Luchador incansable, el líder de la 12ª Brigada Internacional combate en el bando de la República en Albacete, Madrid y Huesca, donde muere en junio durante un reconocimiento rutinario del frente
"La 12ª Brigada está firme y defenderá vuestra capital como si fuera verdaderamente su pueblo natal". Con estas palabras se presenta Matei Zalka, -más conocido en España con el sobrenombre de General Lukács- a los madrileños, en un saludo transmitido a través de las páginas del periódico El Socialista, el 22 de noviembre de 1936.
Nacido en 1896 en Biliki, una pequeña villa del antiguo imperio austrohúngaro, en el seno de una familia de la baja burguesía, Zalka ingresa en el Ejército húngaro y participa en la Primera Guerra Mundial como oficial del mismo. Durante el conflicto es enviado al Frente italiano de Doberdo y luego trasladado a Rusia, donde cae herido y es hecho prisionero en junio de 1916. Es internado en el campo de prisioneros de Crasnoyarsk, en Siberia, pero en el otoño de 1919 logra escapar de allí, y al poco tiempo, forma un grupo de partisanos y se une al Ejército Rojo, con el cual la casualidad le lleva a participar en la liberación del mismo campo donde previamente él mismo había sido prisionero. Tras la guerra civil rusa, se une al Partido Comunista soviético y pronto se convierte en uno de los propagandistas más destacados de la primera etapa revolucionaria, llegando incluso a crear el Partido Comunista húngaro y combatir en China.
Su idilio con la Unión Soviética es tal que hace de este país su segunda casa. Allí, además de desarrollar tanto su faceta política como la literaria -es autor de varios libros- consigue asentarse y fundar un hogar, hasta que su vocación de luchador contra el fascismo le trae a España, nada más tener noticia del alzamiento.
En la URSS deja a su mujer, una rusa con la que se había casado cuando aún no se desenvolvía con fluidez en el idioma de los zares y una hija, Tálotchka, de la que se siente muy orgulloso. Sus compañeros de lucha en España recuerdan que se refería a ellas como "mi retaguardia", y que en su cartera nunca faltaba una foto de ambas, que no dudaba en mostrar a todo el que quisiera verlas.
Como la mayoría de los brigadistas internacionales que vienen a España, Zalka es enviado en un primer momento a Albacete y de allí parte el 10 de noviembre de 1936 con dirección a Madrid para apoyar a los republicanos que resisten las ofensivas nacionales. En la capital tiene una destacada actuación en los combates de Ciudad Universitaria, y gracias a su enérgico carácter consigue compenetrar de una manera efectiva a la confusa masa de internacionales que, inscritos en las Brigadas, se baten en el frente madrileño. La suya está compuesta de tres batallones: Thaelmann, Marty y Gañbaldi, y se encuadra dentro de la 14aª División, dirigida por el anarquista Cipriano Mera. En todo momento le acompaña su ayudante, el comisario político Gustav Regler, un intelectual alemán crítico con el nacionalsocialismo.
Participa también en la Batalla de Guadalajara, donde destaca por su valor y, en palabras de su amigo Koltsov, corresponsal del periódico soviético Pravda, por su carácter "desviacionista hacia lo exótico", carácter del cual hace gala en numerosas ocasiones, una de ellas cuando, en pleno bombardeo, se dedica a salvar las tablas de una iglesia roánica destruida por la batalla.
En junio de 1937, Lukács emprende el caminono hacia Huesca, ciudad que los republicanos pretenden cercar y luego ocupar. El general planea con todo cuidado la ofensiva, pero sus ataques se estrellan una y otra vez contra la férrea resistencia nacional, lo que le lleva a replantearse el plan de operaciones. Pero no va a tener ocasión de poner sus ideas en práctica. El día 11 de ese mismo mes Lukács, junto a su compañero Regler, se dirige en coche, un Packard descapotable color verde, a inspeccionarar las líneas republicanas del frente. Este será su último viaje.
Sobre su muerte existen diferentes versiones. Joaquín Garda Morato, jefe del Grupo Azul -escuadrilla de aviones nacionales- afirma que fue él mismo quien disparó desde su avión al coche de Lukács. En su relato cuenta que después de varias horas de lucha contra los aviones republicanos, "noté algo en la carretera, un magnífico automóvil pintado de negro reluciente. Piqué a toda velocidad, ametrallándolo (...). Una hora más tarde, con gran sorpresa por parte nuestra, cesó la ofensiva roja. La radio nos dio la explicación: el general rojo Lukács había sido muerto al ser ametrallado por un aparato de caza nacional: mi propio aparato". En cambio, otras versiones aseguran que una mina habría explotado bajo su coche, aunque esta es una hipótesis más improbable.
A su muerte, Lukács es honrado como un héroe: Elöre, un periódico del frente, le dedica toda su primera página, y en Valencia se convoca un solemne funeral por el general caído. Según afirma su compañero brigadista Valentín González, El Campesino, este funeral es convocado por la NKVD, el departamento del que depende la policía secreta bolchevique, la cual previamente habría dado la orden de acabar con su vida por desavenencias internas. Así consta en un epitafio que El Campesino le dedica al militar húngaro: "Enviado a España como jefe de una Brigada Internacional, había caído en el frente de Huesca en el mismo instante en que la NKVD había lanzado contra él, desde Valencia, una orden de detención. Su cuerpo fue llevado a Valencia, y la misma NKVD que se aprestaba a liquidarle le organizó los más solemnes funerales".
Sea o no cierta esta versión, e independientemente de quién organiza este último adiós, la realidad es que su entierro convoca a una gran multitud gracias sobre todo al magnetismo personal de Lukács. De él dice el historiador Hugh Thomas que "era un hombre lleno de lo que el viajero ingenuo suele calificar como la típica alegría húngara". Como ejemplo de ello, el escritor británico cuenta que durante la primera visita del escritor Ernest Hemingway a la 12ª Brigada Internacional cuando se encontraban en el frente, el general húngaro decidió celebrar un banquete, y para mantener contentos a sus soldados, invitó a la celebración a todas las muchachas del pueblo más cercano.
También en el aspecto puramente militar era una figura popular y admirada por sus hombres, no sólo por su valor sino también por su talento literario, el cual no tuvo demasiado tiempo para desarrollar, pero que ha quedado plasmado en sus obras, por ejemplo en Doberdo, novela publicada en el año 1924, en la que relata sus experiencias de la Gran Guerra y la Revolución Rusa, y que se caracteriza por la espontaneidad y la forma directa que imprime a sus relatos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario