Militar polaco de impronunciable apellido para sus compañeros republicanos -Swierczewski-, es uno de los héroes de la Batalla del Jarama y la figura que inspirará a Hemingway para escribir "Por quién doblan las campanas"
Pocas veces a lo largo de la Historia un militar polaco se ha encontrado en posición de reprender a una compañía de soldados alemanes. Karol Swierczewski lo hizo sólo dos años antes de que las tropas nazis cruzaran la frontera de su propio país para someterlo al yugo de Hitler. Fue en el invierno de 1937, cuando, entre los hombres que nutrían la Brigada Internacional a sus órdenes, un grupo pidió unas horas de sueño antes de acometer la lucha en el Frente de Madrid, al que llegaban agotados de las campañas en el sur. "El Gobierno ha pedido las mejores tropas. Ésas sois vosotros. ¿O es que se han equivocado respecto a la 14ª Brigada?", les arengó.
Ni los soldados a su cargo ni la Historia le recuerdan por su verdadero nombre. El general Swierczewski se convirtió pronto en Walter para sus batallones y Golz para la literatura. El artífice de este segundo alias fue Ernest Hemingway, el intrépido corresponsal de guerra que le inmortalizó en Por quién doblan las campanas.
En la novela -que narra la fallida ofensiva republicana sobre La Granja en la que el general tuvo un papel protagonista al frente de una de las divisiones- su alter ego literario se quejaba: "De haber sabido cómo pronunciaban Golz en español, me hubiera buscado otro nombre antes de venir a hacer la guerra aquí (...). Ahora es demasiado tarde para cambiarlo".
Swierczewski-Walter-Golz fue uno de los principales artífices de aquellas brigadas extranjeras que alcanzaron la categoría de mito durante los invernales días de la resistencia en el Madrid de 1936. Las mismas a las que se atribuyó un papel de salvadoras de la capital discutible desde el punto de vista de muchos historiadores, que sostienen que es injusto eclipsar el que jugaron entonces los generales Miaja y Rojo. Lo que sí parece cierto es que el cuerpo que contribuyó a crear Walter insufló aliento y elevó la moral de una población que dejó de sentirse aislada al ver desfilar por las calles de la ciudad a puñados de extranjeros que se jugaban la piel por su misma causa.
Al mismo tiempo y en sentido inverso, los demócratas, izquierdistas y comunistas de todo el mundo vieron en la España republicana el símbolo de la lucha internacional contra el fascismo, dando la bienvenida a una iniciativa militar que partió de la Komintern comunista y estableció su sede en París, según cuenta César Vidal en su Historia de las Brigadas Internacionales.
Junto a la central de alistamiento, en la rué Lafayette, estaba la oficina de Swierczewski, entonces coronel polaco al servicio de los rusos, junto a los que había luchado en dos frentes consecutivos: la Primera Guerra Mundial y la revolución soviética de 1917. Desde la vecina rué Chabrol se convirtió en consejero militar al frente de un despacho que se encargaba de crear un cuerpo militar a partir de una masa de voluntarios, en su mayoría románticos e inexpertos, cuyo compromiso les llevaba a atravesar la frontera española en barco o ferrocarril.
El primero de estos trenes de voluntados, explica Hugh Thomas, hizo la ruta Austerlitz-Albacete -donde estaba situada la base central de las brigadas- con el número 77, y arribó a su lugar de destino el 14 de octubre de 1936.
Swierczewski se convirtió en uno de os jefes de aquellas brigadas que creían firmemente en que España sería "la tumba del fascismo europeo" y a las que tuvo que dirigir en batallas como el mencionado ataque republicano sobre La Granja, que se lanzó en la primavera de 1937 y cuya finalidad era apoderarse de Segovia. El general tuvo que enfrentarse entonces no sólo a los embates del frente nacional, sino a la falta de moral y disciplina de sus propios hombres, y en especial de los que componían la 14ª Brigada, que formaba parte de la 35ª División a sus órdenes.
"A las razones habituales -desmoralización y relajación- se unía el hecho de que la 14ª Brigada contaba con una denominada Compañía de Pioneros (...) a la que fue enviado el desecho de otras unidades interbrigadistas, lo que significaba fundamentalmente un porcentaje considerable de cobardes, alcohólicos y delincuentes", explica Vidal.
El historiador recuerda que incluso el propio Hemingway, que los consideraba héroes, no ahorró calificativos como "vagabundos" o "borrachos" para referirse a aquellos soldados.
Swierczewski, que había fracasado en el intento de alentar a sus tropas recorriendo la línea del frente en automóvil y sorteando a duras penas los disparos enemigos, finalmente asumió en persona el mando de la unidad, que reposaba hasta entonces en las manos del teniente coronel Dumont.
No sirvió de nada. Como tampoco sirvieron las durísimas medidas disciplinarias que impuso tras conocer la noticia de que se había perdido el control de la posición de Cabeza Grande. Casi una tercera parte de los hombres que agrupó bajo su supervisión personal cayó a lo largo de los sucesivos ataques.
Por su parte, el francés Dumont no se mostraba demasiado dispuesto a obedecer órdenes con las que no estaba de acuerdo, como puso de manifiesto al negarse a que las unidades marcharan de noche con los faros de los camiones apagados para no frustrar el factor sorpresa, según César Vidal.
"¿Quién me garantiza que mis órdenes no serán trastocadas?", se preguntaba el general Golz de Hemingway. "Nunca son mis ofensivas. Yo las preparo, pero nunca son mías. (...) Usted sabe cómo es esta gente. (...) Siempre hay enredos. Siempre hay gente que viene a enredar»", decía.
La rivalidad entre el general y su rebelde subordinado se hizo tangible tras el fracaso de una ofensiva que costó a la República 3.000 muertos. La controversia sobre la responsabilidad del fracaso se saldó a favor de Dumont, explica Hugh Thomas: "Dado que (a éste) le respaldaban los comunistas franceses, a Swierczewski no le quedó más recurso que protestar contra la vanidad e ineficacia de Dumont". El 6 de junio de 1937 el mando central cursó la orden de retirada, después de que el popular Walter hubiera sido relevado cuatro días antes.
Para el general, como para muchos otros brigadistas, España no fue el fin, sino sólo una etapa más en el camino de la liberación de Europa del peligro fascista. La más célebre de las contiendas en que intervino después fue la toma de Varsovia el 17 de enero de 1945.
Ese mismo año el militar encarnado en héroe de novela recuperó su verdadero nombre al ponerse al frente del Ministerio de Defensa polaco, cargo que ocupó hasta que en el año 1947 fue asesinado por un grupo de nacionalistas ucranianos.
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