Minero asturiano líder de la Revolución de 1934, su fiel compromiso con el socialismo le lleva a involucrarse en el 'Gobierno de la Victoria' de Negrín como responsable del Ministerio de Justicia
Su nombre es sinónimo de mito en la minería asturiana. Ramón González Peña, líder obrero en la teoría y en la práctica y presidente del sindicato UGT, avanza un paso más en su trayectoria política cuando Negrín le escoge en abril de 1938 para responsabilizarse de una de las carteras más problemáticas de su nueva Ejecutiva, la de Justicia.
"En momentos de Guerra Civil las leyes han de ser severísimas". Su tajante afirmación, hecha en mayo de este mismo año, podría hacer suponer un mandato implacable e inexorable. Y sin embargo, González Peña caracteriza su ocupación ministerial por una máxima radicalmente opuesta. Demostrar la bondad de la República, apaciguando los rumores (y no tan rumores) de cruel represión y persecución inclemente. Durante su mandato, su figura sobresale por encima de sus decisiones. Los Tribunales Especiales de Guardia para delitos de espionaje y traición serán su mayor y más polémica aportación, pero también se preocupará de la asistencia a reclusos enfermos. González Peña está empeñado en hacer ver al mundo el carácter humanitario de la República, una determinación que condicionará incluso su comportamiento durante el transcurso del juicio al POUM -cuya cúpula permanece encarcelada tras las revueltas de Barcelona en mayo de 1937- que se celebrará en octubre del 38, evitando la condena a muerte de sus dirigentes.
No es, sin embargo, su calidad moral lo que le lleva a formar parte del nuevo Ejecutivo del doctor Negrín. Más bien es el incondicional apoyo que el sustituto de Largo Caballero profesa al presidente republicano la llave que le abre la puerta de su despacho. Son tiempos difíciles los que corren para Negrín, y éste busca desesperadamente aliados para su Gobierno de la Victoria. González Peña resulta perfecto para el cargo, por su lealtad y porque acumula dilatada experiencia en plazas tanto o más comprometedoras. Con él arrastra una fama nacida en la Revolución de Asturias, de la que se erige como promotor y organizador, y reverdecida desde su cargo de secretario general de la UGT.
Asturias marca la vida de este hombre nacido en 1888 (La Rehollada), una tierra en la que madura a golpe de pico -no en vano, trabaja como minero desde el preciso instante en que su cuerpo puede soportar el peso de una vagoneta, a la edad de 11 años- y por la que, a su forma de ver, luchará incansablemente, casi hasta la muerte. Su primer campo de operaciones se desarrolla en el terreno político. Afiliado al PSOE con tan sólo 15 años, joven mitinero a la salida de las bocaminas -de las que él también emerge- e incansable trabajador de y para el partido, en 1921 logra su primer cargo político al ser elegido concejal de Ablaña. Su combativa actitud en defensa del trabajador minero le aúpan como vicesecretario del sindicato del ramo, y de ahí, a la Secretaría de la Federación Nacional.
Su principal ocupación en este cargo es recorrer España en busca de nuevos afiliados y organizando delegaciones locales, y será en uno de estos viajes donde encuentre su nueva patria, Huelva. Como recogen con tono poético casi todas sus biografías, será "a orillas del río Tinto" donde el político socialista (y afiliado a UGT) tenga noticia de la proclamación del nuevo régimen republicano y será también esta demarcación onubense por la que resulte elegido como diputado a Cortes durante la Segunda República, aunque González Peña alternará los periodos de plácida labor parlamentaria con otros mucho más convulsos, un calificativo que define perfectamente su situación durante la República del desencanto.
Es 1934. Bajo el puesto de presidente de la Diputación Provincial de su tierra natal, Asturias, da forma y contenido a la Revolución de Octubre, la violenta revuelta social que vive el Principado para manifestar su disconformidad con el Gobierno de derechas que ostenta el poder. Para algunos investigadores, como Juan José Menéndez, González Peña es "el Generalísimo de la Revolución", el líder de la insurrección minera que marcará un antes y un después en el movimiento obrero. Suyas son frases como "al fascio no se le amansa con música, sino con fusiles" e intervenciones tan importantes en el conflicto minero como la que evitó la voladura de la catedral de Oviedo.
Detenido en Ablaña en diciembre de 1934 tras quedar sofocada la revuelta minera, es acusado de haber asaltado el Banco de España, y por supuesto, de instigador de la Revolución. La condena, dos meses después, en febrero de 1935, es tajante: muerte.
La reacción popular que se genera al conocer la sentencia es enorme. Obreros e intelectuales claman por su liberación. Las voces traspasan las fronteras a golpe de eslogan ("¡Salvad a Peña!") y regresan hasta oídos de Niceto Alcalá Zamora, quien le conmuta la pena capital por la cadena perpetua. El cambio de Gobierno del 36 le otorgará la libertad definitiva.
Como relata la periodista Raquel Rincón, "es entonces cuando comienza la escalada de González Peña". Tras su paso por prisión, las últimas elecciones republicanas le devuelven su acta de diputado pero el estallido de la sublevación militar interrumpirá nuevamente su renacida actividad parlamentaria.
Durante los primeros compases de la contienda civil, González Peña, como señala el investigador Ramón Puche Maciá "no tiene actuaciones especialmente destacadas", si bien otros colegas como Rubio Cabeza le sitúan como comisario político del Ejército republicano en Asturias. No será hasta octubre de 1937 cuando su nombre vuelva a adquirir notoria relevancia.
La crisis desatada en el seno de UGT entre González Peña y Largo Caballero se salda con la expulsión de este último de la Presidencia y la asunción del cargo por el propio González Peña, en octubre de 1937. Desde este puesto se ocupa de devolver la calma interna a la organización y destaca la importante alianza firmada en marzo del 38 con su rival CNT en el Pacto de Unión para aunar sus fuerzas contra el imparable bando nacional. Un mes después, Negrín le convoca para que se integre dentro de su nuevo Gabinete como ministro de Justicia, un nuevo cargo que acepta merced a su ya mencionada afinidad con el presidente.
Concluida la Guerra, huye a Francia donde colabora con la SERE (Servicio de Emigración para los Republicanos Españoles) y, tras el avance alemán sobre el país vecino, escapa a México. Expulsado del PSOE por Indalecio Prieto, y acusado de permanecer en el último Gobierno republicano sólo por sacar rédito económico, en el país norteamericano sobrevive a su etapa más difícil, alejado de su querida Asturias, hasta que fallece en 1952, en la más absoluta miseria.
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