La gesta que está escribiendo Madrid necesitará de plumas menos secas que las de los periodistas para ser relatada. Hay más de una razón para el asombro. Millares de ellas para la admiración. Si la Sierra está totalmente dominada y expurgada de adversarios, ello es obra del coraje arrollador, del ímpetu extraordinario de las columnas mixtas que la capital ha puesto en pie de guerra. Ese coraje y ese ímpetu, bañado de sangre y jalonado de sacrificios, han derrotado a los facciosos, que se han desbandado en una huida vergonzosa. Este, heroísmo del pueblo de Madrid no está a falta de antecedentes. Tiene una tradición bien gloriosa: a ella hacen honor los milicianos y las fuerzas leales. Esas fuerzas asumen hoy la total representación del pueblo madrileño, al que brindan sus victorias. España está segura de su capital. Puede confiar en-'ella. En la misma medida que el país ¡entero confía en Madrid, este confía en la resistencia de España, que ya está organizada y en camino tic rendir triunfos arrolladores. Se comprende el desmoronamiento de los sediciosos. Desdeñaron, al formalizar sus planes de ataque, factor tan decisivo como es el del heroísmo popular. Proyectaron un paseo victorioso a lo ancho y largo de la nación, sin resistencias ni tropiezos, y se han encontrado con la infranqueable barrera del pueblo, que, puesto a hacer la guerra, la sabe hacer, no sólo heroicamente, sino también eficazmente. El instinto vital le dicta lecciones de estrategia, y del lejano abuelo que se paseó por el mundo rindiendo adversarios, le sube un valor frío, seguro, inagotable, que está superando todas las marcas conocidas. Ni dificultad que le arredre ni enemigo que le amilane. No sabe este pueblo de Madrid de adversidad más implacable queda que le impone la pérdida de la libertad y la independencia. Con esa desgracia infamante, el pueblo de Madrid no pacta, y acepta, para eludir aquel castigo, todos los sacrificios imaginables.
La Sierra es hoy, toda ella, un grandioso y macizo monumento al heroísmo del pueblo madrileño. Cada una de sus arrugas, de sus piedras, de sus terrones, ha asistido a un grave episodio, jugado a vida o muerte, embebiendo, las más de las veces, sangre de héroes. Grandioso monumento que ninguna fantasía creadora logrará superar. En lo sucesivo, a nadie le será dado acercarse a. ella sin que una muy viva emoción le lleve a recordar estos días de heroísmo multitudinario en que se han ventilado tantas, cosas sagradas. Varios días de reñidísimos combates han conocido ayer gloriosa culminación. Las crestas de la Sierra han quedado absolutamente dominadas. El adversario ha sido batido, dejando en poder de los victoriosos toda clase de pertrechos de guerra, trofeos con que subrayar, una gesta por tantas razones consignada a la Historia. Marca la victoria un nuevo hito en lo que toca a la total liberación de España. Los facciosos pueden ir preparando a los suyos para la entrega definitiva, que deberá ser hecha sin condiciones. Necesitan rendirse al pueblo y a la ley. Persistir en el crimen que han cometido no puede servir para otra cosa que para empeorar su propia situación y la de cuantos los rodean. Procedan como quieran, una cosa es clara : que están virtualmente derrotados. La efectividad de esa derrota será cosa de muy poco tiempo. La garantía de que decimos verdad está en el heroísmo de Madrid, que se ha contagiado a todo el pueblo español. Un heroísmo de epopeya que está iluminando al mundo y encendiendo de fe a todos los españoles, estimulados en sus decisiones por el motor de la victoria segura.
El Socialista (25/7/1936)
El Socialista (25/7/1936)
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