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viernes, 23 de noviembre de 2012

José María Gil Robles (1898-1980)

Creador de la CEDA y uno de los líderes de la derecha durante la Segunda República, pasará a ser víctima del fuego cruzado al no decantarse claramente ni a favor ni en contra de la sublevación militar

"En España no habrá dictadura. ¡La CEDA no va a permitir el fin del régimen parlamentario!", llega a decir José María Gil Robles, su presidente, en una rueda de prensa a finales del mes de octubre de 1934. Años más tarde, el 21 de abril de 1937, escribe a Franco para, tras el decreto de unificación, poner en sus manos toda la organización de Acción Popular. Hasta tres veces apuesta a caballo perdedor. Lo paradójico es que, de haber acertado, la Historia española bien podría haber sido otra muy distinta.

Tales declaraciones las hace tras propagarse el rumor de que Franco y los militares que habían sofocado la huelga revolucionaria de Asturias, preparan un golpe de Estado. Ha pasado un año desde el triunfo electoral de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas). Sin embargo, las reticencias de Niceto Alcalá Zamora, presidente de la República, obligan a la CEDA a apoyar desde fuera los sucesivos gabinetes de los radicales de Lerroux.

Precisamente, la mecha que provoca el levantamiento de las izquierdas es la entrada en el Gobierno de tres ministros de la CEDA el 4 de octubre de 1934. En realidad, los preparativos se venían haciendo desde la victoria de la derecha en las elecciones al Congreso, un año antes. Gil Robles, al que llamaban el Jefe, es para la izquierda la versión hispana de Dollfuss. Este político, líder del catolicismo austríaco, gana las elecciones de 1932 y, desde el poder, se dedica a desmantelar la democracia siguiendo el modelo fascista italiano.

A pesar de ser el partido más votado, el presidente Alcalá Zamora se niega a encargarle la formación de gobierno a Gil Robles. El creador y líder de la CEDA nunca ha jurado lealtad a la República y para Alcalá Zamora no es digno de confianza. También hay otro motivo. Gil Robles es de derechas, católico y hombre de orden, como Alcalá Zamora. El presidente ve en él a un recién llegado que puede ocupar el espacio político que el veterano moderado quiere para sí mismo.

Sin embargo, Gil Robles no se define entonces como antirrepublicano, se limita a transigir con la forma de Gobierno. Su objetivo era cambiar el sistema desde dentro, respetando la legalidad republicana. Tras el fracaso de las revueltas asturiana y catalana, el camino de Gil Robles hasta el Ministerio de la Guerra es más sencillo, tomando posesión el 6 de mayo de 1935. La llegada hasta el poder no ha sido tan larga como muchos pensaban.

El abogado y periodista, nacido en 1898 en el seno de una familia acomodada, se confiesa católico por los cuatro costados, conservador y monárquico. Y en esos tres pilares basa su labor política, afición que hereda de su padre que, además de catedrático de Derecho Político en la Universidad de Salamanca, fue diputado en Cortes por la circunscripción de Pamplona, por los carlistas. Estudia en colegios religiosos de Salamanca y, al acabar el bachillerato, se traslada a Madrid. En 1922, se doctora en Derecho, ganando por oposición la cátedra de Derecho Político de la Universidad de La Laguna, en Tenerife. Sin embargo, no llega a ejercer la docencia, pidiendo la excedencia para dedicarse a su gran pasión, la política real.

Ese mismo año entra a formar parte de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas y en el consejo de redacción del periódico católico El Debate.

Gil Robles da sus primeros pasos en la política con 25 años, participando en un mitin del Partido Social Popular, heredero de la Democracia Cristiana, en el teatro de la Comedia de Madrid el 15 de abril de 1923. Durante la dictadura de Primo de Rivera, simpatiza con la Unión Patriótica del general.

El mismo día de la proclamación de la República, Gil Robles escribe un artículo titulado El poder constituido que aparece en El Debate al día siguiente. "Desde ayer existe la Segunda República española (...). Es la forma de gobierno establecida de hecho en nuestro país. En consecuencia, nuestro deber es acatarla (...). Y no la acataremos pasivamente, la acataremos de un modo leal, activo, porque no son la simpatía o la antipatía las que nos han de dictar normas de conducta: es el deber. La Nación está por encima de las formas de gobierno".

Este posibilismo político y su idea sobre la accidentalidad de las formas de gobierno la mantendrá a lo largo de toda la vida republicana. Con ello, se gana la desconfianza de las izquierdas y la crítica de las derechas monárquicas. En abril de 1931 participa en la fundación de Acción Nacional. Este partido, impulsado por Ángel Herrera, editor del periódico El Debate y futuro cardenal, se presenta como el partido de los católicos. Tras la dimisión de Herrera y ya como Acción Popular, Gil Robles pasa a dirigir la formación.

Elegido parlamentario en las elecciones de junio de 1931 por el Bloque Agrario, Gil Robles se convierte en la voz de la oposición, en especial por su rechazo a las reformas agraria y religiosa. Pero más que en el presente, se pone a trabajar en el futuro. Ambiciona presentarse a las siguientes elecciones y ganarlas. Para ello, consigue reunir a la derecha posibilista bajo las siglas de la CEDA, creada el 4 de marzo de 1933. Cuatro meses después se casa y hace coincidir la luna de miel con su asistencia, como observador, al congreso del partido nazi en Nuremberg.

Los 102 diputados que consigue la CEDA en las elecciones del 11 de noviembre de 1933 la convierten en la fuerza más importante del Congreso. Sin embargo Alcalá Zamora encarga la formación de gobierno a Lerroux. Gil Robles, haciendo de tripas corazón, justifica su apoyo al Partido Radical en la sesión de investidura asegurando que "es por miedo a nosotros mismos, porque creemos que nuestro espíritu no se halla aún preparado para llegar a las alturas del poder".

Desde fuera, consigue desmantelar buena parte de la herencia del anterior Gobierno republicano-socialista. Desmantelamiento que se acentúa cuando, a finales de 1934, la CEDA coloca a varios de sus hombres al frente de algunos ministerios. Sin embargo, la inestabilidad política es la tónica a lo largo del año siguiente. Cuando Gil Robles consigue arrancar de Alcalá Zamora su nombramiento como ministro de la Guerra en la remodelación de mayo, se produce un fuerte enfrentamiento entre ambos por el nombre del candidato a jefe del Estado Mayor Central del Ejército. El favorito de Gil Robles es Francisco Franco, el pacificador de Asturias.

Gil Robles defiende su elección porque era el hombre preferido dentro de las Fuerzas Armadas. Alcalá Zamora se resiste, rechaza la elección. "Pero Gil Robles, ¿por qué insiste usted en ese nombramiento, sabiendo que se opone a él casi todo el Ejército, comenzando por el jefe de mi cuarto militar, el general Queipo de Llano?", le llega a decir. Gil Robles amenaza con dimitir si el presidente no acepta. Lerroux, presidente del Gobierno, hace suya la exigencia del político católico y secunda su amenaza. Alcalá Zamora no tiene otra que aceptar a Franco.

Según recoge el propio Gil Robles en No fue posible la paz, su libro de memorias, el presidente de la República no deja de repetir una cantinela durante el transcurso del Consejo de Ministros en el que se aprobó la designación. "Los generales jóvenes son aspirantes a caudillos fascistas". Gil Robles renovaría su puesto en el Ministerio en los sucesivos gobiernos de septiembre y octubre. Coincidiendo con el escándalo del Estraperlo, en el que se ven implicados sus aliados radicales, cesa el 14 de diciembre. Alcalá Zamora, antes de nombrar presidente del Gobierno a Gil Robles, opta por convocar nuevas elecciones para febrero de 1936.

"Todo el poder para el Jefe" o "A por los trescientos", son algunos de los lemas de la campaña de Gil Robles. Con tal cantidad de diputados, el Jefe, podría terminar su obra.

La CEDA era ya un partido de masas moderno que nada tenía que envidiar al PSOE. Con comités locales en el 90% de los pueblos, una sección femenina y la Juventud de Acción Popular, su organización juvenil, se hace con la calle. En respuesta al Frente Popular, Gil Robles crea la coalición electoral Frente Nacional.

El 13 de febrero, Madrid se despierta con un gigantesco cartel de 185 metros cuadrados con el rostro de Gil Robles colgando de uno de los edificios de la Puerta del Sol. Sin embargo, Gil Robles y los suyos pierden las elecciones.

En los meses previos al 18 de julio, la situación social se hace insostenible. Muchos de los que le apoyaban le abandonan a él y a su fe en cambiar el sistema desde dentro. Hasta sus juventudes del JAP se pasan en bloque a la Falange.

En el mes de marzo, Gil Robles mantiene conversaciones con los moderados de izquierda, como el socialista Indalecio Prieto o el republicano Marcelino Domingo, para crear una fuerza parlamentaria ad hoc que ocupase el centro político de una cámara dividida en bloques. También se niega a abandonar el Congreso, como hacen el resto de partidos de la derecha.

El 16 de abril se produce un incidente con José Díaz, diputado y Secretario General del PCE. El líder comunista le espeta desde la tribuna que "si se cumple la justicia del pueblo, morirá con los zapatos puestos". En todo este periodo, Gil Robles tiene la precaución de pasar los fines de semana en la localidad francesa de Biarritz, donde ya se encuentran su mujer y sus siete hijos, volviendo cada lunes a Madrid.

La noche del 13 de julio, Calvo Sotelo es asesinado por guardias de asalto en represalia por la muerte del teniente Castillo a manos de falangistas. El siguiente en la lista negra era Gil Robles.

Pero el político católico estaba en las playas de Biarritz. Regresa a Madrid y en su casa se organizan los detalles del entierro de Calvo Sotelo. El 15 de julio, por la tarde, abandona Madrid con destino a Francia donde le sorprende el levantamiento militar. Gil Robles no participa en la conspiración aunque tampoco hace nada por evitarla. Por lo visto, Ángel Herrera, a instancias del general Mola, le invita a una reunión de políticos de derechas en Burgos prevista para el 17 de julio, un día antes del golpe. "Me negué a colaborar en ese proyecto. Mi negativa me colocaba, por supuesto, en una situación muy difícil ante los militares sublevados", confiesa Gil Robles. Aquello fue su muerte política. Meses más tarde, Ángel Herrera le manda una carta en la que le recuerda la ocasión perdida. "Te lo propuse, y si hubieras aceptado, creo que hubieras sido el futuro jefe del Estado".

Gil Robles se limita a entregar el dinero sobrante de la campaña electoral al general Mola y a pedir a los suyos que, a título personal, se unan al alzamiento. Otro episodio en el que interviene es en las gestiones para la contratación del Dragón Rapide, el avión que trasladará a Franco desde Canarias a suelo marroquí. Tras ser expulsado por el Gobierno galo, fija su residencia en Lisboa. Desde entonces se convierte en persona non grata entre los nacionales. Gil Robles mira ahora hacia la Monarquía pero buscando una "Monarquía para todos" y entra a formar parte del Consejo de Juan de Borbón. Durante la Segunda Guerra Mundial, el otrora poderoso líder de los católicos se empeña en desautorizar la colaboración de éstos con Franco. Gil Robles piensa, equivocadamente, que la victoria de los aliados haría inviable el régimen franquista. Son años en los que propone el regreso de la Corona, en la persona de don Juan de Borbón. El príncipe le elige como uno de sus representantes en las conversaciones que se mantienen con Franco. El Generalísimo desata entonces una dura campaña contra él. El punto álgido de los ataques se produce el 5 de mayo de 1944 con la aparición de un artículo en el diario ABC titulado El apuntalador de la República. En el texto, se acusa a Gil Robles de traidor y de haber entregado a los republicanos listas de militantes de Acción Popular, su partido, para que los fusilasen.

Un primer ejemplo de su temprana apuesta por la reconciliación son sus reuniones con el socialista Indalecio Prieto en Londres en octubre de 1947. En 1953 regresa a Madrid.

La enésima de sus desventuras fue el precio que tiene que pagar por participar en el llamado Contubernio de Múnich en 1962, reunión en la que intervienen políticos españoles de todas las tendencias, salvo el PCE. Al conocerse su participación, el Conde de Barcelona le desautoriza y Gil Robles presenta la dimisión de su Consejo Privado. Al mismo tiempo, Franco le destierra. Tras varios años en Ginebra, vuelve a España y a la abogacía. Como defensor de uno de los implicados en el caso Matesa en 1969, llega a solicitar la comparecencia de Franco ante el tribunal. Su idea era vincular al Régimen con la corrupción.

Tras la muerte de Franco y la llegada de la monarquía funda la democristiana Federación Popular Democrática. En una entrevista al diario Ya llega a decir: "Soy un luchador vencido, que tiene lo que no tienen quienes me han vencido: una conciencia tranquila". En las elecciones generales de 1977 no consigue el acta de diputado y se retira definitivamente de la política. Muere tres años más tarde en Madrid y casi en el olvido.

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