Arzobispo de Toledo con Alfonso XIII, durante la República se radicaliza y es obligado a abandonar el país hasta que la Guerra propicia su vuelta, dedicándose a defender el catolicismo pero alejado del régimen franquista
Proveniente de una familia de clase baja, con una vida llena de privaciones, la única esperanza de futuro que sus padres, ambos maestros de una escuela rural, ven para él y sus hermanos es la carrera sacerdotal. Así, Pedro Segura Sáenz, nacido en Carazo, Burgos, el 4 de diciembre de 1880, ingresa con tan sólo 11 años en el colegio de San Pedro de Cárdena, regentado por los padres escolapios, e incorporado al seminario conciliar de Burgos.
Allí, su inteligencia le granjea la estima de sus profesores y a los 14 años es admitido en el prestigioso seminario de Comillas. Durante 12 años, el exigente plan de estudios impartido en Comillas prepara a Segura para desempeñar, no sólo las tareas de un cura de aldea, sino también las delicadas funciones reservadas a la alta jerarquía eclesiástica. En 1904, el seminario pasa a convertirse en la Universidad Pontificia de Comillas, donde se imparten tres carreras: Teología, Filosofía y Derecho Canónico. Allí concluye Segura sus estudios, con la calificación de merítissimus. En esta época también cae enfermo de una dolencia hepática aguda, con la que tendrá que luchar hasta su muerte.
En 1906 recibe la orden del presbiterado y se doctora en Teología, pero continúa estudiando en Comillas, hasta que en 1908 concluye un segundo doctorado, esta vez en Derecho Canónico. Su primer destino como sacerdote es la humilde parroquia rural de Salas de Bureba, en su provincia natal, pero, apenas un año después es reclamado desde Burgos, donde el cardenal Aguirre le nombra catedrático de Derecho Canónico en la Universidad Pontificia de dicha ciudad.
En 1912, obtiene su tercer doctorado, esta vez en Filosofía y consigue la Canonjía doctoral de Valladolid. Su carrera ascendente continúa hasta que, en 1916, es nombrado auxiliar del arzobispo en Valladolid. Su brillante trayectoria comienza entonces a causar preocupación entre su círculo de allegados, conscientes de que su ya evidente falta de tacto político y diplomático podría ocasionarle problemas con las altas esferas. Efectivamente, a los 40 años, Segura experimenta el primer castigo a su brusco carácter al ser nombrado obispo de Coria (Cáceres), la diócesis más pobre de toda la Península.
En 1926, tras la muerte del arzobispo de Burgos, Segura ocupa su cargo gracias a la influencia del rey Alfonso XIII. Sin embargo, pese a su buena relación con el monarca, durante este periodo tiene un choque con el general Primo de Rivera, debido a una pastoral en la que el cardenal critica varios gestos de la dictadura hacia la Iglesia. Esto le lleva a ser sancionado y citado en Madrid, pero regresa a Burgos tras demostrar la inconsistencia de las acusaciones vertidas contra él.
Un año después, Alfonso XIII nombra a Segura arzobispo primado de Toledo y, tras ciertas dudas, éste accede al cargo, convirtiéndose en el prelado más joven en ocupar la jefatura de la Iglesia española. Tras la muerte de Primo de Rivera en 1930, Alfonso XIII asume el control del Estado, con el apoyo incondicional de Segura. El cardenal trata de extender la popularidad de la monarquía entre los fieles, alegando que "es deber primordial de todo católico intervenir activamente en política" para defender la religión.
Segura no sólo se limita a defender al rey, sino que también interviene en la propaganda contra la ideología marxista y denuncia la persecución de la Iglesia que había tenido lugar en Rusia. Con el advenimiento de la Segunda República, el cardenal se torna aún más inflexible y se posiciona políticamente a favor de los partidos de la ultraderecha española. Su antirepublicanismo provoca una grave campaña en su contra y termina siendo expulsado del país por una pastoral hecha pública el 7 de mayo, en la que alerta a sus seguidores de que "si dejamos abierto el camino a todos aquellos que intenta destruir la religión (...) no tendremos ningún derecho a quejarnos cuando la realidad nos muestre que hemos tenido la amarga victoria en nuestras manos, pero que no hemos sabido luchar (...)". Así, ese mismo mes de mayo, Segura tiene que marchar a Roma donde permanece hasta el 10 de junio. En esa fecha regresa clandestinamente a España, pero la Guardia Civil le detiene por orden del ministro de Gobernación, Miguel Maura, que le acusa de haber recomendado la enajenación de los bienes eclesiásticos antes de la revisión del concordato con la Santa Sede.
Segura es llamado de nuevo a Roma, donde permanece seis años bajo la protección del papa Pío XI. Allí asiste impotente al desarrollo de la Guerra Civil hasta que, en 1937, la muerte de su hermano Emiliano en un accidente de automóvil precipita su regreso a España. Por entonces, Pío XI hacía tiempo que deseaba otorgar a Segura un puesto en el Vaticano, pero éste se mantenía firme en su deseo de permanecer en la Península.
El 10 de agosto de ese mismo año, el fallecimiento del cardenal Ilundain deja vacante la diócesis de Sevilla y, el 14 de septiembre, ésta es ocupada por Pedro Segura. A partir de ese momento, el cardenal inicia una ardiente labor para defender el papel de la Iglesia Católica en España, pero sin respaldar las cruentas proclamas de los generales nacionales, que abogan por la "completa aniquilación del adversario" republicano. Los ideólogos del franquismo -que habían conseguido atraerse a gran parte del clero español con su defensa del nuevo nacional-catolicismo- fracasan en sus intentos de ganarse a Segura para su causa. A medida que comienza a perfilarse el régimen totalitario de Franco, el cardenal cambia sus pastorales para defender "los derechos de los católicos a crear y disponer de asociaciones profesionales".
La férrea voluntad del cardenal de Sevilla choca constantemente con la de las autoridades franquistas y el obispo se termina convirtiendo en uno de los protagonistas del soterrado enfrentamiento entre el mundo católico y la España de los nacionales. En 1938, Segura se niega por principios a celebrar misas de campaña durante los actos militares, saboteando el espíritu de cruzada religiosa que había adoptado el Generalísimo con respecto a la Guerra. En noviembre de ese año, se opone rotundamente a un decreto que establece que en los muros de todas las parroquias figure una inscripción con los caídos del bando nacional y llega a a amenazar con la excomunión a quienes se atrevan a utilizar las paredes de la catedral sevillana como propaganda política. Este hecho confiere definitivamente a Segura el título de enemigo de Falange y Franco llega a decir de él: "Es una Cruz que me ha mandado Dios". Por este motivo, las autoridades nacionales le van a retirar numerosos poderes que recaerán en el arzobispo auxiliar de la diócesis sevillana, José María Bueno. Pese a todo, el cardenal Segura se mantiene en su cargo y permanecerá en Sevilla hasta su muerte, el 8 de abril de 1957.
Nuevo libro: "Pedro Segura y Sáenz, un cardenal selvático", ediciones Letras deAutor.
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