Capitán de una de las cinco brigadas nacionales que participan en la Batalla del Jarama, será recordado por el triunfo del alzamiento en Tetuán y por la destacada relación que consigue levantar con el régimen alemán
La conquista de la plaza de Tetuán supone para Eduardo Sáenz de Buruaga el punto de inflexión dentro de su carrera castrense ligada desde siempre al árido Marruecos, un emplazamiento diametralmente opuesto al que le otorgará la gloria militar, en febrero de 1937, cuando sea uno de los jefes nacionales que combata en el Jarama. Militar tradicional nacido en Cuba cuando la isla era todavía propiedad de la corona española, ingresa en 1910 -con 17 años- en la Academia Militar de Infantería, donde muestra su vocación marcial.
En 1936, ya con el rango de coronel, se halla en calidad de "disponible forzoso" en Tetuán, donde se hace cargo inmediatamente de las tropas que protagonizan el alzamiento en esta zona. Los militares sublevados suponen que una vez triunfante el golpe desde la zona de Ceuta, Melilla y Tetuán, se pondrán en marcha sendas expediciones de fuerzas regulares hacia la Península vía Cádiz y Algeciras.
Durante unos días ejerce de alto comisario de España en Marruecos. El resarcimiento personal contra un Gobierno de izquierdas que lo ha postergado a un país enemigo se pone en marcha.
La plaza de Tetuán es decisiva. Sáenz de Buruaga, junto al general Yagüe, es el encargado de imitar el modelo de sublevación que le precede en Melilla. Apenas encuentra oposición. Después de entrar a medianoche en la ciudad, coloca retenes en los puntos más estratégicos. La policía se une sin más a los sublevados. Tras varias horas, Buruaga consigue hacerse con toda la plaza, salvo el ya controlado aeródromo de Sania Ramel, vigilado de cerca por Ricardo de la Puente Bahamonde, primo carnal de Francisco Franco.
Enseguida se decreta la ley marcial, para otorgar poderes absolutos al Ejército. Mientras, Franco vuela hacia Tetuán y cuando llega al aeropuerto, el conocido como Rubito Sáenz de Buruaga le recibe con gesto normal, que indica la buena situación: "Sin novedad en Marruecos, mi general".
Entre tanto, en el Ministerio de la Gobernación en Madrid, se reúnen de urgencia los generales Pozas, Miaja y Núñez de Prado. Tras el encuentro, se comunica al general Villa Abrille -al mando de la guarnición de Sevilla- la decisión de bombardear la plaza africana. Pero el alzamiento, gracias a los africanistas rebeldes, ya está muy avanzado. Los ataques no proporcionan el efecto deseado en las tropas insurrectas.
Según el periodista José Manuel Irujo, Rubito mantiene durante el año 1935 una "peligrosa relación" con el sistema de financiación en España del III Reich. Este reportero sostiene que Hitler poseía un emporio de empresas en nuestro país. El creador de esta operación económica es Johannes Bernhard, un comerciante alemán de estatura media, grueso y tocado siempre con un sombrero. El teutón viaja por toda la Península para lograr sus objetivos, pero no le gusta el ambiente viciado por el control policial de la República y, tras pasar por Madrid, recala en Tetuán. Desde allí comenzará a manejar y organizar el imperio monetario del Führer con el beneplácito de Sáenz de Buruaga, quien ya entonces se cuenta entre los generales que conspiran en la sombra contra la Segunda República.
El resultado de esta fructífera relación es la obtención por parte de Rubito de la buscada ayuda estratégica internacional para el alzamiento. Gracias a este "trato", de la mano de la Legión Cóndor de Hitler se trasladarán 3.000 legionarios para luchar del lado de Franco hasta Cádiz, primer punto de desembarco de las tropas del Ejército de África, regidas por Rubito, quien logra abrir un eje hasta Sevilla.
Una vez en la Península, es cuando al mando de sus tropas moras participa en la toma de Córdoba y en el avance hacia Madrid a lo largo del valle del Tajo, dos misiones en las que el militar verá incrementados sus méritos de guerra, especialmente en la conquista de la ciudad andaluza. Según describe el historiador Guillermo Cabanellas, Sáenz de Buruaga acude -junto con Varela- en ayuda de Queipo de Llano, quien se encuentra atorado a las afueras de Córdoba. La llegada del Rubito y sus hombres resulta vital para concluir con éxito esta ofensiva nacional.
Posteriormente, Sáenz de Buruaga vivirá en los frentes del Jarama y en la Batalla de Brúñete su reválida militar.
La Batalla de Jarama consiste en la lucha de los nacionales por alcanzar la carretera Madrid-Valencia y cortar a su vez las comunicaciones republicanas con la zona del Levante y Zaragoza. La operación militar es enorme. Participan más de 40.000 hombres por cada uno de los bandos. El batallón nacional está dirigido por el general Luis Orgaz Yoldi, y éste confía el mando de Buruaga al frente de la 2ª Brigada. La batalla se inicia con un severo bombardeo. Se combate con extrema dureza. Eduardo Sáenz de Buruaga, con sus hombres detrás, observa cómo caen las bombas igual que sombras negras sobre los enemigos. En el Jarama los nacionales atacan con cinco columnas móviles, cada una con un regimiento de marroquíes y legionarios, comandadas por los generales Varela y García Escámez.
Ésta es la primera vez que los dos bandos se enfrentan en un campo de batalla, como en los antiguos combates del siglo XVIII y XIX. Aquí es donde Buruaga, militar de carrera demuestra su valía. La confianza de Varela en él es total. Pero no están solos.
Cuando Buruaga mira hacia los lados, ve que le acompaña en su avance un grupo de artillería de la Legión Cóndor dotado con cañones de 88 milímetros. Otea el cielo y ve una formación de aviones alemanes Junker 52. Escoltan a este dispositivo seis baterías de 155 milímetros. Es en este momento cuando fructifican los lazos estrechados con los amigos alemanes, lazos fomentados por él mismo durante su estancia en Tetuán. El Rubito sabe que esta ayuda va a ser imprescindible para su triunfo. Mira el firmamento con el rostro reflejando victoria. Espera y ve como caen los proyectiles. Pese a que la Batalla del Jarama no concluirá con el triunfo nacional esperado, la gloria militar sí caerá de su lado.
Eduardo Sáenz de Buruaga es ascendido a general durante la Guerra por méritos al valor y en tiempos de paz es nombrado gobernador militar de Madrid, un premio otorgado por Franco. Buruaga en esta época trabaja ya como un militar de oficina, prestando más atención a asuntos burocráticos y alejado de escaramuzas bélicas. Años más tarde, ya en el ocaso de su carrera, es elegido capitán general de Baleares y Sevilla. Lleva una vida tranquila y familiar. Fallece y es sepultado entre honores militares en Madrid en 1963.
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ResponderEliminarEs un general digno de admiración, porque en todo momento luchó por su Patria, que es lo que aspira cualquier militar que se precie.
ResponderEliminarMuy bien dicho.
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