Protagonista de varios intentos de pronunciamiento contra la República, de la que fue jefe del Estado Mayor del Ejército durante los primeros meses, logra sublevar Mallorca y encabeza el alzamiento rebelde en Barcelona
Barcelona, 19 de julio de 1936. Aunque ya está todo perdido, el general Manuel Goded, atrapado en la capitanía de Barcelona, realiza un último y desesperado intento para evitar la rendición. Lleva demasiado tiempo preparando el golpe, conspirando y esperando el momento oportuno para asaltar el poder, como para poner fin tan pronto a sus sueños de gloria.
"La jornada me ha sido favorable", le espeta sin convicción al general Aranguren, que ya se siente triunfante al frente de la Guardia Civil. "Lo siento mucho, pero mis informes son opuestos a los suyos (...). Hemos resuelto darle a usted media hora para rendirse". No hay más palabras y, al ver que los militares sublevados siguen sin entregarse, son los propios efectivos de la Guardia Civil quienes, tras bombardear el edificio donde se encierran los mandos rebeldes, apresan al general Manuel Goded. Guardan buen cuidado de respetar su vida, pues Lluís Companys, presidente de la Generalitat, ha ordenado que lo lleven ante él. Así termina para Goded el sueño de convertirse en el héroe que colocara Barcelona del lado de los sublevados.
Aquel genera!, de mirada y bigote afilado, nacido en San Juan de Puerto Rico el 15 de octubre de 1882, presume a sus 53 años de una fulgurante carrera militar colmada de honores y ascensos meritorios. Pertenece a la generación de los africanistas, generales que tras batirse en la Guerra de Marruecos no aceptan la intervención del Gobierno en los asuntos del Ejército.
En 1896, con apenas 14 años, ingresa en la Academia de Infantería, consiguiendo el ascenso a capitán del Estado Mayor a la edad de 22 años. Durante la guerra ante Marruecos le espera una brillante trayectoria al otro lado del Estrecho, ya que forma parte del grupo que desembarca en Alhucemas, y pronto obtiene su recompensa por méritos de guerra, logrando el ascenso a coronel en 1924.
Dos años después, se convierte en general de Brigada, y un año más tajrde obtiene el generalato de división. Tras la pacificación, Sanjurjo le nombra jefe del Estado Mayor del Ejército de África.
El nombre de Manuel Goded Llopis figura también entre quienes asisten a las reuniones de Rabat con los franceses para decidir el futuro del guerrillero Abd e Krim.
Cuando el general Miguel Primo de Rivera toma el poder en 1923, Goded forma ya parte del grupo de militares que le apoyan, aunque poco tiempo después dejará de hacerlo.
En 1929, Goded desembarca en Valencia para ponerse al frente de un levamiento militar, pero la operación fracasa y decide entregarse. Por ese hecho, se enfrenta a un juicio por traición y queda apartado de sus obligaciones militares, pasando a la reserva. Desde allí, en enero de 1930, prepara una nueva conspiración contra Primo de Rivera, pero no llega a consumar sus planes: dos días después, el dictador presenta su dimisión.
Con la llegada de la Segunda República, el Gobierno rescata a Manuel Goded de la reserva. Aunque Azaña no le profesa gran simpatía, decide reconocerle los méritos anteriores y concederle la Jefatura del Estado Mayor Central del Ejército. El nuevo régimen republicano tampoco es del agrado de Goded que, a pesar de su nuevo nombramiento, vuelve entablar contacto con otros militara para conspirar contra el Gobierno. No tarda en participar en un nuevo intento de golpe de Estado; la Sanjurjada del 10 de agosto de 1932, donde confabula junto a los generales Cabanellas, Queipo de Llano y Sanjurjo.
Años más tarde, Francisco Franco contará que Goded no obtuvo entre sus compañeros el consenso necesario para ponerse al frente del levantamiento. Pese a la insistencia de Mola en que así fuera, finalmente Franco desistió, ya que "Goded, por ser más antiguo, se resistiría a obedecerme, al igual que Queipo de Llano".
Este nuevo fracaso devuelve al general Goded al ostracismo militar, aunque permanece en activo. Durante la preparación del golpe de Estado, Goded y los partidarios de restaurar la Monarquía se ocupan de mantener el contacto con sectores republicanos conservadores que les ayuden en su empresa, aunque su propósito es, más bien, convertir a la República en un régimen de derechas más militarizado.
Poco antes de esta revuelta, en junio de 1932, Goded protagoniza un sonoro incidente durante unas maniobras militares en Carabanchel (Madrid). Al finalizar el acto, dirige una arenga a los cadetes y oficiales concentrados en el lugar, cerrando su discurso con un "¡Viva España y nada más!". El teniente coronel Mangada no secunda el grito y le insta, a su vez, a elogiar un "¡Viva la República!". Mangada es duramente increpado por Goded y, éste, furioso, lanza su guerrera al suelo y la pisotea, profiriendo insultos contra él.
Tras el incidente, el Gobierno republicano toma medidas drásticas contra ellos: arresta a Mangada por la rudeza de su actitud y lo lleva a los tribunales. El propio Goded presenta su dimisión, que es aceptada por el Gobierno.
Éste, técnicamente, no comete ninguna falta, pero el presidente del Gobierno y ministro de la Guerra, Manuel Azaña, conoce los sentimientos antirrepublicanos del general y no confía en él, por lo que acepta su renuncia.
Mangada consigue la absolución poco después, en gran parte gracias al apoyo de sus compañeros, pero Goded logra volver a la actividad militar gracias a otros méritos. En 1934, el Gobierno tiene que hacer frente a la revuelta de Asturias. Manuel Goded ayuda al general Francisco Franco a sofocarla, y el Gobierno radical-cedista de Lerroux, agradecido por estos servicios, le devuelve a los cuarteles; esta vez como director general de Aeronáutica y de la 3ª Inspección del Ejército.
Sin embargo, Goded no dura mucho en este nuevo cargo. Sigue obstinado en levantarse contra el régimen republicano, temeroso ante la posibilidad de tener que obedecer algún día las órdenes de un gobierno de izquierdas.
En diciembre de 1935, la CEDA trata de hacer valer su mayoría parlamentaria y Gil Robles solicita al presidente de la República que le permita formar Gobierno, pero ante su negativa acude a los generales hostiles al régimen con el fin de tantear la posibilidad de propinar un nuevo golpe de Estado. En esta ocasión, Goded, impaciente, se muestra favorable a pasar a la acción inmediatamente, pero es Franco quien les convence, a él y al resto de los generales confabuladores, que todavía es demasiado pronto para conspirar.
Se acercan las elecciones del 16 de febrero de 1936. Los generales Fanjul y Goded procuran desplazarse a Madrid para seguir más de cerca el desarrollo de los comicios y prepararse para pasar a la acción. El primero se busca una excusa para viajar sin levantar sospechas, pero Goded no se molesta en disimular sus intenciones, y solicita permiso oficial para el viaje.
El Frente Popular se proclama ganador de las elecciones y, mientras sus partidarios celebran el triunfo electoral en la calle, Gil Robles maniobra para conseguir que se declare el estado de guerra. En la mañana del día 17, Goded y el resto de los militares hostiles al régimen republicano estudian la posibilidad de comenzar un pronunciamiento, pero muchos de los compromisarios con quienes contaban acogen con tibieza la propuesta, ya que saben que tendrán enfrente a la Guardia Civil y a los guardias de asalto, por lo que, nuevamente posponen el plan.
El nuevo Gobierno, conocedor de las maniobras sediciosas de los generales Goded, Mola y Franco, decide prudentemente alejarles de la capital. Goded es enviado a las Baleares como comandante general, pero a pesar de la dispersión, los conspiradores continúan manteniendo el contacto, preparando lo que, ahora sí, será el levantamiento del 18 de julio de 1936. Ese día, Goded suma las islas de Mallorca e Ibiza al bando rebelde, dejando el archipiélago balear en manos de personas de confianza, y se apresura a coger, junto a su hijo, un hidroavión rumbo a Barcelona.
Allí, los combates son iniciados por el general Burriel que, a primera hora de la mañana, y sin esperar ni un instante telefonea entusiasmado a Goded para contarle la marcha del levantamiento. Sin embargo, éste sospecha que las cosas no van tan bien como deberían: él mismo acaba de oír cómo Radio Barcelona proclama el fracaso del levantamiento en la ciudad catalana. Aún así, no desiste y, acostumbrado a desenvolverse en la vorágine de la guerra, decide seguir adelante con el plan.
El Savoia amarra en Barcelona, y Goded se encuentra con un recibimiento más frío del esperado: la sublevación, le informan, ha sido secundada por casi todas las fuerzas del Ejército, excepto Intendencia y Aviación, y el bando rebelde ya le espera para contar con él como cabeza visible: "Considero una obligación, mi general, decirle que sepa usted que se mete en la boca del lobo", le advierte un oficial nada más llegar. "Así lo creo yo también, pero prometí venir y aquí estoy", replica Goded.
El general emprende la marcha hacia el Cuartel General de la división de Barcelona y logra arrestar al general Llano de la Encomienda que, desde su despacho, trata de dominar por todos los medios a los militares sublevados. "¡Traidor!", le espeta nada más entrar en la estancia. "El traidor eres tú", replica, ya preso, el general republicano. Goded, sin prestarle más atención, se vuelca en la tarea de dirigir las maniobras militares, aunque poco después no puede evitar que le invada el desánimo.
El general Aranguren, que tiene bajo su mando a la Guardia Civil, está a las órdenes de Lluís Companys. Goded, nervioso, le telefonea para exigirle la rendición, pero Aranguren replica: "Yo sol: obedezco órdenes de la República".
La progresiva pérdida de posiciones y la certeza de que los rebeldes no ha logrado controlar ninguno de los puntos estratégicos de la ciudad hace que el desánimo cunda entre los sublevados. Goded se resiste a reconocer la derrota y ordena a sus tropas prolonguen la lucha.
El escritor Abel Paz, en Durruti durante la Revolución, cuenta que Goded se sintió abandonado por sus compañeros de sublevación. Llano de la Encomienda, retenido le recordó: "Derrotado, que no es lo mismo, Goded".
A estas alturas ya se declara partidario de la rendición, mientras que Goded sigue empeñado en proseguir la lucha. Pero, a primera hora de la tarde, cae la Capitanía general.
Según se recoge en la obra colectiva Crónica de la guerra española (Códex, 1966): "Goded monta su pistola y apoya el cañón en la sien. Aprieta el gatillo. La munición falla. Es detenido al momento". Poco después, le llevan ante la presencia del presidente de la Generalitat.
Manuel Goded anuncia contra su voluntad el fracaso de la sublevación por radio, aunque se resiste a reconocerlo como propio: "Yo no me he rendido. Me han abandonado. Si usted lo cree conveniente Presidente, diré que he caído prisionero», le dice a Companys.
Más tarde, la radio difunde las abatidas las palabras del general Goded: "La suerte me ha sido adversa y he caído prisionero. Si queréis evitar el derramamiento de sangre, quedáifs desligados del compromiso que teníais conmigo". Tras su entrevista con Companys, Goded es conducido al banco-prisión Uruguay, donde le someten a un Consejo de Guerra.
El 12 de julio, el Gobierno republicano, a través del Ministerio de Guerra, publica un decreto por el cual el general Goded, al igual que Franco, Cabanellas, Queipo de Llano, Fanjul y Saliquet, causa baja definitiva del Ejército
Condenado a muerte, Goded es fusilado, junto a Burriel, el 12 de agosto de 1936 en el Castillo de Montjuíc. Asu hijo le canjearán más tarde como prisionero.
Tras el triunfo del Ejército rebelde, la memoria de Goded cae en desgracia para el bando franquista, pues, a tenor de las declaraciones que hace por la radio -que fueron repetidas por el bando republicano una y otra vez durante las horas siguientes a la lucha por Barcelona, anunciando la victoria del frente republicano en la ciudad-, algunos lo consideran un cobarde y un traidor, mientras que, según recoge Gabriel Jackson en La República española y la guerra civil (1931-1939): "los veteranos republicanos creen que lamentó el alzamiento desde el momento en que se dio cuenta del escaso apoyo popular con el que contaba". Jackson también explica que el hijo del general, Manuel Goded, quiso recuperar el buen nombre de su padre con la publicación en 1938 del libro Un faccioso cien por cien (Ediciones El Heraldo, Zaragoza). Explica que su padre fue abandonado a su suerte y no tuvo más salida que rendirse ante los defensores del régimen republicano.
Según sostiene su hijo, el general no tuvo más opción que dirigir aquellas palabras por radio para evitar que desde Palma de Mallorca salieran más fuerzas rebeldes rumbo a Barcelona, ya que habrían sido capturadas una vez llegadas a la ciudad.
Noticias:
. Han sido condenados a muerte los ex generales Goded y Burriel por alzarse en armas contra el Gobierno republicano (La Libertad, 12/8/1936)
. El Consejo de Guerra contra Goded y Fernández Burriel (El Dia, 12/8/1936)
Noticias:
. Han sido condenados a muerte los ex generales Goded y Burriel por alzarse en armas contra el Gobierno republicano (La Libertad, 12/8/1936)
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