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viernes, 28 de septiembre de 2012

Coronel Beorlegui (1888-1936)

Al mando de una columna de 2.000 hombres, logra conquistar Irún y San Sebastián en septiembre de 1936, impidiendo el aprovisionamiento extranjero al cortar la comunicación de la zona republicana con Francia 

A pesar de que, al hablar de los hechos de guerra del bando nacional, se suele recordar a los generales que lucharon en los frentes de Madrid, Teruel o el Ebro, existen también jefes militares que, sin alcanzar nunca la fama de estos, contribuyen a la formación de un territorio estable bajo domi­nio de los alzados en los primeros com­pases de la guerra. 

Uno de estos jefes es el coronel Beorlegui, que al mando de 2.000 hombres conquista Irún y San Sebastián en septiembre del 36, cor­tando el contacto de la zona republica­na del norte de España con Francia, lo que supone impedir el aprovisiona­miento extranjero y las comunicaciones con el resto de la República. 

Alfonso Beorlegui nace en 1888 en Estella, cuna del carlismo navarro. Los carlistas, precisamente, formarán el núcleo de su columna cuando estalle la guerra. A los 22 años ingresa en la Academia de Infantería, donde pasa tres años, para salir en 1913 con el grado de oficial. 

Siguiendo la ten­dencia de los milita­res de la época, se marcha poco después a Marruecos, donde para un oficial joven y recién salido de la Academia exis­ten grandes oportunidades de acumular méritos y hacer carrera. 

Y efectivamente, tras lo que Ernesto Ramírez llama “una brillante actuación” en las campañas africanas, a los 34 años es ascen­dido a comandante y tres años después a teniente coronel, ade­más de recibir la Medalla Militar de Marruecos. A finales del año 1930, con el Gobierno de Berenguer, le es conce­dido el empleo inmediato, y cuando en 1931, Azaña ofrece a los oficiales el pase a la reserva, Beorlegui renuncia a retirarse del servicio activo. 

Cuando el general Mola llega a Pamplona en marzo del 36, el coronel Beorlegui se encuentra en situación de disponibilidad. Es entonces cuando empieza su colaboración con el gene­ral, prestándose a ayudarle en la pre­paración del golpe. 

Así las cosas, el 18 de julio se halla en Pamplona y al producirse la suble­vación, se pone inmediatamente a las órdenes de Mola, que le encarga el mando de la Guardia Civil y la Guardia de Asalto, formadas por aproximada­mente 2,000 hombres, y le nombra delegado de Orden Público de la capi­tal navarra. 

En la madrugada del día 21, el coronel deja su cargo en manos del jefe de la Guardia Civil, Santiago Becerra, y siguiendo instrucciones de Mola, sale hacia Vera de Bidasoa al mando de una tropa formada por guardias civiles, carabineros y requetés de los tercios de Navarra, Lácar y Montejurra, que parten jaleados por la multitud de carlistas que han acudido a Pamplona para alistarse en las filas nacionales. 

Ese mismo día, sus tropas llegan a Vera y toma el mando del con­tingente que se concentra allí para marchar sobre Irún, al que se conocerá como Columna Beorlegui

El avance de Beorlegui y sus tropas es complicado, pero eficaz. Cuenta Gabriel Jackson que al aproximarse al pueblo guipuzcoano de Beasain, el coronel manda fusilar por rebelión a todos los guardias civiles que no han repelido los ataques republicanos y hace detener a multitud de individuos “sospechosos” que “desaparecen” poco a poco. 

A pesar de la resistencia, el progreso de Beorlegui es imparable, y progresi­vamente va ocupando Oyarzun, Picoqueta, el fuerte de Erláiz, San Marcial y Behobia, hasta que el 2 de septiembre llega a las colinas que dominan Irún. 

Allí utiliza un curioso sistema de comunicación entre sus tropas que recuerda a otras épocas y otras gue­rras, y que parece sacado de las epope­yas carlistas: el empleo de cuernos de caza. 

El coronel cuenta con cerca de 2,000 soldados y con el apoyo de bombarde­ros y carros de combate alemanes, ade­más de refuerzos de Artillería y una bandera de la Legión, pero se enfrenta con voluntarios franceses y belgas enviados por el Partido Comunista francés y un pequeño número de anar­quistas catalanes. En uno de los com­bates finales por la toma de la ciudad, librado en el puente internacional que une Irún con Hendaya, Beorlegui es herido en una pierna por disparos de las ametralladoras que manejan los comunistas franceses. Esta herida aca­bará siendo la causa de su muerte. 

Finalmente, el día 5 del mes de sep­tiembre, Beorlegui entra en una ciudad incendiada por los anarquistas en su huida y logra una victoria completa. A pesar de la herida recibida, su avance no se detiene en Irún, sino que, espo­leado por el triunfo y la superior orga­nización de sus tropas, continúa con la conquista de Fuenterrabía, Lezo y Pasajes, camino de San Sebastián. 

La toma de la capital guipuzcoana le resulta bastante más sencilla que la de Irún, ya que llega a un acuerdo con los dirigentes vascos, que no quieren que sufra la misma devastación que la ciu­dad fronteriza, para rendir la ciudad sin lucha. Así, la tarde del 13 de septiem­bre la Columna Beorlegui entra en San Sebastián, y de esta manera logra con­cluir la exitosa campaña del coronel en el Norte. 

Después de la caída de San Sebastián, los mandos de las columnas cambian, y el 16 de septiembre Beorlegui es sustituido por el teniente coronel Los Arcos, con lo que su colum­na pasa a llamarse Columna Los Arcos. El coronel, a pesar de encontrar­se herido, marcha al frente de Huesca, donde se le ha requeri­do para dirigir la columna que lucha en la defensa de la ciudad. 

Los combates -en los que le acompaña otro tercio de reque­tés navarros, el de Doña María de las Nieves-, tienen como objetivo principal levantar el cerco de Huesca y apoyar a las fuerzas sitiadas cerca de la capital. 

A pesar de las múltiples bajas sufri­das, Beorlegui y sus tropas no logran espectaculares avances antes del parón que sufren los combates a finales de septiembre. Sin embargo, la vida de Beorlegui poco más puede dar de sí: gravemente afectado por la herida que ha sufrido en Irún, muere el 29 de sep­tiembre. 

A pesar de que su labor en Irún y San Sebastián constituye el primer paso de la posterior caída del Frente del Norte, únicamente es recordado por su actua­ción en Navarra y nunca ha alcanzado la fama que logran otros militares como el general Dávila, el hombre que terminó con ese frente un año después de la muerte de Beorlegui.

11 comentarios:

  1. Mi padre sirvió a sus órdenes y, posteriormente, estuvo en la V División de Navarra.
    Equivocados o no, lucharon por aquello en lo que creían.

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    1. Si también los militantes de ETA, equivocados o no, luchan por lo que creen.

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    2. P. Montero-Martín28 de abril de 2017, 19:26

      Youber. La gran diferencia entre ambos, que tú tan zafia como inútilmente pretendes equiparar, es que los del gran Beorlegui lucharon a cara descubierta y jugándose lo más precioso que tenían, la vida, mientras que los cerdos asesinos que tú, insisto, pretendes legitimar, comparándolos con aquellos que lucharon por Dios y por España, no eran y no son otra cosa que cobardes asesinos especializados en el tiro por la espalda y la bomba o la trampa explosiva al descuido, a los que lo mismo daba matar niños, como mataron, que a ancianos, como mataron, que a mujeres, como mataron. Una piara de valientes chulos de borriko kaverna, tus asesinos etarras a los que defiendes, que cuando eran detenidos, para más inri, se cagaban en los pantalones lloriqueando para que no los liquidaran.

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  2. P.Montero-Martín

    Tienes toda la razón, no tiene nada que ver la lucha de aquellos bravos requetés con la mafia terrorista de ETA. No se pueden comparar en el plano moral ni en el militar.

    La toma de Irún, tras la marcha audaz sobre Oyarzun, que los bizkaitarras abandonaron cobardamente, es uno de los hechos de armas más brillante del siglo XX

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  3. Beorlegui fue mi tatarabuelo

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  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  5. Ni los Beorleguis, ni los etarras, ni los Galindos, ni los coroneles y generales a los que mi abuelo enseñó las matemáticas y la física que no conocían, ni ninguno de ustedes, ni yo, le llegamos a la suela del zapato a Augusto Pérez Garmendia (ver Wikipedia y publicaciones varias)

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  6. Mi abuelo paterno, Augusto Pérez Garmendia, militar de profesión, apolítico por imperativo profesional, Comandante de Estado Mayor, defensor del gobierno legítimo de España ante el "Glorioso" Alzamiento, fue dejado morir como un perro sin ser atendido de sus heridas.
    Después, mi abuela Pilar pasó de ser la esposa de un hombre modélico, el más joven y el primero en todas y cada una sus promociones, a ser la viuda de un "traidor", como le calificaron en las radios franquistas que jalearon su muerte

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