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martes, 19 de febrero de 2013

Leopoldo Menéndez López (1891-1965)


Encargado de aplacar los focos de resistencia existentes en Teruel tras la toma republicana, pasa a la historia de la Guerra Civil como uno de los jefes militares más eficaces y competentes de cuantos conforman el Ejército leal

Para muchos historiadores, entre ellos Ricardo de la Cierva, Leopoldo Menéndez López es "uno de los jefes republicanos más competentes". Nacido en el seno de una familia de prestigiosa tradición castrense, Menéndez López participa de manera decisiva en la ofensiva que en el mes de diciembre se inicia sobre la ciudad de Teruel, una actuación tan destacada que le servirá de trampolín hacia puestos militares de mayor rango.

Al igual que su hermano Arturo, director general de Seguridad en 1936-cargo que supondrá su arresto y encarcelamiento a manos de los golpistas cuando estalle la sublevación en Calatayud-, Menéndez López ocuparía importantes puestos directivos en el Ejército. Alumno de la Academia Militar a los 16 años, cuando estalla la sublevación es ya comandante de Infantería, así como diplomado del Estado Mayor, y está al mando del batallón presidencial en Madrid.

Otro rasgo que caracterizará su trayectoria militar va a ser su relación con el coronel Hernández Saravia, que siempre le tendrá en cuenta y de quien es su mano derecha. Poco después del levantamiento de julio, el 6 de agosto, este coronel releva al general Castelló en el Ministerio de Guerra y Menéndez se convierte en su subsecretario; además, reorganiza el Ejército, con lo que el comandante se convierte también en el jefe del Estado Mayor y junto con otros jefes y oficiales prepara la intendencia y el armamento. Este Estado Mayor personal del ministro -bajo el control de la Subsecretaría- no es visto con buenos ojos por Largo Caballero, y decide sustituir a Hernández Saravia, destinándole al sector de Córdoba -en el Frente andaluz-, al que también acudirá Menéndez.

La estricta formación militar de Menéndez contrasta con el carácter y la actuación de las milicias de las que está al frente, lo que genera ciertas tensiones y algunos encontronazos. En octubre de 1936, ante la toma por el enemigo de Alcalá la Real (Granada), dice que sus hombres "no obedecen a nada ni a nadie", que hay demasiados comités que sólo ponen trabas y que en el momento decisivo huyen. Tiempo después, durante la Batalla de Brunete, continuará con sus críticas, dando lugar a una célebre frase que definirá la situación en el bando republicano: "El único aquí que sabe leer un plano es el llamado Modesto. Los otros, además de no saber, creen no necesitarlo".

En enero de 1937, los caminos de Hernández Saravia y Menéndez se separan. El primero es destinado a Albacete, y aunque el comandante sigue en su puesto con el coronel Villalba, un mes más tarde decide volver al mando de la guardia presidencial. En otoño de ese año, su valía y sus dotes de mando le llevan a organizar y mantener al 20° Cuerpo de Ejército: tres nuevas divisiones y nueve brigadas encargadas de la defensa del Frente de Aragón. A la cabeza de la operación se encuentra Vicente Rojo y en su plan se incluye la 68ª División, perteneciente a ese cuerpo, la cual habría de formar parte de la columna centro que entraría en Teruel con un regimiento de tanques. Hernández Saravia está al mando de las fuerzas que el día 21 de diciembre entran en Teruel; Menéndez es nombrado comandante militar de la plaza con la misión de reducir los focos de resistencia que continúan activos. El 24 de diciembre de 1937, tres días más tarde, se publica su ascenso a teniente coronel.

Su carrera es meteórica y en febrero de 1938 se hace cargo del Ejército de Maniobra, integrado por tres cuerpos de Ejército; el 20° Cuerpo desaparece e Ibarrola le sustituye en la comandancia militar de Teruel. Un mes más tarde, Menéndez se hace cargo del mando conjunto del Frente Sur del Ebro, pero la situación se complica y se ve obligado a decirle a Rojo: "El cuadro es muy feo y no quiero ocultarle mi preocupación ante esta situación". Menéndez no quiere poner en peligro a sus tropas y empieza una lenta retirada con el objetivo de permitir su llegada a Cataluña y socorrer al general Juan Modesto.

Su actuación en este frente ha sido halagada por casi todos los historiadores; Ramón Salas en su Historia del Ejército Popular de la República dice: "Solamente el día 3 de abril pareció que se derrumbara definitivamente el frente del Ejército de Maniobra (...) tan tenazmente sostenido por el coronel Menéndez". Su profesionalidad se pone de manifiesto en situaciones críticas como ésta, en las que pocos se salvan tan bien como él del nerviosismo generalizado y la confusión absoluta.

Poco después se forma el Grupo de Ejércitos de la Región Central, cuyo jefe es el general Miaja, y Menéndez se hace cargo entonces del grupo encargado de contener la ofensiva nacional en el Maestrazgo. A medida que se va desarrollando el enfrentamiento, se intenta renovar el Ejército Popular; el día 1 de junio los ejércitos de Levante y de Maniobras se unifican y Menéndez se encuentra a la cabeza con unas dotaciones superiores a las previstas por el Estado Mayor Central. La ofensiva en el Maestrazgo y la cuenca mediterránea prosigue con lentitud mientras que las tropas republicanas resisten con destreza y valor. La labor desempeñada en este frente y su capacidad de maniobra hacen que el 16 de agosto de 1938 se le conceda el oficio de general.

Cuando ya se vislumbra el final de la Guerra, el 16 de febrero de 1939, se reúne en el aeródromo de Los Llanos, en Albacete, el general Miaja con los diferentes jefes de los distintos ejércitos, entre los que se encuentra Menéndez, al mando del de Levante. Allí tantean las posibilidades de continuar la resistencia o firmar la rendición; Menéndez opina que sus tropas podrían resistir un ataque unos cuatro o cinco meses más, pero no encuentra el sentido que esto tendría. El presidente Negrín aún quiere esperar para intentar alcanzar unas condiciones de capitulación dignas, pero la oposición de los mandos militares -entre los que prevalece la de un Casado decidido a tomar el mando-enturbiarán la situación.

Cuando el general Casado toma las riendas de la situación, Menéndez adopta una postura mediadora e intenta frenar sus expectativas; tras la relativa victoria comunista en Madrid y el renovado ímpetu de las tropas, se intenta producir una marcha sobre Valencia, pero Menéndez lo frena. Por otro lado, dispone por su cuenta que se libere a los comunistas detenidos en la zona de Levante y que la censura de prensa impida la campaña anticomunista.

Las tropas de Leopoldo Menéndez López continúan en el frente, abandonándolo el 29 de marzo tras recibir la orden firmada por su general. Casado y él, ante la rendición, se dirigen a Gandía para embarcar hacia un exilio que le llevará hasta México, donde fallece en 1965.

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