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miércoles, 19 de septiembre de 2012

Emilio Mola (1887-1937)

Ni la Guerra de África, ni las dificultades en la República ni la cárcel pueden con él. Un accidente de avión será lo que acabe con la vida del 'Director' del alzamiento y rival directo de Franco por la Jefatura del Estado

¿Qué hubiera ocurrido si el general Emilio Mola no se hubiera estrellado a bordo del AirSpeed Envoy el 3 de junio de 1937? Las especulaciones sobre la inminente rivalidad política entre Mola y el general Franco no han sido escasas y se han convertido en uno de los grandes debates de los estudiosos de la Guerra Civil.

Puede que gran parte de ese interés resida en el carácter personal que, durante muchos años, se le ha atribuido a Mola, antagónico, en alguna medida, al de Franco. Impulsivo, atormentado, brillante, irascible, lector de Valle-Inclán, laico... El general nacido en Cuba (Placetas, 1887) ha sido recordado, a menudo, como un personaje relativamente ajeno al libro de estilo de la rebelión que él mismo desencadenó. Sin embargo, tampoco han faltado los autores que enfatizan los rasgos comunes que unieron a Mola con el grupo de militares africanistas que iniciaron la lucha fratricida.

La historia de Mola arranca en el seno de la familia de un capitán de la Guardia Civil establecido en Cuba y casado con una isleña que, después de algunos cambios de destino, termina por asentarse en Gerona. La vida adusta de la familia Mola, cuentan los propios biógrafos afines al general, cala en su hijo, quien ingresa en 1904 en la Academia de Infantería de Toledo (tres años antes de que lo hiciera Francisco Franco).

A diferencia de lo que ocurriera con el propio Franco, Mola destaca en Toledo como un estudiante entusiasta que se hizo acuñar (en la realidad o en el terreno de las hagiografías) el significativo apodo de El prusiano entre sus compañeros. Una referencia a su voluntad de excelencia militar o a su tendencia al autoritarismo, según la interpretación que prefiera cada autor.

Como ocurrió con todos los alumnos de la Academia (incluido, de nuevo, Francisco Franco), Mola empieza a dar forma a su pensamiento político en aquellos primeros años del reinado de Alfonso XIII bajo la influencia del militarismo. En un contexto en el que el divorcio entre la sociedad civil y el Ejército español no hace más que crecer, Mola recibe de la Academia la idea decimonónica de que los militares constituyen la vanguardia de la nación, la guardia que debe velar por su honor y -en último término- por el bien común. No es de extrañar, por tanto, que Mola, al licenciarse en la Academia, busque su destino en la Guerra de África, allí donde el Ejército siente que se justifica su superioridad moral... y donde la sociedad civil no ve otra cosa más que una guerra costosa, improductiva e imposible de ganar.

Por esta razón, los primeros años de la carrera de Mola transcurren sin más sobresaltos que los propios de un conflicto enquistado, casi crónico. El oficial alcanza en junio de 1921 el empleo de teniente coronel, rango que conservará hasta 1926.

Es entonces cuando la recién instaurada dictadura de Miguel Primo de Rivera, en su afán por congraciarse con el poderoso clan africanista, recupera el sistema de ascensos por méritos en el frente. Mola es premiado por su labor durante la llamada retirada estratégica (julio de 1924-enero de 1925) con el empleo de coronel (ascenso decretado el 3 de "febrero de 1926, el mismo día en el que Franco estrena su puesto de general). Un año y medio después, el 2 de octubre de 1927, el propio Mola accede al generalato gracias a la defensa de la atalaya de Beni-Hassan. Desde entonces, Mola se hace cargo del mando de la plaza de Larache.

Aquellos años de ascensos y éxitos son relatados por el propio general en Dar Akkoba, una réplica al exitoso Diario de una bandera que Franco escribe en 1922 y con el que da notoriedad a sus nazañas bélicas. Dar Akkoba sirve para dibujar algunos de los rasgos de aquel Mola, un militar estricto, carente del extraño carisma que Francisco Franco se gana entre sus tropas pero no menos ambicioso que él.

Su ambición, de hecho, le lleva a embarcarse en una carrera de macabros méritos militares. "Deseo que vengas, porque, como quiera que en esto de las matanzas morunas siempre se fantasea mucho, tengo especial interés en que tú mismo veas los fiambres", escribe Mola, tras una escaramuza, a un oficial del Estado Mayor que había de certificar sus triunfos en el frente.

África, como afirma el historiador Carlos Blanco Escolá, hace de Mola un miembro de la camarilla de militares beneficiados por la Dictadura y la vocación de rey soldado de Alfonso XIII. Y es por eso que el monarca recurre a Mola cuando el régimen de Primo de Rivera se colapsa.

La dictablanda de Berenguer (otro africanista) trae a Mola de vuelta a la Península con el encargo de ocupar la Dirección General de Seguridad. El general abandona Marruecos el 12 de febrero de 1930, dispuesto a asumir una misión imposible. Mantener el orden público en medio de la presión política (manifestaciones, huelgas, atentados...) que habría de terminar en el exilio del rey un año y un mes después.

Si la misión es de por sí delicadísima, su éxito se hace aún más improbable si se tienen en cuenta los recursos que Mola estaba dispuesto a aplicar: la lógica de la guerra africana. El incidente más grave se produce el 25 de marzo de 1931, cuando Mola consiente la represión policial de una manifestación de estudiantes de Medicina ante el Hospital de San Carlos de Madrid.

Los sucesos de aquel día convierten a Mola en uno de los símbolos más odiados por la marea que condujo a la proclamación de la Segunda República, apenas un par de semanas después. El primer Gobierno republicano relega a Mola a la condición de disponible (sin función asignada pero con sueldo) mientras las autoridades judiciales inician un proceso contra él por su responsabilidad en los sucesos de marzo y que terminará por llevarle a la cárcel.

En este punto, muchos historiadores han sostenido que Mola es, en realidad, un militar receptivo a las ideas liberales que solamente gira hasta las posiciones de la ultraderecha por culpa de la persecución a la que le someten los primeros gobiernos republicanos. Su tesis queda avalada por algunos de los textos escritos por el militar y por testimonios como el del político conservador Gil Robles, quien dijo que Mola era visto con desconfianza en el Palacio Real "por considerársele hombre de ideas liberales". "Su evolución antidemocrática se inicia en una celda", sentencia Gil Robles.

Otros autores dudan de ese presunto liberalismo de Mola y ahondan en su actuación a cargo de la Dirección General de Segundad. Es en esa época cuando Mola empieza a relacionarse con grupos de presión de vocación autoritaria como la Entente Internationale Anticommuniste, radicada en Suiza o el Gobierno fascista italiano. El propio Mola deja escritos textos sobre esa época: "Cuando, por imperiosa obligación de mi cargo, estudié la intervención de las logias [masónicas] en la vida política de España, me di cuenta de la enorme fuerza que representaban, no por ellas en sí, sino por los poderosos elementos que las movían: los judíos". El general, de hecho, puso en marcha una red de colaboradores dentro de la Dirección dedicados a investigar la actividad del Partido Comunista en España. Esta red mantendrá siempre su fidelidad personal a Mola y le será de gran utilidad en momentos posteriores de su vida.

En cualquier caso, Mola, que ya se siente agraviado (como todos los africanistas) por la política de Azaña, asiste estupefacto al proceso judicial que se abre contra él (y que asocia como un castigo por el golpe de Estado de 1932, en cuya conjura no participó directamente). Cuando el general da con sus huesos en prisión, emplea todas sus energías a escribir hasta tres libros, dedicados, a menudo, en expresar su repulsa hacia Manuel Azaña.

La caída del propio Azaña y de los gobiernos de izquierdas del primer bienio reformista de la República, abre la puerta a la coalición radical-cedista que decreta una amnistía en una de sus primeras medidas, Mola vuelve a la calle y recupera -recomendado por Ramón Serrano Suñer- su responsabilidad (a partir de 1935) con un destino que colma sus aspiraciones: el mando de las fuerzas de Marruecos, en el que sustituye a Francisco Franco (reclamado para dirigir el Estado Mayor). Poco tiempo, sin embargo, pudo permanecer Mola en África, ya que el triunfo del Frente Popular en las elecciones de 1936 vuelve a frustrar sus aspiraciones. El Gobierno dirigido por el odiado Azaña quiere apartar a Mola (al que ya percibe como una amenaza) del estratégico mando de Marruecos sin incidir más de lo necesario en su sensación de agravio.

Es por eso que elige para el general un nuevo destino en la Jefatura de la 12ª Brigada de Infantería, con sede en Pamplona. Durante el viaje de Mola a su nueva plaza, ya en la primavera de 1936, comienza a erigirse en el líder de la conspiración que habría de desencadenar la Guerra Civil. Inicia sus contactos con otros militares descontentos y con grupos de ultraderecha como los carlistas (con los que mantiene una difícil convivencia en Navarra).

Mola adquiere prestigio entre las distintas conspiraciones abiertas a partir de la victoria del Frente Popular gracias a su capacidad para suministrarles alimento ideológico. Su conexión personal con la Entente Internationale Anti-communiste y con algunos agentes de la Dirección General de Seguridad sirve para que los conspiradores se convenzan de que sus intrigas están dirigidas a evitar "que la bandera roja de la Unión Soviética se ice en Madrid". Este hecho, junto a la inhibición de otros militares de más influencia como el propio Franco, convierte a Mola en el Director de la conspiración. Desde Pamplona, Mola empieza entonces a concebir un levantamiento a la manera de los pronunciamientos del siglo XIX basado en el alzamiento de varios mandos militares en sus emplazamientos, que presionarán hasta acabar estrangulando al Gobierne de Madrid. El general no había sido capaz aún de entender la complejidad de la sociedad de masas del siglo XX en la que un pronunciamiento estaba condenado al fracaso.

Es por eso que durante los meses de la primavera de 1936 acumula frustraciones en sus intrigas, además de sentir la presión del Gobierno republicano, que vigila su actividad. Algunos autores señalan, incluso, que la presión lleva a Emilio Mola, ciclotímico y atormentado, a rondar el suicidio en más de una ocasión.

"No te subleves, Emilio, por lo que más quieras, no te subleves, que vamos al fracaso" le ruega su hermano Ramón en las vísperas del 18 de julio. Días después, Ramón, destinado en Barcelona, acaba con su vida.

El tiempo, en cualquier caso, corre en favor de los conspiradores. La violencia agitada por milicianos de ultraizquierda y ultraderecha va decantando a militares y grupos políticos conservadores hacia las filas conspiradoras. El golpe definitivo se produce tras los asesinatos del teniente Castillo y de José Calvo Sotelo a mediados de julio, que propician la entrada de Francisco Franco en la trama golpista. Es el impulso necesario para poner en marcha el pronunciamiento.


Sin embargo, el golpe rápido y efectivo diseñado por Mola se torna en fracaso. El general había previsto que las tropas de todas las ciudades se adhirieran a su causa, a excepción de las de Madrid y Barcelona, a donde se llegaría a través del rápido movimiento de las se columnas. La realidad es que el alzamiento fracasa en la mayoría de las provincias. Las tropas rebeldes tienen que establecer una línea de frentes para defender sus posiciones.

La guerra, por tanto, obliga a Mola a resignarse con ser el jefe de uno de esos frentes en los que se combate, el del norte de España, zona en la que su Ejército avanza lentamente.

Mientras, la ambición política de Franco, quien a partir de la muerte del general Sanjurjo se procura una posición de liderazgo en la causa rebelde, relega a Mola a la figura de un segundón ante los aliados fascistas. La estrategia del militar gallego, dedicado a apuntarse éxitos simbólicos como las tomas de Toledo y Badajoz, mientras que encomendaba a Mola el acoso imposible de Madrid desde el norte, termina de marginar al general cubano en la jerarquía de los rebeldes.

Ante esta perspectiva, Emilio Mola acepta que sea Franco quien asuma la Jefatura del Estado en el otoño de 1936, como una solución temporal, un liderazgo nominal de un primus ínter pares, mientras él se dedica a organizar la represión en la retaguardia y lucha, con más fracasos que éxitos, en la Batalla de Vizcaya, a la espera de que termine la guerra. Mola, sin embargo, nunca llegará a ver esa paz rebelde.

El accidente del Air Speed Envoy mientras sobrevuela la provincia de Burgos pone fin a sus aspiraciones. Emilio Mola fallece el 3 de junio de 1937, casi dos años antes de que la República se rinda, al estrellarse su avión contra la sierra de la Brújula durante un viaje en el que supervisa el desarrollo de las batallas en el frente.

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5 comentarios:

  1. Valiente hijo de su madre; fue un tipo cruel y sanguinario hasta decir basta. Pero dice el refrán, " No la hagas, para que no la temas' o " El que a hierro mata, a hierro muere". Tomó de su propia medicina...

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    1. Qué más hubieran querido, la gentuza a la que tú crees legitimar, que haberle dado de su propia medicina como tú dices. Murió, sin embargo, de accidente de aviación; y de esa medicina a la que aludes, se te nota que con nostalgia como buen aprendiz de resentido, hasta se hartó la chusma degenerada de gentuza que tú, en vano, pretendes glorificar. De paso, ya se ve que el simple recuerdo de Mola consigue victorias después de muerto como el Cid, sirve su memoria, para que ignorantes malintencionados como tú demuestren públicamente que si de mala baba andáis sobrados, en cambio de conocimientos estáis tan horros como de caletre.

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    2. De Mola se ha escrito bastante, siempre con intención aviesa para alabar su distanciamiento con Franco, como para acusarlo de asesino y represor de la retaguardia republicana. ¿Alguién lo puede demostrar?

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  2. Valiente vocabulario prepotente y falto de respeto, se nota que pretendes legitimar la masacre de la gentuza, en vez de meter tantos palabros sin sentido, lee un poco, que tanto vocabulario vano y pomposo franquista sólo convence a ignorantes

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