LA PRENSA VATICANA EN LA GUERRA CIVIL
En toda guerra, las batallas militares y propagandísticas van unidas de la mano, y en la Guerra Civil no iba a ser menos. Esta batalla se jugó tanto en España como a nivel internacional y la prensa vaticana jugaba un papel especialmente importante, dado el carácter religioso en un bando, y antirreligioso en el otro. Por eso, antes de empezar, es conveniente exponer la toma de posición de la Santa Sede, dar un vistazo general a la prensa vaticana.
Cuando hablamos de la prensa vaticana, a nuestra mente viene primeramente el periódico L`Osservatore romano, pero este diario es sólo órgano oficioso de la Santa Sede. El portavoz oficial es el semanario (actualmente es mensual) Acta Apostolicae Sedis, equivalente a los Boletines Oficiales del Estado o de las diócesis, pues publica los documentos oficiales y discursos del Papa, pero por el retraso con que aparecían los documentos y por lo reducido, aunque selecto, de sus suscriptores, apenas pudo influir en la opinión pública durante la guerra, aunque su consulta es obligada para el historiador.
Es también plenamente oficial el Annuario Pontificio, que es una especie de quién es quién en la Iglesia. En sus hojas ofrece todos los altos cargos de la curia vaticana y los prelados de todo el mundo, así como las representaciones diplomáticas ante y del Vaticano. Los representantes de Franco ante la Santa Sede comentaban cada año el Annuario tan pronto como aparece en enero para felicitarse de los progresos de su representación o dolerse de que la República tenga aún allí cabida.
L`Osservatore romano, aunque, como hemos dicho, no era formalmente oficial, ejercía mayor influjo, por su periodicidad diaria y por su difusión, particularmente en ámbitos eclesiásticos. La redacción era teóricamente autónoma, pero recibía y recibe consignas de Secretaría de Estado. En aquellos años la disciplina dentro de la Iglesia católica era mucho más rígida que actualmente, y por mucho que se dijera que L'Osservatore romano no era oficial, un suelto del diario vaticano tenía fuerza vinculante, porque era harto sabido que expresaba la opinión (o la decisión) de la cúpula. Así, cuando hacia el final de la guerra el P. Arturo Cordovani, dominico, maestro del Sacro Palacio, publicó en L'Osservatore romano un duro artículo contra el diario parisino La Croix, órgano oficioso del episcopado francés, por su posición pacifista a favor de la mediación en España, el director, el asuncionista León Merklen, tuvo que hacer un acto de humilde sumisión al superior criterio vaticano.
Dirigía L 'Osservatore romano, en los años de la guerra de España, un seglar, el conde Dalla Torre, cuyos sentimientos antifascistas coincidían con los de Pío XI. En sus memorias asegura que fue él personalmente quien decidió no publicar en su diario la carta colectiva del episcopado español: «Logré no hacerlo, y no recibí disposiciones contrarias; se me dejó libre». Sin embargo, en un conflicto con la censura fascista, el Secretario de Estado, cardenal Maglione, decía en una nota al embajador italiano, para justificar la exención de L'Osservatore romano. «Se imprime en italiano, pero es órgano de la Santa Sede, no puede confundirse con los diarios italianos (…). En todas partes, pero especialmente en el extranjera, ha de verse que L'Osservatore romano es verdaderamente el diario de la Santa Sede». La sección de opinión y comentario bajo la rúbrica Acta diurna (una especie de editorial en primera página) era muy importante. La redactaba habitualmente Guido Gonella, antifascista, procedente de las FUCI (Federación de Universitarios Católicos Italianos, de la que había sido consiliario Mons Montini) y que después de la segunda guerra mundial sería secretario general de la Democrazia Cristiana, pero a veces el suelto venía directamente de Secretaría de Estado. En cambio, para las secciones informativas el diario dependía de las agencias internacionales. En los primeros días de la guerra de España publica los mismos despachos confusos que se leen en la mayo-ría de los periódicos europeos. Más adelante tendrá informaciones propias sobre la persecución religiosa, facilitadas por los prófugos españoles, sobre todo eclesiásticos, que actuaron en Roma como una gran caja de resonancia de los desmanes cometidos en la zona republicana en los primeros meses.
Las quejas del gobierno de Burgos contra L'Ossavatore romano son constantes. Ya el 12 de diciembre de 1936 el marqués de Magaz, siempre pronto a atribuirse éxitos diplomáticos, aseguraba haber logrado un cambio de actitud del periódico vaticano, pues «por primera vez reconoce el carácter religioso de nuestra guerra»; pero el 16 de febrero todavía criticaba «la manera, el estilo del Osservatore romano [...] más importantes que la verdad y la claridad». El sucesor de Magaz, Churruca, escribía a Sangróniz el 27 de octubre de 1937: «L`Osservatore romano sigue dando guerra, por mostrarse absurdamente sumiso a las influencias francesas muy poderosas en ciertos ambientes vaticanistas». Pocos días antes había registrado una evolución favorable con respecto al comienzo: «Las observaciones de prensa publicadas por el L'Osservatore romano en los primeros tiempos de nuestra lucha eran con preferencia de fuente roja o desfavorables para nosotros». Yanguas Messía, sucesor de Churruca y primer embajador de Franco ante la Santa Sede, a propósito de una crónica sobre asesinatos en la zona republicana, decía aún el 7 de noviembre de 1938 de L'Osservatore romano: « [...] que tan parco suele ser en dar a conocer esta clase de noticias». En el mismo sentido escribía Yanguas el 12 de noviembre: «[...] tan poco propenso a recoger noticias favorables a nuestra causa».’
L'Osservatore romano editaba un suplemento quincenal ilustrado, L'Illustrazione Vaticana, molesto también para el gobierno de Franco, particularmente por el comentario de política internacional de la quincena firmado bajo el seudónimo de Spectator, que dio lugar a fuertes protestas del representante de Franco y hasta a la supresión de la revista.
Hacia el final de la guerra, Yanguas cree haber conseguido, con sus enérgicas protestas ante el Secretario de Estado, que L'Osservatore romano les sea más favorable, pero todavía el 21 de junio de 1938 una nota de la embajada cerca de la Santa Sede transmitía a Burgos una denuncia absurda:
Por denuncias llegadas a la embajada de España cerca de la Santa Sede, se ha tenido conocimiento de que el director de L'Osservatore romano, Conde dellaTorre, organiza suscripciones de carácter obligatorio entre los empleados del mencionado periódico.
Dichas suscripciones que, al parecer, están destinadas a favorecer la propagada roja, se envían al diario francés «La Croix».
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