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lunes, 3 de diciembre de 2018

Hacer de España una escombrera inmensa de cadáveres (El Socialista, 24-7-1936)

La suerte de los insurrectos no ofrece, a estas alturas, la menor duda. Es trágica. Ellos mismos reconocen su derrota, y no la ocultan, al decir, como dicen, «que se saben perdidos, pero que procurarán causar los mayores daños». Por monstruosa que la declaración parezca, es rigurosamente cierta y está confirmada por los hechos. No es que traten de vender caras sus vidas, es algo peor: es que se disponen a ocasionar los más terribles quebrantos al país. Quebrantos de toda índole: vitales, económicos, artísticos, morales. Ahora es cuando se pone de manifiesto, con terribles luces sangrientas, aquella verdad nuestra que afirmaba qué sólo siendo la Patria una propiedad de ellos les interesaba la Patria. Ahora que la derrota les hace comprender que en lo sucesivo no dispondrán del menor privilegio, se disponen a arrasarlo todo: vidas, cosechas, testimonios históricos y artísticos del pasado nacional. ¡Todo! A poder, convertirían a España en una escombrera inmensa sembrada de cadáveres, o la entregarían como colonia a una cualquiera de las naciones fascistas. Algo de esto segundo, y mucho de lo primero, ha hecho en Sevilla el ex general Queipo de Llano, mezclando al cónsul general de Italia, a quien le es obligada una neutralidad exquisita, en la contienda que vamos liquidando los españoles con manifiesta rapidez y fortuna.

Lo que en Queipo de Llano es una botaratada, propia de su imbecilidad congénita, es en Franco un acto de fría traición, por cuanto que sabe todo el alcance internacional que puede llegar a tener la insurrección de las tropas de Africa.

La lección de patriotismo que han dado al país los generales será inolvidable para los españoles. Queda liquidada toda una etapa engañosa y falsa. A partir de la traición de una parte del ejército, la que presumía de depositaría de nuestras tradiciones se abre un proceso de consecuencias fácilmente previsibles. Se ha acabado el monopolio de la Patria que se habían concedido a sí mismas las derechas. Mejor que acabarse, se ha transferido: la Patria la encarna, una vez más, el pueblo. El mismo que la encarnó en todos los momentos decisivos de nuestra historia; pero esa encarnación tiene ahora una particularidad que la diferencia de las anteriores, a saber, que, en lo sucesivo, la Patria no será el feudo de los que la han tenido como proveedora inagotable de sus privilegios de casta. Convencidos de ello, intentan aniquilarlo todo. Ese es su monstruoso objetivo de estas horas.

Nada, por respetable que sea, contiene su furia de derrotados.

¿No acabarán por reconocer su engaño los que dieron crédito a las falsas prédicas patrióticas de los insurgentes? ¿No saldrán de su error las gentes sencillas que tenían por ciertos juramentos falsos en su misma raíz?

El famosísimo brazo armado de la Patria, constituido y mantenido exclusivamente para su defensa, le hace el daño que no hubiera podido hacerle su peor enemigo. Por increíble que en otros días se nos hubiese antojado esa sospecha, tiene en la actualidad la fuerza avasalladora de un hecho brutal. Cuando se haga el balance de estas jornadas trágicas, el más impasible se sentirá anonadado, incapaz para contener el impulso violento de su alma.

Toda esta tragedia inmensa se la debemos a los traidores, a ese grupo de generales, jefes y oficiales, que no podrán compensarnos, por dura que sea su suerte, de los daños que han inferido a España. ¿Qué valen todas las vidas de todos los jefes facciosos junto a una sola de los numerosos trabajadores que la han perdido en defensa de España y de la República ? Guardan la misma relación de precio que la bola que arrastra el escarabajo junto a la más pura pieza de diamante.

El Socialista  (24/7/1936)

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