General de la Guardia Civil, sus profundas convicciones católicas no le impiden ponerse al servicio de la República participando en su defensa desde la sublevación hasta las últimas acciones desesperadas tras las que es ejecutado
Entre las múltiples contradicciones de la Guerra, ejemplo de ruptura de las relaciones entre lo racional y lo real, encontramos en la ofensiva republicana sobre Peñarroya (Córdoba), en enero de 1939, una muy representativa de la división religiosa de la España de la Guerra Civil. El general Antonio Escobar, católico convencido, combate al mando del Ejército de Extremadura, defendiendo la República frente a los nacionales que pregonaban la cruzada contra los liberales y comunistas enemigos de la fe.
Antonio Escobar, general de la Guardia Civil, dirige el Ejército de Extremadura desde el verano de 1937. En diciembre de 1938, es llamado por el general Rojo para dirigir el ataque republicano en el sector de Peñarroya -al norte de Córdoba- que iba a producirse a principios del mes siguiente. La idea era romper el frente cordobés para ocupar esta comarca minera, lo que abriría el camino hacia Sevilla. Todo ello enmarcado en el famoso Plan P de Rojo, aunque, al final, la ofensiva será el único ataque que se lleva a cabo, lo que determina su resultado.
De todas formas, la cosa parecía haber empezado bien. El 5 de enero de 1939, las tropas republicanas, dirigidas por los Cuerpos de Ejército 6º, 7º y 8º, mandados por Escobar y con base en Almadén (Ciudad Real), rompen el frente y toman Valsequillo. Su avance llega en los días siguientes hasta los 40 kilómetros, entrando incluso en la provincia de Badajoz, pero la resistencia nacionalista, la lluvia y el barro, y los refuerzos que envía Franco, impiden la conquista de Peñarroya.
Agotados y desanimados, los republicanos pierden el control de la situación ante los sucesivos contraataques franquistas. Escobar tiene así que organizar la retirada del grueso de sus fuerzas. Finalmente, el 4 de febrero el frente vuelve a su línea inicial. Pero en el camino quedan cerca de 20.000 víctimas y un gran número de prisioneros. Un duro golpe para el ánimo del general Escobar, marcado por un conflicto trágico desde el principio de la Guerra.
Nacido en 1879, ingresa muy joven en la Guardia Civil. El Instituto Armado se convierte en su universo, y a él dedicará casi medio siglo de su vida. Su inquietud por la justicia, fruto de sus convicciones religiosas y personales, se plasma en una enorme preparación jurídica, de la que es buen ejemplo su obra Comentarios al Código de Justicia Militar.
Al igual que la mayoría de jefes militares y policiales de la época, el general; Escobar es de ideas conservadoras. Pertenece a la Unión Militar Española y, como ya se ha dicho, es profundamente católico. Pero, a diferencia de la mayoría de sus compañeros, profesa un gran respeto por los valores democráticos, por lo que representa una tendencia de conciliación entre el catolicismo y la democracia, tendencia truncada por el triunfo del nacional-catolicismo de Franco.
Cuando se produce la sublevación de julio, Antonio Escobar se halla en Barcelona como coronel de la Guardia Civil. A pesar de que, en teoría, se encuentra ideológicamente más próximo a los militares rebeldes, se pone del lado del Gobierno de la República, cumpliendo su juramento de lealtad a la autoridad constitucional.
El 19 de julio, cuando los hombres del general Goded se sublevan en sus cuarteas de Barcelona, Escobar se enfrenta, en defensa de la ley, con sus compañeros de amas al mando de un tercio de la Guardia Civil. Su columna toma el control se las plazas de Cataluña y de la Universidad, y hace prisioneros a los militares allí sublevados. Por una de las múltiples ironías de la historia, las fuerzas anarquista a las que el coronel Escobar combatido en otras ocasiones lidian codo con codo con él para derrocar a los alzados contra la República.
De Barcelona pasa a Madrid, en el otoño de 1936. Allí participa en la defensa de la capital, al frente de una columna formada por guardias de asalto y milicianos catalanes. Escobar, que seguirá asistiendo a misa todos los domingos, no elude en ningún momento las posiciones de riesgo en los frentes callejeros. Esto le vale el aprecio popular, pero también el resultar gravemente herido.
Una vez restablecido de sus heridas, se le nombra delegado de Orden Público de Cataluña, cargo desde el que ostenta la representación del Gobierno central en la autonomía, y jefe superior de Policía de Barcelona. Permanecerá en estos cargos hasta mayo de 1937, cuando los abandona voluntariamente después de los graves enfrentamierttos en la capital catalana.
Un mes después, es ascendido a general de la Guardia Nacional Republicana -la nueva denominación de la Guardia Civil en zona de la República-. Poco después, se pone al mando del Cuerpo de Ejército de Extremadura, con el que intervendrá en las acciones bélicas del Frente Sur hasta casi el final de la Guerra. Entre ellas, la ya citada ofensiva de Peñarroya de enero del 39, de final funesto.
A mediados de febrero de 1939, el general Escobar, en calidad de jefe del Ejército de Extremadura, participa en la famosa reunión del aeródromo de Los Llanos (Albacete) con Juan Negrín y el resto de los altos mandos militares.
Escobar, aunque cree en la capacidad de su Ejército de resistir otros cuatro o cinco meses, se muestra contrario a continuar con una resistencia inútil, uniéndose así a la tesis del coronel Casado, aunque el historiador Manuel Tuñón de Lara afirma que desconocía la conspiración que se estaba tramando contra el Gobierno.
Dos semanas después, Escobar y sus tropas reprimen la sublevación comunista en Ciudad Real contra el golpe de Casado. Ésta será su última acción militar significativa; la Guerra Civil comenzaba para él frenando una sublevación y terminaba atajando otra.
El 26 de marzo, en medio del avance de las tropas nacionalistas por Extremadura y Toledo y el hundimiento de los frentes, el general Escobar se constituye prisionero en su puesto de mando, junto a su Estado Mayor. Escobar podría haber huido, pero su conciencia y el sentido del deber y la disciplina le conminan a negarse a abandonar España. Esta decisión, que puede calificarse de heroica, tendrá consecuencias funestas para el general, que es encerrado en una prisión militar de Madrid los últimos días del conflicto.
Ocho meses después, la Dirección General de Seguridad del nuevo régimen le traslada a Barcelona para ser juzgado por un tribunal militar. Allí se le aplica rigurosamente el Código de Justicia Militar y se le condena a muerte.
El 8 de febrero de 1940, en el castillo de Montjuïc, el general Antonio Escobar se encaminaba acompañado de su capellán a los fosos donde iba a ser fusilado. Hasta el último momento, Escobar conservó la serenidad y la firmeza de sus convicciones religiosas que le habían acompañado durante toda su vida. Su tragedia personal fue reflejada por el escritor André Malraux en uno de los personajes de su obra L'Espoir.
Ya era hora. Una persona noble que cumple su juramento de lealtad a la autoridad constitucional.
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