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viernes, 7 de diciembre de 2018

Sólo tiene, para divulgar por la radio, mentiras de gran calibre

Haciendo juego con las victorias del pueblo, las derrotas del fascismo. ¡Qué abyección la suya! Una gran parte del ejército, traicionando sus propios compromisos, simulando una lealtad que se habían propuesto desgarrar, ha necesitado, para hacer armas contra la nación, equivocar primero, emborrachar después, a los soldados confiados a su mando. Los vapores alcohólicos y la anestesia del engaño han pasado o están a punto de pasar. Estamos seguros de que se producirá, no tardando, una tremenda fisura en los cuarteles. La lealtad pasiva de algunas guarniciones no puede prolongarse. La lealtad precisa ser activa, o no es lealtad, sino cuquería y cálculo. Los que se digan leales tienen la obligación de probarlo, o nos quedará el derecho a dudar. Leales como esos milicianos populares, que dan su vida con una generosidad que supera todo elogio; como esos soldados de la Guardia civil, que entran en fuego con serena arrogancia; como esos batallones de Carabineros, que se inmolan corajudamente; como esas compañías de Asalto, que desafían todo riesgo. La lealtad consiste en estos días en algo más efectivo que una declaración día civil, que entran en fuego con serena arrogancia; como esas compañías de Asalto, que desafían todo riesgo. La lealtad consiste en estos días es algo más efectivo que en una declaración pasiva. Cuando llegue el momento de los homenajes, de sobra sabemos que abundarán los leales que se pongan en fila para recibirlos. La prueba de la lealtad hay que hacerla ahora, en estos momentos, con el fusil en la mano y el ánimo resuelto a quedar triunfadores. No se olvide que nos corre prisa, mucha prisa, por poner término a la criminal intentona que ha desencadenado el fascismo.

Tenemos prisa porque necesitamos acabar rápidamente con los estragos que el crimen de los desleales está produciendo, en ningún caso porque nos ofrezca duda la victoria. Pero por lo mismo que la victoria está segura, nos importa disponer de ella, para la reedificación del país, en el plazo más corto posible. A las derrotas que se les han ocasionado a los rebeldes hay que añadir otras nuevas y más sonadas. Ya que aspiran al aniquilamiento de todo y de todos, necesitamos darnos prisa para impedirlo. Prisa, mucha prisa. Toda es poca para economizar sacrificios, dolores y quebrantos. Derrotas, más derrotas para el fascismo. Sabemos que quedará extenuado para siempre; pero debe buscarse que su total fallecimiento sea rápido. Tan rápido como lo demanda el prestigio de España y la conveniencia de los españoles.

Como el día de ayer, fecundo en derrotas de los sublevados, necesitan ser todos los días. Allí donde el fascismo ha acumulado efectivos necesitamos batirlo, si es que voluntariamente no renuncia a presentar batalla y se entrega sin condiciones, no para salvarse, sino para salvar lo que con su sola presencia ha comprometido. Que es mucho, no lo olviden los insurgentes. Ellos, poseidos de un odio ancestral, han colocado la lucha en un plano le inclemencia desconocido en los anales de las guerras civiles, incluso, en las religiosas. Allá donde han asentado su campamento han podrido el aire. Confiaron al horror y a la servicia el triunfo, y se han encontrado con que esa confianza es la que los ha perdido. El horror y la sevicia han sublevado toda la conciencia nacional y la universal, que los va reduciendo a la impotencia. Su último ataque lo hacen por conducto de la radio, que difunde embustes de un calibre inconmensurable. Citemos uno por vía dé ejemplo: En la frontera portuguesa ha sido detenido por la Guardia civil, al intentar pasarla, Casares Quiroga. Bien se ve que marcha mal el fascismo cuando precisa apelar a esas mentiras para sostener la moral de sus aliados.

El Socialista (25/7/1936)

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