Líder del grupo de espías ingleses al servicio soviético conocidos como 'Los Cuatro de Cambridge', acudirá a España con una clara misión que, de haberse cumplido, hubiera cambiado el signo de la Guerra: asesinar a Franco
A HaroId Adrián Russell, más conocido como Kim Philby bien podría considerársele "el espía del siglo XX". Hijo de un alto diplomático inglés, Philby llega a España con una misión clara: matar a Franco. Según un documento del servicio de Inteligencia Militar de Gran Bretaña, el plan de asesinar al Caudillo fue diseñado por Nikolai Yezhov, director del OGPU -organismo predecesor del KGB- y ordenado personalmente por Stalin. Yezhov ordenó al agente Paul Hardt que localizase a un británico para realizar el trabajo sucio. Philby, un joven periodista inglés, de buena familia, idealista y antinazi, es el elegido.
Kim Philby fue reclutado por los soviéticos en la década de los 30, cuando aún vivía en Viena. Al poco tiempo de ser incluido en la esfera de influencia comunista, se traslada de nuevo a su país de origen, Reino Unido. Su misión allí consistirá en infiltrarse en el Servicio Secreto, cuya colaboración con la Inteligencia norteamericana le abriría la posibilidad de conocer al milímetro todos los planes económicos, militares y diplomáticos de EEUU. Para ello, y con absoluta sangre fría, comienza a cultivar la apariencia de hombre de derechas -justo el polo opuesto a sus convicciones personales- necesaria para entrar a formar parte del Servicio de Inteligencia británico. Así, comienza a trabajar en la publicación Review of Rewiews. Al poco tiempo, se alista en la Asociación Angloalemana, cobijo de antisemitas declarados, magnates del mundo de las finanzas y aristócratas simpatizantes de Hitler que tenían hilo directo con el Ministerio de Propaganda del III Reich. Poco tiempo pasaría para que, en colaboración con tres de sus compañeros (Anthony Blunt, Donald MacLean y Guy Burguess), se convirtiera en el doble agente secreto de británicos y soviéticos.
Bajo orden de estos últimos, en 1936 llega a España en calidad de corresponsal del periódico The Times, situándose cuidadosamente al servicio del bando nacional. En ese preciso instante es cuando empieza a fraguarse la trama para asesinar al Generalísimo que, finalmente, queda abortada cuando Hardt, el mentor de Philby, sea reclamado por Moscú y desaparezca sin dejar rastro. Irónicamente, el general Franco acabará condecorando con la Cruz Roja al Mérito Militar al hombre que pretendió asesinarlo. En diciembre de 1937, Philby es alcanzado por un proyectil ruso mientras viajaba en un convoy con varios corresponsales de periódicos europeos, lo que le valió tal distinción, que el propio Caudillo le entregó en mano.
Durante su estancia en España, Philby sabe moverse como pez en el agua sin levantar la más mínima sospecha. En Madrid frecuenta los lugares de moda del momento y no resulta extraño verle en refinados salones y restaurantes como los del hotel Ritz. Philby se comporta con una calculada pulcritud, que nada hace sospechar a nadie. Tan sólo es un joven e inexperto periodista que envía puntualmente su crónica diaria. El desorden monopoliza su vida personal (contraerá matrimonio en tres ocasiones y tendrá serios problemas con el alcohol), si bien en el terreno profesional es un auténtico maniático del orden y cumple a rajatabla cualquier encargo. A la par que desempeña sus funciones de contrainteligencia en España, conoce también al escritor Graham Greene, con el que traba una sólida amistad que se alargará hasta su muerte. En 1968, Greene escribirá el prólogo de un libro de Philby, My Silent War.
Finalizada la contienda española, Philby logra burlar los exhaustivos controles del Servicio Secreto británico y, de vuelta a la isla inglesa, alcanzará la jefatura de la sección antisoviética. No en vano, Londres le llegará a considerar el hombre perfecto y de confianza para mantener relaciones diplomáticas con el Servicio de Inteligencia de Washington. Es nombrado jefe del Departamento Nueve, que se encargaba directamente de la contrainteligencia soviética. De este modo, Philby logra acceso a los dos servicios de Inteligencia más potentes del mundo, cuyos planes y estrategias eran revelados de inmediato al enemigo a batir: Moscú. Teóricamente, su misión es combatir las operaciones de la Inteligencia rusa en suelo británico, pero en realidad actúa como un apéndice del mismo. Su misión era captar a los disidentes soviéticos para después delatarlos.
Además del papel que el célebre espía británico desempeña en la Guerra Civil española, será durante la Segunda Guerra Mundial cuando realmente ponga en práctica los conocimientos aprendidos durante la contienda española. Así, se encargará de dar la voz de alarma al NKVD al conocer que los enviados de Hitler y Churchill se habían reunido para negociar en secreto la firma de un armisticio a espaldas de los soviéticos, de manera que nadie en Occidente pudiera levantar la voz contra la posterior invasión del territorio ruso por parte de las tropas alemanas. La Unión Soviética llegará a tiempo para variar el curso de la contienda mundial.
Junto a sus tres amigos -Blunt, MacLean y Burguess-, Philby era la cuarta pata de un círculo históricamente conocido como Los Cuatro de Cambridge. El reclutamiento de ninguno de ellos había sido al azar. La NVKD tan sólo seleccionaba personas aptas para trabajar para el Gobierno británico y que a su vez difícilmente pudieran ser reconocidos como comunistas. MacLean, Burguess y Blunt, abiertamente homosexuales, estaban alejados del perfil ideal del agente soviético. Philby, simplemente era hijo de uno de los más respetados miembros del servicio exterior inglés. Sin duda alguna, la pieza más importante de todo el grupo fue Philby, quien desde su puesto en el MI5, y como controlador de todo lo que entraba y salía de la Inteligencia británica, era capaz de sabotear cualquier investigación que fuera por buen camino. Nadie sospechó de la doble actividad del espía con más éxito hasta que dos de sus compañeros -MacLean y Burguess- desertaron a la Unión Soviética en 1951. Él haría exactamente lo mismo en 1964.
En el transcurso de su vida, Philby habrá de hacer frente a los insultos de sus más acérrimos detractores, sobre todo en las filas británicas. Tras su fallecimiento, el 11 de mayo de 1988, en las páginas de un conocido periódico británico podrá leerse el deseo de un periodista que esperaba que hubiera tenido "una larga agonía". Sus amigos, sin embargo, lamentarán la pérdida de un hombre excepcional. Los funerales se celebrarán frente al cuartel general del KGB. Miles de ciudadanos le rendirán un sentido homenaje a los acordes de la Marcha fúnebre de Chopin. La Unión Soviética le concederá la Orden de Lenin, mientras que un sello con su rostro circulará durante años por todo el país como homenaje postumo.
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