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martes, 18 de diciembre de 2018

España nuestra o de nadie

El lema en que amparan su actividad guerrera los rebeldes nos lo da todo dicho. «España, nuestra o de nadie» es el mote que han elegido para desencadenar su rebeldía. Lo que él tiene de brutal y amenazador no necesita ser subrayado. Sin embargo de que en muchos casos no hagan honor los rebeldes a su grito bélico — las rendiciones de varias plazas y cuarteles lo atestiguan —, es lo cierto que, para los más fanáticos, el lema reclama un cumplimiento exacto, y ya que no hayan podido hacerse con España, por impedírselo la heroica voluntad popular, atienden a destruirla.

Allá donde pueden, hacen tabla rasa de todos los valores materiales, morales e históricos. No otro sentido tiene su resistencia. La ilusión de la victoria ha desaparecido de ellos. Ninguno de los rebeldes sueña con ella. Tienen conciencia exacta de su derrota y saben que el tiempo se ha constituido en adversario suyo. Cada día que pasa es para todos ellos un motivo de angustia y pesadumbre. Los sitiados, porque comprueban el desamparo en que los tienen quienes les ofrecieron refuerzos. Los que aún no conocen el rigor del asedio, porque advierten cómo va cundiendo la desmoralización en su torno. La palabra con que simulan victorias y arrestos se les cae muerta de los labios al suelo. Nadie cree en ella. La saben inane. Las fuerzas populares van adelantando en sus objetivos y se aproximan a los combates últimos. ¿Qué les queda? Sólo una cosa: destruir aquello en que ponían ellos su mayor ilusión de supuestos patriotas, de aspirantes a vencedores y propietarios. En eso están. Mucho nos lastima que desaparezcan los testimonios mayores de nuestro pasado ; pero tenemos la sospecha de que los rebeldes han cometido daños que nos acongojan mucho más. No sabemos qué ha sido de muchos de nuestros camaradas. Valladolid, Burgos, Zaragoza, Sevilla sobresaltan nuestro pecho pensando en lo que haya podido ocurrirles a los hombres que en esas capitales servían y daban norte a la causa de los trabajadores. Cambiaríamos gustosos, por la seguridad de sus vidas, todos los testimonios históricos. Ellos actividad guerrera los rebeldes nos lo da todo dicho. «España, nuestra o de nadie» es el mote que han elegido para desencadenar su rebeldía. Lo que él tiene de brutal y amenazador no necesita ser subrayado. Sin embargo de que en muchos casos no hagan honor los rebeldes a su grito bélico — las rendiciones de varias plazas y cuarteles lo atestiguan —, es lo cierto que, para los más fanáticos, el lema reclama un cumplimiento exacto, y ya que no hayan podido hacerse con España, por impedírselo la heroica voluntad popular, atienden a destruirla.

«España, nuestra o de nadie.» En bien contadas palabras han acertado los rebeldes a concretar toda su pasión inconciliable con la libertad del pueblo y el decoro de un país. Como en una pantalla, ese lema dibuja, proyecta y da volumen trágico a las peores formas de esclavitud, a aquellas que fueron abolidas en los países coloniales. Con poco esfuerzo se oye el crujido del látigo sobre las espaldas de los campesinos. Se adivinan los campos de concentración para los insumisos. Las cuerdas de las horcas para los rebeldes. Y sobre ese panorama siniestro, una clase vieja, de pergaminos y polillas, oronda, satisfecha, agotando las satisfacciones de toda clase, con la garantía, ofrecida por una religión venal, de obtener, como prima, el cielo. Se comprende bien la reacción calurosa, ardiente, corajuda del pueblo en armas. Se explica la insumisión de los soldados, para los que semejante proyecto de sus jefes no deja de ser una amenaza terrible. Derrotado está el proyecto. Derrotados quienes nos lo fabricaron. Les queda únicamente la amenaza de destruir lo que puedan. Sabemos que el fanático no razona. No le daremos consejos. Sepa, en todo caso, que la medida de las sanciones que le esperan será equivalente al precio de sus daños.

El Socialista (29/7/36)

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