Escritor francés seducido por el falangismo, convierte la defensa del Alcázar de Toledo en una verdadera alegoría de la doctrina fascista. Acaba fusilado, años después, acusado de colaboracionismo con el régimen nazi
La figura de Robert Brasillach es apenas nombrada en España. El conjunto de su obra, desconocido. Sin embargo, su libro Los cadetes del Alcázar, editado en 1936 en Francia, forma parte, como ningún otro, de la lírica fascista europea. Lo escribe con Henri Massis, autor de éxito para la extrema derecha francesa maurrasiana, desde que en 1927 publicara Defensa de Occidente.
El libro de Brasillach y Massis es un canto a la heroicidad patriótica. La lírica de la muerte del soldado refleja, además, el ideario estético falangista.
Nacido el 31 de marzo de 1909 en Perpignan, Brasillach viaja a Toledo en 1938, junto con otros dos incondicionales del movimiento intelectual fascista, el crítico Maurice Bardéche y Pierre-Antoine Cousteau (hermano mayor del famoso comandante). Estos tres jóvenes franceses se empaparán de iconos referenciales fascistas, incorporando al presente heroico del Alcázar, la gesta del pasado de la España Imperial, muy al estilo del cartelista Saenz de Tejada. Existe una fotografía en la que se les ve posando a los tres frente al Alcázar derruido. Vivirán juntos lo que Mussolini llamó “la alegría fascista”.
La relación de Brasillach con España es de carácter político aunque se articula desde un prisma sentimental. Fascista convencido, se siente hechizado por el falangismo y por la mitificación post mortem de José Antonio Primo de Rivera. Como muchos escritores franceses, Robert Brasillach, junto con Luden Rebatet, Maurice Bardéche, Jacques Chardonne, Maurice Sachs, Pierre Drieu La Rochelle, Henri Massis o Louis Ferdinand Céline, compone una pieza fundamental dentro del ejército intelectual que colabora con el genocidio. Todos se ponen al servicio de Petáin, de Hitler y de la potente embajada alemana en el París ocupado de los primeros años 40. Cada uno tiene una forma personal de ver y vivir el fascismo literario, unos en su vertiente más italianizante del populismo mussoliniano, otros en su vertiente más elitista del nazismo. Todos escribieron libros, que llamaban al exterminio. Todos practicaron lo que Jean Pierre Faye ha denominado “L'écriture meurtriére», la escritura asesina.
La fuerza teórica fascista para los intelectuales franceses se estructuró en torno a la revista Action francaise. Pero realmente, es con la manifestación de la extrema derecha el seis de febrero de 1934 en París cuando esta fuerza se convierte en movimiento político. En ella mueren varios de los asistentes, y esas víctimas serán, para la generación de Brasillach, los iconos sobre los que plasmar una mitología totalitaria que dará paso a una “década de ilusión”, según su propia expresión. Las obras de Barrés y Maurras son los referentes teóricos más inmediatos para iniciar una violenta recomposición de la política europea. La revolución falangista de 1936 confirma, para todos ellos, la eficacia del camino emprendido contra el comunismo.
Para esta generación, el concepto de identidad nacional se configura en torno a varios aspectos, una estricta vertebración corporativa del trabajador, la defensa de los valores cristianos frente al bolchevismo, el odio racial hacia el judío y la prioridad de la familia sobre cualquier otra institución: “La familia es la condición indispensable de la reestructuración moral y material para el país”.
Como expresó su maestro Maurras, Brasillach busca la reconciliación de las clases sociales a través del corporativismo. El fascismo será para él un sindicalismo compacto y protector, al margen de toda estructura democrática.
Teniendo en cuenta esos supuestos, leer a Brasillach hoy, tiene un interés sociológico. Analista riguroso y apasionado de su tiempo, como demuestra en su obra L'entre deux guerres, quiere ser testigo de la esperanza naclonalsindicalista y nacionalsocialista: viaja a Bélgica y conoce a Léon Degrelle, viaja a Italia y a Alemania, en 1937, con ocasión del Congreso de Nuremberg, a España en 1938 y otra vez en 1941 a Alemania. Primero, es un lobezno de la extrema derecha. Será, luego, un fascista convencido.
Hay una instantánea de Roger-Viollet en la que Robert Brasillach y Drieu La Rochelle aparecen junto a Gerhard Héller y Abel Bonnard, de regreso tras el Congreso de Escritores Europeos, celebrado en octubre de 1941 en Alemania. Otra fotografía de Tallandier, tomada en el Frente del Este, con el líder de la derecha fascista Jacques Doriot: "Cuenta la leyenda que ésta habría sido la imagen que impidió al general De Gaulle conmutar la pena de muerte de Brasillach, Numerosos intelectuales, algunos resistentes, apelaron a la gracia. Él no tenía delitos de sangre. Pero no había salvación posible. No había eximente. La acusación basó sus argumentos aportando pruebas irrefutables. Concretamente el artículo que escribe en la revista Je suis partout, en septiembre de 1942, en el que demuestra su apoyo a la “solución final contra los judíos”, es decir su beneplácito a la concentración en el velódromo de invierno de 3.031 hombres, 5.802 mujeres y 405 niños, para ser luego enviados a las cámaras de gas.
Brasillach dice textualmente que “sería una crueldad separar a los niños de los padres. Sólo serviría para acrecentar su sufrimiento”. Sin decirlo explícitamente, exterminar a la raza judía. No dejar a los niños vivos, en última instancia. Estaba escrito. Fue leído. La sala y el tribunal se estremecieron. La sentencia fue la muerte. La fecha juega también en su contra: en este enero de 1945, vuelven los trenes cargados de deportados, supervivientes de piel transparente, de soldados exhaustos.
Existe una última fotografía de Brasillach de AFP. Es la tomada el día 19 de enero de 1945, frente al Tribunal que le juzga. Tiene siempre ese aspecto de niño prematuramente crecido. Sus gafas redondas acentúan aún más su cara ovalada. Tiene 35 años.
Es fusilado el seis de febrero de 1945, en Montrouge, a las afueras de París y está enterrado en esta ciudad. Sin duda, un seis de febrero, bien diferente del que vivió en 1934.
Su peso literario ha sido olvidado injustamente, pero la criminalidad de sus artículos impedía toda cercanía con el lector. Tras la liberación de Francia, pudo haberse escapado como muchos, como Céline. Pero no. Se escondió y se entregó a la policía al saber que habían arrestado a su madre. Hoy, es un autor de culto, como lo es el poeta André Chenier, al que tanto amaba. Ambos, jóvenes escritores muertos prematuramente en el fulgor de unas fascinaciones letales.
Robert Brasillach es el único escritor de prestigio del fascismo francés que fue fusilado en la inmediata posguerra, por su colaboración con los nazis. El general De Gaulle, como jefe militar, no le concedió el indulto.
Estúpida y terrorífica lagunas de ignorancia de muchos intelectuales, las estrellas se alcanzaran sin sangre
ResponderEliminarSi no hay sangre, las estrellas carecen de valor.
EliminarTerrorífica fué "l´épuration" efectuada primero por los comunistas y luego por los tribunales establecidos en Francia, una vez liberada. Más de 8.000 asesinatos de franceses "colabos" o no, tuvieron lugar en toda Francia. leer los periódicos de esta época, produce horror, por los anuncios de sentencias de muerte y noticias sobre los fusilamientos. Es una herida que Francia no ha superado.
ResponderEliminarAbsolutamente. Por mucho que quieran ocultarlo.
Eliminar¿8.000?, fueron unos 100.000.
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