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lunes, 17 de marzo de 2014

Francisco Franco (1892-1975)

Designado el 29 de septiembre jefe del Gobierno y Generalísimo de las fuerzas nacionales, el militar africanista' creará una dictadura vitalicia que acaba desembocando en el proceso de transición democrática

"El día más importante de mi vida". Así se refiere en alguna ocasión Francisco Franco (Ferrol 1892) al 29 de septiembre de 1936, la fecha en la que una junta de generales y coroneles rebeldes deposita en él la dirección del Gobierno de la España nacional y, en la práctica, lo consagra como el Jefe de Estado de los siguientes 40 años.

El camino hasta ese desenlace ha sido objeto de largas polémicas. ¿Llegó Franco a disfrutar de ese privilegio por una determinación casi divina, como han sostenido durante muchos años los hagiógrafos del general? ¿O por el contrario, su ascenso al poder es la consecuencia de una serie de casualidades?

La realidad no está en ninguno de los dos extremos sino que responde a la cuidadosa mezcla de prudencia, ambición, oportunismo, suerte, y cierto extraño carisma que forja Franco desde muy temprano. Suficiente para convertir en franquista una causa a la que su caudillo decide adherirse prácticamente en el último momento y para ejercer el poder casi absoluto allí donde se le había concedido una Jefatura Militar según la  fórmula del primus inter pares, a la espera, del restablecimiento de la Monarquía.

A menudo se ha insistido en que es imprescindible entender el personaje de Francisco Franco desde su infancia en una familia de clase media de una ciudad de provincias, fracturada por el enfrentamiento entre su madre (conservadora, cristiana y abnegada) y su padre (liberal y, a menudo, violento con sus hijos y esposa). La memoria de ese dilema familiar arraiga en el primer instinto ideológico de Franco: su aversión por cualquier forma de liberalismo y su fidelidad al catolicismo.

Más allá de interpretaciones psicoanalíticas, Franco es un niño taciturno que no consigue entrar en la Escuela de Marina de su ciudad y ,que con sólo 15 años marcha a Toledo, donde ingresa en la Academia del Ejército de Infantería. La educación militaren España es, en aquella época, una institución retrógrada en lo político y pobre en lo específicamente militar. Sus miembros viven en una especié de burbuja ajena al resto de la sociedad, hada la que se fomentan sentimientos de desconfianza.

Así, es en la Academia de Toledo donde Franco tiene noticia de los disturbios relacionados con la Semana Trágica de Barcelona, en la que los trabajadores catalanes se plantan contra las levas que recluían tropas para las guerras de África. Franco enfatiza en aquellas fechas sus recelos hacia la sociedad civil y hace suya la creencia de que es al Ejército a quien corresponde la labor de salvar a España, antes o después, de su larga decadencia.

Nadie, en cualquier caso, hubiera pensado en él como el capitán de esa misión histórica. Franco fue en Toledo un estudiante del montón, licenciado en 1910 en el puesto número 251 de su promoción (sobre los 312 estudiantes que concluyeron sus estudios), más disciplinado que brillante y más melancólico que popular. ¿Qué ocurre para que aquel alférez mediocre se convierta -apenas, 14 años después- en el general más joven de Europa y en uno de los militares más prestigiosos de España?

Como en tantos relatos del siglo XIX, el general encuentra su redención vital; en las colonias y en las aventuras que ofrecen. La lucha por el control del protectorado de Marruecos, una guerra enquistada y fuente de frustraciones para los españoles, es el renacer de Franco, que llega a Melilla en 1912 y liga su destino a África hasta 1926.

Marruecos le ofrece, antes que nada, una oportunidad para prosperar, avanzar dentro de la jerarquía militar con pasos de gigante y adquirir prestigio dentro del Ejército. El joven oficial destaca pronto por su entusiasmo hacia la causa colonial, por su determinación y sangre fría ante las situaciones de riesgo y por la contundencia con la que despacha al enemigo, las tribus independentistas rifeñas.

Las crónicas retratan a Franco como un oficial meticuloso, generoso con aquellos a los que considera suyos y ambicioso en lo que se refiere a sus posibilidades de promoción dentro la jerarquía militar. Mientras, los soldados marroquíes que combaten con él lo recuerdan como a un español con baraka (algo más que suerte, en su idioma).

La mitología franquista está llena de episodios de aquella época, como su encuentro con el general Milán Astray en 1917, al que ayuda a crear la feroz Legión Española o de combates épicos como la defensa de Melilla o el Desembarco de Alhucemas, un episodio militar mal planteado en el que Franco logra salva los muebles gracias a su perseverancia y determinación.

Su prestigio, en cualquier caso, sirve para que aquel estudiante invisible en la Academia de Toledo adquiriera la categoría de militar de carisma. Tanto es así que durante un corto destino en Oviedo se permite alternar con Carmen Polo, hija de una de las familias más elegantes de la capital asturiana y a sobreponerse, incluso; a los reparos iniciales de su familia. La boda se celebra en 1923 con el rey Alfonso XIII como padrino de bodas.

Franco, por aquellos años, empieza a cultivar un efímero perfil mundano, dedicado a saborear su prestigiól de héroe de guerra entré los homenajes en el Hotel Palace de Madrid y los perfiles ensalzadores de los periódicos conservadores.

Aquellos eran los años de la dictadura de Miguel Primo de Rivera. El ascenso de Franco a la categoría de general (el más joven del continente de su momento) y su creciente relevancia social minimizan sus críticas -que existen- hacia el mandato de Primo de Rivera.

El ascenso a general en 1926 pone fin a los años africanos de Franco. Instalado en Madrid, en un piso alquilado del Paseo de La Castellana, el joven general pasa algunos meses relativamente ociosos en los que frecuenta tertulias y lobbys y en los que empieza a insinuar remotamente su interés por la política. Se cuenta que en aquella época Franco llega a permitirse dar consejos a los ministros de economía de Primo de Rivera en materias tan complicadas como la política monetaria, avalado, simplemente, por su prestigio militar.

El Gobierno, en cualquier caso, tiene reservadas, para Franco misiones más importantes que la de polemista. En 1927, el propio Primo de Rivera le confía la labor de fundar y dirigir la Academia Militar de Zaragoza, una escuelas unificada para los tres ejércitos. Franco acoge el encargo con gozo y pone en marcha un sistema de enseñanza que, desde fuera, es visto con horror. "Troglodítica educación", califica Ramón Franco, el díscolo hermano aviador, la enseñanza que se imparte en Zaragoza. Sin embargo, los alumnos de la Academia que estudian a sus órdenes demuestran una fidelidad personal inquebrantable por Franco, que tendrá mucho que ver en su ascenso político durante los primeros meses de la Guerra Civil.

La Academia, en cualquier caso, no hace ningún esfuerzo por deshacer el enclaustramiento social del Ejército español. Tanto es así, que los sucesos de abril de 1931, cuando los partidos monárquicos son derrotados en las elecciones municipales por los republicanos y trabajadores en las grandes ciudades, cogen completamente desprevenido a Franco. Como él, los elementos más conservadores del Ejército se quedan sin capacidad de reacción cuando la presión de las masas obliga al rey Alfonso XIII a huir de Madrid, en la noche del 14 de abril, e iza la bandera tricolor de la República en el Palacio Real.

Franco, se cuida mucho de mostrar su adhesión al nuevo régimen, pero también marca distancias respecto a los colegas más hostiles del Ejército. Durante los primeros meses de República administra sus gestos de manera equidistante. Pese a ello, el descontento del general (y de todo el ejército) con el nuevo sistema va en aumento en los momentos iniciales, más por motivos personales que por razones ideológicas. La reforma de las Fuerzas Armadas que emprende (y nunca concluye) Manuel Azaña desde el ministerio de Defensa es interpretada por todos los militares africanistas como un agravio personal que les afecta directamente. El propio Franco pierde varios puestos en el escalafón de los generales españoles. Poco después se cierra la Academia de Zaragoza, otro golpe en el orgullo de su director.

Es sabido que Azaña escribe en esa época que Franco es para la República el más temible de los militares españoles. Sin embargo, su renuncia a participar en el golpe de Estado del general Sanjurjo en 1932 (que Franco no secunda porque vaticina su fracaso) hace que el Gobierno renueve su confianza en el general gallego y busque acercarlo a su causa: Azaña lo destina a las islas Baleares, creyendo que aquel era un gesto de conciliación, pero Franco interpreta su plaza como una postergación y una nueva humillación;

Así las cosas, en 1934, la victoria electoral de los partidos conservadores vuelve a colocar al general en el candelero. Los falangistas (aún marginales) de su cuñado Ramón Serrano Suñer, tos católicos de la CEDA y los radicales de Lerroux le tientan con la entrada en la política activa, pero ninguno arranca de él su compromiso. Sin embargo, y siempre sin abandonar su estricto cumplimiento de la función militar, Franco diseña la durísima represión: contra la Revolución en Asturias, lo que le vale un nuevo destino (el regreso a Marruecos) y, ya en 1935, el ascenso a la Jefatura del Estado Mayor.

Poco dura Franco en su nuevo puesto. El Gobierno del Frente Popular que sale de las elecciones de 1936 le retira su confianza y lo relega a un nuevo destino en Canarias. Sólo en ese momento, Franco se empieza a identificar con las llamadas "derechas catastrofistas", los grupos que creen que la única solución política para España es la aniquilación de la Segunda República. 

Franco se mueve con decisión y oportunismo en aquellos días de enorme tensión. Elude la vigilancia del Gobierno, viaja desde Tenerife a Las Palmas de Gran Canaria y toma el famoso Dragón Rapide, el avión que le traslada hasta Marruecos. Ya el 19 de julio, en Tetuán, toma el mando del Ejército de África.

Aunque de esta manera pasa a ser una de las figuras destacadas de la sublevación, Franco no es, ni mucho menos, su líder. El general Sanjurjo -exiliado en Portugal- es la personalidad de más prestigio entre los militares. El general Mola, que dirige la rebelión desde Navarra, también le adelanta en jerarquía y en relevancia, como jefe de los militares en el norte de España. Franco, en realidad, sólo es uno más en el siguiente escalafón de la jerarquía junto a los Queipo de Llano, Goded, Fanjul, Kindelán, etcétera. Muchos de ellos, de hecho, desconfían de Franco, al que no perdonan que no se hubiera involucrado en el golpe de Sanjurjo y hubiera demorado su apoyo al golpe de Estado de julio.

Una vez más, Franco remonta estas condiciones adversas. El fracaso parcial del alzamiento se cobra la vida de algunos de sus rivales (Goded en Barcelona, Fanjul en Madrid) y Sanjurjo se pierde para la causa en un accidente aéreo. Es entonces cuando entra en juego la ambición personal y el sentido de la oportunidad de Franco.

Atascado en el Estrecho de Gibraltar con sus tropas sin poder entrar en la Península, Franco gestiona personalmente el apoyo de la Entente Cordiale a su desembarco. Esa acción consigue que Alemania e Italia (y con ellos la opnión pública internacional) le reconozca como jefe de los sublevados. 

Cuando Franco llega a Andalucía, sus tropas protagonizan un feroz y rápido avance, en contraste con los problemas en el Frente del Norte. Su prestigio entre los oficiales sublevados (muchos de ellos, antiguos alumnos suyos) y su ambición personal le valen para que su autoridad se acreciente en las reuniones entre los generales sublevados durante las primeras semanas de otoño de 1936. A finales de septiembre, se decide unificar el mando de sus tropas bajo una Jefatura militar única que habría de ocupar el propio Franco. Una semana después, tras la liberación; del Alcázar de Toledo, vuelven a reunirse para formalizar esa decisión, Franco asume el cargo de jefe del Estado.

A partir de ahí, Franco ralentiza la guerra con un doble objetivo: buscar la derrota incondicional de su enemigo y legitimar su poder personal, consolidado gracias a su larga cruzada.

Cuando concluye, es un jefe de Estado perseverante que gobierna España con muchas de las cualidades que rigieron su vida como oficial. Con las mismas, se mantiene a flote gracias a las rivalidades entre las familias de la derecha española, hace suyo el mérito de una recuperación, económica basada en políticas contrarias al proteccionismo que siempre había defendido y sobrevive 40 años en el Palacio de El Pardo.

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