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sábado, 22 de diciembre de 2018

El general que aspira a morir en la cama

Se cuenta que Queipo de Llano, abombando el pecho en un esfuerzo desesperado, ha consumido, para nacer una frase, todo el heroísmo de que dispone : «Se engañan — ha dicho — si esperan cogerme vivo.» No acertamos a descubrir dónde radica el engaño. Entre los generales sublevados, ninguno más torpe, más zafio, menos estimable que el sublevado en Sevilla. De su paso por la Jefatura del cuarto militar del ex presidente se cuentan un centenar de anécdotas, cada una de las cuales da la medida exacta de su capacidad para la grosería. Queipo de Llano pertenece a un género animal que no está catalogado en la escala zoológica por falta del escalafón, ya que no hay subsuelo adecuado para fabricárselo. Ha vivido cosechando el desprecio justificado de los que hoy son sus compañeros de insurgencia. Por muy buena voluntad que quien más tarde había de ser su consuegro puso en ello, no acertó a descubrirle lado útil ni condición aprovechable. ¿A qué engaño alude el sublevado en su jactancia que quiere ser heroica? Podemos decírselo, puesto que él saca el tema, sin que apunte crueldad ninguna, que no es vivo como nos interesa. Cogerle vivo nos acarrearía un trabajo, y lo único que tendremos que agradecerle es que nos lo economice, haciéndose la justicia que nos sería obligado ejecutar a nosotros. Consté, pues, que no sufrimos engaño. A tal punto no lo sufrimos, que ni siquiera creemos en sus palabras. Queipo de Llano es de los generales que, suceda lo que quiera, aspiran a morir en la cama, rodeado de su familiares, con un buen pasaporte doble de su confesor, y diciendo, con aire trascendental, una inepcia cómica de moribundo asustado. En otros muchos de los sublevados la huella de la raza los empujará, sin que lo puedan remediar, al heroísmo. Queipo de Llano no está entre ellos. Tiene la obsesión del hidroplano que demandó, sudoroso, a Franco. Como no le fue dado obtenerlo, busca abrir brecha desesperada en la provincia de Huelva para garantizarse la evasión a Portugal. Eso está difícil. Para el más que para nadie. Si hay alguien engañado es él. El que no parece que haya de acabar sus días, contra lo que sueña su ambición, en la cama.

Su caso no es único. Suerte parecida van a correr sus correligionarios de deslealtad, aun aquellos que antes de lanzarse a la insurrección cuidaron de tener expedita la salida. Y es que el cerco popular sobre las plaza sublevadas se va cerrando inexorablemente. El tiempo, como venimos diciendo, es .un obrero que trabaja infatigablemente contra los revoltosos. Les destruye la moral y les niega los recursos de guerra y boca. Entre tanto, los efectivos leales y las Milicias populares van dando remate a las empresas urgentes y disponiendo sus efectivos para acudir en refuerzo de los que asedian a las capitales en que los sublevados han de padecer sus últimas derrotas. Gravísimas derrotas que señalarán el acabamiento de la resistencia de los rebeldes y permitirán conocer con exactitud los daños de todo orden que han inferido a España. Daños que seguramente serán mayores de los que todos suponemos. Y es que resulta incalculable evaluar la capacidad que para la crueldad y el disparate tiene un general del tipo de Queipo de Llano, si, como está ocurriendo, se decide a dejarse estimular por el consejo de los fascistas fanáticos. Su jactancia no nos engaña por ningún concepto. Es el producto de su desmoralización, de la congoja que le deprime ahora que aprecia por sí mismo que la aventura insurgente, tan largamente preparada, se aproxima al desenlace.

Un desenlace ejemplar que nos afirmará a todos los españoles en la seguridad de que han terminado, para siempre, definitivamente, los pronunciamientos y las cuarteladas. De los torrentes de sangre de estos días, de los duelos y los lutos, va surgiendo una España nueva, que no tiene más nexo con el pasado que el heroísmo de las capas populares de la nación. Caro es el precio, pero altísima la recompensa.


El Socialista (30/7/36)

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