Polifacético escritor madrileño y teórico del fascismo español, su bagaje intelectual le pone al servicio del emergente régimen franquista donde despliega su talento literario en favor de una ideología en declive
Fancisco Umbral le definió de esta guisa: "Algo así como el Groucho Marx del fascismo español". Excéntrico, impulsivo y grandilocuente son adjetivos que también se repiten con cierta frecuencia en sus biografías. Ernesto Giménez Caballero había sido casi de todo cuando se jubiló: editor, diplomático, alférez provisional, propagandista y profesor; pero, por encima de todo, fue un literato. Un escritor que puso su pluma y su vida al servicio de la causa fascista en España.
Su trayectoria, con todo, dista mucho de guardar siquiera un esbozo de linealidad. Giménez Caballero nace en Madrid el 2 de agosto de 1899; en el negocio de su padre, una pequeña imprenta venida a más en el centro de la capital, se asoma al mundo de la edición y de la literatura cuando todavía cursa estudios de bachillerato. Tras licenciarse en Filosofía y Letras, marcha a Francia para ejercer como lector de Lengua y Literatura españolas en la Universidad de Estrasburgo.
Sin embargo, a Giménez Caballero le reclaman en su país para cumplir con el obligado servicio militar. Corren tiempos de guerra con Marruecos y Ernesto aterriza al otro lado del Estrecho con las tropas españolas. Y no le gusta lo que ve. Hace lo que puede: observa, anota, escribe. Cuando regrese a España, él mismo compondrá con los tipos de la imprenta de su padre su primer libro: Cartas marruecas de un soldado español (1923). Y los lectores, muy críticos con la política africanista del Gobierno, se llevan todos los ejemplares de las librerías en pocas semanas. El propio Indalecio Prieto, en plena campaña contra la Guerra de África, promueve su publicación por entregas en la prensa. Ernesto Giménez Caballero se convierte en una celebridad a los 24 años. Pero su primera obra le va a acarrear más de un disgusto: el Gobierno, indignado por el desprestigio que le granjea la visión que el volumen ofrece de la campaña marroquí, le lleva ante la jurisdicción militar y el escritor da con sus huesos en la cárcel. Será el general Primo de Rivera, que dará el golpe de estado poco después, quien se ocupe de devolverle la libertad.
Un aliviado Giménez Caballero vuelve a Estrasburgo para continuar con sus tareas universitarias. Sólo tarda un año en regresar a España, y lo hace para casarse con una joven italiana fascista a quien ha conocido pocos meses atrás. Será ella quien le introduzca en los entresijos del nuevo régimen que empieza a construirse en aquel país. Al joven escritor, que ya empieza a escribir memorables artículos en la prensa de la época, le seduce el movimiento vanguardista. Aspira a ser un renovador y el futurismo, con su fascinación por los avances de la ciencia y de la técnica, le ofrece una excepcional fuente de inspiración. Sus escritos van apareciendo en las publicaciones culturales europeas y su fama no hace más que crecer. Durante estos años, el propio Giménez Caballero reconoce como maestros a Ortega y Gasset y a Unamuno, de quien renegará más tarde, cuando su conversión al fascismo sea ya clara e inequívoca. Pero antes, el madrileño había de protagonizar uno de los hitos más importantes en el periodismo cultural español con ta fundación de la Gaceta Literaria en 1927. Para sacar su ambicioso proyecto adelante, se rodeó de los más insignes colaboradores. El propio Gecé -seudónimo que adopta en 1926, aunque sólo lo utilizará ocasionalmente-llegaré a decir un día que la "criatura" de la Gaceta Literaria resultó ser nada meaos que la Generación del 27.
Por aquellos años, los intelectuales españoles se agrupaban en las llamadas generaciones sin distinción de credos ni de ideas. Sin embargo, la crispación política en España y la gravedad de los acontecimientos terminarán por exigir a sus hombres más ilustres una toma de posición. De esta forma, la revista dirigida por Giménez Caballero, aquella que había nacido con una explícita y confesa voluntad de "excluir toda exclusión, contar con la integridad del orbe literario y sus espacios afines", terminará por convertirse en el órgano personal de un escritor abandonado por todos los demás por sus continuas manifestaciones a favor del fascismo. Tanto será así, que los seis últimos números de la revista aparecerán escritos íntegramente por el propio Ernesto Giménez Caballero, bajo el numantino título de El Robinsón literario. La actitud del director de la publicación refleja, en palabras del escritor Franco Meregalli, "la historia patética de un joven inteligente y egotista que se debate en la soledad y se siente orgulloso de serlo". El último número de Gaceta Literaria aparecerá en febrero de 1932.
Con la revista quedan atrás algunos proyectos que habían surgido al amparo de la publicación, como el primer cineclub español o memorables exposiciones culturales; pero su desaparición no dejará a Giménez Caballero en la cuneta. En 1932, Lucy Tandy, una profesora de la Universidad de Oklahoma, publica un estudio sobre la etapa vanguardista del escritor, que se suma a los que ya se están llevando a cabo en Europa. Giménez Caballero sabrá aprovechar el prestigio y los contactos de los que dispone por aquellos días para viajar, mientras multiplica sus colaboraciones en la prensa e intensifica su producción literaria; ambas actividades quedan consagradas, especialmente entre 1931 y 1934, a propagar las ideas fascistas en España.
Es entonces cuando empieza a renegar de Ortega y Unamuno, sus antiguos maestros, para sustituirlos por Mussolíni y Hitler. En 1929, incluso, llegó a titular la traducción de la obra Italia frente a Europa, del escritor fascista Curzio Malaparte. En torno al casticismo de Italia, parafraseando al filósofo español. Ese mismo año, Giménez Caballero, en sus reflexiones sobre el fenómeno fascista, llega a descubrir que el invento no es un mérito de los italianos, sino español, y que éste se había producido nada menos que durante el reinado de los Reyes Católicos. A partir de la traducción del latín fascis por haz, da con el meollo de la cuestión: el hacismo español, simbolizado en el haz de flechas del escudo de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón.
En esta tesitura colabora con Ramiro Ledesma en la creación del periódico La Conquista del Estado, participa en la fundación de las JONS y posteriormente en la de Falange Española, siendo testigo como miembro del Primer Consejo Nacional de Falange, en febrero de 1934, de la fusión de estas dos organizaciones.
No corren, sin embargo, buenos tiempos para el fascismo en España. Aunque las ideas proclamadas por Gecé y otros falangistas habían tenido cierto calado hasta entonces, a partir de la proclamación de la Segunda República su influencia queda mermada. El propio Giménez Caballero, ya convertido en catedrático del Instituto Cardenal Cisneros de Madrid, se presenta a los comicios de febrero de 1936 en las listas de una formación fundada por él mismo, el Partido Económico de los Patrones Españoles, cosechando un sonoro fracaso electoral.
El estallido de la Guerra Civil sorprende a Giménez Caballero en Madrid, de donde tiene que huir apresuradamente en una avioneta en octubre de 1936 rumbo a Francia; después, una breve estancia en Italia precede su regreso a España, a la zona nacional, para poner sus servicios a disposición del cuartel general del Generalísimo en Salamanca. Allí, en el Palacio de Anaya, se pone a las órdenes del general Millán Astray en el Servicio de Propaganda; ante la falta de aptitudes del militar para desempeñar esta tarea, será Giménez Caballero quien tome las riendas del servicio, aunque su titularidad continúe recayendo en Millán Astray.
Durante la Guerra, Giménez Caballero no descansa: artículos, intervenciones radiofónicas, discursos... En cualquier ocasión, como sucedió, por ejemplo, con la caída de Barcelona a manos de los nacionales, Giménez Caballero se ocupa de servir los intereses de los sublevados durante la contienda. Terminada la Guerra, el escritor regresa a Madrid para simultanear las labores propias de su condición de catedrático con los cargos de consejero general del Movimiento, procurador en Cortes y consejero de Educación.
En 1941, la visión política y la audacia de Giménez Caballero le llevan a protagonizar -y a evocar, emocionado, muchos años después en sus memorias- un curioso episodio de la política europea. El escritor tenía un plan para el destino de España. Se trataba, nada menos, que de "catolizar a Hitler", ocupado por entonces en dirigir el Ejército alemán en plena Guerra Mundial, y de paso lograr "la urgente reanudación de la estirpe hispano-austriaca, que traería el armisticio a Europa, con un enlace tradicional y revolucionario". Giménez Caballero tenía a quién acudir: la esposa de Goebbels le había sido presentada en cierta ocasión, con lo que se las arregló para que el jefe de la propaganda nazi le recibiera para cenar dos días antes de la Nochebuena de 1941. En el momento oportuno, se acerca a Magda, la esposa de su anfitrión, y le propone una candidata a emperatriz: "Sólo una, por su limpieza de sangre, por su profunda fe católica y, sobre todo, porque arrastraría a todas las juventudes españolas" podría llevar a feliz término la alianza matrimonial con el Führer. Pilar Primo de Rivera, la hermana del Ausente. Pese a reconocer su "extraordinaria visión", Magda Goebbels se ve obligada a decirle que "no habría continuidad de estirpe", según cuenta el propio Giménez Caballero, porque Hitler tiene "un balazo en un genital, de la primera guerra... que le ha invalidado para siempre...". Los años sucesivos los empleará en servir al régimen de Franco y a las letras. Le quedan por conseguir infinidad de galardones, entre ellos el Premio Espejo de España (ex aequo con Emilio Romero), el Juan Valera y el Nacional de Literatura, este último en dos ocasiones.
En 1957 será nombrado agregado cultural en Brasil y Paraguay, país donde ejercerá como embajador de España a partir de 1958. No abandonará su cargo, que simultanea con diversos proyectos culturales en aquel país, hasta cumplir la edad de la jubilación, en el año 1969. Desde entonces, vivirá en la colonia madrileña de El viso, consagrado exclusivamente a la Literatura. La muerte le llegará en 1988, a la edad de 88 años. Antes, se había ocupado de dejar escrito, en su Ensayo sobre mí mismo. "Un día, cuando haya desaparecido, las Academias -hasta la española- me rendirán la justicia que creo haberme ganado" .
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