la no intervención de Italia en la Gran Guerra, al poco tiempo cambia de parecer y comienza a defender una acción conjunta con los aliados de la Entente. Acusado de conjurarse con los franceses, este cambio de opinión le acarrea la expulsión del Partido Socialista y del diario que dirigía.

A raíz de este hecho su ideología sufre una transformación. En ese tiempo advierte que el socialismo es un error. Piensa que cambia el papel del represor capitalista por el de un dictador estatal, y se siente engañado.
En noviembre de 1914 funda el periódico II Popolo d'ltalia de carácter ultranaclonalista y desde el que se alienta la entrada de Italia en la Primera Guerra Mundial a favor de la Entente.

Una vez que Italia ha declarado la guerra a las potencias centroeuropeas, Mussolinl se alista voluntario junto a intelectuales italianos como Marinetti o D'Annunzio. Es herido en combate en febrero de 1917 y al terminar su recuperación vuelve a la vida pública retomando el periodismo.

Tras la guerra, la situación del país era propicia para los planes de Mussolini. El paro era creciente e Italia fue tratada como una potencia vencida, la economía estaba bajo mínimos y el descontento era enorme entre la población. En este contexto, funda los Fasci di combattimento que en 1921 se convierten en el Partido Nacional Fascista.

Una serie de medidas populistas le hacen ganar notoriedad y en mayo de 1922 convoca la Marcha sobre Roma que le catapulta al poder. El rey Víctor Manuel III le encarga formar gobierno, la cámara le brinda todas las potestades y los industriales le quieren en el poder.

En 1925 había transformado Italia en una dictadura de partido único. La primera dictadura fascista. El nuevo régimen proyectaba hacia el exterior una imagen moderna gracias al apoyo ideológico dado por los futuristas y clasicistas, por su irrefutable destreza para afrontar la crisis económica por la que atravesaba Italia y por todos los referentes al Imperio Romano de la imaginería fascista.

Su merecido reconocimiento como estadista se estrella diez años después cuando Mussolini inicia una aventura imperialista que le lleva a invadir y tomar Abisinia (la actual Etiopía), donde se cometen una gran cantidad de atrocidades sobre la población nativa y con la que desafía a las grandes potencias democráticas occidentales.

Una vez iniciada la contienda civil en España, no sólo toma partido por los rebeldes enviando aviación sino que de inmediato destaca armamento y tropas para luchar al lado de los sublevados. Incluso, durante el transcurso de la Guerra, envía a su propio hijo, Bruno, a combatir como voluntario en la Aviación nacional para pulir su pericia como piloto de combate.

Además, su implicación personal le lleva a mantener contacto directo con el general Franco, por vía postal al menos. De hecho los nacionalistas vascos, ante la inminente caída de Bilbao iniciaron tratos para pactar con los mandos fascistas italianos pensando que actuaban independientemente. Sin embargo, el propio Mussolini en un telegrama a Franco escribe: "La entrega de los vascos, si se lleva a cabo, facilitaría la Guerra grandemente".

Algunos historiadores han planteado la posibilidad de que Mussolini iniciara la ayuda al bando nacional con la idea de conseguir una anexión como la que ya había realizado con Abisinia. No parece demasiado creíble. Era infravalorar el control de la situación por parte de Franco, y tras la victoria del bando rebelde, no se produce ningún intento por parte italiana de controlar la política española. El nacional catolicismo franquista quedaba muy lejos del fascismo mussoliniano.

En el transcurso de la Guerra española su acercamiento hacia las posturas nacionalsocialistas alemanas le hace perder popularidad en su propio país. En 1938 aprueba leyes raciales, sobre todo contra los judíos, etnia de gran importancia en Italia, para ganarse el favor de los nazis y tras la entrada de los alemanes en Francia se alía con Hitler y participa en la Segunda Guerra Mundial. Hecho que le llevaría a sí mismo al desastre.

A medida que la guerra avanza y se hace palpable la derrota alemana, Mussolini pierde el apoyo oficial que le mantenía en el poder. Mientras los aliados desembarcan por el sur, Mussolini es depuesto por el Gran Consejo Fascista y Víctor Manuel III lo destituye como presidente del Gobierno. Es arrestado, pero al poco tiempo es liberado por los alemanes con cuyo apoyo crea la República Social Italiana (República de Saló) a orillas del lago Garda. Un esfuerzo inútil.

En medio de la guerra civil italiana entre fascistas y partisanos, Mussolini quiere dejar la política. Intenta huir disfrazado de soldado alemán, pero el 27 de abril de 1945 es descubierto por los partisanos de camino hacia la frontera suiza. Es fusilado cerca del Lago Como y expuesto colgado boca abajo junto a su amante Clara Petacci en Milán. Ambos cadáveres son linchados por la muchedumbre.

miércoles, 29 de enero de 2014

Francisco Gómez Jordana (1876 -1944)

Veterano militar, el primer conde de Jordana se adhiere al bando nacional desempeñando un papel clave en los decisivos problemas diplomáticos a los que se enfrenta el régimen del general Franco

El juicio de la Historia, siempre ventajista en tanto que retrospectivo, terminó dándole la razón, Francisco Gómez-Jordana, el ministro de Exteriores a quien Paul Preston califica literalmente de "empequeñecido", y no sólo en estatura física, por la figura de su sucesor Ramón Serrano Suñer, se convertiría para la posteridad en la némesis de éste y en la persona que acertó a conducir la diplomacia española por el camino adecuado. Siempre fiel a Franco, nunca tuvo el valor de contestar las simpatías filofascistas de los dos cuñados pero, cuando, por casualidad o no, coinciden en el tiempo el ocaso de la Wehrmacht y el del arquitecto jurídico del Régimen, lograría conferir a España una imagen tan neutral como lo permitieron las veleidades del Caudillo.

Gómez-Jordana ya había desempeñado tareas diplomáticas en otro momento crítico de la política exterior española: la Guerra de Marruecos, en la que reedita la trayectoria, el espíritu y hasta los apellidos de su padre, que une en sí mismo en 1920. Hasta ese momento fue Francisco Gómez Souza, nacido en 1876, alumno de la Academia General de Toledo y veterano de Cuba. De vuelta en España, da clase en el Cuerpo de Estado Mayor hasta que su padre es nombrado comandante general de Melilla en 1912, el año en que España y Francia se reparten el Protectorado. El ya teniente coronel Gómez Souza, además de participar en varias operaciones, colabora entonces en las altas esferas y, cuando su padre accede a Alto Comisariado en 1916, llega a jefe del Estado Mayor del Ejército de África, puesto desde el que encabeza las negociaciones con el líder rebelde El Raisuni.

El Alto Comisario, como la mayoría de los militares, deploraba la estrategia de mera contención que los políticos de la Restauración imponían al Ejército en Marruecos y señalaba Alhucemas como el punto clave; su muerte en 1918, debida clínicamente a un derrame cerebral y al problema de Marruecos según su hijo, le impidió asistir al cambio de planteamiento. Sin embargo, las ideas del padre sobrevivirían en el ya rebautizado como Francisco Gómez-Jordana, Primero, porque permanece al frente del Ejército de África bajo el nuevo Alto Comisario, el general Dámaso Berenguer, futuro jefe de Gobierno en plena huida hacia ningún sitio de Alfonso XIII, y luego como miembro del Segundo Directorio Militar de Primo de Rivera, que le encarga los asuntos marroquíes en febrero de 1924. Según el historiador Carlos Seco Serrano, la convicción que Gómez-Jordana había heredado de su padre influyó en la evolución de un Primo de Rivera inicialmente proclive a la retirada de las tropas.

1925 es quizá el annus mirabllis de la vida de Jordana. Accede al generalato, desempeña interinamente la jefatura del Gobierno en las ausencias de Primo de Rivera, es nombrado presidente de la conferencia hispano-francesa que concierta el desembarco de Alhucemas, diseña la operación por parte española, asiste al triunfo que desagravia al maltrecho gremio militar y se le designa director general de Marruecos y Colonias. Al año siguiente, sus servicios son recompensados con el protagonismo de rubricar el Tratado de Amistad con Francia y con el título de conde de Jordana, y, en 1928, tiene la satisfacción de heredar el Alto Comisariado de Marruecos que la muerte había arrebatado a su padre un decenio antes.

Después tocarían las vacas flacas. Con el advenimiento de la República, Jordana se apresura a presentar su dimisión, y su colaboración con la Dictadura le pasa factura en forma de desposesión de su cargo, expulsión del Ejército, condena por delito de alta traición y dos periodos de cárcel, a pesar de la defensa de su abogado José María Gil Robles. De acuerdo con la tónica habitual en la República, el bienio radical-cedista lleva la contraria al anterior y rehabilita a Gómez-Jordana con el grado de teniente general que poseía al producirse el cambio de régimen.

En ésas llega el nuevo vuelco del marco jurídico, en el que Jordana no participa de forma directa. El golpe le pilla yendo a San Rafael (Segovia) a pasar las vacaciones. Por suerte, el portero de su casa de Madrid no delata su paradero a los milicianos que acuden a saludarle el 19 de julio y, tras unos días en El Espinar y Segovia, llega con su familia a Valladolíd. Sólo en los primeros días de agosto se pone en contacto con los líderes de la sublevación.

El 14 de ese mes, el presidente de la Junta de Defensa, Miguel Cabanellas, le llama a Burgos y, según el diario de Jordana, le pregunta: "¿Podemos contar contigo al presente o al mañana?", refiriéndose a si participará en las operaciones militares o sólo cuando éstas finalicen. El interpelado, prudentemente, contesta que sería mejor no entrar en liza tan pronto, dado que su rango militar (superior al de Emilio Mola) podría crear problemas, y él, muy celoso de su graduación, se niega a un cargo subalterno: "Tienen la idea absurda", anota tres días después, "de que yo debía prestarme a ser jefe del Estado Mayor del general Mola", El 31 de agosto, rehúsa también el puesto de inspector general de la Guardia Civil que le ofrece el Director, si bien reconoce con la boca pequeña que "comprendía que éstos eran momentos de sacrificio y que por lo tanto no había de regatear mi concurso si ello había de redundar en beneficio de la causa".

A tal concurso recurrirán los alzados en noviembre, cuando Jordana se entera por la radio de su nombramiento como presidente del Alto Tribunal de Justicia Militar, Seco Serrano asegura no tener duda de que este puesto significaría para Jordana "un sitial de espinas", aunque sólo tenga que firmar las sentencias de muerte que ordena directamente Franco. Desde luego, es revelador que su diario no haga ninguna mención a la labor que allí desempeñó.

Le exime del cometido la muerte de Mola en junio de 1937, que coloca al mando del Ejército del Norte a Fidel Dávila, hasta ahora presidente de la Junta Técnica del Estado, y a Gómez-Jordana en sustitución de éste último. Pero el órgano de Burgos le produce ya el primer día "una pésima impresión" y a la semana le deja "descorazonado" por "la casi imposibilidad de arreglar este maremágnum". La Junta se halla alejada del cuartel general del Generalísimo en Salamanca, padece el carácter asistemático de Nicolás Franco ("hombre genial pero desbarajustado", le describe Jordana) y ha de gestionar los caprichos de Queipo de Llano, virtualmente autónomo en Sevilla y con quien Jordana mantiene varias discusiones. En tales circunstancias, éste será, junto a Ramón Serrano Suñer pero por razones pragmáticas y no doctrinales, el asesor que más trate de persuadir a Franco de la necesidad de constituir un Gobierno estable. En diciembre llega a escribir: "Mi labor es cada vez más penosa y difícil. ¡Veremos lo que dura!".

La investidura del Gabinete tiene lugar en febrero de 1938. Pero, a pesar de que el veterano y prestigioso militar es nombrado nada menos que vicepresidente y responsable de Exteriores, cargos por los que le felicita por escrito Alfonso XIII, el verdadero plenipotenciario es Serrano. La vicepresidencia de Jordana carece de funciones concretas, depende de las que delegue el jefe del Estado, su orientación es meramente coordinativa para cuando no esté Franco y tampoco puede firmar decretos. Mientras tanto, la prensa falangista emprende una campaña "ególatra y absurda de propaganda, en la cual aparece siempre la figura de Serrano Suñer", según se queja Jordana en privado. Recíprocamente, para Serrano, el monárquico Jordana, aunque le merece respeto por su moderación y su buena disposición a adoptar los símbolos de Falange, no deja de ser un hombre "de otro tiempo y otra mentalidad".

En cuanto al Ministerio de Asuntos Exteriores, a los ocho meses le parece a su titular "un buen embolado" y "el más complicado y difícil de todos". Asegura: "Sólo mi amor a España y a la causa que defendemos me alientan y me dan fuerzas para soportar la carga". Jordana litiga en el Comité de No Intervención y trata de combatir la buena imagen de la República en Francia e Inglaterra. Pero los falangistas quieren otra cosa. Ven en él a un anglofilo, muy lejano a Italia y Alemania, que jamás haría nada por reparar "el crimen de Gibraltar".

Serrano no tarda en querer extender hacia la diplomacia la preeminencia absoluta de que goza en el interior. Y, a pesar de que poco antes de la Conferencia de Múnich Franco promete su neutralidad en caso de guerra, acaba teniendo éxito en el empeño. En marzo de 1939, España firma el Tratado Anti-Komintern con Italia, Japón y Alemania y otro de amistad con ésta última, mientras a Jordana le toca minimizar la importancia de estos gestos ante sus interlocutores británicos. El teórico ministro de Asuntos Exteriores protesta ante Franco por la intromisión de Serrano en su parcela y recoge en su diario: "Semana de lucha enorme para contrarrestar la propaganda tendenciosa y nociva en extremo para nuestra política internacional. Todos mis esfuerzos por lograr que sea yo, como responsable, el que lleve la dirección de la política internacional, son completamente inútiles porque el ministro de Gobernación y Propaganda, en su desmesurado afán de invadirlo todo, y la colección de inconscientes que le rodean, que se atribuyen todas las inquietudes del Movimiento, campean por su respeto sin freno".

Jordana sale inicialmente derrotado en la batalla. El 8 de agosto, a menos de un mes del estallido de la guerra mundial, Franco remodela su Ejecutivo y, en una decisión impulsada por Serrano, le aparta de la dirección de la diplomacia española que recaerá un par de meses en el coronel Juan Beigbeder y luego en el propio cuñado; sintomáticamente, los dos fervientes partidarios de la asociación de España con el Eje.

Al ex ministro se le retira a presidir el simbólico Consejo de Estado, y lo cierto es que, aun siendo plenamente consciente de que se le ha defenestrado por no estar en la cuerda del cuñadísimo, en principio parece muy satisfecho por la carga que le han quitado de encima, hasta que asiste con pavor a la deriva de los acontecimientos europeos y a las velas que Franco y Serrano les ponen a Alemania e Italia. Sin llegar a rechistar públicamente, en junio de 1940 escribe en su diario: "Dios ayude a España y la proteja evitando que entre en el conflicto, pues ello sería catastrófico para nosotros".

Serían las rivalidades internas las que harían de ángel protector de nuestro país, cuando el lobby militar, preferentemente monárquico, conservador y proclive a la neutralidad, según Carlos Seco y el periodista Miguel Platón, termina venciendo en su litigio con el omnipotente falangista, gracias a la inquietud que el general Varela y Carrero Blanco consiguen despertar en Franco ante el poder que está adquiriendo su cuñado. El jefe del Estado prescinde de Serrano y Gómez-Jordana vuelve a Asuntos Exteriores en septiembre de 1942. Paul Prestan no se cree la posterior versión oficial de que esta sustitución marcara también el cambio en la orientación internacional, ya que Franco pensaba nombrar a Jordana para Defensa y sólo le encomienda Exteriores al fallarle sus dos primeros candidatos.

Cualesquiera que fueran las intenciones de Franco, la simpatía de Jordana  por los aliados tendrá su efecto en la rehabilitación posterior de España, aun cuando un Franco muy interesado en la situación internacional se reúne con él casi a diario, imparte las directrices y contradice a menudo su supuesta neutralidad con palabras y hechos como la exportación de wolframio a Alemania. Pese a todo, las potencias anglosajonas prometen no atacar España mientras se mantenga en la situación presente, y en 1944 firman los llamados Acuerdos de Mayo, que pavimentan el posterior reconocimiento de la España de Franco. Además, se constituye el Bloque Ibérico con Portugal, en tanto que la actuación de Japón en Filipinas justifica la ruptura de relaciones con el otro amigo inoportuno y España se llega a permitir el lujo de vender la versión de un doble frente, anti-soviético y anti-alemán. Por todo ello, el segundo periplo del conde de Jordana en el Ministerio merece un elogio rendido del historiador británico Arnold Toynbee, que relata cómo "los representantes aliados se encontraron con un hombre de grandes dotes de integridad, firmeza y buen sentido, cuyo propósito era evitar que España se viera arrastrada a la guerra por cualquiera de los beligerantes, y que nunca estuvo sometido a la fascinación del Eje".

De puertas adentro no hubo tantos aplausos. Los falangistas no se conforman con la hegemonía en lo simbólico ni con la promoción que han experimentado hacia todos los brazos de la Administración, y se resisten a perder su preponderancia real también en el ámbito diplomático. La prensa, que sigue mayoritariamente en sus manos, empequeñece o silencia los logros de Jordana, y Franco le escatima frecuentemente los elogios. En 1944, en los que serán sus últimos meses de vida, el ministro lamenta repetidas veces en su diario este menosprecio y su aislamiento dentro de un Gobierno todavía germanófilo. El 9 de mayo, por ejemplo, escribe un expresivo: "Qué asco de vida, y qué cantidad de patriotismo hace falta para trabajar con tan poco estímulo".

El 10 de agosto, Francisco Gómez-Jordana muere de una angina de pecho en San Sebastián, donde acababa de trasladarse con su familia. Franco ni siquiera envía sus condolencias

martes, 28 de enero de 2014

Manuel Tagüeña (1913-1971)

Comprometido desde la juventud con la causa comunista, se convierte en uno de los militares más brillantes del Ejército republicano aunque acaba apartándose del PCE "no por sus fines sino por sus métodos"

Procedente de familia burguesa y brillante universitario, no responde al perfil típico del dirigente comunista. Fue uno de los militantes más capaces del PCE, lo que le permitió dirigir un Cuerpo de Ejército en la Batalla del Ebro con sólo 24 años de edad.

Manuel Tagüeña Lacorte nace en Madrid en 1913. En su familia, de origen aragonés, no había nadie que perteneciera a la clase trabajadora. Su padre era topógrafo y su madre maestra. La inquietud de Tagüeña por la política fue heredada de un abuelo republicano y una abuela carlista, hija de un general que había luchado contra los isabelinos en la primera Guerra Carlista. Pero ese legado no incluía el lado en el campo de batalla, sino simplemente la pasión por entregar la vida en virtud de un ideal. Ese ideal, que sería el comunismo, fue responsabilidad total de Tagüeña y, en cierto modo, del azar.

Según su propio relato, expuesto en sus memorias Testimonio de dos guerras, cuando tenía 12 años un viejo carlista le dijo que "quedarse al margen de la lucha era una cobardía", por lo que a partir de ese momento aunque era sólo un niño decide hacer de la causa carlista la suya. Ese sentimiento de rebeldía va alimentándolo a lo largo de los años a través de la lectura de historias épicas, así que "a los 16 años -en palabras de Tagüeña- consideraba que sólo entregado a una causa noble tenía sentido la vida. El problema consistía en encontrarla (...). El mundo estaba muy lejos de marchar conforme a mis ideales (...) no podía resignarme a cruzarme de brazos; al contrario, creí justo recurrir a la violencia para transformar el mundo. Todo me empujaba a convertirme en revolucionario intransigente".

En 1929 termina el bachillerato en Ciencias e ingresa en la Universidad Central para estudiar Ciencias Físico-Matemáticas. Pronto abandona a los estudiantes católicos, de los que había sido delegado, y se inscribe en la FUE (Fundación Universitaria Escolar), organización opuesta al régimen dictatorial de Primo de Rivera. En el seno de ese colectivo comienza a alternar con compañeros de ideas izquierdistas, a los que no duda en ayudar a preparar huelgas y otras acciones. Una vez destituido Primo de Rivera, el nuevo enemigo a batir es la monarquía. En las aulas se ve envuelto sucesos marcan su carácter, la repentina muerte de su padre en 1927 y la de su hermano en 1930, éste después de una larga enfermedad provocada por una afección cardíaca. Ambas desgracias le habían vuelto menos sociable y más introvertido, por lo que pasa a preocuparse sólo por la política y sus estudios.

En noviembre de 1930, con 17 años, le asignan, mediante sus contactos en la FUE, su primer trabajo en favor de la conspiración republicana: guardia en el Ateneo de Madrid, para lo que le entregan una pistola automática. Pocas semanas después, cuando el levantamiento militar en favor de la República es inminente, le nombran jefe de grupo de las milicias republicanas. Sin embargo, el adelanto de la sublevación de Jaca había desbaratado la acción conjunta en Madrid en la que iba a participar Tagüeña el 15 de diciembre. Tras librarse de ser detenido, ingresa en el Partido Federal, aunque su actividad en esta organización se limita a asistir a algunas de sus reuniones.

En 1932 deja el Partido Federal y comienza a sentirse atraído por las novelas de la Revolución Rusa así como su posterior guerra civil entre blancos y rojos. Tagüeña recoge: "Como tantos jóvenes de mi edad, y casi sin advertirlo, me encontré buscando una causa a la que poder consagrarme. (...) La mística del comunismo me agradaba, tenía necesidad de creer en algo, y todo lo que había leído rodeaba esa doctrina de una aureola romántica". A finales de 1932 ingresa junto a su amigo Fernando Claudín en las Juventudes Comunistas. Tagüeña se puso como norma no aceptar cargos políticos en el PCE, mientras que Claudín al poco tiempo acabaría siendo miembro del Comité Central del partido. Su pasión por la acción y la lucha haría que Tagüeña ingresara en las recién creadas MAOC (Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas), organización paramilitar de control comunista. En mayo de 1933 se incorpora a la redacción del periódico comunista Juventud Roja.

En 1934 su actividad política se haría más intensa debido a la reciente derrota de la izquierda en las elecciones. Los tiroteos con falangistas en la calle y en las aulas serán cada vez más frecuentes contándose los primeros muertos en ambos bandos. Tagüeña acostumbra a portar una pistola para ir a clase. Aquel año coincide en el local social de las Juventudes Comunistas con su futura esposa, la coruñesa Carmen Parga Parada, afiliada al BEOR (Bloque Escolar de Oposición Revolucionaría). Durante la huelga revolucionaria de Octubre de 1934, le encargaron dirigir una compañía de milicia socialista que tenía que asaltar un cuartel en Madrid. Sin embargo, la Guardia de Asalto se lo impide produciéndose un tiroteo que cuesta la vida a un guardia y un joven socialista. Tagüeña es detenido y encarcelado durante varias semanas, hasta que su tío, diputado radical, interviene por él para que salga en libertad. Decide apartarse durante un tiempo de la intensa acción política que se vivía en Madrid, por lo que pasa varios meses entre el pueblo de Molina de Aragón, en Guadalajara, como profesor de matemáticas, y Zaragoza, donde se refugió en casa de su tío.

En junio de 1935 vuelve a Madrid para cumplir el servicio militar en el Regimiento de Zapadores n°1 del Cuartel de la Montaña. Se esmera como soldado y llega a sargento y después a brigada, sin embargo no pasa el examen de alférez, al parecer porque sus superiores conocían su filiación izquierdista. Llega 1936 y continúa su actividad política desde las Juventudes Socialistas, que luego se unirían a las comunistas formando las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU).

Uno de los capítulos más valiosos de sus memorias es el que se refiere al asesinato de Calvo Sotelo. Tagüeña estuvo en el cuartel de Guardias de Asalto de Pontejos el 12 de julio, de donde sale la camioneta con Fernando Condés y otros más que acabarían ejecutando al líder de la oposición en aquel momento, Tagüeña asegura que se enteró después del suceso y que él aquella noche se dedicó a arrestar falangistas. Y con ello llegó la Guerra Civil.

"La responsabilidad del fracaso no era sólo de los gobernantes, sino de la oposición de la derecha e izquierda que no habían dado sosiego al nuevo régimen desde el 14 de abril. Hubiera sido mejor encontrar una fórmula aceptable para la mayoría, pero intransigencias, intereses creados, impaciencias y demagogias, se opusieron a ello. Ya no quedaba más salida que la guerra a muerte", asegura Tagüeña en sus memorias.

Comienza la Guerra con el grado de capitán ayudante del Batallón Octubre nº 11, comandado por Fernando de la Rosa y que actuaba en el Frente de la sierra de Madrid, junto al pueblo de Guadarrama. Al morir De la Rosa en septiembre de 1936, pasa a ser comandante de dicho batallón, y casi un año después, el 1 de agosto de 1937, es nombrado jefe de la 3ª División de El Escorial. Indalecio Prieto, ministro de Defensa Nacional en aquel momento, intenta anular este último nombramiento alegando su "extrema juventud", pero las presiones comunistas consiguieron que su orden no llegara a tener efecto.

Tagüeña, entregado ahora en cuerpo y alma al PCE y gozando de la confianza de su buró político, se puso a la altura del prestigio de los altos mandos comunistas del Ejército de la República, como Modesto, Líster, Cordón, etc., llegando a ser laureado con la medalla de la Libertad. Fue objeto de críticas por haber sido favorecido injustamente y cometer actos proselitistas entre la tropa. El líder socialista de las JSU, Antonio Escribano, le acusa de utilizar estas tácticas en la primera reunión del Comité Nacional de las JSU, los días 15 y 16 de mayo de 1937 en Valencia. Cuando Tagüeña le interrumpe asegurando que muchos socialistas de Alicante que combaten en el Batallón Octubre, que el comanda, no piensan como él, Escribano le contesta: "Puedo asegurar que están silenciosos por temor a represalias que tú y tus comisarios pueden tomar contra ellos. Sé que algunos antiguos socialistas han cogido el carnet comunista, pero lo romperán tan pronto puedan. Conozco el caso de Antonio Ibáñez y Francisco Martínez, veteranos militantes socialistas de Elda, que tan pronto se hicieron comunistas los ascendiste a tenientes".

El 16 de marzo de 1938 es destinado al Frente del Este, donde intenta contener el empuje del Ejército nacional en el sector de Teruel, lo que le vale el ascenso a teniente coronel. El 25 de julio de ese año, Modesto le confía el mando del 15° Cuerpo de Ejército del Ebro, 35.000 hombres repartidos en tres divisiones, siendo su unidad la última en retirarse de nuevo al otro lado del río tras la cruenta batalla el 16 de noviembre de 1938. Tagüeña tenía sólo 24 años de edad, pero se revela como un militar brillante, disciplinado y eficaz.

Tras la caída de Cataluña en enero de 1939, pasa a Francia y de allí, por orden del partido, se traslada en avión a Madrid. Su regreso a la zona centro es enaltecido por el diario comunista madrileño Mundo Obrero el 21 de febrero de 1939.

Aunque fue nombrado por Negrín jefe del Ejército de Andalucía el 3 de marzo, el golpe de Casado hace que deje de nuevo España el día 7 de ese mes, volando con los principales dirigentes comunistas desde el aeródromo de Monóvar (Alicante) a Toulouse. Junto al resto de militares españoles comunistas, ingresa en la Academia Frunze, en la URSS, donde ya se habían instalado Carmen Parga y el resto de su familia.

Esta nueva etapa de su vida, paralela a la de tantos otros españoles en el país soviético, estuvo marcada por la miseria y el desencanto. Aunque es integrado en el Ejército Rojo con el grado de mayor no participa en la Segunda Guerra Mundial por la negativa directa de Stalin. Tagüeña, Líster, Modesto y otros solicitaron su traslado al frente al comenzar la Operación Barbarroja: "Buscábamos la posibilidad de luchar: nuestra suerte estaba unida a la del pueblo soviético y si éste era derrotado, nada nos salvaría del exterminio", apunta Tagüeña.

Cansado de las intrigas y la represión estalinista se traslada a Yugoslavia como asesor militar con el grado de coronel de Estado Mayor. No obstante haber mejorado sus condiciones de vida, la ruptura entre Tito y Stalin le hace temer que pueda ser eliminado por agentes soviéticos, por lo que decide abandonar la carrera militar y trasladarse a Checoslovaquia para trabajar como físico en la Universidad de Masaryk, mientras su esposa ejerce de profesora de español. Allí, a la vez que adquieren una confortable posición social y económica, ambos acabarían abandonando el PCE pero no las ideas comunistas.

En 1955, muerto Stalin y tras un inter­minable proceso burocrático, consigue atravesar la frontera de occidente y trasla­darse a México en compañía de su mujer, sus dos hijas y su suegra. Catorce años después escribiría: "Nunca he sentido el más leve remordimiento de haber dejado Checoslovaquia ni de haberme apartado del comunismo. (...) Me aparté del comu­nismo no por sus fines, sino por sus méto­dos. (...) Queda por probar la fusión del socialismo con la libertad, fórmula inédita y única bandera bajo la cual merecía la pena luchar, con la esperanza de que abriera un camino a nuevas ideologías y a la paz, el bienestar y la unidad, de todos los pueblos de la tierra".

El mundo capitalista tampoco le apasio­na ni le aporta la posición social que había gozado en Checoslovaquia. Tuvo varios trabajos de pequeña importancia hasta que en 1956 se establece como asesor médico de un laboratorio farmacéutico.

En 1960 consigue un permiso para regresar a España y visitar a su madre gravemente enferma. El retraso de cinco años por parte del régimen de Franco en darle la autorización había servido para que Tagüeña cambiara de idea y ya no deseara quedarse a vivir en España: "Pa­ra vivir en paz tendría que aceptar el papel de 'rojo arrepentido', lo que lesio­naría gravemente mi dignidad y me haría caer en una situación parecida a la que viví en los países comunistas". A la noti­cia de la muerte de su madre se une la de una de sus hermanas y su sobrina.

Muere en Ciudad de México en 1971, pocos meses después de revisar sus memorias para su publicación. Su mujer, Carmen Parga, difundió su obra, que vio la luz en México en 1973 y en España en 1978.

lunes, 27 de enero de 2014

José Enrique Varela (1891-1951)

Laureado general africanista, participa en la sublevación militar defendiendo sus convicciones monárquicas y luchando contra la ideología falangista, lo que acabaría por relegarle de nuevo a Marruecos

Herido una decena de veces y con más de 40 medallas en su guerrera, José Enrique Varela Iglesias es uno de los generales más importantes con los que pudo contar Franco para ganar la Guerra Civil y para ganar la paz en los primeros años del franquismo. De extracción humilde, sus compañeros de la academia le llamaban despectivamente patatero, pero pronto destaca como un excelente y valeroso militar.

Carlista moderado, llega a ser ministro del Ejército en el primer Gobierno tras acabar la Guerra, puesto desde el que frena los planes de los falangistas más recalcitrantes de implicar a España en la Segunda Guerra Mundial del lado de los alemanes. Llega a ser, tras el Caudillo, el general más poderoso y colabora, a mediados de los años 40, en varios intentos de sustituir el régimen de Franco por la monarquía. Pero su sentido del deber y la obediencia le llevan a acatar las órdenes de su superior sin rechistar, acabando su vida militar allí donde la comenzó, en Marruecos.

Nacido en San Fernando, Cádiz, un 17 de abril de 1891, hijo de un sargento de Infantería de Marina, al poco de cumplir 18 años, entra como corneta en el Primer Regimiento de Infantería de Marina, el mismo cuerpo donde sirvió su padre. Allí hace carrera y méritos suficientes para poder ingresar en la Academia de Infantería de Toledo dentro del cupo reservado a los suboficiales. Tiene entonces 21 años, tres más que la mayoría de sus compañeros. En el verano de 1915 se licencia como segundo teniente, antigua denominación del rango de alférez, y es destinado a Marruecos, tierra donde hará su carrera y sus hazañas. Destinado en el Grupo de Regulares de Larache destaca en distintas operaciones militares que le permiten ir ascendiendo en el escalafón militar, recibiendo medalla tras medalla a costa de varias heridas y la muerte de muchos de sus hombres y aún más enemigos.

En 1921, todavía como teniente, gana su primera Cruz Laureada de San Fernando, la distinción más alta del Ejército español en tiempos de guerra. Seis meses después y tras una nueva acción contra los rebeldes marroquíes, obtiene la Laureada por segunda vez.

Era la primera ocasión en la Historia militar española que un hecho así ocurría. El propio rey Alfonso XIII se la impone personalmente en Sevilla el 10 de octubre de 1922. Con las condecoraciones viene el cargo de capitán.

Años más tarde, en 1925, participaría en el desembarco de Alhucemas, bajo las órdenes del general Sanjurjo y en la victoria final sobre los rifeños. Sale de la guerra como teniente coronel y apro­vecha su nueva situación para realizar cursos de aeronáutica y formar parte de un grupo de bombardeo con base en Melilla. Ascendido a coronel en 1929, se ve obligado a dejar la jefatura de sus regulares al haber alcanzado el mando superior. Inicia entonces un viaje por varios países europeos visitando diversas academias militares para am­pliar sus conocimientos sobre la Infantería moderna.

Al regresar a España en 1930, toma el mando del Regimiento de Infantería n°67 en la base naval de Cádiz donde permanece al llegar la República, Con motivo del golpe del general Sanjurjo en agosto de 1932, pierde el puesto y es encarcelado. Varela había participado en los preparativos de la asonada pen­sando en la instauración monárquica carlista de la mano del pretendiente a la corona española Alfonso Carlos de Borbón, Varela es recluido en el castillo de Santa Catalina, en San Fernando, y en febrero de 1933 es trasladado a la prisión de Guadalajara, saliendo de ella poco después. Aunque hasta 1935 no disfruta de una libertad total de movi­mientos, el coronel gaditano redacta la ordenanza del Requeté, la milicia carlis­ta, y recorre España con el seudónimo de Tío Pepe o Don Pepe para instruir militarmente a los carlistas. Varela tam­bién ingresa en la UME, la organización derechista de los militares. El Gobierno conservador de Alejandro Lerroux le rehabilita y le asciende a general de bri­gada en 1935. En las elecciones de febrero de 1936 sale elegido diputado por Granada por una candidatura de derechas pero pierde el escaño en una maniobra ilegal de las autoridades. Pero no por ello Varela deja de conspirar.

A comienzos de marzo, un militante de la CEDA, José Delgado, acoge en su casa de Madrid una reunión en la que participan varios generales como Fanjul, Goded y el propio Varela. En la misma, deciden levantarse en armas contra el nuevo Gobierno el 20 de abril, pero la intentona no cuenta con el apoyo de Franco, que les avisa de que aún no es el momento. El plan, conocido por la policía, no se concreta pero el general Varela es deportado a Cádiz y vuelto a recluir en el castillo de Santa Catalina. Sin embargo, permanece poco tiempo encerrado.

Iniciado el golpe en África el 17 de julio, el general Queipo de Llano manda desde Sevilla al general López Pinto, gobernador militar de Cádiz, liberar a José Enrique Varela, que se hace con el mando de la rebelión en una zona clave, asegurando el control del Estrecho y la llegada de las tropas africanas de Franco.

Durante las primeras semanas de la Guerra, el general gaditano dedica sus esfuerzos a controlar la zona occidental de Andalucía, haciendo incursiones en Málaga, Córdoba y Granada. En sep­tiembre releva al coronel Yagüe del mando de las columnas que avanzan hacia Madrid. Yagüe había criticado la estrategia militar de Franco, que desvió el avance sobre la capital para liberar el Alcázar de Toledo. El general Varela es quien oye del coronel Moscardó el conocido: "Sin novedad en el Alcázar". 

José Enrique Varela es el autor del plan de ataque sobre Madrid en noviembre de 1936. Fraca­sada esta primera ofensiva, cae herido el 24 de diciembre durante el intento de control de la carretera de La Coruña, siendo sustituido por el general Orgaz. En febrero de 1937, Varela, ya recuperado, tiene el mando de tres bri­gadas que participan en la Batalla del Jarama. Al no conseguir los objetivos militares exigidos por Franco, es desti­tuido del mando el 12 de marzo. Sin embargo, es ascendido a general de división dos meses después. Tras la caída del Frente del Norte, Franco reor­ganiza sus fuerzas creando el Cuerpo de Ejército de Castilla que encomienda a Varela. En julio, el general se apunta un gran triunfo al frenar la ofensiva republicana en Brunete. Meses después trasladaría sus hombres al escenario de Aragón, participando en las sucesi­vas batallas de Teruel, el Ebro y la ofensiva final sobre Cataluña. Al aca­bar la Guerra, y como bilaureado, es el responsable de imponer la misma medalla al general Francisco Franco durante el Desfile de la Victoria en la jor­nada del 19 de mayo de 1939 en Madrid. El Caudillo le nombra ministro del Ejército el 9 de agosto de 1939. En su nuevo cargo, se centra más en labo­res de reforma militar que en hacer polí­tica. Reinstaura las capitanías generales y decreta una serie de medidas de depu­ración que llevan a muchos combatien­tes republicanos a la cárcel. Varela apro­vecha el relativo remanso que le da el Ministerio tras años de gue­rrear para casarse el 31 de octu­bre de 1941 en Durango, Vizcaya, con la carlista Casilda de Ampuero y Gandarias, que fue dele­gada nacional de Frentes y Hos­pitales durante la Guerra Civil. Tres meses antes había sido ascendido a tenien­te general, lo máximo en el escalafón militar. Sobre él, sólo está el Genera­lísimo. José Enrique Varela cuenta en­tonces con 50 años.

Además de volcarse en la reestructu­ración del Ejército español, Varela sólo tiene otra preocupación: los falangis­tas, en especial Serrano Suñer, cuñado de Franco y ministro con muchos pode­res, demasiados para Varela. El conde­corado militar recela de la influencia que Falange y Serrano tienen en el Go­bierno. Como carlista tradicionalista, abomina de la ideología del Nuevo Es­tado que defienden los falangistas. Como monárquico, apuesta por la vuel­ta más pronto que tarde de la monar­quía rechazada por los camisas azules. Y como aliadófilo, hace lo imposible por evitar la entrada de España en la Segunda Guerra Mundial del lado de las potencias del Eje.

Uno de los ejemplos es la organización de la División Azul que se forma para enviar al Frente soviético para luchar contra los comunistas. Los falangistas quieren que sean voluntarios salidos de sus filas y, más importante, que sea mandada por uno de los suyos. Varela consigue que la expedición sea controlada por los milita­res. Pero el desprecio es mutuo. Muchas de las maniobras de Serrano Suñer van encaminadas a cortocicuitar el hilo direc­to que hay entre Franco y uno de sus más fieles generales.

La guerra interna tiene un desenlace inesperado en agosto de 1942. El 16 de ese mes tiene lugar una concentración carlista en la basílica de la Virgen de Begoña, en Vizcaya, presidida por el teniente general y ministro José Enrique Varela. A la salida del acto, y en medio de una gran confusión, un grupo de falangistas arroja varias bombas de mano causando algunos heridos. Varela considera el acto como un atentado contra su persona y contra el propio Ejército y pide al Caudillo que tome medidas contra los falangistas. Pero Franco, que no suspende sus vacaciones en Ferrol, actúa con su parsimonia habitual y, también como siempre, pone en marcha un delicado juego de compensaciones, El 3 de septiembre, Serrano Suñer es destituido como ministro, pero con él cae también el propio Varela, que es relevado por el general Carlos Asensio Cabanlllas. Aunque éste se niega a aceptar el cargo, como otros militares en solidaridad con Varela, finalmente lo asume cuando Franco le recuerda que no es un ofrecimiento sino una orden de su superior.

Cuando en 1943 las cosas empiezan a irle mal a los ejércitos de Hitler e Italia es invadida por los aliados, muchos piensan llegada la hora de reconducir el rumbo. Hay que limpiar el régimen de Franco de todo lo que le identifique con el fascismo e ir pensando en reinstaurar la monarquía, Varela es uno de los que así piensan.

El 8 de septiembre, la mayoría de los generales que combatieron con Franco en la Guerra Civil firman una carta que, entre otras cosas, dice: "Hace siete años y en el aeródromo de Salamanca os investimos de los poderes máximos en el Ejército y en el Estado (...). Quisiéramos que el acierto que entonces nos acompañó, no nos abandonara hoy al preguntar con lealtad, respeto y afecto a nuestro Generalísimo si no estima, como nosotros, llegado el momento de dotar a España de un régimen estatal, que él como nosotros añora (...). Parece llegada la ocasión de no demorar más el retorno a aquellos modos de gobierno genuinamente españoles que hicieron la grandeza de nuestra patria y de los que se desvió para imitar modos extranjeros". El destinatario de una misiva tan explosiva es Francisco Franco y el propio Varela la persona encargada de entregársela. Sin embargo, Franco volverá a actuar sin prisas ante el envite más serio que ha tenido que lidiar hasta ahora. Cita uno a uno a los signatarios del documento, les llama a capítulo y desactiva la intentona. Varela, que en su momento llegó a tener a sus órdenes 25 divisiones y 450.000 hombres, opta por la prudencia y se aleja de la política sin alzar la voz. 

El 5 de marzo de 1945, Franco le designa como nuevo Alto Comisario de España en Marruecos sustituyendo al general Orgaz. Varela, en una especie de retiro dorado, vuelve así a la tierra que le vio nacer como militar. Al año siguiente, aún quedan monárquicos que creen que su papel puede ser decisivo para el regreso de la monarquía. Al trasladarse el heredero a la corona Juan de Borbón a la cercana localidad portuguesa de Estoril, en el momento álgido del aislamiento del régimen, varios militares monárquicos animan a Varela a pronunciarse. Pero el siempre prudente José Varela escribe a un camarada: "El régimen actual vive más que de sus aciertos, de los errores y de la desunión de los monárquicos". 

El 24 de marzo de 1951, a pocos días de cumplir los 60 años, la leucemia acaba con su vida en Tánger. Desde allí es trasladado a Cádiz, siendo enterrado tres días después en su localidad natal, San Fernando. Franco le ascenderá a título postumo a capitán general, nombrándole también marqués de Varela de San Fernando

domingo, 26 de enero de 2014

Hermán Göring (1893-1946)

Jefe de la 'Luftwaffe', ocupa distintos cargos de relevancia en los estamentos político y militar alemanes llegando a ser considerado el 'heredero' de Hitler, al que aconseja el apoyo al bando nacional en la Guerra Civil

Hermán Göring es uno de los autores del memorándum presentado por Mussolini y aceptado por Francia e Inglaterra en el Pacto de Múnich el 29 de septiembre de 1938. La salvaguarda de una paz temporal lleva a estos países a ceder ante un Hitler determinado a invadir Checoslovaquia y a iniciar a toda costa una futura guerra. La defensa a cualquier coste de la paz es aprovechada por la Alemania nazi resuelta a dominar Europa.

Göring mostraría, en el juicio por crímenes de guerra al que fue sometido en Nüremberg, su faceta más fría y calculadora como agitador político con la siguiente argumentación: "Naturalmente la gente corriente no quiere la guerra, pero en definitiva son los líderes de un país los que determinan la política, y arrastrar a las personas es una de las cosas más sencillas, ya sea en una democracia, en una dictadura fascista, en un parlamento o en una dictadura comunista. Con voz o sin voz, siempre es posible poner a la gente a las órdenes de los dirigentes. Resulta sencillo. Lo único que se tiene que hacer es decir que están siendo atacados y denunciar a los pacifistas por falta de patriotismo y por poner su país en peligro".

A estas alturas, Göring ha tenido ya un triste protagonismo en España. Según algunos historiadores, de él parte desde Berlín la orden directa de bombardear Guernica al jefe de la Legión Cóndor en España, Hugo von Sperrle. Una trágica acción justificada en el juicio de Nüremberg con esta frialdad: "Guernica fue un campo de prueba para la Luftwaffe. Resultó una desgracia, pero no podíamos hacer otra cosa que experimentar con nuestras máquinas".

Göring es el todopoderoso jefe de la Luftwaffe, la Aviación alemana, el creador de la Gestapo, la policía secreta del Estado y el responsable de organizar los campos de concentración de la Alemania nazi. Su siniestra trayectoria política comienza como piloto y héroe nacional en la Primera Guerra Mundial. Nacido en 1893 en una familia de raíces aristocráticas, se aficiona al coleccionismo de obras de arte a través del expolio.

En 1922, en una de las demostraciones aéreas a las que se dedica tras sus triunfos en la escuadrilla Richthofen, conoce a la baronesa Carin von Fock-Kantzow, con la que contrae matrimonio. Años después Göring se casará en segundas nupcias con la actriz Emmy Sonnemann.

Este mismo año conoce a Hitler con el que conecta rápidamente convirtiéndose en su consejero militar y comandante de los grupos de asalto del Partido Nazi.

En 1923, durante el golpe de ultraderecha, conocido como el Pustch de Munich, resulta gravemente herido y durante su convalecencia, para aliviar los dolores que sufre, le tratan con morfina, a la que se hará adicto de por vida. Son años en los que Göring se ve obligado a vivir como exiliado en Austria, en Italia y en Suecia hasta que se decreta una amnistía. En 1928 es nombrado diputado por el Partido Nazi en el Reichstag, momento en el que comienza su ascenso imparable al poder. Su influencia será fundamental para el triunfo de Hitler en las elecciones de 1932 que le llevarán a la Presidencia del Parlamento. En 1933, como ministro del Interior y jefe de la policía, Göring comienza a tejer una extensa malla represora con la creación de campos de concentración para los opositores. Cientos de policías y oficiales son purgados y sustituidos por las nuevas remesas fieles al partido nazi. Socialdemócratas y comunistas son encarcelados y la censura comienza a controlar todos los medios de comunicación que servirán ahora como nuevos medios de propaganda.

En 1934 es nombrado primer ministro de Prusia y un año después se pone al frente de la Luftwaffe. En 1935 se le otorga poder absoluto para controlar la economía alemana a través del Plan de Cuatro Años. Este nuevo papel le permite construir el emporio industrial Hermán Göring con el que acumula una gran fortuna. Presumirá de su riqueza con ostentación, reuniones fastuosas en palacios ideados a su ambiciosa medida y uniformes repletos de joyas y adornos. Ian Kershaw, en su biografía sobre Hitler destaca esta afición al lujo: "Göiring necesitaba grandes ingresos para saciar su desmedido apetito de buena vida y lujos materiales y se benefició muy especialmente de esa generosidad (...). Tenía por costumbre recibir a los visitantes en su piso de Berlín, espléndidamente decorado, vestido con una toga roja y unas babuchas puntiagudas, como si fuese un sultán en un harén".

En relación a España, Göring tratará también de controlar las minas españolas a través del proyecto Montana para financiar el rearme alemán. Con este propósito se constituye la compañía Rowak, encargada de organizar la recepción de materias primas llegadas desde España a través de Hisma (Sociedad Hispano-Marroquí de Transportes). En la cima de su poder económico y político, cuatro meses después de finalizar la Guerra Civil española Göring es nombrado sucesor oficial de Hitler.

Tras la denominada Noche de Los Cristales Rotos se desata la furia anti judía que Göring impulsará con fiereza, El "último hombre del Renacimiento", como se autodenomina, promulga la arianización de la propiedad y los negocios y la expulsión de todos los judíos. Contribuye también decisivamente a la concepción de la Solución Final promulgada en 1941 y destinada a aniquilar a los judíos.

La decadencia de Göring comienza con tos errores cometidos en el bombardeo de Londres durante la Segunda Guerra Mundial. A pesar de los éxitos iniciales de la Blitzkríeg, o guerra relámpago, sus equivocados cálculos tácticos en contra de las recomendaciones de sus generales se suceden y le aíslan cada vez más. Hitler le acusa de todos los fracasos de la guerra y poderosos compañeros de partido como Himmler, Goebbels o Speer le terminan desplazando. A pesar de esta pérdida de influencia, cuando la situación se hace insostenible y no se sabe con exactitud si Berlín ha caído, Göring decide enviar un telegrama en el que pregunta si debe tomar el mando como sucesor de Hitler. Este atrevimiento provoca que le sustituyan de forma fulminante de todos sus cargos y que se ordene su detención a las SS por traidor. Göring será poco después capturado por los aliados y acusado de crímenes contra la Humanidad, conspiración contra la paz, iniciar una guerra de agresión y violar las leyes de la guerra. Antes de la celebración del juicio se ve obligado a seguir una cura de desintoxicación. En sus comparecencias, altivo y orgulloso, no muestra ningún signo de arrepentimiento por las graves acusaciones que pesan sobre él.

El 1 de octubre de 1946 se dicta sentencia sobre los 21 procesados en los juicios de Nüremberg: 12 son condenados a muerte, pero sólo 10 mueren en la horca. Göring se adelanta a su verdugo. Su suicida en su celda horas antes de la ejecución ingiriendo una cápsula de cianuro que logra esconder y sobre la que no se llega a aclarar el misterio de cómo llega a sus manos. 

sábado, 25 de enero de 2014

Édouard Daladier (1884-1970)

Político francés del Partido Radical Socialista, a pesar de su inicial apoyo a la República acaba secundando las pautas de su homólogo inglés para rehuir el contagio' bélico que podía suponer la intervención en el conflicto

Cuando Édouard Daladier vuelve a Francia después de firmar el Pacto de Múnich -que supone la aceptación por Francia y Gran Bretaña de la ocupa­ción alemana de una parte de Checoslovaquia-, a finales de septiembre de 1938, se encuentra a una multitud que le aclama alborozada. Dicen que al verlos, murmuró: "Idiotas, idiotas...". Cabe preguntarse por qué firmó Daladier un acuerdo que, según su propia opinión, debería haber supuesto que sus propios compatriotas le hubieran linchado.

Édouard Daladier no destaca por su valentía dentro de la política europea de los años 30. A pesar de la intervención de Alemania e Italia en la Guerra Civil espa­ñola, Daladier, partidario en un principio de la República, acaba rechazando la posi­bilidad de que Francia ayude abiertamen­te al Gobierno legítimo. Y cuando Hitler exige la anexión de la provincia checoslo­vaca de los Sudetes, secunda al primer ministro británico Neville Chamberlain en acceder a sus pretensiones. Su deseo de evitar el enfrentamiento con alemanes e Italianos a cambio de lo que fuera, lleva a Daladier al descrédito personal y a Europa a la Guerra-relámpago.

Nacido en 1884 en Carpentras -en la región de la Provenza francesa- realiza un brillante paso por la Universidad. A su término, se convierte en profesor de Historia y comienza su carrera política al ser elegido alcalde de su ciudad natal.

Con el estallido de la Primera Guerra Mundial cambia la política por el Ejército, en el que destaca por su valor. Obtiene varias condecoraciones y es ascendido a capitán por méritos de guerra. Regresa a la vida civil como diputado por Vaucluse, región de la Provenza, con el Partido Radical-Socialista y en 1924, el primer ministro Édouard Herriot le llama para entrar en su Gabinete. En un principio, ocupa el Ministerio de Colonias, y después, el de Obras Públicas. A principios de 1933, Daladier alcanza la Presidencia del Consejo de Ministros, que ejerce hasta octubre de ese año. Tres meses más tarde -siempre con el Partido Radical-Socialista-, vuelve a dirigir el Gabinete tras la dimisión de Camille Chautemps. Ostenta el cargo durante nueve meses hasta que los desórdenes organizados por la extrema derecha en 1934 le fuerzan a dimitir, acusado de falta de energía para evitar los sangrientos disturbios. Mal presagio.

El triunfo del Front Populaire, liderado por el socialista Léon Blum, en las elecciones de junio de 1936 es también el momento de la vuelta de Daladier a la arena política: Blum le nombra ministro de la Guerra. Desde este puesto, Daladier se constituye en defensor de la línea más conservadora y reacia al enfrentamiento con Hitler de los militares franceses.

Las reticencias de Daladier a intervenir en la guerra de España son evidentes. Cada propuesta del primer ministro socialista Léon Blum de ayudar a la República topa con la oposición de Daladier. Su ascensión al frente del Gobierno francés en abril de 1938, tras la caída de Blum, supone el triunfo de la política de apaciguamiento y no intervención, en paralelo con las tesis de Chamberlain. Esta línea se plasma en el cierre de la frontera francesa al paso de suministros militares a España, el 13 de junio de 1938, que deja a la República prácticamente incapacitada antes de la Batalla del Ebro.

Poco después, Daladier y su ministro de Exteriores, Georges Bonnet, se oponen frontalmente al plan republicano de responder a los bombardeos italianos sobre ciudades españolas atacando las bases de donde partieran los aviones. 

Esta especie de pánico a todo lo que suponga enfrentarse a Italia y Alemania se revela con claridad cegadora en Munich, en septiembre de 1938. Allí, Édouard Daiadier y Neville Chamberlain fuerzan a Checoslovaquia, con la que Francia tenía un pacto de asistencia mutua, a aceptar las exigencias imperialistas de Hitler sobre su territorio. Ignorando los compromisos de su país con los checoslovacos y los posibles efectos negativos del acuerdo sobre la URSS -y, por supuesto, el carácter antidemocrático y totalitario del Gobierno alemán-, Daladier sigue sumisamente las directrices de Chamberlain y firma con Hitler y Mussolini el Pacto de Munich.

Cabe la posibilidad de que Daladier sospechara que su mansa tolerancia a los atropellos hitlerianos podía ser un grave error, aparte de una capitulación poco honrosa. Su tristeza al volver de Múnich así parece indicarlo, pero ni las reservas morales por la suerte de los checoslovacos, ni la desconfianza acerca de que las concesiones de las democracias occidentales fueran el mejor método para detener el avance del nazismo, influyen en su postura de septiembre del 38.

En los meses posteriores, al menos con respecto a España, tampoco se aprecian grandes cambios en la actitud del primer ministro francés. Cuando las tropas de Franco ocupan Cataluña a finales de enero de 1939, la multitud de españoles en retirada que penetra en Francia es internada en campos de concentración, y muchos de ellos son devueltos a España. El 27 de febrero, Francia reconoce diplomáticamente al Gobierno de Burgos. En su línea, Daladier evita comprometer sus relaciones con los vencedores de la Guerra española.

La política apaciguadora de Daladier se ve definitivamente frustrada el 1 de septiembre de 1939. Hitler ordena a su Ejército atacar Polonia, y Francia y el Reino Unido, ahora sí, le declaran la guerra. Pero Daladier no es hombre de batallas, y su falta de eficacia para dirigir el esfuerzo de guerra le lleva a ser sustituido como primer ministro por Paul Reynaud, en marzo de 1940. Pese a ello, sigue en el Gobierno; primero como ministro de Defensa -ironías de la vida- y después al frente de Asuntos Exteriores. 

Meses después, en junio de ese mismo año, los alemanes entran en París y capturan a los miembros del Ejecutivo francés. Daladier es encerrado en la fortaleza de Portalet, y posteriormente es juzgado por el régimen colaboracionista de Vichy dentro del proceso de responsabilidades de la guerra celebrado en Riom. Como resultado de este juicio, sufre prisión en Alemania y Austria. Los mismos alemanes ante los que Daladier se doblegó en Múnich no tienen piedad con él, ahora que son los dueños de media Europa. Tendrá que esperar a ser liberado por los norteamericanos, en la primavera de 1945, para abandonar su cautiverio y volver a Francia.

Ya en tiempo de paz, Daladier integra la Asamblea Nacional Constituyente que redacta la Constitución de la IV República Francesa en 1946. Desde entonces, continúa su carrera de diputado radical-socialista.

En 1957 ocupa la Presidencia de su partido hasta que en septiembre de 1958, tras la vuelta de Charles de Gaulle al poder y la instauración de la V República, Daladier abandona la Asamblea Nacional. Sus últimos años transcurren fuera de la política activa hasta su fallecimiento en 1970.

viernes, 24 de enero de 2014

Adolf Hitler (1889-1945)

Paradigma del dictador genocida por antonomasia, el Führer' se convierte en una pieza clave en la Guerra Civil por su colaboración con el general Franco, al que más tarde reclamaría el favor'en la Segunda Guerra Mundial

El Gobierno de Adolf Hitler, o Reich de los mil años, duró sólo 12, pero fueron sufi­cientes para que este dicta­dor encarne aún hoy la figura del mal.

Alemán, aunque nacido en Austria en 1889, arrastra a Alemania, y a medio mundo, a la mayor guerra de la Historia de la Humanidad entre los años 1939 y 1945 y lleva a cabo un genocidio contra los judíos. Su pensamiento es el paradigma del nacionalismo extremo, la exaltación de la raza y el expansionismo, ideología que logra imponer en su país, primero desde la legalidad y luego por la fuerza. Durante la Guerra Civil española actúa como aliado de las tropas del gene­ral Franco, y una vez que éste alcanza la victoria, a punto está de involucrar al nuevo Estado franquista en la guerra que aterrorizaría al mundo por su magnitud.

En 1933, el parlamento alemán con­cede plenos poderes sobre la nación al desde hace pocos meses canciller Adolf Hitler, un cabo sin estudios metido a po­lítica y ex convicto por un intento de golpe de estado. Su partido Nacional So­cialista, conocido como par­tido Nazi, pasa a dominar todas las esferas de la polí­tica, la sociedad y el Ejér­cito. En definitiva, un país entero se confía a Adolf Hitler y a la radical ideología del parti­do, que propugna fundamental­mente la superioridad de la raza aria, a la que dicen pertenecer.

Es durante la Primera Guerra Mun­dial, a la que acude voluntariamente tras no conseguir el ingreso en la Aca­demia de Bellas Artes de Viena, cuando comienza a desarrollar el nacionalismo extremo y el antisemitismo que dominan su persona y el espíritu del partido Nazi. Durante la guerra, donde es condecorado con una cruz de hierro al valor, culpabiliza a los judíos de la derrota alemana, por su supues­ta actitud de boicot y derrotismo en la retaguardia.

Después de unos años de provocacio­nes y peleas con otras formaciones políti­cas y grupos sociales, Hitler remata la cre­ciente agresividad del partido y organiza una revuelta en 1923, conocida como el Putsch de Múnich, contra las autoridades del Gobierno Federal de Baviera, para tomar después el resto de Alemania al estilo de su admirado Mussolini. Las fuer­zas del orden, sin embargo, aplastan la rebelión y casi todos los dirigentes del partido, incluyendo a Hitler, y al enigmático Rudolf Hess, acaban en la cárcel. Durante el presidio escribe, ayudado por Hess Mi lucha, un libro a la par autobio­gráfico y manual ideológico del partido. Sale sin cumplir la pena en su totalidad y redirige la estrategia del partido hacia la legalidad alcanzando en menos de cinco años plenos poderes sobre la nación, aunque sin duda despliega una considerable habilidad política, la única y verda­dera estrategia que sigue entre 1932 y 1935 es la del terror; primero con la sociedad, más tarde con el resto de partidos políticos y por último con sus propios camaradas. De hecho, afirma que "el terror es el arma política más poderosa".

Hitler, sin embargo, no se mues­tra como un gran estadista; sus iseas son pueriles, fijas y en exceso simples. En realidad, aparte de la pureza de la raza, su política se reduce a la expansión del Tercer Reich. En la intimidad, Hitler se comporta de forma austera en comparación con otros líderes nazis. Su personali­zad oscila entre el ensimismamiento y la cólera.

Al estallar la Guerra Civil española, el Führer comienza a colaborar con el bando nacional a pesar de haber firmado el acuerdo de no intervención junto a italíanos, soviéticos, ingleses y france­ses. La presencia del Tercer Reich en la Guerra se concreta en un primer momento con el envío de material béli­co y después con una escuadra de aviación denominada Legión Cóndor.

Franco es desde el comienzo del alzamíento militar en España el que entabla relación con los alemanes, aunque nunca directamente con el propio Hitler. Por otra parte, no parece que éste ni el partido Nazi apreciaran mucho al general espa­ñol, primero porque es un militar que sim­patiza con el clero y la monarquía, a los que Hitler aborrece, y segundo, porque prefiere a los falangistas. Según uno de los biógrafos de Franco, George Hills, Hitler accede a ayudar a los nacionales a petición del mariscal Göring para probar la aviación en campo de batalla y porque pretende sacar partido de las minas espa­ñolas para la industria de guerra. En cual­quier caso, las relaciones nunca serán del todo cordiales; la lucha por la soberanía de las minas y el momentáneo abandono de la Legión Cóndor en la primavera del 38 son puntos clave del desencuentro.

Adolf Hitler es ya por entonces una celebridad política en el ámbito mun­dial. Alemania, además, asombra al mundo con su modelo de eficiencia y recuperación -entre ellos a los falan­gistas y especialmente a Serrano Suñer-. Son los tiempos de los especta­culares desfiles y las exhibiciones de grandiosidad y poder. En la España na­cional, al margen de las relaciones di­plomáticas, Hitler es un ejemplo que dignifica la patria alemana.

En marzo de 1938, fuerza la anexión de Austria -el denominado Anschluss- nación que considera parte del mismo Estado alemán, y meses más tarde su voraz expansionismo muerde Checos­lovaquia. Las grandes potencias claudican por última vez antes de la Guerra en la Conferencia de Munich por medio de un acuerdo de paz que Hitler viola al año siguiente con la invasión de Polonia, Contento con los resultados diplomáticos, el turno les llega a los judíos. La tristemente conocida como Noche de los cristales rotos, el 9 de noviembre de 1938, es el comienzo del calvario que sufre el pueblo judío en los siguientes siete años.

Dos años más tarde, en Hendaya, Adolf Hitler se reúne por primera y única vez con el general Franco. Los na­zis reclaman del jefe del Estado español, a quien han ayudado a ganar la Guerra Civil, la interven­ción en el conflicto mundial que arrasará Europa hasta 1945. Franco llega tarde a la cita y du­rante horas se discuten los pormenores, las contrapartidas y los compromisos. Lo cierto es que por voluntad propia de Franco o por falta de un acuerdo en las concesiones coloniales sobre Marruecos, España no entra en la guerra y se man­tiene neutral. Hitler sale de la reunión en un estado colérico y pronuncia la conoci­da frase "antes de volver a hablar con este hombre dejo que me saquen dos muelas". No obstante, el Führer está en su máximo apogeo, su Ejército aplasta Europa, domina Polonia, Checoslova­quia, Bélgica, Dinamarca, Luxemburgo, Finlandia, Francia, Austria y Grecia. Su superioridad militar se mantiene hasta el verano de 1942. Menos de tres años des­pués, en abril de 1945 las tropas soviéti­cas están haciendo añicos la capital de su imperio. Enloquecido, se dispara un tiro junto a su reciente esposa, Eva Braun, para evitar su responsabilidad ante los Tribunales.

jueves, 23 de enero de 2014

Neville Chamberlain (1869-1940)

Estadista británico de corte conservador, rehuye el enfrentamiento armado permitiendo el expansionismo de la Alemania nazi y el rearme, actitud que, en plena Guerra Civil, disipó las esperanzas republicanas 

Uno de los personajes clave en el momento histórico en que sucede la Guerra Civil española es sin duda Arthur Neville Chamberlain. Con la ingra­ta labor de dirigir la política del Reino Unido en los años más conflictivos del siglo XX, entre 1937 y 1940, ninguno de sus esfuerzos por mantener la paz en el marco internacional se vio recompensado.

Chamberlain se convierte en un equili­brista de la política, un auténtico trapecis­ta del diálogo y la contención cuya estra­tegia pacificadora podría haber resultado exitosa si el enemigo hubiera sido otro distinto a la enloquecida maquinaria nazi. Al final, su política del apaciguamiento, como él mismo la denomina, terminó por devorarle. La Historia le convirtió en culpa­ble -sobre todo a los ojos de los republi­canos españoles-, cuando Chamberlain fue quizás una víctima más.

Nace en el seno de una familia de polí­ticos en 1869. Su padre fue el líder del Partido Liberal Unionista y su hermanastro Austen ministro de Exteriores (1924- 1929), desde cuya posición se haría mere­cedor del premio Nobel de la Paz en 1925.

Tras pasar por varios cargos menores, Chamberlain consigue un puesto como diputado con­servador en 1918. Entre 1924 y 1929 realiza importantes re­formas sociales como minis­tro de Sanidad. Su brillante trayectoria continúa en 1931 desde la titularidad de la cartera de Economía, en plena crisis económica que con­sigue atajar aplicando una políti­ca de protección a la industria que equilibra la balanza co­mercial y de empleo.

Llega a su cénit en 1937, toma el relevo de Stanley Baldwin al frente del Gobierno británico. Su mandato de tres años estuvo marcado por la crispada situación internacional. La experiencia británica en la Primera Guerra Mundial le llevo a inten­tar mantener la paz a cualquier precio. Político de la vieja escuela, el primer minis­tro estaba convencido de que podría cal­mar la agresividad de los dictadores euro­peos por la vía diplomática. Estaba dis­puesto a conceder, negociar y, en lo que a España tocaba, dejar pasar.

La posición de neutralidad de Ingla­terra en la Guerra Civil española no era sino un intento de evitar que el conflicto se extendiera a otros territorios. Cham­berlain tuvo que enfrentarse a casi todos para no responder al levantamiento mili­tar de Franco: los laboristas le cuestiona­ban en el Parlamento, mientras que la opinión pública era mayoritariamente favorable a la República.

El primer momento crítico de su man­dato no obstante llega en septiembre de 1938. Hítler amenaza con anexionarse la región de los Sudetes en Checoslovaquia, provocando una crisis internacional. El propio Chamberlain deja entrever en el Parlamento británico la posibilidad de la guerra. Antes de que la situación estalle, se convoca una cumbre en Múnich a la que acuden los dirigentes de Italia (Mussolíní), Alemania (Hitler), Francia (Daladier) y Reino Unido (Chamberlain). En esta reunión a cuatro bandas Hitler se sale con la suya y pocos días después Ale­mania ocupa los Sudetes.

Por su parte, Chamberlain regresa al Reino Unido como el gran pacificador. A su llegada a Inglaterra, en el aeropuerto de Heston enarbola en alto un docu­mento con el compromiso de Hitler de utilizar medios pacíficos y proclama: "Por segunda vez en nuestra historia, un primer ministro británico regresa de Alemania trayendo la paz con honor. Es la paz para nuestro tiempo".

Las ansias imperialistas de Italia y Alemania suponían una fuerza despro­porcionada para el apaciguado Cham­berlain. Sirvan como ejemplo estas pa­labras de Mussolini tras la visita del pri­mer ministro británico a Roma en enero de 1939: "Estos hombres no son ya de la pasta de los Francis Drake o de los otros aventureros que conquistaron el Imperio. Son los hijos cansados de una larga serie de generaciones ricas. Y per­derán el Imperio". Eran dos formas dis­tintas de entender la política y el mundo.

En España, los republicanos tildan de hipócrita a Chamberlain. Se preguntan có­mo puede autoprodamarse defensor de la paz por un lado, mientras por el otro per­mite el levantamiento de Franco sin mover un dedo. De ahí que cuando el dirigente inglés visite Roma a principios de 1939 las esperanzas de las fuerzas republicanas son mínimas. Tras la cumbre bilateral, el fracaso se confirma. El ministro de Exte­riores italiano, el conde Ciano, escribe en sus diarios: "La visita se mantiene sustancialmente en tono menor, porque tanto el Duce como yo estamos escasamente con­vencidos de su utilidad. (...) La conversa­ción se ha desarrollado con tono cansado. Las cosas de que hemos tratado no eran las más importantes y, tanto en ellos como en nosotros, se reconocían fácilmente las reservas mentales". Más que avanzar hacia la paz, da la impresión de que Chamberlain se agarra a ella como a un clavo ardiendo mientras Alemania e Italia lo calientan".

El 1 de septiembre de 1939 Alemania invade Polonia. Chamberlain no responde en un primer momento, ya que busca la ayuda de Francia. Durante ese día y el siguiente las presiones son constantes. Finalmente, una vez que Francia se com­promete a actuar junto a Inglaterra, Chamberlain declara la guerra a Alemania el 3 de septiembre: "Esta mañana el em­bajador británico en Berlín ha entregado en mano al Gobierno germano una nota certificando que, si antes de las 11 de la mañana no se han comprometido a retirar sus tropas de Polonia, entre nosotros ha­brá un estado de guerra. Os tengo que decir ahora que no ha habido respuesta, y que consecuentemente este país está en guerra con Alemania".

Los primeros meses de la contienda fueron relativamente tranquilos y los enfrentamientos se redujeron a las zonas marítimas. Cuando en abril de 1940 Alemania invade Noruega, Chamberlain envía una expedición como respuesta y fracasa estrepito­samente. El primer ministro pierde el apoyo de muchos de sus compañeros en el Parlamento y el 10 de mayo se ve obligado a dimitir, recomen­dando a Winston Churchill como sucesor. Durante el verano la salud de Chamberlain se deteriora. Muere de cáncer el 9 de no­viembre de ese mismo año.

Durante los meses que transcurren entre su dimisión y su muerte, incluso en los años siguientes, la figura de Chamberlain es duramente criticada. De alguna manera, se le culpa del estallido de la guerra (uno de los primeros escri­tos sobre él tras su dimisión se tituló Culpable). Pero con el tiempo y adop­tando una visión más amplia de los hechos, los historiadores han tenido en su poder otro tipo de valoraciones a la hora de juzgar su labor. En la mayor parte de los casos, se valora positiva­mente su incansable defensa de la paz como algo natural, así como sus éxitos previos a la Presidencia del país desde su puesto en el Ministerio de Sanidad y Economía.