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miércoles, 19 de diciembre de 2018

Un peligro que reclama vigilancia

Aun ahora, cuando la sublevación está ya virtualmente dominada y en trance de total aniquilamiento, es menester que insistamos, con reiteración que será siempre poca, en señalar un peligro que precisa a todo trance ser atajado: el derrotismo. Son muchos los motivos que tenemos para pensar que el enemigo está utilizando ese recurso mediante el cual procura buscar ayudas para su impotencia. Cuanto contribuya a quebrantar la moral, afortunadamente intacta, de las fuerzas obreras y gubernamentales que están batiendo a los facciosos, es un tanto que anota en su haber el enemigo. Una falsa alarma constituye un daño seguro. Una noticia incierta lanzada a rodar puede causarnos perjuicios incalculables. Si optimista, porque su falsedad, al ser descubierta, frustra una ilusión. Si pesimista, porque siembra un desaliento contra el cual debemos prevenirnos rigurosamente. Felizmente, no necesitamos llenar con alegrías ficticias la esperanza — seguridad ya, mejor dicho — de muestra victoria. Con la verdad nos basta. Y la verdad nos trae, cada hora que pasa, un nuevo mensaje satisfactorio. Con atenernos a esos mensajes está bien garantizada la evidencia de un triunfo que nada ni nadie puede ya comprometer.

Por eso mismo nuestra vigilancia ha de ser más cerrada. Para el derrotismo no puede haber resquicio ninguno de tolerancia. Y nótese que cuando hablamos del derrotismo no aludimos tanto al derrotismo calculado, estratégico, de los agentes provocadores que puedan dedicarse a sembrar alarmas y propagar infundios, como al derrotismo inocente, pero igualmente dañoso, de quienes, a lomos de la credulidad, se convierten en colaboradores suyos. Tememos, sobre todo, a los estrategas improvisados que se creen, por propia decisión, asistidos de una técnica guerrera superior a la de quienes, por oficio y por obligación, están llamados a dirigir las operaciones de combate. Lo que a los ojos del profano aunque sea contendiente y empuñe un fusil, parezca a veces inexplicable, no deja por eso de tener su explicación. Es peligroso identificar el deseo personal, horro de toda ciencia, desprovisto de la información necesaria, con la conveniencia o con el acierto. Combatientes hay que sienten multiplicado su arrojo, por ejemplo, sólo ron que por encima de su cabeza hago circunvoluciones un aparato de aviación o con que a su flanco haga fuego una pieza de artillería. Aceptamos, sí se quiere, como natural ese estímulo. Lo que no admitimos es que el ánimo de nadie pueda decaer cuando ese estímulo, no siempre necesario ni oportuno, le falte. El concurso de la aviación, como el de la artillería, no es indispensable en todas las operaciones. Tiene señalado su momento, determinada su finalidad. Lo único que cabe pedir es que, cuando el instante llegue, como ha ocurrido y seguirá ocurriendo, ningún elemento de combate esté ausente. No lo está, repetimos, al presente. Menos lo estará en lo sucesivo, a medida que la resistencia del enemigo se debilite. Y por encima de todas, el arma que no puede faltarnos jamás, y sin la cual ninguna victoria hubiera sido lograda, es la de la fe en el propio triunfe y la confianza absoluta de que nuestro esfuerzo está dirigido y aprovechado de manera segura y eficaz. Los censores por sistema pueden prestarnos a todos un gran servicio: el de sellar su boca. Dense cuenta de que alguien hay que sabe más que ellos. Los otros, los derrotistas malintencionados, sólo un trato pueden recibir: el de enemigos que no merecen ni siquiera la disculpa de avalar con el riesgo su conducta. Sobre traidor, cobarde. Como traidor y cobarde hay que juzgarlo dondequiera que se le tropiece.

El Socialista (29/7/36)

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