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domingo, 30 de septiembre de 2012

Walter Krivitsky (1899-1941)

Jefe de los espías soviéticos en territorio español y uno de los organizadores de la salida del oro republicano hacia Moscú, tras el comienzo de las purgas denuncia la política dictatorial de Stalin y colabora con el FBI 


“La historia de la intervención soviética sigue constituyendo el misterio más trascendental de la Guerra Civil. Hoy puedo decir que la URSS intervino por interés político, para incluir a España dentro de su sombra política”. La acusación es tajante. Sin embargo, su autor no es ningún miem­bro del Ejército nacional, ni tampoco nin­gún aliado del general Franco. 

Se trata de Walter Krivitsky, jefe del ser­vicio militar soviético y uno de los más destacados espías a las órdenes de Stalin que despliegan sus estrategias de actua­ción en la Península durante los años que dura la contienda. La duda surge de inme­diato. ¿Cómo puede un alto oficial del régimen comunista, fiel aliado de Stalin durante años, pronunciarse tan duramen­te contra su país? ¿Qué le ha hecho cam­biar tan radicalmente de opinión? 

El agente soviético que posteriormente será conocido como Walter Krivitsky nace en Ucrania en 1899. Su nombre real es Samuel Ginsberg, pero tiene que cambiár­selo por Krivitsky durante el periodo de la Revolución Rusa. De padre judío, un mer­cader de amplias influencias, el pequeño Walter crece en un ambiente cultural cosmopolita, pues a su dominio del hebreo se añade pronto el del alemán, polaco y ucraniano. A los 13 años ingresa en el movi­miento obrero ruso y a los 18 ya forma parte del entramado del Partido Marxista, integrán­dose dentro del Servicio de Inteligencia Estatal. 

A partir de 1923, Krivitsky comienza a participar en el espiona­je militar extranjero. Entre las muchas ventajas con las que cuenta para desempeñar este papel destaca su excelente conocimiento de Europa occidental, merced a los viajes realizados con su padre. En ese mismo año es enviado a Alemania, en una intentona de Stalin por prender allí la mecha de la revolución comunista, y posteriormente es trasladado a Austria, donde trabajará junto con otro destacado espía soviético, Ignace Reiss. En 1933, Krivitsky se esta­blece en Holanda como director de Inteligencia, y su área de influencia y actuación queda circunscrita a Europa occidental. Bajo su mando, desarrolla toda una infraestructura de agentes soviéticos que trabajan para el régimen de Stalin. 

El 18 de julio de 1936, Waltel Krivitsky se encuentra en su cuartel general de La Haya, ciudad en la que reside con su mujer y su hijo y dedicado en cuerpo y alma al espionaje en Alemania. Nada más conocer el levantamiento en España, Krivitsky envía a dos hombres (uno a Lisboa y otro a la frontera hispanofrancesa) para poder mantener informado a Stalin de cualquier suceso de relevancia. Pero la URSS no manifiesta interés por la República espa­ñola. Se queda al margen. 

Más adelante, el propio Krivitsky relata­rá que toda la intervención de la URSS en el conflicto español es otra estratagema de Stalin para “convertir España en un satélite más de su influencia”. España no es sino una ficha más en el tablero internacional que Stalin quiere componerse para sí mismo, afirma Krivitsky. 

Una ficha que debe ser movida bajo una premisa esencial: el sigilo. La gran potencia comunista ha firmado el Pacto de No Intervención, y Stalin no desea crisis diplomática alguna con Gran Bretaña o Francia. A finales de agosto de 1936, Krivitsky recibe en Holanda un tele­grama de Moscú con instrucciones claras: “Extienda inmediatamente sus operacio­nes para cubrir la Guerra Civil española. Movilice a todos los agentes y todas las instalaciones disponibles para la organiza­ción de un sistema para comprar armas y transportarlas a España” 

Krivitsky queda encargado de elaborar y preparar una red europea de casas comer­ciales “con apariencia de independencia” con objeto de importar y exportar material de guerra a España. A partir del 21 de septiembre, esta compleja cadena comien­za a funcionar, y en un plazo de 10 días, Krivitsky levanta un imperio ficticio de puertos mercantiles en ciudades como Londres, París, Copenhague, Amsterdam, Varsovia, Praga, Bruselas o Zurich, cada una de ellas controlada por un agente del servicio secreto ruso. Los contactos y la compraventa comienzan a desarrollarse con fluidez, y en 30 días, a mediados de octubre del 36, se envían los primeros car­gamentos de armas a la España republica­na. El abastecimiento de aviones para la defensa de Madrid también es una de las tareas de las que se encarga Krivitsky. “Los 140 millones de libras en oro que el Gobierno republicano estaba dispuesto a gastar en material bélico” son, como señala él mismo, la recompensa que espe­ra a Stalin y a toda la URSS por estos esfuerzos. 

Pese a que Krivitsky jamás admite res­ponsabilidad alguna, son muchos los autores que le señalan como el principal responsable de la salida del oro del Gobierno de la República hacia Moscú, entre otras razones porque era el jefe del espionaje ruso en España. 

Él, sin embargo, reparte culpas entre el comisario político Arthur Stashevsky, “encargado de manipular las riendas polí­ticas y financieras de la España republica­na” y Juan Negrín, entonces ministro de Hacienda y “el hombre que consigue con­vencer al Gobierno de Largo Caballero para cambiar el oro por las armas”. 

“El oro contabilizado era tal, que el últi­mo cargamento, llegado al puerto de Odessa en diciembre de 1937, si se colo­case a lo largo y ancho de la Plaza Roja de Moscú, la cubriría por completo”, señala Krivitsky. La Plaza Roja tiene una exten­sión superior a los 70.000 metros cuadra­dos. Sin embargo, la relativa prosperidad con la que Krivitsky elabora los planes para comerciar con el Gobierno republica­no salta por los aires con el inicio de las purgas stalinistas. Muchos de sus colabo­radores, aquellos que saben demasiado y que por tanto pueden poner en un aprie­to al dictador, van siendo fulminantemen­te asesinados o desparecen misteriosa­mente. En 1937, temiendo por su propia vida y la de su mujer e hijo, y tras conocer el asesinato de su viejo colaborador Reiss, Krivitsky huye a Canadá y cambia su nombre por el de Walter Thomas. 

En 1939, Walter Krivitsky toma dos decisiones que, muy posible­mente, le encaminan hacia su mortal des­tino. En respuesta a la gran purga de Stalin y también para ganarse la confianza y la protección de las autoridades esta­dounidenses, comienza a colaborar con el FBI sobre la red de espías soviéticos esta­blecida en Gran Bretaña. 

Al menos 61 agentes de la URSS son delatados. Además, Krivitsky escribe sus memorias para The Saturday Evening Post, en las que se posiciona como un comunista arrepentido y muy crítico con Stalin. La compilación de sus escritos darán lugar al año siguiente a su famosa autobiografía Yo, jefe del Servicio secreto militar soviético

El 10 de febrero de 1941, aparece muerto en su habitación del Bellevue Hotel, en Washington. Aunque su muerte se achaca a un suicidio, se especula con que alguien haya eliminado una molesta ficha que se había salido del tablero sovié­tico.

2 comentarios:

  1. Muchas gracias por la información!

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  2. Disculpen pero yo tenía entendido que era el Coronel Orlov el responsable principal de la salida de las 2/3 partes de las reservas de oro de España hacia la Unión Soviética tal como lo indica en un relato suyo en la revista Selecciones de noviembre de 1966 y que él era el jefe principal de la inteligencia soviética en España. Podrían aclararme ese asunto. Gracias

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