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viernes, 24 de enero de 2014

Adolf Hitler (1889-1945)

Paradigma del dictador genocida por antonomasia, el Führer' se convierte en una pieza clave en la Guerra Civil por su colaboración con el general Franco, al que más tarde reclamaría el favor'en la Segunda Guerra Mundial

El Gobierno de Adolf Hitler, o Reich de los mil años, duró sólo 12, pero fueron sufi­cientes para que este dicta­dor encarne aún hoy la figura del mal.

Alemán, aunque nacido en Austria en 1889, arrastra a Alemania, y a medio mundo, a la mayor guerra de la Historia de la Humanidad entre los años 1939 y 1945 y lleva a cabo un genocidio contra los judíos. Su pensamiento es el paradigma del nacionalismo extremo, la exaltación de la raza y el expansionismo, ideología que logra imponer en su país, primero desde la legalidad y luego por la fuerza. Durante la Guerra Civil española actúa como aliado de las tropas del gene­ral Franco, y una vez que éste alcanza la victoria, a punto está de involucrar al nuevo Estado franquista en la guerra que aterrorizaría al mundo por su magnitud.

En 1933, el parlamento alemán con­cede plenos poderes sobre la nación al desde hace pocos meses canciller Adolf Hitler, un cabo sin estudios metido a po­lítica y ex convicto por un intento de golpe de estado. Su partido Nacional So­cialista, conocido como par­tido Nazi, pasa a dominar todas las esferas de la polí­tica, la sociedad y el Ejér­cito. En definitiva, un país entero se confía a Adolf Hitler y a la radical ideología del parti­do, que propugna fundamental­mente la superioridad de la raza aria, a la que dicen pertenecer.

Es durante la Primera Guerra Mun­dial, a la que acude voluntariamente tras no conseguir el ingreso en la Aca­demia de Bellas Artes de Viena, cuando comienza a desarrollar el nacionalismo extremo y el antisemitismo que dominan su persona y el espíritu del partido Nazi. Durante la guerra, donde es condecorado con una cruz de hierro al valor, culpabiliza a los judíos de la derrota alemana, por su supues­ta actitud de boicot y derrotismo en la retaguardia.

Después de unos años de provocacio­nes y peleas con otras formaciones políti­cas y grupos sociales, Hitler remata la cre­ciente agresividad del partido y organiza una revuelta en 1923, conocida como el Putsch de Múnich, contra las autoridades del Gobierno Federal de Baviera, para tomar después el resto de Alemania al estilo de su admirado Mussolini. Las fuer­zas del orden, sin embargo, aplastan la rebelión y casi todos los dirigentes del partido, incluyendo a Hitler, y al enigmático Rudolf Hess, acaban en la cárcel. Durante el presidio escribe, ayudado por Hess Mi lucha, un libro a la par autobio­gráfico y manual ideológico del partido. Sale sin cumplir la pena en su totalidad y redirige la estrategia del partido hacia la legalidad alcanzando en menos de cinco años plenos poderes sobre la nación, aunque sin duda despliega una considerable habilidad política, la única y verda­dera estrategia que sigue entre 1932 y 1935 es la del terror; primero con la sociedad, más tarde con el resto de partidos políticos y por último con sus propios camaradas. De hecho, afirma que "el terror es el arma política más poderosa".

Hitler, sin embargo, no se mues­tra como un gran estadista; sus iseas son pueriles, fijas y en exceso simples. En realidad, aparte de la pureza de la raza, su política se reduce a la expansión del Tercer Reich. En la intimidad, Hitler se comporta de forma austera en comparación con otros líderes nazis. Su personali­zad oscila entre el ensimismamiento y la cólera.

Al estallar la Guerra Civil española, el Führer comienza a colaborar con el bando nacional a pesar de haber firmado el acuerdo de no intervención junto a italíanos, soviéticos, ingleses y france­ses. La presencia del Tercer Reich en la Guerra se concreta en un primer momento con el envío de material béli­co y después con una escuadra de aviación denominada Legión Cóndor.

Franco es desde el comienzo del alzamíento militar en España el que entabla relación con los alemanes, aunque nunca directamente con el propio Hitler. Por otra parte, no parece que éste ni el partido Nazi apreciaran mucho al general espa­ñol, primero porque es un militar que sim­patiza con el clero y la monarquía, a los que Hitler aborrece, y segundo, porque prefiere a los falangistas. Según uno de los biógrafos de Franco, George Hills, Hitler accede a ayudar a los nacionales a petición del mariscal Göring para probar la aviación en campo de batalla y porque pretende sacar partido de las minas espa­ñolas para la industria de guerra. En cual­quier caso, las relaciones nunca serán del todo cordiales; la lucha por la soberanía de las minas y el momentáneo abandono de la Legión Cóndor en la primavera del 38 son puntos clave del desencuentro.

Adolf Hitler es ya por entonces una celebridad política en el ámbito mun­dial. Alemania, además, asombra al mundo con su modelo de eficiencia y recuperación -entre ellos a los falan­gistas y especialmente a Serrano Suñer-. Son los tiempos de los especta­culares desfiles y las exhibiciones de grandiosidad y poder. En la España na­cional, al margen de las relaciones di­plomáticas, Hitler es un ejemplo que dignifica la patria alemana.

En marzo de 1938, fuerza la anexión de Austria -el denominado Anschluss- nación que considera parte del mismo Estado alemán, y meses más tarde su voraz expansionismo muerde Checos­lovaquia. Las grandes potencias claudican por última vez antes de la Guerra en la Conferencia de Munich por medio de un acuerdo de paz que Hitler viola al año siguiente con la invasión de Polonia, Contento con los resultados diplomáticos, el turno les llega a los judíos. La tristemente conocida como Noche de los cristales rotos, el 9 de noviembre de 1938, es el comienzo del calvario que sufre el pueblo judío en los siguientes siete años.

Dos años más tarde, en Hendaya, Adolf Hitler se reúne por primera y única vez con el general Franco. Los na­zis reclaman del jefe del Estado español, a quien han ayudado a ganar la Guerra Civil, la interven­ción en el conflicto mundial que arrasará Europa hasta 1945. Franco llega tarde a la cita y du­rante horas se discuten los pormenores, las contrapartidas y los compromisos. Lo cierto es que por voluntad propia de Franco o por falta de un acuerdo en las concesiones coloniales sobre Marruecos, España no entra en la guerra y se man­tiene neutral. Hitler sale de la reunión en un estado colérico y pronuncia la conoci­da frase "antes de volver a hablar con este hombre dejo que me saquen dos muelas". No obstante, el Führer está en su máximo apogeo, su Ejército aplasta Europa, domina Polonia, Checoslova­quia, Bélgica, Dinamarca, Luxemburgo, Finlandia, Francia, Austria y Grecia. Su superioridad militar se mantiene hasta el verano de 1942. Menos de tres años des­pués, en abril de 1945 las tropas soviéti­cas están haciendo añicos la capital de su imperio. Enloquecido, se dispara un tiro junto a su reciente esposa, Eva Braun, para evitar su responsabilidad ante los Tribunales.

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