Defensor de la República desde los tiempos de la Dictadura, evolucionó partiendo de posiciones radicales hacia posturas más centradas y conservadoras en su etapa como presidente del Gobierno durante el segundo bienio
"Alcemos los velos de las novicias y elevémoslas a la categoría de madres". Así arenga Alejandro Lerroux a los jóvenes de su partido radical a principios del siglo XX, mucho antes de formar gobierno y de ocupar distintos ministerios durante la Segunda República.
Y sin embargo, Alejandro Lerroux García resulta ser un político imprescindible en la España de la primera mitad de siglo XX. Defensor de la República desde los tiempos de la dictadura de Miguel Primo de Rivera, su radicalismo inicial, con anticlericalismo incluido, evoluciona durante la misma hacia un centro más conservador, fruto del cual pactaría con la CEDA de José María Gil Robles durante el segundo bienio republicano.
Pero Lerroux es ya un dinosaurio de la política española cuando en 1931 se proclama la Segunda República. Nace en 1864 en La Rambla, Córdoba, y pronto empieza a demostrar su activismo político con una dura campaña contra la Guerra de Cuba desde las filas del Partido Progresista de Ruiz Zorrilla. Su verdadero periplo, no obstante, comienza en 1901 en Cataluña, cuando obtiene un escaño de diputado. Esta región sería su base de operaciones, ya que conseguiría un electorado fiel entre 1903 y 1905, en las candidaturas de la Unión Republicana que había formado con Nicolás Salmerón, ex presidente de la Primera República.
La política que despliega destaca en esa época por un concepto moderno de la propaganda, ya que funda varios periódicos como El Intransigente, El progreso y El Radical y dirige otros como El País, desde donde ataca sin piedad a los catalanistas, a la Iglesia y a la Monarquía. "Se apoderan de las herencias, se procuran donaciones piadosas, catequizan a las hijas de las familias ricas y las hunden en sus monasterios", escribe en El Intransigente sobre la Iglesia. Además, defiende en los editoriales a un anarquista sospechoso de participar en el atentado cometido contra Alfonso XIII. Esta actitud vehemente contra sus rivales le vale una condena en 1907 por uno de sus artículos y acaba exiliándose en Argentina. A su vuelta, funda el Partido Radical en 1908 y convierte en punta de lanza de su discurso el ataque al nacionalismo moderado que propugna el financiero Cambó de la Lliga Catalana. Fruto de este enfrentamiento, que sobrepasaría la dialéctica en algunas ocasiones los catalanistas le acabarían tildando El emperador del Paralelo, en alusión a la zona de prostitución y delincuencia de Barcelona.
Su participación en la agitación contra el Gobierno durante la Semana Trágica le 1909 le obliga a exiliarse de nuevo para evitar la represión que se avecina y de la que consigue salir indemne.
Cuando vuelve a España en 1910 es elegido por la Conjunción Republicano Socialista, de tendencia izquierdista, aunque a partir de ahí su desarrollo político, según el historiador Hugh Thomas, fue un continuo viraje hacia el conservadurismo. Sin embargo, Lerroux se ve envuelto en varios escándalos de corrupción, que no serian los últimos, y se aparta definitivamente del electorado catalán trasladándose a Córdoba en 1912.
Durante la dictadura de Primo de Rivera se mantiene como enemigo de la Monarquía y firma el pacto de San Sebastián en agosto de 1930. Cuando la República se proclama el 14 de abril de 1931, Lerroux es nombrado ministro de Estado en el Gobierno provisional encabezado por Alcalá Zamora.
Se convierte, a partir de entonces, en una pieza clave del baile de gobiernos que tiene lugar entre el año 1933 y las elecciones de 1936. Después de atacar duramente al Ejecutivo de Azaña en el Parlamento, es encargado de formar un gobierno de concentración que sustituyese al del político republicano, que se ve obligado a dejar la Presidencia del Consejo de Ministros en septiembre de 1933. No obstante, su equipo no obtiene la confianza del Parlamento, por lo que el presidente de la República encarga a otro radical, Diego Martínez Barrio, la formación de un gabinete con la misión de disolver las Cortes.
Y es así como llega su gran momento cuando, a finales de ese mismo año, su partido obtiene en las elecciones generales 104 escaños, un éxito inesperado que lo convierte en la segunda fuerza más votada, por detrás de la CEDA, y necesaria para cualquier formación de gobierno. Durante el bienio derechista de 1933-1935 ocupa la Presidencia del Consejo de Ministros en seis ocasiones y también los Ministerios de la Guerra y del Estado, aunque desde su primer gobierno cede pequeñas parcelas de poder a la derecha.
La brevedad de estos gobiernos le lleva en 1934 a pactar con la CEDA de Gil Robles, a la que incluye en su gabinete, lo que sirve de excusa para el estallido de la Revolución de Octubre en Asturias. La represión del conflicto y la concesión del indulto al general José Sanjurjo -condenado a cadena perpetua por un intento de golpe de estado en 1932- acaban marcando su presidencia. De hecho el indulto a Sanjurjo en abril de 1934, provoca una crisis en el Gobierno, que antes había aceptado la amnistía de Pérez Farrás, uno de los cabecillas de la citada Revolución de Octubre. Cae en desgracia, no obstante, por dos asuntos de mucho menor alcance: el cohecho del estraperlo, fraude de juego en el que se encuentra implicado su hijo adoptivo, Aurelio, y el escándalo Tayá, un caso de malversación de fondos públicos de escasa relevancia económica. Ambos constituyen maniobras políticas destinadas solamente a minar su autoridad, según explica Arrarás en Historia de la Cruzada Española.
Este asunto acaba con su credibilidad y sus apoyos en la política, lo que le fuerza a dimitir. La salida de Lerroux deja en cuadro al Partido Radical, que se deshace como un azucarillo al no contar ya con la presencia de su figura principal, aquel del que Unamuno decía que "era republicano para que los demás dejaran de serlo".Con la sublevación militar en ciernes, el 17 de julio de 1936, Alejandro Lerroux se exilia en Portugal, desde donde se declara partidario de los militares rebeldes.
Pero su posicionamiento en el panorama político carece ya de peso, por lo que su estancia en el país vecino la dedica a escribir sus recuerdos políticos, que ven la luz en los volúmenes La pequeña historia y Mis memorias. En 1947 regresa a Madrid y, tras casi medio siglo de intensa actividad política, muere en 1949 reconciliado con la Iglesia -su cadáver es amortajado con hábito religioso- y la burguesía a las que atacó de joven.
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