Veterano militar curtido en las campañas de Cuba y Marruecos, la confianza que Franco deposita en él le franquea el acceso a cargos de máxima responsabilidad tanto en el ámbito político como en el militar
Uno de los más estrechos colaboradores del general Franco, tanto en los prolegómenos de la sublevación militar de 1936 como, sobre todo, durante el desarrollo de la Guerra Civil y, posteriormente, en la organización de la dictadura del Caudillo, Fidel Dávila Arrondo nace en la Barcelona del año 1878.
El Ejército, una de las instituciones con más peso social y político de la época, se convierte desde temprana edad en la obsesión de un joven que con tan sólo 16 años de edad ingresa en la Academia de Infantería, obteniendo dos años más tarde el grado de segundo teniente. A punto de cumplir los 20 años, Dávila ya había ascendido a primer teniente, lo que facilita su incorporación al Cuerpo de Estado Mayor,
Como buena parte de sus colegas, a finales del siglo XIX Dávila se enfrenta a la crisis del sueño imperial español ya las dificultades desencadenadas en España a consecuencia de ese drama nacional, Cuba y Marruecos fueron los destinos en los que el joven Dávila forja su carácter, rudo y disciplinado, y donde empieza a ganarse el respeto de sus compañeros y superiores. La recompensa a ese esfuerzo llega en el año 1902 cuando, tras ascender rápidamente en el escalafón por sus méritos de guerra, es nombrado capitán de Estado Mayor.
Con el paso dé los años, Dávila mejora su posición, siendo nombrado coronel en 1924 y general de Brigada en 1925.
Su trayectoria es imparable y en el año 1936, alcanza el grado de general de División, puesto que por entonces también ostentaba el todavía más joven Francisco Franco, junto al que Dávila viviría sus mejores momentos en el cuerpo.
Para entonces, los intentos de Azaña por aligerar el número de altos mandos del Ejército español acaban llevando a Dávila al retiro forzoso.
Esta medida, unida al resto de acciones progresistas emprendidas durante la Segunda República solivianta el ánimo de la conservadora cúpula castrense española.
Así, antes del estallido del levantamiento nacional del 18 de julio de 1936, Fidel Dávila, de profundas convicciones católicas y monárquicas, ya había entrado en contacto con los generales Franco y Emilio Mola, los militares que estaban llamados a dirigir la sublevación.
Una vez puesto en marcha el golpe contra la República y ya iniciada la Guerra, Dávila ocupa el Gobierno Civil de Burgos en la noche del 18 al 19 de julio de 1936. Ese primer paso determina para siempre su biografía y le permite jugar un papel protagonista tanto en los primeros momentos del conflicto como en las siguientes dos décadas de la Historia de España.
Así, desde Burgos y ocupando la jefatura detestado Mayor del Ejército, el 24 de julio Fidel Dávila se incorpora en la recién creada Junta de Defensa Nacional. La institución, presidida por el también militar Miguel Cabanellas, cuenta con la seis vocales abandonando el esquema tradicional de los ministerios. Dávila ocupa uno de esos puestos, pasando a formar parte de la dirección del Ejército sublevado junto a los más destacados generales que participaron en el alzamiento en la península, esto es, Mola, Saliquet, Ponte y los coroneles Montaner y Moreno Calderón.
Durante los tres primeros meses de la Guerra, Dávila desempeña esta función, demostrando pronto su cercanía a Franco. De hecho, Dávila se mantiene en el cargo hasta el 30 de septiembre de 1936, coincidiendo con la elección por la plana mayor de los militares nacionales -entre la que se encontraba el propio Dávila- del general gallego como nuevo jefe del Gobierno del Estado español y Generalísimo de los Ejércitos.
A partir del 3 de octubre siguiente, Dávila recibe en Burgos el encargo de presidir la nueva Junta Técnica del Estado, una suerte de gobierno provisional que tuvo el cometido de organizar la administración de la España sublevada. Aquella fue, según los expertos, la recompensa de Franco al apoyo y lealtad mostrado hacia él por el general catalán, así como el reconocimiento a sus esfuerzos para lograr el triunfo de la sublevación militar en Burgos.
De este modo, a la vez que empieza a ser considerado uno de los peones de confianza de Franco, Dávila va adquiriendo mayor peso en el aparato burocrático-administrativo del incipiente régimen franquista. En palabras del historiador británico Stanley G. Payne, Fidel Dávila "comenzó a estar más acostumbrado al despacho que al campo de batalla".
Prueba del carácter eminentemente político de este personaje es que en el primer invierno de la Guerra, Dávila juega un papel destacado como enlace entre Franco y los carlistas, una de las familias del franquismo que de manera más contundente se opuso al poder absoluto del Caudillo. Así, cuando el 8 de diciembre del 36, sin haber consultado al Generalísimo, el alto mando carlista crea con el apoyo del general Mola una Real Academia Militar para la formación de jóvenes oficiales en materias militares e ideológicas, Franco pide a Dávila que informe al conde de Rodezno de que la creación de esa institución sólo puede ser considerada como un intento de golpe de Estado.
El suceso se salda con la huida al exilio de Lisboa de Manuel Fal Conde, jefe supremo carlista e inspirador del proyecto.
Ese y otros episodios en los que Dávila demostró su eficiencia como colaborador de Franco le sirvieron al general catalán para contar con la confianza de un Caudillo cada vez más confiado en su propio poder.
El 3 de junio de 1937 vuelve a hacerse patente el nivel de entendimiento entre ambos. Ese día el general Mola, el director del golpe militar y único alto mando del Ejército que puede hacer sombra a Franco, fallece en un accidente de aviación. Aquella tragedia supone para Dávila la oportunidad de demostrar que, además de ser capaz de moverse con agilidad en asuntos meramente políticos, también estaba dotado para liderar tropas en el campo de batalla.
Así, Dávila se hace cargo de la jefatura del Ejército nacional del Norte, hasta entonces en manos de Mola, y abandona la presidencia de la Junta Técnica del Estado, que pasa a ser gestionada por el también militar Francisco Gómez Jordana.
A partir de ese momento, Fidel Dávila, de menor estatura que el propio Franco, pero "puro, austero y español", según palabras del almirante Cervera recogidas por el historiador Hugh Thomas en una de sus obras, se convierte en uno de los militares con mayor peso y prestigio del Ejército nacional.
Al frente del Ejército del Norte, Dávila dirige las conquistas de Bilbao (19 de junio de 1937), Santander (26 de agosto de 1937) y Gijón (21 de octubre de 1937).
Semejantes éxitos, que supusieron un antes y un después en el desarrollo de la Guerra, no pasaron desapercibidos para Franco. Así, una vez que Serrano Suñer y Gómez Jordana convencieron al Generalísimo de la conveniencia de poner fin a la, desde hacía meses, obsoleta Junta Técnica del Estado y de la necesidad de crear el primer Gobierno ministerial franquista, el nombre de Fidel Dávila tomó fuerza como uno de los ministeriales. Finalmente se le asigna la cartera de Defensa Nacional, uno de los departamentos con más competencias del Gabinete.
Por primera vez, el Ministerio de Defensa Nacional, de nueva creación, engloba a los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire hasta su disgregación en el segundo Gobierno de Franco del 10 de agosto de 1939. Ostentando este puesto y la Jefatura del Ejército del Norte, Dávila se encarga de la reorganización del Frente de Teruel.
Franco convierte la recuperación de esta plaza, a priori secundaria, en una cuestión personal y, con el objetivo de lograr que la operación fuera un éxito, pone a disposición de Dávila las mejores unidades del Ejército nacional, incluida la Aviación italiana y los efectivos de la Legión Cóndor. Dávila no falla. La toma de Teruel, certificada el 22 de febrero de 1938, supone el espaldarazo definitivo a su carrera militar y el traslado del grueso de las operaciones al Mediterráneo donde habría de librarse, en el mes de noviembre de ese mismo año, la Batalla del Ebro, enfrentamiento que, cuatro meses después, tras la ocupación de Cataluña, provocaría la huida hacia Francia de las tropas republicanas.
Una vez finalizada la Guerra, Fidel Dávila, de 61 años de edad, cesa como ministro de Defensa Nacional al constituirse el segundo Gobierno de Franco. A partir de ese momento, es nombrado jefe de la Capitanía General de la II Región y, más tarde, jefe del Alto Estado Mayor, dos de los cargos que gozaban de la máxima confianza del jefe del Estado.
El 20 de julio de 1945 con motivo de la formación de un nuevo gobierno, se encomienda a Dávila la cartera del Ejército. Era el premio a un hombre que, habiendo defendido desde el principio los fundamentos del movimiento nacional, había conseguido ganarse el respeto de la institución castrense.
De hecho, el propio Franco tuvo en cuenta en más de una ocasión la opinión de Dávila en asuntos considerados de máxima importancia nacional.
El crédito cosechado durante todo ese tiempo por el militar le lleva a ser nombrado por Franco durante nueve días del año 1949 jefe de Gobierno en funciones, con motivo de la estancia del Caudillo en Portugal.
Ya en 1950, como recompensa a los servicios prestados, Franco le concede el título de marqués de Dávila y un año después, el 19 de julio de 1951, tras dejar el Ministerio en manos del general Agustín Muñoz Grandes, se le otorga la Grandeza de España pasando a formar parte además del Consejo del Reino y siendo nombrado presidente del Consejo Superior Geográfico.
Pocos años después, a los 80 años de edad, Fidel Dávila Arrondo fallece habiendo ocupado los más importantes puestos de responsabilidad de un régimen que contribuyó a crear y con el que se sintió identificado a través de la figura de su admirado compañero de armas Francisco Franco. A título póstumo recibe la distinción de capitán general del Ejército.
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