Líder 'por accidente' de Falange Española tras la muerte de Primo de Rivera, su adhesión a la ortodoxia joseantoniana y su rechazo de la unificación con los tradicionalistas le cuestan la condena a muerte
El 25 de julio, Manuel Hedilla ingresa en la prisión del Puerto de Santa María (Cádiz). Y casi lo hace aliviado, después de ser condenado a muerte el 5 de junio como máximo responsable de un delito de rebelión contra el nuevo mando supremo, el general Franco, de la nueva Falange Española, ahora unificada con los tradicionalistas tras el decreto promulgado el 19 de abril. Durante casi dos meses, hasta que la pena se conmuta por la de prisión, el hombre elegido como sucesor de José Antonio Primo de Rivera ha sentido inmediato su final a manos de aquellos mismos militares a los que su partido viene apoyando desde el comienzo de la Guerra.
Hedilla se encontraba desde mucho antes bajo la atenta vigilancia de Franco. Al Caudillo no le hace ninguna gracia la perspectiva de delegar la más mínima responsabilidad en nadie, y menos en una persona que reivindica constantemente la moderación en las zonas ocupadas por los rebeldes, condenando los actos indiscriminados de represión, y la construcción, una vez llegada la paz, de un Estado obrero, aun de corte reaccionario y corporativista.
El líder falangista nada tiene que ver con la mentalidad castrense de los círculos franquistas, a manos de quienes ha estado a punto de perder la vida en dos ocasiones.
Nacido en Ambrosero (Cantabria), después de quedar huérfano empieza a trabajar como aprendiz en una factoría naval de Bilbao a los 14 años. Ingresa en la escuela de maquinistas navales de la factoría Euskalduna, y en 1932 se convierte en jefe de personal de la empresa santanderina SAM, donde trata de fundar un sindicato independiente. Dos años después, tras estar a punto de perder la vida durante la Revolución de Octubre de ese mismo año, se afilia a Falange Española y conoce a José Antonio Primo de Rivera, que le nombra jefe provincial del partido en Santander.
Mientras escala puestos dentro del partido, entra en contacto con el grupo de militares que conspiran contra el Gobierno republicano. Decide ayudarles en la tarea y en mayo de 1936 se entrevista con el general Mola, siempre a las órdenes de Primo de Rivera, quien ya le señala como uno de sus favoritos dentro del partido.
Cuando en julio estalla la sublevación militar, Manuel Hedilla se encuentra en Vigo, desde donde lleva trabajando varios meses para preparar el terreno en Galicia a los rebeldes. Rápidamente se traslada a Burgos, donde ya ejerce de facto como líder de los falangistas mientras Primo de Rivera dicta como puede instrucciones desde la prisión de Alicante. Designado jefe de la Junta de Mandos Provisionales de Falange, Hedilla se perfila ya como el sucesor de Primo de Rivera al frente del partido.
Cuando, en efecto, Primo de Rivera es ejecutado en Alicante el 20 de noviembre de 1936, Hedilla sólo tiene que aguardar a su nombramiento oficial. Sabe que tendrá que esperar, pues de momento la muerte de José Antonio no es más que un rumor que va tomando, eso sí, cada vez más credibilidad. Pero lo que no imagina es que, durante ese tiempo, las luchas intestinas en el partido, su reticencia a fusionar Falange con los tradicionalistas y la animadversión de los militares sublevados, con Franco a la cabeza, le harán caer en desgracia, hasta el punto de colocarle al borde de la muerte a manos de sus propios aliados.
El liderazgo de Hedilla dentro de Falange coincide con el periodo de mayor fuerza y expansión de la organización, pero dicho liderazgo tampoco cuenta con toda la solidez que él quisiera. Su ascensión no se ha debido a su destacada labor en el seno del partido, sino a su condición de favorito de Primo de Rivera. Una condición adquirida por su férrea adhesión a la doctrina del líder asesinado, y por considerarse que era una figura discreta que bien podía llevar el mando del partido de forma transitoria. Herbert R. Southworth le describe como un "mecánico laborioso y modesto que había recibido una instrucción muy sumaria, pertenecía antes de la Guerra al escalón inferior de la jerarquía del movimiento fascista español, pero ascendió gracias a la eliminación fortuita de sus superiores". Esta impresión no difiere mucho de la que exponen otros contemporáneos suyos e historiadores, que ven en él un hombre muy bien dotado para las tareas organizativas, pero falto de visión política y de la capacidad de liderazgo que exige su partido en un momento tan delicado como éste. Los propios falangistas (citados por Sheelagh Ellwood en su Historia de Falange Española) serán elocuentes a la hora de opinar sobre su figura: "Delegaron en Hedilla como el hombre un poco neutro, del que no se podía esperar una traición, por su sencillez y honestidad" (Ernesto Giménez Caballero); "A Hedilla se le puso por persona de escasa inteligencia, en sustitución de José Antonio, mientras venía (volvía), para impedir que si, por lo que fuera, no viniese, este señor no fuera obstáculo para quitarle de donde se le había puesto, precisamente por su falta de inteligencia" (Ángel Alcázar de Velasco); "El bueno de Hedilla, que lo ponían como una especie de santón, porque era un obrero, no por otra cosa; porque de inteligencia no tenía demasiado" (J. Aparicio); "Lleno de buena fe y de honestidad y de lo que fuera, pero para navegar a altura intelectual, con problemas de tipo doctrinal, era un poco difícil" (R. Reyes Morales).
En efecto, la honestidad era algo que nadie le niega al santanderino. Hedilla no duda en alzar la voz, en la Nochebuena de 1936, contra los excesos cometidos por el bando nacional en el frente, en unas declaraciones incendiarias para el aparato militar franquista: "Impedid con toda energía que nadie sacie odios personales y que nadie castigue o humille a quien por hambre o desesperación haya votado a las izquierdas (...). Todos sabemos que en muchos pueblos había -y hay-derechistas que son peores que los rojos. Quiero que cesen las detenciones de esa índole y, donde las haya habido, es necesario que os convirtáis vosotros en una garantía de los injustamente perseguidos (...)".
No resulta difícil imaginar el efecto que esta actitud provocaba entre los militares y otras fuerzas de la derecha. Durante los primeros meses de 1937, Hedilla continúa haciendo declaraciones "imprudentes" reivindicando la justicia social, la humanidad y la caridad cristianas, y oponiéndose a los fusilamientos sin causa de juicio. Franco le vigila y le deja hacer, esperando pacientemente el momento de llevar a cabo sus planes de unificación de Falange con los tradicionalistas.
La ocasión se presenta de golpe cuando, el 16 de abril de 1937, dos falangistas mueren tras un enfrentamiento entre hedillistas y partidarios de una Falange más tradicional, de tendencia monárquica. Hedilla decide adelantar el Consejo Nacional del Partido para elegir al nuevo líder, previsto para el 25 de ese mes, al día 18, trasladando además el escenario de Burgos a Salamanca. Para entonces, los altos mandos de Falange todavía ignoran los planes de unificación del Generalísimo. Tras un intento de destitución por parte de sus detractores, que le acusan de no dar cuenta de sus gestiones a la Junta, de "sometimiento dócil a la junta extraoficial", de "propaganda desmedida e impropia" e incluso de "ineptitud manifiesta", Hedilla resulta elegido jefe nacional por un margen muy estrecho: diez votos a favor, cuatro en contra y ocho en blanco.
Esa misma noche, Franco publica el decreto de unificación de falangistas y tradicionalistas, por el cual nace Falange Española Tradicionalista y de las JONS. El Generalísimo se alza como jefe nacional del nuevo partido y sólo deja a Hedilla un puesto en la Junta Política, que el santanderino, al ver cómo la Falange de José Antonio queda desvirtuada por el nuevo peso de los tradicionalistas y el férreo control de los militares, se niega a aceptar. Más tarde, justificará su decisión alegando que, si bien no opuso resistencia a la unificación, "ustedes nombraron un secretariado político sin consultarme, aunque consultaron con otros que nada tenían que ver, ni nada representaban, y que no acepté porque ni quería, ni me interesaba; y además, porque me enteré por la prensa de la mañana". Añadirá, años más tarde, que "no nos oponíamos a una unificación de fuerzas para servir a España; a lo que nos oponíamos era a la disolución de la Falange".
El día 20, Franco explica personalmente a Hedilla el sentido de la medida tomada y las características del nuevo partido. El día 22 se publican los nombres elegidos por Franco para integrar la Junta Política de FET. Entre ellos está Hedilla. Éste hace saber a Franco, a través de Ladislao López Bassa, que no acepta el cargo. La respuesta de Franco a la decisión del líder falangista no se hace esperar. El 25 de abril, Hedilla es detenido junto a otros 30 falangistas y procesado a primeros de mayo. Los cargos expuestos por el juez instructor, Manuel Rodrigo Zaragoza, son elocuentes. Hedilla es acusado de "desacato y rebeldía al Decreto de Unificación" y de intentar "desplazar del mando civil y del poder político de la España Nacional a Su Excelencia el Jefe del Estado y Generalísimo" Franco.
Aunque se produjeron manifestaciones de apoyo a Hedilla en algunas ciudades españolas, será condenado a muerte; a esta sentencia se sumará más tarde otra, también a la pena capital, correspondiente a otro proceso abierto contra él por sus responsabilidades en los sucesos del mes de abril en Salamanca.
Según relata José Luis Rodríguez Jiménez en Historia de Falange Española de las JONS, incluso el embajador alemán en España, Wilhelm von Faupel, intercede por Hedilla, alegando "que la ejecución produciría muy mala impresión". Serrano Suñer también aboga por Hedilla, que finalmente pudo ver cómo ambas condenas a muerte le son conmutadas por la pena de prisión, ante el temor de que la ejecución del líder falangista dañara la imagen de Franco.
Tras cuatro años en la prisión de Las Palmas de Gran Canaria, a donde es llevado desde la de El Puerto de Santa María (Cádiz), Manuel Hedilla obtiene el indulto y es trasladado bajo vigilancia a Palma de Mallorca, donde permanece hasta 1946. Para entonces, Hedilla ha dejado de ser considerado, si es que alguna vez lo fue, un verdadero peligro para el régimen franquista, que se conforma con mantenerlo en un benévolo ostracismo.
Ya retirado totalmente de la actividad política, Hedilla trabaja en la empresa privada durante su estancia en Baleares, beneficiándose, además, de una ayuda de la Secretaría General del Movimiento. Reúne allí a su familia, pero su mujer cae enferma y se ve obligado a trasladarla a un sanatorio mental de Madrid, donde fallece en 1945.
Gracias a los esfuerzos de sus amigos, entre ellos del periodista Víctor de la Serna, Manuel Hedilla elude la pena de confinamiento y se traslada a Madrid. En la capital obtiene un empleo en Iberia, a la sazón compañía aérea estatal. El indulto definitivo no llegará hasta 1947, diez años después de producirse la condena.
Tras 19 años, Hedilla volverá al ruedo político para convertirse en presidente del FSR (Frente Sindicalista Revolucionario), un partido constituido en una asamblea semiclandestina en Madrid, que no tardará en ser declarado ilegal. Dos años más tarde, Hedilla apoya a un grupo que se escinde del FSR para fundar el Frente Nacional de Alianza Libre (FNAL), en el seno del cual pronunciará en 1969 la que será su última conferencia. Para entonces, aunque todavía permanece bajo la vigilancia del aparato de seguridad franquista, las autoridades no dan importancia a estos movimientos al considerarlos rescoldos del odio acumulado tras su apartamiento de Falange en 1937. Manuel Hedilla muere en Madrid en 1970.
La Falange obrera y originaria de la pura doctrina joseantoniana había quedado enterrada para siempre con el decreto de unificación; la caída en desgracia de Hedilla fue, precisamente, por mantener su fidelidad a los principios del fundador de Falange, que ya no será la misma desde que Franco tome las riendas. Muerto Hedilla, un grupo de antiguos colaboradores suyos recogerá su testigo y fundará Falange Española Auténtica, un partido falangista y antifranquista cuyo ideario se inspira en la doctrina nacionalsindicalista más pura de José Antonio Primo de Rivera, abominando de la adulteración que supuso el famoso decreto de unificación y que Franco mantuvo durante toda la Dictadura.
. A futuros camaradas (Imperio: 8/02/37)
. A futuros camaradas (Imperio: 8/02/37)
Así fue, por eso me hace gracia, ver a los actuales "demócratas que se llaman antifranquistas sin Franco, que ignoran que hasta la Falange lo era.
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