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jueves, 23 de enero de 2014

Neville Chamberlain (1869-1940)

Estadista británico de corte conservador, rehuye el enfrentamiento armado permitiendo el expansionismo de la Alemania nazi y el rearme, actitud que, en plena Guerra Civil, disipó las esperanzas republicanas 

Uno de los personajes clave en el momento histórico en que sucede la Guerra Civil española es sin duda Arthur Neville Chamberlain. Con la ingra­ta labor de dirigir la política del Reino Unido en los años más conflictivos del siglo XX, entre 1937 y 1940, ninguno de sus esfuerzos por mantener la paz en el marco internacional se vio recompensado.

Chamberlain se convierte en un equili­brista de la política, un auténtico trapecis­ta del diálogo y la contención cuya estra­tegia pacificadora podría haber resultado exitosa si el enemigo hubiera sido otro distinto a la enloquecida maquinaria nazi. Al final, su política del apaciguamiento, como él mismo la denomina, terminó por devorarle. La Historia le convirtió en culpa­ble -sobre todo a los ojos de los republi­canos españoles-, cuando Chamberlain fue quizás una víctima más.

Nace en el seno de una familia de polí­ticos en 1869. Su padre fue el líder del Partido Liberal Unionista y su hermanastro Austen ministro de Exteriores (1924- 1929), desde cuya posición se haría mere­cedor del premio Nobel de la Paz en 1925.

Tras pasar por varios cargos menores, Chamberlain consigue un puesto como diputado con­servador en 1918. Entre 1924 y 1929 realiza importantes re­formas sociales como minis­tro de Sanidad. Su brillante trayectoria continúa en 1931 desde la titularidad de la cartera de Economía, en plena crisis económica que con­sigue atajar aplicando una políti­ca de protección a la industria que equilibra la balanza co­mercial y de empleo.

Llega a su cénit en 1937, toma el relevo de Stanley Baldwin al frente del Gobierno británico. Su mandato de tres años estuvo marcado por la crispada situación internacional. La experiencia británica en la Primera Guerra Mundial le llevo a inten­tar mantener la paz a cualquier precio. Político de la vieja escuela, el primer minis­tro estaba convencido de que podría cal­mar la agresividad de los dictadores euro­peos por la vía diplomática. Estaba dis­puesto a conceder, negociar y, en lo que a España tocaba, dejar pasar.

La posición de neutralidad de Ingla­terra en la Guerra Civil española no era sino un intento de evitar que el conflicto se extendiera a otros territorios. Cham­berlain tuvo que enfrentarse a casi todos para no responder al levantamiento mili­tar de Franco: los laboristas le cuestiona­ban en el Parlamento, mientras que la opinión pública era mayoritariamente favorable a la República.

El primer momento crítico de su man­dato no obstante llega en septiembre de 1938. Hítler amenaza con anexionarse la región de los Sudetes en Checoslovaquia, provocando una crisis internacional. El propio Chamberlain deja entrever en el Parlamento británico la posibilidad de la guerra. Antes de que la situación estalle, se convoca una cumbre en Múnich a la que acuden los dirigentes de Italia (Mussolíní), Alemania (Hitler), Francia (Daladier) y Reino Unido (Chamberlain). En esta reunión a cuatro bandas Hitler se sale con la suya y pocos días después Ale­mania ocupa los Sudetes.

Por su parte, Chamberlain regresa al Reino Unido como el gran pacificador. A su llegada a Inglaterra, en el aeropuerto de Heston enarbola en alto un docu­mento con el compromiso de Hitler de utilizar medios pacíficos y proclama: "Por segunda vez en nuestra historia, un primer ministro británico regresa de Alemania trayendo la paz con honor. Es la paz para nuestro tiempo".

Las ansias imperialistas de Italia y Alemania suponían una fuerza despro­porcionada para el apaciguado Cham­berlain. Sirvan como ejemplo estas pa­labras de Mussolini tras la visita del pri­mer ministro británico a Roma en enero de 1939: "Estos hombres no son ya de la pasta de los Francis Drake o de los otros aventureros que conquistaron el Imperio. Son los hijos cansados de una larga serie de generaciones ricas. Y per­derán el Imperio". Eran dos formas dis­tintas de entender la política y el mundo.

En España, los republicanos tildan de hipócrita a Chamberlain. Se preguntan có­mo puede autoprodamarse defensor de la paz por un lado, mientras por el otro per­mite el levantamiento de Franco sin mover un dedo. De ahí que cuando el dirigente inglés visite Roma a principios de 1939 las esperanzas de las fuerzas republicanas son mínimas. Tras la cumbre bilateral, el fracaso se confirma. El ministro de Exte­riores italiano, el conde Ciano, escribe en sus diarios: "La visita se mantiene sustancialmente en tono menor, porque tanto el Duce como yo estamos escasamente con­vencidos de su utilidad. (...) La conversa­ción se ha desarrollado con tono cansado. Las cosas de que hemos tratado no eran las más importantes y, tanto en ellos como en nosotros, se reconocían fácilmente las reservas mentales". Más que avanzar hacia la paz, da la impresión de que Chamberlain se agarra a ella como a un clavo ardiendo mientras Alemania e Italia lo calientan".

El 1 de septiembre de 1939 Alemania invade Polonia. Chamberlain no responde en un primer momento, ya que busca la ayuda de Francia. Durante ese día y el siguiente las presiones son constantes. Finalmente, una vez que Francia se com­promete a actuar junto a Inglaterra, Chamberlain declara la guerra a Alemania el 3 de septiembre: "Esta mañana el em­bajador británico en Berlín ha entregado en mano al Gobierno germano una nota certificando que, si antes de las 11 de la mañana no se han comprometido a retirar sus tropas de Polonia, entre nosotros ha­brá un estado de guerra. Os tengo que decir ahora que no ha habido respuesta, y que consecuentemente este país está en guerra con Alemania".

Los primeros meses de la contienda fueron relativamente tranquilos y los enfrentamientos se redujeron a las zonas marítimas. Cuando en abril de 1940 Alemania invade Noruega, Chamberlain envía una expedición como respuesta y fracasa estrepito­samente. El primer ministro pierde el apoyo de muchos de sus compañeros en el Parlamento y el 10 de mayo se ve obligado a dimitir, recomen­dando a Winston Churchill como sucesor. Durante el verano la salud de Chamberlain se deteriora. Muere de cáncer el 9 de no­viembre de ese mismo año.

Durante los meses que transcurren entre su dimisión y su muerte, incluso en los años siguientes, la figura de Chamberlain es duramente criticada. De alguna manera, se le culpa del estallido de la guerra (uno de los primeros escri­tos sobre él tras su dimisión se tituló Culpable). Pero con el tiempo y adop­tando una visión más amplia de los hechos, los historiadores han tenido en su poder otro tipo de valoraciones a la hora de juzgar su labor. En la mayor parte de los casos, se valora positiva­mente su incansable defensa de la paz como algo natural, así como sus éxitos previos a la Presidencia del país desde su puesto en el Ministerio de Sanidad y Economía. 

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