Alistado en las filas del POUM, el escritor inglés lucha en Barcelona y Aragón del lado republicano, dos frentes en los que recopilará un sinfín de experiencias que posteriormente plasmará en 'Homenaje a Cataluña'
"La Guerra Civil española seguramente ha dado pie a más mentiras que ningún otro acontecimiento desde la Gran Guerra, pero, a pesar de todos esos sacrificios de monjas violadas y crucificadas ante los ojos de los reporteros del Daily Mail, dudo mucho que sea la prensa fascista la que más daño ha hecho. Los periódicos de izquierdas, gracias a unos métodos más sutiles, son los que han impedido que los británicos alcancen a comprender la verdadera naturaleza del conflicto".
Arranca así el escritor británico su artículo Cantando las verdades sobre la Guerra, publicado en New English Weekly el 29 de julio de 1937. Un mes antes, el 23 de junio, Eric Arthur Blair (su verdadero nombre) tomaba el tren que le llevaría para siempre lejos de Barcelona y de las vivencias que habrían de marcarle para el resto de su vida.
Rumbo a París, acompañado de su esposa Eileen y de otros dos amigos, un Blair herido de bala y agotado medita sobre el libro en el que su alter ego literario contará sus experiencias para abrir los ojos a una opinión pública europea que, ahora él lo sabe, permanece ignorante de lo que realmente está ocurriendo en la Guerra Civil que asola España desde hace ya casi un año. El volumen se llamará Homenaje a Cataluña y colocará su seudónimo, George Orwell, en un lugar de honor entre los cronistas del conflicto español. Entre sus críticas no pasará por alto duros reproches al Gobierno republicano, al que calificará con un nombre "que pone los pelos de punta incluso al propio Garvín", director de conocida ideología derechista del periódico The Observer: comunistas.
Orwell había llegado a España seis meses atrás, el 26 de diciembre de 1936, "con la vaga idea de escribir artículos para los periódicos", según sus propias palabras. Probablemente su padre, funcionario de profesión, jamás habría imaginado a su hijo sumergido en semejante empresa. Nació en Motihari (India) en 1903.
Educado en Eton, uno de los colegios más elitistas de Gran Bretaña, Orwell había decidido hacía tiempo que no estaba destinado a un brillante futuro en una empresa, ni tampoco a una exitosa carrera política, como el resto de sus compañeros de pupitre. Nada más terminar sus estudios en el prestigioso internado, a los 19 años, parte hacia Birmania alistado en la Policía Imperial británica, siguiendo los pasos de su progenitor. Tardará cinco años en regresar al Reino Unido, y lo hará con muy mal sabor de boca, poseído por la desagradable sensación de haber pasado todo ese tiempo siendo cómplice de los actos represivos en los que basa el Imperio británico su política colonial. Es entonces cuando decide convertirse en escritor y familiarizarse con otros modos de vida, distintos del que ha conocido durante su infancia y su juventud.
Ya en Londres, Eric Blair se disfraza de vagabundo y empieza a frecuentar las casas de caridad de la capital británica; poco después, se traslada a París, donde sobrevive lavando platos en el barrio latino. Plasmará esas experiencias en su primer libro, Sin blanca por París y Londres (1933), donde ya adopta el seudónimo de George Orwell; a la vez, da rienda suelta a su denuncia del imperialismo en la que será su primera novela, Días de Birmania. Su editor, entusiasmado con su estilo y sus ideas, le empuja a investigar las condiciones de vida de los mineros en el norte industrial de Inglaterra, una nueva experiencia que contribuye a alimentar su repugnancia por el sistema capitalista. Sin embargo, Orwell quiere más: "Estas experiencias no fueron suficientes para darme una orientación política definida", escribirá más tarde.
Corre ya el año 1936 y el estallido del conflicto español le brindará la oportunidad perfecta para profundizar en la lucha contra el "fascismo", además de, como confesará con el tiempo, visitar uno de los países que más le han fascinado desde siempre.
Cuando llega a Barcelona, Orwell siente que su intención de contar a Europa lo que está sucediendo en España no es suficiente para colmar su deseo de combatir los regímenes opresores. Quiere ser útil a la causa republicana y termina alistándose en el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM): "Alguien debe ocuparse de parar el fascismo", escribe. Aunque había intentado recabar credenciales en Gran Bretaña para unirse al Partido Comunista una vez en España, éstas le habían sido denegadas debido a sus conocidas críticas contra los intelectuales marxistas más ortodoxos y acomodados. Se dirige entonces a la embajada española en París para obtener su salvoconducto, un viaje que aprovecha para conocer a su admirado Henry Miller, que le advierte que "ir a España en este momento es el acto de un idiota". Tampoco conseguirá disuadirle.
Cuando llega a la Barcelona de la resistencia, ya con su credencial, Orwell elige las del POUM entre la "epidemia de iniciales" (CNT, UGT, FAI, PSUC...) que siembra de carteles la ciudad, porque, según sus propias palabras, "en aquel momento y en aquella atmósfera parecía lo único razonable" y bajo ellas sale hacia el Frente de Aragón. Entre enero y abril de 1937, convive con el resto de milicianos en las trincheras, en unas semanas de relativa tranquilidad en las que aprende a acostumbrarse a la sórdida realidad de la Guerra, que más tarde relatará en sus escritos: la fetidez de las letrinas, la comida en mal estado, la suciedad e incluso las ratas, que reaparecerán en sus libros como una especie de terapia ante el miedo y la repugnancia que le inspiran estos animales. Orwell aprende que no hay nada épico en un frente; aprende que las glorias y los honores que canta continuamente la propaganda de guerra poco tienen que ver con la dura realidad de los combatientes: "Los soldados son los que luchan, los periodistas son los que gritan, y ningún verdadero patriota se acerca jamás a una trinchera, exceptuando las brevísimas giras de propaganda". Después de cuatro meses de tedio, a finales de abril consigue un permiso para reunirse con su esposa en Barcelona.
Cuando llega, los acontecimientos se precipitan. Los guardias de asalto atacan el día 3 de mayo el edificio de Telefónica, controlado por la CNT. Comienzan los enfrentamientos callejeros entre las distintas fuerzas encargadas de defender la República. Orwell, deseoso de ayudar, va con sus compañeros a ponerse a las órdenes de la ejecutiva del POUM, que les envía a vigilar durante tres días los locales del partido. Cuando sale de allí, ya se respira un clima de relativa calma y Orwell regresa a Aragón muy desengañado por las luchas intestinas de los republicanos. Empieza a darse cuenta de que el hecho de combatir en un bando no garantiza la unidad de fuerzas, y que, como escribirá más tarde, muchos de los defensores del Gobierno de la República están más preocupados de los enfrentamientos con los demás partidos de las izquierdas que de defenderse de los embates de los militares franquistas. "¿Tiene realmente el Gobierno intención de vencer?", se interroga Orwell en sus crónicas inmediatamente posteriores a su salida de España.
Es entonces cuando una bala perdida le atraviesa el cuello al escritor inglés. Sus compañeros del frente contienen la hemorragia como pueden y, parando de hospital en hospital, finalmente le trasladan a Barcelona por las deterioradas carreteras de Aragón. Todavía convaleciente, se entera de que el POUM ha sido ilegalizado; su máximo líder, Andreu Nin, ha sido secuestrado el pasado 16 de junio -será asesinado días más tarde en Madrid- y muchos de sus compañeros de partido han dado con sus huesos en la cárcel. Orwell no puede creerlo: un partido minoritario como el POUM, acusado por la prensa estalinista de provocar los sucesos de mayo, ha sido eliminado por los marxistas de otros partidos que luchan contra un enemigo común en la Guerra. El carné que Orwell lleva en el bolsillo se ha convertido, de repente, en un peligro: antes de que se compliquen aún más las cosas, se prepara para volver a Inglaterra, ya completamente decepcionado con los ideales marxistas. "Una atmósfera de sospecha, temor, incertidumbre y odio velado" se había extendido como un fantasma por Barcelona; un ambiente menos plagado de monos azules y más poblado de señoritos burgueses y de oficiales del Ejército Popular, cada vez más numerosos. "La indiferencia generalizada hacia la Guerra causaba sorpresa, asco y horrorizaba a quienes llegaban a Barcelona procedentes de Madrid o de Valencia. (...) Nadie quería perder la Guerra, pero la mayoría deseaba, sobre todo, que terminara".
Del tiempo que tardó en emprender el viaje, apenas unos días, Orwell recuerda que "mi estado de ánimo era distinto, estaba más predispuesto a la observación que meses atrás. Había obtenido la licencia (...) y el certificado médico en el cual se me declaraba 'inútil'. Era libre de regresar a Inglaterra. Por lo tanto, me sentía capaz, casi por vez primera, de contemplar España". Orwell mira este país con nuevos ojos cuando está a punto de abandonarlo: comienza a fijarse en sus costumbres, en sus paisajes, en sus gentes... pero apenas tiene tiempo de disfrutar de esta etapa.
Todavía maltrecho por la herida del cuello que le ha destrozado una cuerda vocal -ya nunca volverá a tener la voz de antes-, toma el tren a París acompañado de su esposa y algunos amigos. Y piensa en el libro que publicará una vez en Inglaterra. Una obra muy diferente a la que él mismo había concebido sólo seis meses antes, cuando llegó, lleno de entusiasmo y de energías, al Frente de Aragón; un testimonio que recogería la forja de su odio hacia el estalinismo y a los regímenes totalitarios, que después cristalizaría plenamente en Rebelión en la Granja y en 1984.
Tendrán que pasar muchos años hasta que Homenaje a Cataluña (publicado en 1938) sea reconocido como uno de los mejores testimonios de la Guerra Civil y para apreciar la crítica al marxismo totalitarista que invade sus páginas, entreverado con las vivencias del escritor en nuestro país. La cólera, los miedos y las manías del miliciano Eric Blair desfilan con nitidez por los capítulos. Hay quien dice, no sin razón, que la mejor biografía de George Orwell es su propia obra. Y no cabe duda de que la experiencia española fue el hecho que más le marcó ideológicamente. También determinó el resto de su vida.
Orwell no volverá a viajar; después del desengaño español, decide que ya ha coleccionado suficientes herramientas para conformar su propio pensamiento y su concepción del mundo. Cuando alcance el éxito como escritor gracias a las dos obras antes mencionadas, Orwell estará establecido de nuevo en Inglaterra, trabajando como periodista para la BBC. Después, como reportero y director literario del Herald Tribune, escribirá ensayos sobre artistas como Salvador Dalí o Charles Dickens. No por trabajar en los medios ingleses sentirá una mayor simpatía hacia el sistema de información británico, cuya censura tuvo que sufrir mientras estuvo en la contienda -se cansó de proclamar que la mayoría de la información que llegaba de España a Gran Bretaña estaba deformada o "era, simplemente, mentira"- y que denunció, colérico, en sus cartas y demás escritos. El poder de la propaganda de guerra, confesó, le aterraba "mucho más que las bombas".
En cuanto a Homenaje a Cataluña, obra que fue rechazada por su editor habitual, sólo vendió 600 ejemplares en 12 años; a su muerte, sobrevenida en 1950 como consecuencia de una tuberculosis, aún quedaban ejemplares de la primera edición de la obra, cifrada en 1.500 copias. Pero, pese a su experiencia traumática, una firme simpatía por el pueblo español le acompaña hasta el fin de sus días: poco antes de morir, según recoge Peter Davison en Orwell en España, el escritor "muestra su afecto personal y ofrece su apoyo económico a viejos camaradas poumistas en el exilio que han organizado en París la Federación Española de Internados y Deportados".
En 2003, 67 años después de la llegada de Orwell a España, Gordon Browker publica una biografía del escritor en la que recoge el testimonio de un joven estalinista, David Crook, que asegura que espió a Orwell para la URSS durante su estancia en España. La desclasificación de documentos del NKVD, organismo antecesor del KGB, confirman que Orwell y su esposa se encontraban en el punto de mira de los estalinistas, que les señalaban como trotskistas por la heterodoxia de su pensamiento y por sus furibundas críticas a las persecuciones políticas. Dos pruebas de que las impresiones que Orwell volcó en su Homenaje a Cataluña no eran infundadas: "Todo el tiempo tenías una odiosa sensación de que alguien que hasta entonces era tu amigo podía estar denunciándote a la policía secreta".
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