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domingo, 28 de octubre de 2012

E. Castro Delgado (1907-1964)


Militante del PCE y miembro de su Comité Ejecutivo, se convierte en el primer comandante en jefe del Quinto Regimiento para luego colaborar como director de la Reforma Agraria en el Gobierno de Largo Caballero

El Quinto Regimiento, unidad militar formada por milicias comunistas y antifascistas a los pocos días del comienzo de la Guerra Civil, tiene sus días contados tras el decreto del Gobierno de 28 de septiembre de 1936 para la creación de un Ejército popular de la República, que pretende reunir en una única estructura militar a las diferentes tropas que luchan en el bando republicano. Su primer comandante en jefe, Enrique Castro Delgado, que en esas fechas ya ha abandonado su liderazgo militar por sus cometidos políticos, ordena al resto de comandantes de los diferentes batallones que se integren y encabecen el recién formado Ejército popular. Pese a las reticencias de muchos milicianos, contrarios a someterse a la disciplina y al código castrense, la mayoría de los batallones se adhieren al Ejército desde sus comienzos, aunque la fecha definitiva de disolución del Quinto Regimiento es el 27 de enero de 1937. A partir de ese día, pasa a convertirse en leyenda.

Enrique Castro Delgado nace en Madrid en 1907. Hijo de emigrantes gallegos, crece en el seno de una familia modesta en el barrio de Argüelles. Es precisamente en ese barrio, en el Café España de la calle Princesa, donde asiste de oyente a sus primeras tertulias políticas entre los trabajadores que allí se reúnen. Desde muy joven tiene claro que el movimiento obrero y la lucha de clases serán las directrices que guíen su camino.

En su novela Hombres Made in Moscú -de escaso valor histórico, según Hugh Thomas-cuenta que cada vez que volvía a casa y pasaba ante la iglesia de la calle del Buen Suceso "sentía que estaba en guerra con Dios, su enemigo, pues él tendría un único Dios, que sería Lenin".

Pese a que su primera militancia la desarrolla en la Unión General de Trabajadores (UGT), con 18 años, las penurias vividas en pequeños trabajos metalúrgicos, que le sirven para relacionarse con líderes obreros, son las que encaminan sus pasos hacía el comunismo más combatiente. Participa en las agitaciones que el 14 de abril de 1931 llevan a la proclamación de la Segunda República, aunque no a través del camino deseado por él: "Hoy necesitaríamos 100 muertos para que la cosa empezara bien", manifiesta el propio Castro.

Durante los años de la República forma parte de varias organizaciones juveniles comunistas, donde se ve envuelto en numerosas revueltas, incluso contra el presidente Alcalá Zamora, al que denominaba "Su Majestad Niceto I". Por aquellos días, recorre las calles de Madrid con sus camaradas en camiones al grito de "¡Abajo la República burguesa! ¡Arriba los soviets de obreros, campesinos y soldados!».

Formando ya parte del Partido Comunista de España (PCE), comienza a escribir y editar el periódico del partido, Mundo Obrero. En 1936, es uno de los líderes del PCE que crea las Milicías Antifascistas Obreras y Campesinas (MAOC): milicias clandestinas de inspiración comunista, germen de lo que más tarde sería el Quinto Regimiento.

Cuando el 19 de julio, al día siguiente del alzamiento, el golpista general Fanjul se acantona en el madrileño cuartel de la Montaña con la intención de tomar el mando de la capital, Enrique Castro Delgado se pone a la cabeza de las MAOC de Cuatro Caminos. Junto a estas milicias, formadas por las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) y tropas de la Guardia de Asalto, rodea el acuartelamiento, que tras el bombardeo de la Aviación republicana con proyectiles y octavillas que instaban a los asediados a cesar en su empeño, consigue tomar el recinto de forma muy violenta. En su novela, la cual muchos de sus antiguos compañeros han calificado como la "venganza de un resentido", muestra una cara muy cruel del asalto: "Matar... matar, seguir matando, hasta que el cansancio impida matar más. Después... después construir el socialismo".

Esta operación se considera la primera acción bélica del Quinto Regimiento, nombre al que adquieren las milicias populares del Partido Comunista. Desde ese momento, es conocido como comandante en jefe Castro.

Pese a estar constituidas por obreros voluntarios, desde sus inicios el Quinto Regimiento se caracteriza, a diferencia del resto de milicias, por una disciplina militar férrea con una estructura copiada del Ejercito Rojo de la Revolución rusa.

El primer batallón del Quinto Regimiento, reclutado antes del 20 de julio, está formado por 1.500 milicianos. Bajo el mando de los comandantes Carlos y Barbado, una unidad sale hacia el Puerto de Guadarrama, y otra, encabezada por el propio Castro, se dirige a Somosierra, para intentar cortar el paso a las tropas del general Mola que avanzan hacia Madrid. También participa activamente en la Batalla del Cerro de Garabitas, en la Casa de Campo, y más tarde se convierte en uno de los principales obstáculos del Ejército nacional en su avance por el sur, dirigidos por otros dos comandantes con un papel muy relevante en las milicias: Enrique Líster y Juan Modesto.

En septiembre de 1936, el Gobierno de la República es renovado, siendo nombrado ministro de Agricultura el comunista Vicente Uribe. Con este nombramiento, Castro Delgado pasa a ocupar el puesto de director de la Reforma Agraria. En un principio no se muestra muy convencido, pero acaba aceptando el cargo, ya que supone otra forma de contribuir a la batalla a través de la vía política. A partir de ese momento, su objetivo es el de promover una reforma agraria para conseguir socializar los campos de cultivo y disponer de este modo de víveres para las tropas que combaten en los frentes. Pese a pertenecer a una cartera ministerial, continúa unido al Ejército popular republicano y a la primera línea de batalla como comisario político.

Al terminar la Guerra Civil, Enrique Castro Delgado huye a París, desde donde ayudado por los servicios secretos rusos viaja a Moscú junto a Líster y otros militares comunistas. Allí trabaja en el ejecutivo de la Komintern hasta que Stalin la disuelve en 1943. Pese a ello, nunca se adaptó a su nueva vida en Moscú. En conversaciones con Caridad Mercader -exiliada española y madre del asesino de Trotsky- manifiesta: "Nos han engañado con su propaganda y su paraíso, este es el peor infierno que haya existido jamás".

En su segundo libro de memorias, Mi fe se perdió en Moscú, cuenta cómo en 1945 se exilia a México en la más absoluta pobreza económica y moral. Sus últimos días aparecen difuminados y oscuros. Vuelve a España tras publicar sus dos libros en México, en los que denosta al comunismo, para morir en 1964.

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