Después de muchas vacilaciones, decide mantenerse leal a la República y evita el triunfo de la sublevación en Valencia. Más tarde, lucha contra los rebeldes en la zona Sur hasta que es relegado a labores administrativas
Fernando Martínez Monge y Restoy nace en Granada, el 16 de julio de 1874, y con tan sólo 18 años ingresa en la Academia General del Ejército. En 1921 es ascendido a general y poco después participa en las campañas de África, donde es herido dos veces.
Tras su regreso, aunque es sólo general de Brigada, pasa a desempeñar un importante puesto en la Península: jefe de la 3ª División Orgánica, con sede en Valencia. Dicho mando comprende todo el territorio del antiguo reino de Valencia -la actual Comunidad Valenciana- más las provincias de Murcia y Albacete, y le convierte en la máxima autoridad militar de la ciudad del Turia.
El 18 de julio de 1936, el general Manuel González Carrasco tiene todo listo para la sublevación en Valencia, pero a última hora suspende la acción. Son días de confusión e indecisión. En un primer momento Martínez Monge duda sobre si adherirse al alzamiento o mantenerse fiel al Gobierno, por lo que trata de mantenerse al marge, en espera de una posible victoria general del pronunciamiento.
Según Guillermo Cabanellas, "entre el 20 y el 23 de julio, el general, juega con dos barajas, pues ni rechaza las invitaciones que le hacen para pronunciarse, ni toma decisión alguna a este respecto".
Finalmente, tras la intervención de un diputado local, Carlos Esplá, y el primer magistrado de Valencia, Marino Gómez, que intentan convencer a Monge para que no se una al alzamiento, éste decide por fin, el día 23, mantener la legalidad republicana, y redacta una nota de adhesión que se emite por todas las emisoras de radio locales. En esta decisión influyen también en gran medida las noticias que vienen de Barcelona, donde el intento de alzamiento de Goded ha fracasado.
Esto, unido a una orden cursada a todos los jefes de su División para que sigan su ejemplo, hace que no se declare el estado de guerra en toda su zona -excepto en la provincia de Albacete-. Además, el día 20 llega a Valencia el presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrio que, tras formar la Junta Delegada del Gobierno en Levante, difunde una nota en la que destaca "el esfuerzo patriótico que realiza el señor Martínez Monge, jefe de la 3ª División y los jefes a sus órdenes".
Así, gracias a su actuación y también a la indecisión de los golpistas, Valencia queda en manos republicanas, lo que no impide que Monge sea destituido de su cargo pasados unos días, como castigo a sus dudas iniciales.
A pesar de ello, un mes después, el 16 de agosto, Miaja es nombrado jefe de la 3ª División Orgánica y, en octubre, Martínez Monge es puesto al mando de la División Orgánica de Albacete, creada por Largo Caballero para organizar los batallones de voluntarios.
Tras pasar allí varios meses, en diciembre del mismo año es nombrado comandante del Ejército del Sur, creado por el presidente del Gobierno en el mes de noviembre. Sus tropas desencadenan sin éxito una ofensiva contra Córdoba y pierden algunos pueblos como Bujalance, Montoso y Lopera. Las sucesivas derrotas hacen que el 4 de enero de 1937 el coronel José Villalba Rubio tome posesión del sector, pasando Martínez Monge a ocupar un segundo puesto. Para entonces, las tropas republicanas en la zona se dedican solamente a defender sus posiciones, objetivo que no logran conseguir ya que en febrero se produce la pérdida de Málaga y en marzo la ofensiva final de Queipo de Llano sobre Pozoblanco. Estas derrotas hacen que Martínez Monge termine siendo relegado a labores administrativas hasta el final de la contienda.
Una vez acabada la guerra, tiene que exiliarse, primero a Francia y luego a Argentina. Allí, pronto se hace con el cariño y respeto de sus compañeros de exilio y de los propios argentinos, a pesar de lo cual siempre le queda una espina clavada: el haber dejado a su esposa en España.
Durante todo el exilio abriga la esperanza de volver a verla, y tan sólo meses antes de su muerte acaricia la idea de viajar a Francia, para verse en la frontera. Pero para entonces ya está muy enfermo y no puede realizar un viaje de tales características. Sufre un cáncer de pulmón que, a pesar de ser un hombre fuerte, va debilitándole poco a poco.
Según cuenta Emilio Herrera Linares, presidente en 1960 del sexto Gobierno en el exilio, la fortaleza de su salud y su temple eran tales que en una ocasión, uno de los amigos que mejor le conocía, al enterarse de que había sido atropellado por una camioneta en una calle de Buenos Aires, sólo pudo exclamar "¡pobre camioneta!".
Mientras su cuerpo empeora, no lo hace su cabeza, que se mantiene en plena forma hasta el fin de sus días. A pesar de las mencionadas dudas en el momento del alzamiento, Martínez Monge cada vez se identifica más con lo que significó la República.
En una carta escrita en 1950 al mencionado general Emilio Herrera, felicitándole por un premio que le había otorgado la Academia de las Ciencias de Francia, asegura que "queda demostrado una vez más que en todas las especialidades a las que se entrega nuestra colectividad en el destierro, el pabellón nacional tricolor se iza a la mayor altura".
Mientras tanto, vive con indignación el régimen que se instaura en España y se niega a volver mientras éste se mantenga. Cuando un compañero suyo, también exiliado, que había conseguido entrar en España con pasaporte extranjero, le escribe contándole la satisfacción de volver a la Patria aunque entrando por la puerta de atrás, Martínez Monge le contesta: "Yo no entraré en España por ninguna puerta chica, entraré por la puerta grande, vivo o fiambre, pero seguramente por la puerta grande".
Como prueba de su tenacidad, durante sus años en el exilio, el general no descuida sus labores de critica contra Franco y mantiene numerosos contactos con otros exiliados. El 20 de mayo de 1946 envía, junto con otros coroneles, comandantes y tenientes exiliados, una carta al presidente de la Subcomisión de las Naciones Unidas sobre el caso de España, en la que define su situación como la de "militares profesionales del Ejército Español, residentes en la Argentina, porque en su patria serían fusilados por el franquismo".
Distinta es la situación que el general vive en su país de acogida, donde hasta los últimos años de su vida sigue recibiendo el reconocimiento de sus nuevos conciudadanos. Cuando no puede ya seguir viviendo por su cuenta, el Gobierno argentino le concede una pensión y es acogido en el Hospital Militar de Buenos Aires.
El 19 de enero de 1963, tras una larga enfermedad, Fernando Martínez Monge fallece en la capital argentina a la edad de 89 años.
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