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sábado, 3 de noviembre de 2012

Luis Orgaz Yoldi (1882-1946)


Militar curtido en la Guerra de África, el responsable de la sublevación en Las Palmas es un monárquico convencido que persigue la caída republicana para reinstaurar la dinastía borbónica y el orden conservador

La historia del general Luis Orgaz Yoldi permite descubrir una de las personalidades más fuertes y contradictorias dentro de la generación de militares de alta graduación que pusieron en marcha la conspiración contra la Segunda República y que prendieron la mecha de la Guerra Civil. Su perfil, de hecho, se corresponde con el del arquetipo de militar africanista del que también participan otros líderes rebeldes como Franco, Queipo de Llano o Mola. Sin embargo, su posición ideológica y su actitud hacia el resto del clan africano le separan de muchos de sus compañeros de armas. 

Así ocurrió, en realidad, desde su infancia. A diferencia de otros militares de su edad como Mola -que se cria en una familia de militares desarraigada por los continuos cambios de destino de su padre- o Franco -encerrado en una ciudad-fortaleza, aislada de su entorno-, Orgaz nace y crece integrado dentro de la sociedad de su ciudad, Vitoria, y no resulta insensible a lo que pasa a su alrededor -por ejemplo, la ascendencia social de tradicionalistas y nacionalistas en la vida política vasca-. En realidad, nunca llega a abrazar la causa carlista, ni, menos aún, la del PNV, pero siempre tuvo en cuenta a esas dos formaciones como interlocutores válidos y sirvió como puente entre ellos y el núcleo duro de los militares rebeldes en los momentos previos al golpe del verano de 1936.

El futuro general ingresa en la Academia de Infantería de Toledo en 1898, con 17 años, con una personalidad más definida que la de otros cadetes, casos de Franco o Mola, que llegaron a Toledo siendo aún niños. Orgaz no llega a adherirse a la ideología militarista que se transmite en la escuela de oficiales del Ejército de Tierra, y a lo largo de su vida, jamás cree en un poder del estamento militar sobre la sociedad civil que se justificara por sí mismo, A pesar de actuar desde posiciones profundamente conservadoras, siempre se destaca como uno de los generales rebeldes más alejados del totalitarismo y del fascismo y así lo demuestra cuando estalla la Segunda Guerra Mundial.

La postura política de Orgaz es, en realidad, la de un monárquico dispuesto a defender siempre el modelo de la Restauración borbónica o, al menos a renovarlo, y del conservadurismo de Cánovas del Castillo. Así se manifiesta incluso en los años posteriores a la Guerra Civil, en medio de un contexto de permanente culto al caudillo, asumiendo graves riesgos políticos. Y así lo hace, también durante sus primeros años en el oficio militar durante la primera década del siglo XX.

Y eso, a pesar de que aquellos años de turbulencias encontraron a Orgaz en Marruecos, el territorio mítico del pensamiento militarista español. Fue allí donde tiene noticia de los incidentes de 1909, cuando la sociedad civil de varias ciudades peninsulares se rebela contra los reclutamientos para la guerra colonial. Aquellos incidentes fueron la justificación que encontraron muchos militares españoles -sobre todo, los compañeros de Orgaz pertenecientes al arma de infantería- para comenzar a incubar un cierto descontento hacia el sistema monárquico, parejo a su desconfianza hacia la sociedad civil.

No fue ése el caso del general vitoriano, enonces un oficial ocupado en la típica carrera de ascensos de los miembros del Ejécito de Infantería destinados en África, en su caso, a cargo de las funciones de policía y asuntos indígenas del Gobierno de Protectorado. Orgaz, por entonces, empezaba a conformar un pensamiento político que habría de desarrollar, ya en los años de la Segunda República, en la órbita de Acción Española, lejos de sus compañeros rebeldes, a menudo, vinculados a a CEDA o, directamente, a los grupos autoritarios. Los manuales, de hecho, le colocan en el reducido núcleo de militares -en el que también caben el general Ponte y, más tarde y sólo parcialmente, el general Sanjurjo— que se unieron a los latifundistas, financieros y clérigos cercanos a Acción Española en una doctrina ideológica que unía centralismo, aliadofilia, proteccionismo económico y una voluntad de reinstauración -más que restauración- de la monarquía borbónica parlamentaria.

Eso, en cualquier caso, fue mucho después de los incidentes de Barcelona. Por entonces, Orgaz estaba enfrascado en la Guerra de Marruecos, una contienda frustrante para la sociedad española pero que ofreció elevados dividendos a varias generaciones de militares españoles -incluido él mismo, quien alcanzó en África el rango de general de brigada gracias a los méritos militares contraídos y fue condecorado con la Medalla Militar individual-. Las crónicas retratan al Orgaz africano como un militar eficiente, buen organizador y capaz de optimizar los recursos a su disposición en medio de una guerra condenada al marasmo, además de mostrar una especial sensibilidad e interés por conocer el país africano.

Al igual que ocurrió con sus compañeros en Marruecos, empieza a esbozar una relevancia política al término de sus años africanos, en su regreso a la península Ibérica. Destinado en la Academia de Infantería de Toledo como instructor, Orgaz se convierte en uno de los militares más comprometidos en la defensa del pronunciamiento y la posterior dictadura del general Miguel Primo de Rivera. Su vinculación le conduce a tener un papel muy importante en la represión de los conatos de revuelta procedentes de algunos mandos militares republicanos como el que se produjo en Ciudad Real en 1926. Aquel papel le valdría una larga rivalidad con otros generales entonces críticos hacia la monarquía, como Cabanellas o Queipo de Llano.

La fidelidad de Orgaz a la causa de Primo de Rivera, decidido a "defender a la monarquía de sus enemigos", también le distancia de otros africanistas que vieron en los años de la dictadura una solución demasiado tibia para lo que entendían como problemas de España -lucha de clases, separatismo- y que siempre vieron en la figura de Primo de Rivera -aristócrata, casi liberal y artillero, ajeno, por tanto, a la elite del Ejército marroquí de Infantería-. Fue así que Orgaz se compromete en la defensa de la monarquía hasta el último momento (de nuevo, en la represión de un pronunciamiento republicano, en Jaca, en 1930, ya en los años de la dictablanda de Berenguer) allí donde otros militares se abstuvieron, como ocurrió con Franco.

No es por tanto extraño que Orgaz aparezca como uno de los miembros de la jerarquía militar a los que los primeros gobiernos republicanos colocaron bajo sospecha por su filiación monárquica. Ciertamente, el general vitoriano se introduce entre las diferentes tramas conspiradoras de primera generación, de alguna manera u otra. A menudo se ha dicho que Orgaz, de hecho, alentó a Sanjurjo a preparar su golpe de 1932. Sin embargo, también se ha señalado en diversas ocasiones que el propio general alavés preparaba su propio pronunciamiento. Al parecer, los marqueses de Pelayo -incansables protectores y mecenas de Acción Española- hicieron llegar a los generales Ponte y Orgaz la cifra de 100.000 pesetas con el fin de preparar un alzamiento a la manera de los que se produjeron en el siglo XIX que sirviera para terminar con el Gobierno de la República y restaurar el orden borbónico en la figura de Alfonso XIII. Sin embargo, el fracaso de Sanjurjo abortó esta trama.

Orgaz, en cualquier caso, no tiene que rendir cuentas, como otros conspiradores, ante la Justicia y conserva su puesto durante el primer bienio republicano. A su término, ya con la derecha instalada en el poder, recibe la confianza del Gobierno radical-cedista, pero está alejado de los puestos de más responsabilidad que ejercen otros militares más jóvenes como Francisco Franco. Las nuevas generaciones, más ambiciosas y decididas, de acuerdo con su ideario militarista, empezaban a conquistar a las derechas españolas en perjuicio de los viejos conservadores como es él.

El regreso al poder de socialistas y republicanos a través del Frente Popular relegará a Orgaz a un puesto más alejado de lo que se suponía que eran los ámbitos de decisión. Las Palmas de Gran Canaria es su nuevo destino, y, tras la victoria de las izquierdas, retoma su actividad conspiradora.

Lo hace, además, con dos importantes misiones. Por un lado, se convierte en uno de los interlocutores del núcleo duro golpista con el general Franco -relegado a Santa Cruz de Tenerife-, al que se le tenía como una pieza clave en la movilización de las tropas contra el Gobierno, pero que rehuyó su compromiso con el golpe hasta el último momento. Por el otro, se encarga de establecer contactos con sus paisanos del Partido Nacionalista Vasco de cara a asegurar, al menos, su neutralidad hacia la causa rebelde. El general fracasó en su intento, ignorante del giro político que había dado el PNV desde los años 20, cuando era una formación muy cercana al carlismo, hasta 1936, cuando Manuel Irujo y José Antonio Aguirre ubican al nacionalismo vasco en un terreno que anticipaba ideologías posteriores como la democracia cristiana o la socialdemocracia. Más éxito tiene Orgaz en sus tratos con los propios carlistas. En más de una ocasión, el general vitoriano tuvo que salir en auxilio de Mola, quien conspiraba desde Navarra sin llegar a entenderse nunca con los carlistas.

Por entonces, Orgaz se había hecho una idea muy precisa de lo que iba a ser el derrocamiento de la República. El Ejército, según sus planes -parecidos a los de otros generales, como Kindelán-realizaría un pronunciamiento rápido y preciso del que saldría un gobierno formado por militares y civiles dirigido por Calvo Sotelo y el general Sanjurjo (quien, durante su exilio, se había acercado a las tesis monárquicas). Una de sus funciones sería la de traer a Alfonso XIII de vuelta a Madrid y volver a coronarlo, con la condición de que abdicara al cabo de dos años. Entonces, su hijo Juan iniciaría la verdadera refundación borbónica, tendente a la creación de un sistema monárquico parlamentario bipartidista semejante al del Reino Unido.

Ninguno de sus planes pudieron salir adelante por culpa de las muertes (por asesinato o accidente) de Calvo Sotelo y Sanjurjo y por la inesperada resistencia de la República. Así las cosas, Orgaz (encargado durante los primeros meses del conflicto de mantener el orden en Canarias) opta por un plan B y se convierte en uno de los principales promotores de la jefatura única del mando militar rebelde en el otoño de 1936. Franco es el señalado por Orgaz y otros destacados monárquicos como Kindelán.

Pronto se dio cuenta de lo que más tarde habría de llamar "error Franco". Cuando su antiguo compañero de exilio en Canarias convierte su designación como jefe de los ejércitos -que tenía que haber sido una cargo de primus ínter pares- en la asunción de una jefatura de Estado, Orgaz empieza a dudar de que Franco esté comprometido en la labor de restaurar la monarquía en España.

Pese a todo, Franco le premió con puestos de mayor relevancia del que desempeñaba en la retaguardia de las islas. Primero, se lo llevó a Tetuán, desde donde asumió la Alta Comisaría de España en Marruecos y organizó el reclutamiento y mantenimiento de tropas africanas para la guerra de la Península. Más tarde, cuando Franco comprobó que su primer intento de tomar Madrid había sido un fracaso y que el acoso de la capital habría de ser una tarea larga y trabajosa, encargó a Orgaz el mando de la División Reforzada en el frente de Madrid. O lo que es lo mismo: convertir la columna que se disponía a tomar rápidamente la ciudad en un ejército establecido en un frente, con sus necesidades de mantenimiento y suministros bien cubiertos.

En esa época, también asume la función de organizar el adiestramiento de los soldados reclutados y su promoción para puestos de más responsabilidad. Suya fue la obra que convirtió a miles de bachilleres en sargentos y alféreces provisionales. 

Poco después, Franco vuelve a cambiar de destino a Orgaz, al destinarle al frente de Valencia con la misma misión organizativa, ya al término de la Guerra. El generalísimo empezaba entonces a ejercer su estrategia favorita: la de descolocar a sus previsibles rivales con continuos cambios de destino y una sucesión de castigos y premios. Orgaz fue uno de los cinco tenientes generales que promocionó la posterior dictadura de Franco.

Pese a ello, el general vasco fue una de las ocho firmas de militares que en 1941 enviaron una carta a Franco reprendiéndole por su política interior -al rechazar la restauración de la monarquía- y exterior -a la que reprochaban su vinculación con las potencias del Eje-, Franco fue discreto pero fulminante con todos ellos. Con todos menos con Orgaz, quien se convirtió en una moneda de cambio para complacer a ingleses y estadounidenses que solicitaron su presencia (la de un aliadófilo) al mando del Protectorado marroquí. Allí, encontró cierta independencia de Franco y perfiló su figura como la de uno de los "eternos descontentos" del régimen y presumibles conspiradores. Fue por eso que Franco, al término de la Segunda Guerra Mundial, lo trae de nuevo hasta la Península, donde encontró su último destino a cargo de la Capitanía General de Cataluña. Unos meses después, en 1946, Orgaz muere, y con él, muchas de las esperanzas de los participantes en el golpe de 1936 que no deseaban la dictadura de Franco.

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