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viernes, 14 de diciembre de 2018

Confrontacion de las dos Españas

Triunfa la consignada al futuro

Los sublevados han querido que llegase este momento, trágico en su desarrollo, brutal en su curso; pero incuestionablemente fecundo en su protección histórica. Esta terrible confrontación de las dos Españas a que la popular se ha visto obligada por la subversión de una gran parte del ejército, estimulada por aristócratas apolillados y contrabandistas en activo, va a servir, entre otras cosas, para dejar expedita la ruta de nuestros destinos nacionales; esos mismos destinos que la bota militar intentaba hundir en el barro para mucho tiempo, sin acordarse de que en defensa de ellos se engreiría, con voluntad unánime de victoria, todo el proletariado nacional. Ellos no buscaban confrontarse, sino que anhelaban imponerse, dando por supuesto, con grosera equivocación, que a España se le cortaría el resuello tan pronto como generales, coroneles y comandantes decretasen el pronunciamiento, la clásica cuartelada bien asistida de éxitos en el siglo anterior. Ningún hombre del pueblo se ha sentido intimidado ni un solo momento — y nada cuesta reconocer que ha habido algunos apurados — ante la arremetida de los rebeldes. Todos nos hemos puesto a hacerles cara, adquiriendo el convencimiento de que no sólo era hacedero librar la batalla, sino ganarla. Ganándola estamos. Cada día nos trae la cosecha de nuevas victorias y, con ellas, la seguridad de alcanzar la definitiva en un plazo perentorio. Ocupados en registrar los detalles de esas victorias constantes, no nos cuidamos lo necesario de anotar lo que significan para la futura historia de España y, por extensión, para la del mundo, que es testigo de esta confrontación de las dos Españas: la vieja — que no la clásica — y la nueva, nutrida de la savia heroica que dio proceridad a nuestra patria. Decir "¡Arriba España!" no es suficiente para entroncar con la tradición magnífica de nuestro país ; exhumar el yugo y las fechas de los Reyes Católicos, tampoco ; mucho menos puede serlo conservar banderolas rojas y amarillas, al socaire de las cuales se fue prostituyendo el nervio nacional, el temple español, hasta conseguir que no quedase de aquella nuestra grandeza otra cosa que el romance y la elegía cursi con que alimentaban su emoción de patria y curaban su dolor de España todos los que han fiado nuestro porvenir a los insurgentes.

Se comprende que la España popular los derrote. Se justifica fácilmente que campesinos y obreros, bronces de la raza, figuras señeras del gran retablo heroico, los reduzcan a impotencia. ¿Cómo pudo olvidarse que ellos son el nervio y la fibra española? Caro pagan su olvido los insurgentes. Suprimida la sorpresa, que pudo favorecerles, todo podían darlo por descontado. Contra el granito popular nada pueden los traidores. En él se estrellan estos días. La capacidad para la ofensiva la han agotado. Ahora son las columnas populares las que ponen sitio a los sublevados, que reclaman el concurso del ingenio para, escapar a la sanción. Ello no parece posible. Una coordinación de armas, energías y justicias cierra los asedios, y el tiempo — formidable obrero — hace lo demás.

La trágica confrontación de las dos Españas va a terminar con la Victoria de la España que, iluminada por su pasado grandioso, está consignada al futuro, a un futuro espléndido. De su raíz más entrañada en la tierra llega al pueblo el jugo heroico de que hacen alarde y derroche en estos días tropas leales y Milicias populares.

El Socialista (28/7/36)

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