Reputado médico y científico, sobresale como uno de los políticos más independientes de la época. Monárquico constitucionalista, se manifiesta crítico con la República y cambiará su liberalismo por el apoyo a los sublevados
El doctor Marañón inventa la expresión "ojo clínico" para referirse a esa intuición especial que debe tener un buen médico y que se forja a base de experiencia y entusiasmo. El neologismo terminará extrapolándose a todos los ámbitos de la vida y, de igual forma, su inventor trasciende la Medicina convirtiéndose, gracias a su carisma y a sus magníficas relaciones sociales, en testigo privilegiado de dos décadas turbulentas de la Historia de España.
Marañón, sin militar nunca en ningún partido, está siempre en el centro de la política madrileña, y desde allí la disecciona con su bisturí exquisito e independiente para tratar de extirpar los males de la nación. Cuando en 1936 ya no puede seguir inmune a la vorágine que le cerca, reniega de la República que ayudó a alumbrar, se exilia y sólo regresa para abrazar el régimen de Franco.
Natural de Madrid (1887), hijo de un conocido juez y diputado conservador y talento precoz de la Medicina, entre sus innumerables publicaciones destacan los trabajos sobre Endocrinología, disciplina en la que es pionero y referente mundial por su estudio de la relación entre las emociones y las secreciones hormonales. También se interesa por la sexologia y la psicología, cuyos principios aplica al estudio de personajes históricos o literarios. Aunque esta faceta suya ha envejecido peor, esta versatilidad humanista le abre las puertas de las reales academias españolas, de la Historia y de Bellas Artes, aparte de la de Medicina.
Su protagonismo social se cimienta en el temprano éxito de su consulta privada, la preferida de las elites de Madrid, a la que acuden, entre otros, la reina María Cristina, Eugenia de Montijo, Pablo Iglesias, Prat de la Riba, Pérez Galdós y Juan Belmonte. Y lo consolidan los artículos que, desde comienzos de los años 20, publica en El Liberal, el periódico que dirige Miguel Moya, amigo suyo desde la infancia y hermano de su mujer.
En 1922, en un banquete, relata un viaje que ha hecho a Las Hurdes. A Alfonso XIII le entran ganas de conocer la región y se lo lleva consigo. El rey disfruta tanto que hasta se hace una foto desnudo apoyado en su hombro. Ese año, Marañón compra su casa del Cigarral de Menores toledano, desde entones escala insoslayable para políticos, literatos, artistas e incluso representantes de gobiernos extranjeros. Aun diez años después de muerto Marañón, De Gaulle iría a visitarla tras almorzar en El Pardo.
Marañón enarboló siempre la bandera liberal. Pero "el ser liberal no es una política, sino un modo de ser", y "no puede ser político quien tenga el compromiso de ser a toda costa leal con su propia conciencia". Ese talante le permite adscribirse, con total honestidad, a diferentes programas según la coyuntura.
Se define como "hombre del anterior régimen", esto es, monárquico constitucionalista, en sus críticas constantes a Primo de Rivera, quien inicialmente responde con las mismas armas publicando las peculiares Notas oficiosas y al final le mete un mes en la cárcel con la excusa de la Sanjuanada de 1926.
En cambio, a la caída del dictador, Marañón percibe que la Monarquía está agotada y funda, junto a Ortega y Pérez de Ayala, la Agrupación al Servicio de la República, dejando claro que no pretende ser un partido político sino un intento de concienciar a los españoles, y que si la renovación hubiera sido posible en una monarquía, él no habría luchado contra ella.
Para Marañón, la República no es un fin en sí misma, y de hecho desconfía más de los republicanos que de los socialistas. La sinceridad de su compromiso cívico apolítico se refleja en que ni siquiera había asistido al Pacto de San Sebastián, al que fue convocado. Tan estimadas son su independencia y su autoridad que, tras las elecciones de 1931, Romanones y Alcalá Zamora acuerdan el hecho insólito de reunirse en casa de una persona como Marañón para organizar el cambio de régimen y la salida del monarca. Más aún, le piden que sea él quien acompañe a la familia real a la frontera, oferta que declina con humildad.
Durante el primer bienio, dice que no a la embajada de París porque es en la investigación y la divulgación donde mejor puede servir a su patria. Acepta por cumplir un acta de diputado, pero apenas interviene en las Cortes y en 1933 las abandona. El mismo año rechaza formar Gobierno tras la dimisión de Azaña. Cuando llegue la hora del exilio, Marañón se preguntará si aquel día perdió la oportunidad de enderezar España.
Por entonces, ya empieza a desconfiar de la radicalización de las masas. Al fin y al cabo, él siempre ha sido un burgués acomodado, ilustrado y católico. Más tarde recordaría "el vago sentimiento de temor que me han producido siempre los movimientos populares, porque conozco la carga de inconsciencia que en ellos se esconde".
El viraje de Marañón se produce lentamente. Todavía en enero de 1936 ignora una nueva oferta política, esta vez de Minoría Agraria, en una carta recuperada por su biógrafo Marino Gómez Santos y en la que dice: "La izquierda es discutible, pero es, por ahora, y con todos sus inconvenientes, una esperanza. (...) Ya no he de cambiar mi izquierdismo, tan poco exaltado si usted quiere, pero tan firme". Acaba cambiándolo, en gran parte por la indignación que le produce el que jóvenes izquierdistas le obliguen tras el golpe a firmar el manifiesto de la Alianza de los Intelectuales Antifascistas y a hablar por la radio del PCE. Estos primeros días, Marañón aparece también en las listas negras de intelectuales republicanos que maneja el otro bando. No sabían que se hizo amigo de José Antonio Primo de Rivera y que ayudó a salir de España a Serrano Suñer.
Cuando un ex correligionario le reprocha su transfuguismo, él niega haberse derechizado. Dice que está "donde siempre, pero esta posición no justifica que esté al lado de aquella caterva de asesinos. Yo he estado cinco meses en Madrid, en contacto con ellos, y le aseguro que toda la intransigencia y la pequeñez de espíritu de todos los obispos y todos los inquisidores del mundo es poca cosa comparada con la suya".
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