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jueves, 8 de noviembre de 2012

Arthur Koestler (1905-1983)

Intelectual y periodista húngaro afiliado al Partido Comunista, llega a España para espiar al bando sublevado en calidad de corresponsal de guerra, una misión que le acarreará penas de cárcel e incluso una condena a muerte

"Los únicos periodos en los que me vi libre de la ansiedad fueron, de modo paradójico, aquellos que pasé en la prisión, tal vez porque allí purgaba la culpa y se cumplía el castigo que yo había estado esperando". Uno de estos periodos, de los más largos que Arthur Koestler habría de padecer, tiene lugar en febrero de 1937, cuando permanece más de tres meses en una cárcel sevillana tras ser capturado por las tropas de Franco. Húngaro de nacimiento, la vida de este escritor, intelectual, periodista, pensador y místico es toda una aventura en sí misma, un acto individual tan brutal como su propio final: suicidio junto a su mujer por sobredosis.

Entre sus más controvertidas peripecias destaca su participación en la Guerra Civil española. Koestler se afilia al Partido Comunista alemán en el año 1932. Cuando estalla el conflicto bélico en España, pretende unirse a las Brigadas Internacionales para luchar junto al Ejército republicano, pero tras consultar a su contacto del partido en París, Willy Muenzenberg -también encargado del aparato de propaganda exterior de la Komintern-, decide integrarse como corresponsal de prensa en el cuartel general de Franco y así espiar los movimientos de los sublevados. Para ello cuenta con un carné de corresponsal del periódico húngaro Pester Lloyd, acreditación que le servirá de tapadera, ya que Hungría, por aquel entonces, tiene un Gobierno semifascista.

Por si alguien pudiera sospechar de él, debido a que era extraño que un periódico de este país mandara un corresponsal a España, consigue que el diario británico News Chronicle -liberal y antifranquista- le acredite como enviado. "Yo viajaría como corresponsal del Pester Lloyd y sólo mencionaría el News Chronicle si fuera absolutamente necesario hacerlo, esto es, si un colega o un funcionario de la prensa española manifestaba algún recelo", explica Koestler en su autobiografía, La escritura invisible.

De esta forma, a finales de agosto de 1936 se embarca hacia Lisboa, desde donde tratará de llegar a Sevilla, capital de la zona dominada por Franco. Al llegar a Portugal, Koestler es retenido porque su pasaporte húngaro ha caducado durante el viaje. El contratiempo se convierte en golpe de suerte, ya que le obligan a acudir ante el cónsul húngaro en Lisboa, que casualmente le acaba presentando a dos destacados sublevados nacionales que en ese momento se hallan en la ciudad: el católico Gil Robles y el mismísimo Nicolás Franco, hermano del futuro Generalísimo. "Aquella misma noche, 36 horas después de mi llegada a Lisboa, partía para el territorio franquista llevando conmigo dos documentos valiosísimos: un salvoconducto en el que se me recomendaba como amigo de la Revolución Nacional, firmado por Nicolás Franco, y una carta de recomendación personal de Gil Robles al comandante de la guarnición en Sevilla, el general Queipo de Llano".

Con todo, Koestler es descubierto al llegar a Sevilla y a los dos días ha de cruzar la frontera de Gibraltar. Tras pasar una temporada en Londres, regresa a Madrid, donde se ocupa de buscar pruebas de la intervención alemana en archivos oficiales y privados. De ahí es evacuado a Valencia en la primera semana de noviembre del 36 y en enero del 37 es enviado a Málaga, donde será testigo de la rendición de la ciudad un mes después. Aunque ya ha terminado con sus obligaciones como corresponsal en esta población andaluza, Koestler se queda allí y poco después es capturado por las tropas franquistas. Es sentenciado a muerte y mientras está encerrado se comporta con una especie de pasividad mística. "Las experiencias místicas, como las llamamos dudosamente, no son nebulosas ni vagas, sino que sólo se convierten en tales cuando las rebajamos por medio de la palabra", describirá posteriormente.

Es un asiduo de la librería de la cárcel y se pone en huelga de hambre en varias ocasiones. Al parecer, se sabía que Koestler era un prisionero especial.

Aunque está condenado a la pena capital, tres prisioneros republicanos le escriben lo siguiente: "Nos van a disparar esta noche o mañana, pero puede que tú sobrevivas. Si alguna vez te liberan debes denunciar ante el mundo a aquellos que nos mataron porque queríamos la libertad y no a Hitler".

Finalmente, Koestler es liberado a los 95 días de entrar en prisión en una operación de canje por la esposa del capitán Haya, retenida en bando republicano. Ese mismo año de 1937 escribe Diálogo con la muerte: un testamento español.

Sus experiencias de carácter místico en la cárcel suponen un giro radical en su pensamiento y meses más tarde rompe con el Partido Comunista. Tras ser liberado, consigue la nacionalidad británica y trabaja en la BBC y en el Ministerio de Información. Tras escribir su primera novela en 1939 -Los gladiadores-, la siguiente -El cero y el infinito (1940)-, tiene un enorme éxito, principalmente en Francia, donde vende más de 400.000 ejemplares. Adaptada en Broadway en 1951, con su punzante crítica al sistema comunista, la novela está considerada una de las más poderosas ficciones políticas del siglo XX. En 1946 conoce a Sartre en París, con el que no llega a estrechar una relación de amistad. El encuentro entre ambos lo resumió el filósofo francés con estas palabras: "No creo que mi punto de vista sea superior al tuyo, o el tuyo al mío".

Koestler escribe mucho sobre el estalinismo y el comunismo, expresando su desilusión con la evolución política en Rusia: "En la ecuación social, el valor de una vida es cero; en la ecuación cósmica es infinito", escribe en 1954 en La escritura invisible. A partir de esta fecha, su producción creativa se centra en los planos científico y filosófico.

A finales de los años 50 viaja a la India y Japón en busca de un sustento espiritual que no encuentra en Occidente. La experiencia no le satisface y expresa esta frustración en el libro El loto y el robot (1960). A mediados de los 60, escribe un artículo en The Sunday Telegraph en el que habla sobre Aldous Huxley y su defensa del uso de las drogas. Pronto empieza a experimentar con sustancias psicotrópicas, pero acaba por discrepar de las tesis de Huxley: "Las alucinaciones e ilusiones inducidas químicamente pueden ser terroríficas o maravillosamente gratificantes, pero en cualquier caso son trucos que nos juega nuestro propio sistema nervioso".

En los años 70 crea la Fundación Koestler, una institución para el estudio de fenómenos parapsicológicos y otros campos similares. Enfermo de leucemia y párkinson, decide terminar con su vida el 3 de marzo de 1983 con una sobredosis. Su tercera esposa, Cynthia Jefferies, se suicida con él a pesar de gozar de una espléndida salud. "No puedo vivir sin Arthur", deja escrito en una nota.

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