Secretario General del PCE durante 22 años, es uno de los personajes más controvertidos del panorama político español; aún hoy en día persisten las dudas sobre su participación en la matanza de Paracuellos del Jarama
El 10 de diciembre de 1976, Santiago Carrillo remata su insólita reaparición clandestina ante los periodistas refiriéndose a su condición de blanco favorito de la derecha por sus andanzas juveniles en la Guerra Civil. Carrillo, armado de su desparpajo y su narcisismo característicos, aventura que las críticas pudieran deberse a un intento de "eliminar a este animal político" para que lo sustituya al frente del PCE otro líder más dócil y menos experimentado. Con ese binomio, -"animal político"-, que después de todo es un oxímoron, el Secretario General de los comunistas españoles proporciona una posible definición de sí mismo. En el variado abanico de connotaciones que sugiere se pueden rastrear las luces y las sombras de su personalidad ambivalente.
La vida de Santiago Carrillo no es más que el continente de su trayectoria política. Nace el 18 de enero de 1915 en Gijón, y salta desde muy joven a ingresar en las Juventudes Socialistas de Madrid (JS). Apenas ha cumplido los 14 años cuando entra a trabajar; en la redacción de El Socialista. Su padre, Wenceslao Carrillo Alonso, miembro de la dirección del PSOE, es redactor jefe del periódico, y compensa así la frustración del joven Santiago, que tuvo que abandonar los estudios por la imposibilidad de pagar la matrícula. Años más tarde, Fernando Claudín, compañero suyo en el Comité Ejecutivo del PCE y uno de sus biógrafos más autorizados, sugiere que este trauma incuba el desprecio ribeteado de complejo de inferioridad que Carrillo sentirá por los intelectuales del partido, a quienes en ocasiones concibe directa o subliminalmente como antagonistas del sector obrero que él encarna a la perfección.
El aún alevín político se baquetea en los mítines de las Juventudes Socialistas, y en 1931 ya dice cosas como que el PSOE debe ir "dejando a un lado a los partidos republicanos" o que "España no necesita Ejército". Su ámbito de actuación será el semanario Renovación, que se ubica en el ala izquierda del partido y aboga por la salida del Gobierno de los "ministros burgueses". Prohibido por la Ley de Defensa de la República, acarreará a Carrillo unos días de cárcel antes de alcanzar la mayoría de edad.
En este momento, el PSOE se debate entre el reformismo de Julián Besteiro e Indalecio Prieto y un Francisco Largo Caballero a quien ya se apoda el Lenin español. Las elecciones de 1933 ratifican a los jóvenes que la "República burguesa"; no sirve y hay que desencadenar la insurrección. Carrillo admira a Stalin y, en cuanto es elegido secretario de las Juventudes Socialistas, a los 19 años (1934), promueve el acercamiento al dirigente comunista. Diez veces inferior en número al socialista, el colectivo juvenil del PCE tiene a su favor la aureola mágica de la URSS, el único país donde ha triunfado la revolución. A partir de 1936, será además la única potencia que suministra hombres y material a la República, circunstancia que motiva la progresiva preponderancia de los comunistas entre las diferentes fuerzas que se oponen al golpe militar.
Claudín, uno de sus interlocutores, recuerda la solvencia del joven Carrillo, que les parece más bolchevique que ellos mismos. Tras ser detenido por su implicación en la sublevación de octubre de 1934, Carrillo se pasa otros 15 meses en la cárcel Modelo de Madrid. Allí lee y traba relación con Largo Caballero, lo que explica que el secretario de las Juventudes Socialistas diga en adelante que esta reclusión fue su "universidad". Una vez que el Frente Popular le libera, en mayo de 1936, Carrillo culmina la fusión de los grupos juveniles -Juventudes Socialistas con las Juventudes Comunistas- y es nombrado Secretario General de las recién formadas Juventudes Socialistas Unificadas (JSU). Durante el transcurso de las negociaciones, Santiago Carrillo tiene ocasión de viajar a Moscú y allí siente en seguida que "esto es lo nuestro".
El estallido de la Guerra Civil acelera su conversión al comunismo, que se formaliza el 6 de noviembre, mientras el general Mola se dispone a tomar Madrid con sus cuatro columnas y con la quinta, que se encuentra ya en el interior de la ciudad -los defensores de la capital deducen que en las prisiones-. En un último intento por retenerle, el PSOE le ofrece la Subsecretaría de Gobernación, pero Carrillo la rechaza y ocupa la Consejería de Orden Público de la Junta de Defensa madrileña. Largo Caballero se llevará un considerable disgusto cuando, ya bien entrado 1937, Carrillo le dé cuenta de su ingreso en el PCE.
Su labor al frente de la Consejería durará menos de un mes, pero la controversia sobre su responsabilidad en las ejecuciones masivas que se perpetran durante esos días le acompañará el resto de su vida. Fernando Claudín corrobora la versión de Carrillo, según la cual él se limita a firmar el traslado a Valencia de los presos enemigos para que no sean liberados por los asaltantes y luego algún grupo de descontrolados los asesina en Paracuellos del Jarama; Carrillo le llegó a confesar que su misión no le gustaba. Sin embargo, Ricardo de la Cierva, ideológicamente contrario a Carrillo, acorrala en esta polémica al líder comunista con una serie de documentos y testimonios fiables que parecen refutar todas sus coartadas. El compromiso de este historiador en el esclarecimiento de la matanza viene determinado, y posiblemente exacerbado, por el hecho de que su padre fue fusilado en Paracuellos, pero un investigador progresista como Ian Glbson y otros liberales avalan sus conclusiones.
La obsesión de la Junta de Defensa con la quinta columna queda demostrada en diversos escritos que llaman expresamente a la ejecución de los prisioneros. En ese sentido, es posible que otro consejero de Orden Público hubiera ordenado igualmente las ejecuciones. Cuando los hechos llegan a oídos del ministro de Justicia, Juan García Oliver, éste designa al anarquista Melchor Rodríguez como encargado de Prisiones y Carrillo queda virtualmente privado de competencias en la Junta de Defensa.
Durante el resto de la Guerra, Carrillo llena las JSU de vocales comunistas, hasta que los socialistas protestan por la nueva correlación de fuerzas y se separan. Pertenece también al buró político del PCE, aunque sólo en calidad de suplente, desarrollando una escasa participación y sin aproximarse en absoluto a la cúpula formada por José Díaz y Dolores Ibárruri. En este tiempo, eso sí, Carrillo comparte el convencimiento colectivo de que los presuntos trotskistas del POUM son agentes fascistas infiltrados y el axioma de que la causa revolucionaria justifica cualquier medio.
Al final de la contienda, cuando ya se encuentra exiliado en Francia, Carrillo demuestra su militancia en un fuerte enfrentamiento con su padre, al permenecer éste fiel al PSOE cuando Segismundo Casado se subleva -6 de marzo de 1939- y expulsa a Negrín y a los comunistas, entregando a la vez Madrid a Franco, Carrillo escribe una durísima carta abierta a Wenceslao -15 de mayo de 1939-, en la que se enorgullece de su amor a la URSS y a Stalin, rompiendo así las relaciones con su padre por lo que interpreta como una cobarde traición: "Cada día es mayor mi amor a la Unión Soviética y al gran Stalin. Cuando pides ponerte en comunicación conmigo olvidas que yo soy un comunista y tú un hombre que ha traicionado a su clase, que ha vendido a su pueblo. Entre comunista y un traidor no puede haber relaciones de ningún género", escribe.
Estas credenciales facilitan la promoción de Carrillo dentro del partido. Durante década y medía se encarga en el exilio de la organización del PCE del interior, pero pasan los años y no termina de desencadenarse el hundimiento del franquismo, que se consideraba inminente, tanto por su debilidad interna como por la ayuda que se esperaba de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Para explicar los desengaños y posponer los ultimátum de sus propias predicciones, Carrillo recurre, como muchos marxistas, a las teorías de la conspiración burguesa, fascista o imperialista.
Las tareas directivas le llegan en 1956. Siguiendo el ejemplo del nuevo Secretario General del PCUS, Nikita Jruschov, Carrillo ha aventurado, con el debido respeto, un reproche al posible culto que se está rindiendo a la personalidad de Dolores Ibárruri y su número dos, Vicente Uribe. Este posicionamiento, que en otras circunstancias habría sido arriesgado, tiene la fortuna de verse inmediatamente refrendado por el informe secreto de Jruschov sobre los crímenes de Stalin. La Pasionaria, que se ve obligada a dar el visto bueno a la iniciativa, dirá que nunca había visto discutir en la dirección del partido como lo había hecho Carrillo. Tardará cuatro años en cederle la Secretaría General, que cambiará de manos en el VI Congreso Federal, pero desde este momento el asturiano es el hombre fuerte del Comité Ejecutivo (1960).
Carrillo está convencido de que el PCE es el partido más potente y el mejor organizado de la oposición, y por tanto será el actor principal en el cambio. Advierte al resto de fuerzas que si la ruptura no es democrática el PCE tendrá que recurrir a la lucha armada, aunque prefiere la huelga nacional pacífica. Sin duda, sobreestima el nivel de la oposición interna, porque los paros de 1962 no tienen el carácter político que él hubiera deseado. Respecto a la política internacional, tras mímetizar puntualmente los vaivenes soviéticos durante la Guerra, los comunistas españoles siguen ahora las directrices oficiales de que las disensiones en el bloque soviético -Yugoslavia, Hungría, Polonia- muestran que el gran peligro es el revisionismo. Cualquier sutileza argumentativa vale para justificar que la URSS tiene razón o que la culpa es de agentes externos o de la polarización mundial. Todavía en 1965 Carrillo se permite aducir que algunos errores del PCUS han sido útiles para disparar el entusiasmo revolucionario.
A mediados de los 60 se registran las primeras discrepancias en el PCE, por el centralismo democrático de corte estalinista que impide todo debate interno, el personalismo del propio Carrillo y el seguidísimo respecto a la URSS, intelectuales como Javier Pradera, Jorge Semprún y Fernando Claudín son apartados bajo la acusación de pequeños burgueses y socialdemócratas. Pero el Secretario General asumirá pronto algunas de sus ideas.
La ocasión se presenta en 1968, cuando ya se atisba el ocaso del franquismo y Carrillo, para fomentar su candidatura, debe demostrar que el PCE no será como el PCUS que ha intervenido en Praga. Dos años después de sus primeros reproches velados al proceso de Moscú, Carrillo advierte de antemano a los soviéticos que condenará la ocupación si ésta se produce y cumple con su amenaza. En sus artículos se distancia de manera expresa: "No podemos concebir ni admitir la hipótesis de que el día que nuestro partido llegue al poder (...), otra potencia socialista, cualquiera que sea, nos dicte su política". Y canta la palinodia: "Durante mucho tiempo hemos cerrado los ojos a la realidad de contradicciones objetivas en el socialismo y culpado exclusivamente al imperialismo de nuestros problemas". El PCE da así los primeros pasos en dirección al eurocomunismo que en el extranjero hará famoso a Carrillo, paradójicamente cuando dentro de España se avecina el desastre electoral. Nunca llega a poner en duda el carácter socialista del régimen de la URSS, pero su despegue de la doctrina oficial y sus visitas a líderes heterodoxos del mundo comunista provocan escisiones filosoviéticas en el partido y el mismo PCUS lanza una campaña contra él.
Siempre sintiendo la obligación de llevar la iniciativa, Carrillo es el artífice de la Junta Democrática (1974), que amplía el espectro tradicional de la "alianza de obreros e intelectuales" a sectores burgueses. En realidad, Carrillo espera que el franquismo caiga por un levantamiento popular incruento que no llega a producirse. Vuelve a España para no perder el hilo de los acontecimientos, pero, contra lo que había previsto, los otros líderes se las arreglan felizmente sin contar con el PCE. Cuando el Gobierno de Suárez legaliza el partido -abril de 1977-, su Secretario General no sospecha que, pese a su pasado, supuestamente heroico, y su nueva moderación, el PSOE al que desprecia por sus "40 años de vacaciones" le va a arrebatar el electorado de izquierdas.
Las derrotas de 1977, 1979 y 1982 despiertan las corrientes internas tanto tiempo acalladas, pero Carrillo mantiene mientras puede su concepción estalinista de un partido monolítico. Filosoviéticos, renovadores, vascos y catalanes abandonan el PCE y Carrillo apela a injusticias históricas contra su formación, pero no cambia de estrategia. A la semana del 28 de octubre de 1982 que encumbra a Felipe González, el rey depuesto de la izquierda española dimite de sus cargos tras 22 años en la Secretaría General del partido. Su último momento de gloria había tenido lugar cuando el 23 de febrero de 1981 permaneció sentado en su escaño del Congreso, tras el frustrado golpe de Estado del teniente coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero.
Sin embargo, el papel que le corresponde ya no es de actor del presente sino de símbolo del pasado, de imagen de la reconciliación pero también de las heridas por cerrar. En abril de 2005, recién cumplidos los 90 años, un grupo de ultraderechistas intenta agredirle en la presentación de un libro. Tras salir indemne, Carrillo repite ante la prensa su viejo alegato de que, si Tejero no consiguió tirarle al suelo, ya no lo iba a poder hacer nadie.
El 18 de septiembre de 2012, a los 97 años, Santiago Carrillo falleció en su casa mientras dormía la siesta debido a una insuficiencia cardiaca.
Este blog está lejos de ser un referente para conocer lo que proclama en su título: información útil para comprender lo que yo opino, y lo que opinan, los que en el blog asoman, de la guerra civil y de los que, yo elijo, como individuos protagonistas de este periodo nefasto que se inaugura ante el fracaso de un golpe militar, de matriz fascista, por las circunstancia de las que se nutre la sublevación. Santiago Carrillo me importa poco. Es el tono, indulgente, obscenamente encubridor, usado para episodios y personajes y criminales de los sublevados, frente al ácido, cuestionable, parcial análisis de hechos y personas que se mantuvieron leales a la República. No pasaré por aquí. Ni usted lo necesita. Ya tiene su coro de grilllos que cantan a la luna.
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