Criada en un ambiente anarquista, llega a ser una de las máximas dirigentes de este movimiento y en 1936 se enfrenta al reto más importante de su vida: participar en el Ejecutivo de Largo Caballero como ministra de Sanidad
Mucho habían cambiado las cosas en el mes de mayo de 1937 desde aquel momento del año 1934 en el que Federica Montseny calificara a Francisco Largo Caballero de "gemelo de Mussolini". Tanto como para que el presidente socialista del Gobierno republicano confiara a su antigua antagonista -ya desde noviembre ministra de Sanidad en el Ejecutivo de Largo- la labor de apaciguar la oleada de desacato, purgas y violencia callejera que se había extendido en Barcelona a raíz del asalto de las Fuerzas de Seguridad de la Generalitat de Cataluña (controlada por Esquerra Republicana y los comunistas del PSUC) al edificio de Telefónica en la capital catalana, confiscado por la CNT-FAI desde el inicio de la Guerra.
Desde Valencia, sede del Gobierno en ese momento, Monsteny se dirige a Barcelona con la misión de evitar que se malgaste un solo cartucho más en luchas internas de retaguardia; pero vuelve a la ciudad del Turia desolada y alarmada por la intervención de los agentes soviéticos en aquellos disturbios y el hecho de que está a punto de ser fusilada por unos milicianos del PSUC que la paran en un control, lo cual denuncia ante el propio Largo Caballero.
El simple hecho de que una mujer participe en los consejos de ministros es un acontecimiento absolutamente insólito. Pero Montseny no sólo se convierte en la primera mujer ministra de España (y la tercera de Europa, tras algún antecedente en Rusia y Finlandia), sino que alcanza esta responsabilidad con poco más de 30 años y desde un lugar de procedencia insospechado: las filas del poderoso movimiento libertario español.
En ese anarquismo se crió Montseny, hija de Teresa Mañé, una maestra laica que ya antes de que terminara el siglo XIX escribía artículos en los periódicos anarquistas de la época, y Juan Montseny, uno de los líderes de opinión más carismáticos y controvertidos de la primera mitad del siglo XX en España. La relación entre los padres de Federica arrancó en la localidad catalana de Vilanova i la Geltrú, donde la pareja puso en marcha un colegio de educación mixta y racionalista que, pese a las presiones de su entorno, alcanzó enorme éxito en su comarca. Quizá por ello, las fuerzas del orden cargaron sobre Juan Montseny tras el asesinato de Antonio Cánovas del Castillo (a manos de una anarquista italiano) y lo enviaron al exilio en Londres.
De regreso a España, la pareja se instala en Madrid, donde juntos fundan la Revista Blanca, una publicación anarquista de alto nivel dirigida por Juan Montseny, que firma con el seudónimo de Federico Urales y en la que participan firmas tan distinguidas como las de Tolstoi o Kropotkin. Es por esto que Federica nace en la capital de España, el 12 de febrero de 1905.
Pese al éxito de la Revista Blanca, el carácter impulsivo y, a veces autoritario, del padre de Federica le gana un puñado de enemigos (muchos de ellos en las propias filas del anarquismo) y termina por suponerle serios apuros financieros. La familia tiene que abandonar Madrid perseguida por sus acreedores y refugiarse en Cataluña, dedicados esta vez a la agricultura en distintas granjas del entorno de Barcelona, en medio de graves estrecheces.
Es en ese clima de inestabilidad y, a menudo miseria, pero, a la vez, de cultura y compromiso político crece Federica Montseny, que nunca llegó a ir al colegio ni tuvo, apenas, amigas de su edad. A cambio, la hija de Urales desarrolló una vasta cultura que pronto empezó a dar frutos. En 1923, con sólo 18 años, Federica Montseny empieza a colaborar con publicaciones como Solidaridad Obrera (el órgano oficial de la CNT), a la que llega invitada por el dirigente anarquista Ángel Pestaña. En este diario escribe una serie de artículos bajo el título de La mujer, problema del hombre, en los que reivindica la mejora de la situación de las mujeres en España.
Poco después, en 1925, la familia Montseny reúne fuerzas para sacar de nuevo a la calle la Revista Blanca y, desde entonces, la hija única del matrimonio se convertiría pronto en una de las firmas más significativas de la publicación.
La carrera de Montseny sigue creciendo y, a partir de 1925, la editora familiar lanza una serie de novelas panfletarias que escribe Federica y que obtienen un enorme éxito. La hija de Urales, a partir de ahí, empieza a frecuentar a destacados anarquistas históricos como Teresa Claramunt, el profesor austríaco Max Netlau o a amigos de su edad como el que después sería su compañero, Germinal. Incluso llega a asumir temporalmente la dirección de la publicación familiar cuando la Dictadura (cada vez más a la defensiva) detiene a su padre en 1929.
En 1931, el año de la proclamación de la Segunda República, los responsables del Ateneo Libertario de El Clot la reclaman para que participe en un ciclo de conferencias y coloquios. Las crónicas cuentan que el debut de Montseny ante los micrófonos resulta nervioso y deslavazado. Sin embargo, es el nacimiento de una de las oradoras más carismáticas de la política española, capaz de encender con sus palabras plazas de toros abarrotadas de gente.
Ese mismo año, la familia Montseny (los Urales, tal y como se les conoce) lanza una segunda publicación, El Luchador, caracterizada por emplear un lenguaje más combativo y directo que el de la Revista Blanca.
Desde sus páginas, Federica saluda la proclamación de la República frente a otras corrientes anarquistas que pensaban que el final de la monarquía alfonsina significaba, en realidad, un aplazamiento de la revolución. "No precipitar el salto" y ser "buenos diablos", son los consejos de Montseny, que se confiesa emocionada por la demostración de fuerza de las masas de abril de 1931, a pesar de que sus inspiradores fueran, en gran medida, burgueses más o menos progresistas.
En esa posición se mantiene la escritora durante los primeros meses de la República, a pesar de la irritación que le causa el secuestro que sufre El Luchador en el mismo año 31. Ese pragmatismo la lleva a alinearse en las filas de la FAI, aunque la fecha de filiación no es segura. Según el historiador Pere Gabriel habría sido en 1933, aunque la misma Montseny, en una entrevista concedida a Carmen Alcalde, da la fecha del 21 de julio de 1936. Más tarde se afilia a la CNT, cuyo secretario general, Manuel Rivas, contará con ella como una de sus consejeras más estrechas y como la más elocuente de sus propagandistas.
Después de su dubitativo estreno, Montseny depura su oratoria hasta ser capaz de firmar algunos de los mítines más apasionados que se pueden escuchar en estos años de turbulencias políticas. La CNT, consciente de su valor, embarca a la escritora (y, por entonces, ya política) en una sucesión de viajes por toda España.
La dureza de los incidentes de finales de 1932 y principios del 33, (Castilblanco, Arnedo, Casas Viejas...) indignan a Montseny, que se aleja drásticamente de la concordia que había buscado respecto a los republicanos.
Viaja a París para denunciar a la República y reclama hacer frente al fascismo. Sin embargo, su primer embarazo la apartara de la primera línea política, que, por estos meses, se encamina hacia la victoria de la coalición de derechas en las elecciones de 1933.
Para cuando la anarquista se repone del parto de su hija, llamada Vida, el Partido Radical ya ocupa el Gobierno y se está preparando para incluir en sus consejos de ministros a algunos miembros de la CEDA. Las izquierdas, indignadas por este hecho, lanzan a sus simpatizantes a las calles. Y en primera línea de ellas aparecen los anarquistas, que tienen un papel protagonista en la sublevación revolucionaria de Asturias y que, una vez más, se convierten en las grandes víctimas de la represión.
La experiencia de 1934 cala hondo en las conciencias del conjunto de las izquierdas españolas y deja un mensaje claro en sus mentes, que el enemigo es la derecha. También dentro del anarquismo se produce esa reflexión. "Rogamos a nuestros colaboradores que, por ahora, se abstengan de atacar a los socialistas y comunistas. Más adelante, ya se verá lo que se hace", anuncia la Revista Blanca el 14 de diciembre de 1934. Poco más de un año después, la CNT anuncia que no pediría a sus afiliados el voto para el Frente Popular pero que, por primera y única vez, tampoco les exigiría la abstención en las elecciones de invierno de 1936. En mayo de ese mismo año, el Congreso de la CNT certifica (no sin agrias polémicas) ese rumbo reconciliatorio con la República.
Los anarquistas, por tanto, también se van preparando para la Guerra Civil que se intuye inminente. Por eso, el fracaso parcial del golpe de Estado de los militares en julio de 1936 activa la revolución anarquista y el establecimiento de comunas en las calles de ciudades como Barcelona. El primer impulso de Montseny tras el inicio de la Guerra es lanzarse a la calle y participar en la organización de esas comunas. Sin embargo, su compañero y amigo Mariano Rodríguez Vázquez, Maríanet, la reclama para la dirección de la CNT (de la que él mismo es secretario general) y para integrarla en el Comité Nacional de la FAI, junto al grupo de los llamados Indomables.
Desde esa posición en la cúpula del anarquismo español vive Montseny los primeros meses de la Guerra hasta encontrarse con el dilema más difícil de su vida política. En octubre de 1936, el Gobierno del socialista Largo Caballero (el "gemelo de Mussolini") solicita a la CNT que participe en su Ejecutivo con la aportación de cuatro ministros. El sindicato escoge a Montseny para este paso trascendental e insólito para una formación anarquista. Y ella acepta el encargo después de muchísimas dudas y aconsejada por compañeros suyos como el propio Marianet y Juan Peiró. Al fin y al cabo, el anarquismo ya había aceptado participar en la vida política oficial con un puñado de alcaldes y algunos diputados en el Parlamento de Cataluña.
Es así como Largo Caballero eleva una instancia para nombrar a Montseny ministra de Sanidad el 2 de noviembre. El día 5 de ese mes llega la rúbrica disgustada y eufemística de la Presidencia de la República. Azaña se había opuesto drásticamente a la entrada de los anarquistas en el Gobierno, pero la decisión es inapelable.
Su estreno en el Consejo de Ministros no puede ser más frustrante. En la primera reunión, tiene que aceptar el traslado del Gobierno desde la cercada Madrid hasta Valencia. Montseny interpreta eso medida como una traición a la ciudad asediada y confiesa sentirse "utilizada" como coartada. Años después intentara justificar esta acción, de la que no para de arrepentirse: "Hay que comprender la situación de aquellos días. La economía estaba en brazos de los trabajadores, pero para poder hacer funcionar las fábricas se necesitaba dinero. ¿Quién tenía e dinero? El Gobierno central. Por otra parte, en el frente estaban nuestros hombres, pero las armas venían de Rusia, era el Gobierno quien las distribuía. Por todo ello entramos en el Gobierno (....) Ojalá no hubiéramos intervenido y no nos hubiéramos encontrado histórica e ideológicamente deshonrados".
Sin embargo, su sentido del pragmatismo le lleva a desarrollar, como ministra de Sanidad, una decidida política de fomento de la higiene dentro de los frentes y, sobre todo, una ambiciosa acción social. Desde su puesto, Montseny decreta las primeras medidas destinadas a mejorar las condiciones de vida de las prostitutas y pone en marcha los campamentos para niños desplazados por la Guerra, así como su traslado al extranjero más adelante. Pero la gran dimensión de su trabajo en el Gobierno es la política.
Montseny ejerce de propagandista entre las tropas, emisaria en el exterior, mediadora en todo tipo de conflictos internos e, incluso, gestora. Esto le lleva a asumir un importante desgaste en momentos concretos. Ocurre así cuando Montseny convence al mítico miliciano Buenaventura Durruti para que se traslade con sus hombres a la defensa de Madrid. Cuando Durruti cae el 20 de noviembre en la capital, muchas voces reprocharon a la ministra la pérdida del más carismático combatiente anarquista. Lo mismo ocurre cuando Montseny vuelve de Barcelona a Valencia tras los disturbios de mayo de 1937 y denuncia la intervención de agentes soviéticos y la injusta persecución del POUM. Esta toma de posición en contra de los comunistas va a propiciar su salida del Gobierno tan pronto como Juan Negrín asuma su dirección en sustitución de Largo Caballero.
Relegada a la segunda línea política, Montseny vive el último año de la Guerra resignada a la derrota republicana (frente a la tesis oficial de la CNT, está convencida como Negrín de que es necesario alargar al máximo el conflicto para encadenarlo con la inminente Guerra Mundial) y dedicada a escribir y a defender a los militantes del POUM en el proceso que se abre contra ellos por traición.
Montseny no abandona Barcelona hasta el último momento, iniciando una travesía hacia su exilio en Francia, donde muere en 1994, en Toulouse. Ya nunca vuelve a vivir en España pese a su importante papel en las actividades de la CNT en el exilio.
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