Eterno aspirante al trono español, Franco enfría una y otra vez las pretensiones del hijo de Alfonso XIII, que con el tiempo se verá condenado al destierro y políticamente limitado al papel de padre del heredero
Don Juan de Borbón y Battenberg recordaría siempre el 14 de abril de 1931 como "el primer día que lloré en toda mi vida". La noticia de la renuncia de su padre, el rey Alfonso XIII, le llega a la Escuela Naval de San Fernando, de la que se ve obligado a escapar furtivamente para evitar posibles problemas. El aspirante al trono, que cuenta en ese momento con 17 años, y que jamás había salido de España, era el tercero en la línea sucesoria, por lo que desde niño siempre había disfrutado de una libertad de la que sus hermanos carecían; lo que le había permitido encaminar sus pasos hacia lo que siempre fue su verdadera vocación: la carrera naval. Por ello, el joven continuará su formación militar en la Royal Navy hasta 1935.
Entre los monárquicos que acompañan a Alfonso XIII en su exilio romano se ha ido fraguando durante ese tiempo la convicción de que Don Juan resulta un candidato a la sucesión mucho más deseable que sus dos hermanos mayores, Don Alfonso y Don Jaime, el primero de ellos hemofílico; sordomudo y de naturaleza enfermiza el segundo.
Juan de Borbón recibe la noticia de la renuncia, casi simultánea, a los derechos sucesorios por parte de sus dos hermanos por medio de un telegrama urgente que su padre le envía en junio de 1933 al buque Enterprise, que se encuentra fondeado en Bombay.
El príncipe tarda ocho días en contestar. En su ánimo pesa, además de la desilusión que para él representa tener que abandonar la carrera de marino, la desfavorable situación que se le abre en España y que él mismo califica años más tarde con bastante elocuencia: "¡Las expectativas para el futuro eran horribles!".
Lo cierto es que, tanto los monárquicos liberales como los tradicionalistas van a ver con buenos ojos al joven heredero, que hasta ese momento ha permanecido alejado de todas sus intrigas y es el sujeto en el que todos ven la respuesta a sus aspiraciones respecto al poder en España.
La primera acción política de Don Juan irá encaminada a confirmar esas creencias y consistirá en una carta dirigida a los miembros de Acción Española en la que, según palabras de José María Pemán, "declaraba su adhesión a los jerarcas carlistas que proclamaban la unión de las dos ramas en la persona de Don Juan". La misiva es leída durante una cena celebrada en su honor con motivo de su enlace matrimonial con María de las Mercedes, hija del príncipe Don Carlos de Borbón, que tiene lugar en Roma el 12 de octubre de 1935.
Aunque las convicciones políticas del Príncipe de Asturias van a cambiar sensiblemente con el paso de los años, la constante que desde entonces va a marcar su línea de acción será la restauración de su dinastía en el trono de España. Por ello, y a pesar de haber sido educado en el entorno liberal conservador que impera en la casa de Alfonso XIII, Don Juan se va a declarar desde el principio heredero de los valores más tradicionalistas encamados por figuras como Maeztu o Calvo Sotelo,
Al mismo tiempo, confirma su sintonía política con la importante masa social del carlismo. Don Juan manifestará abiertamente sus simpatías por las escaramuzas callejeras de los exaltados jóvenes de la Falange. Sobre ellas llega a declarar: "Tengo el convencimiento absoluto de que la Falange en la calle y las minorías monárquicas en el Parlamento, acabarán con toda esa gentuza y con tanta farsa de parlamentarismo, elecciones y monsergas. Sin contar con que el Ejército no lo aguanta. Si no, al tiempo"
El Príncipe de Asturias, que ha fijado su residencia en Cannes, sigue muy de cerca los sucesos previos al 18 de julio, y desde esa fecha van a ser varios sus intentos de tomar parte en el conflicto.
Ante su deseo de partir en solitario el mismo 19 de julio, su consejero, el conde de Rocamora, logra convencerle de que espere la llegada desde territorio nacional de algunos amigos no militares para que le acompañen en su aventura. El 1 de agosto, Don Juan cruza la frontera por Dancharinea (Navarra) acompañado de un grupo encabezado por su secretario político Eugenio Vegas Latapié.
El príncipe, que viaja con el nombre falso de Juan López, viste el mono azul con flechas obligado para todos los voluntarios, brazalete con la bandera española y la boina roja usada por los carlistas. Le acompaña en este viaje un "séquito de leales" defensores de la corona.
Por un lado, se encuentran el Marqués de Eliseda, Luis María Zunzunégui y José Yanguas Messía. Por otro lado, está Alfonso García Valdecasas, antiguo falangista que ahora desea el restablecimiento de la monarquía, según el historiador Guillermo Cabanellas.
Después de cruzar la frontera, Juan López llega a Pamplona para después trasladarse a Vitoria. Una vez llegado a la capital alavesa, reanuda su camino para llegar hasta Burgos con la idea clara de adherirse al batallón dirigido por el general fiel a Franco García Escámez. Enseguida llega a los oídos del general Mola, por mediación del monárquico Ricardo Goizueta, la nueva situación del aspirante a rey de la nueva España.
El general rápidamente manda en su búsqueda a un destacamento de la Guardia Civil. Tras varias pesquisas, el grupo en el que se encuentra Juan López es encontrado en el parador de Aranda de Duero. Según expone Cabanellas, "la orden de la Guardia Civil era terminante. Por las buenas o por las malas se le ha de poner en la frontera, por donde había entrado."
La decisión asumida por Mola es irrevocable. Don Juan es llevado a la frontera francesa junto con sus acólitos con la seria amenaza de que si vuelve a intentar penetrar en territorio nacional será fusilado "con todos los honores que a su elevado rango corresponda".
Aunque no hay razones para poner en duda la sincera intención del Príncipe de Asturias de unirse a las tropas rebeldes como simple voluntario, lo cierto es, según Rafael Borrás, que para algunos de sus seguidores, esta aventura es una simple operación de imagen.
Pasados unos meses, Don Juan de Borbón va a intentar de nuevo sumarse a la causa, esta vez por el cauce más oficial posible y aprovechando su condición de oficial de la Marina.
En la misiva que envía al general Franco el 7 de diciembre de 1936, y en la respuesta que el Generalísimo le dirige el 12 de enero de 1937, se encuentra, según Rafael Borrás, "la intrahistoria de 40 años de régimen en los que Don Juan, que tan prematuramente reconoce a Franco como Jefe del Estado y que se reitera a sus órdenes de manera tan respetuosa, pretenderá en vano, una y otra vez, ser entronizado como Rey de España".
Aunque en su negativa Franco aduce el lugar que Don Juan ocupa en la línea de sucesión, se va a cuidar mucho de poner fecha a la restauración monárquica que, en última instancia, había conformado el carácter de la rebelión proyectada por Sanjurjo. En su respuesta, quedan patentes la clarividencia y buena estrella del general, que quizá salvara la vida de Don Juan, puesto que el Baleares, el barco para el que se ha ofrecido voluntario, resultará hundido el 6 de marzo de 1938 junto con buena parte de su tripulación. Tampoco hay razones para poner en duda la sinceridad de las razones para la negativa de Franco.
En una entrevista concedida a Juan Ignacio Luca de Tena con motivo del aniversario del alzamiento, Franco afirma: "Mi responsabilidad era muy grande, no podíamos poner en peligro una vida que algún día podía sernos preciosa". Además, añade el general: "Si en el cambio de Estado volviera un rey, tendría que venir con el carácter de pacificador, por lo que no podría contarse en el número de los vencedores".
Desde entonces, y a pesar del importante apoyo diplomático de la Casa Real a la causa nacional, Don Juan toma nota del papel que, al menos en principio, Franco parece tenerle reservado. Sin embargo, es precisamente este talante conciliador, su cada vez más abierta tendencia al liberalismo y la clara apuesta que hace por los aliados durante la Segunda Guerra Mundial lo que con el tiempo selle definitivamente el desencuentro entre el Caudillo y Don Juan, un desencuentro que con los años lo alejará definitivamente del trono de España.
En un primer momento, después de la Segunda Guerra Mundial, existe una oposición al régimen dictatorial de Franco. La férrea oposición desemboca en la elaboración del Manifiesto de Lausana, donde expone las líneas de su pensamiento acerca de la dictadura que gobierna en España: "Sólo la monarquía tradicional puede ser instrumento de paz y de concordia para reconciliar a los españoles; sólo ella puede obtener respeto en el exterior, mediante un efectivo Estado de Derecho, y realizar una armoniosa síntesis del orden y de la libertad en que se basa la concepción cristiana del Estado".
Esta declaración es elaborada después de la Conferencia de Yalta, donde acuden Churchill, Roosevelt y Stalin. En esta, se trata el problema de España muy de lejos, pero dejando claro que la mejor solución política para todas las partes es la restauración de la Monarquía en el país. Don Juan en esos momentos se supo rey, pero esa idea se disipa cuando comprueba que ningún gran líder mundial lo apoya directamente.
La reacción de Franco fue la de iniciar una política de censura contra todo lo que estuviese cercano a Don Juan de Borbón. Ni siquiera el ABC se hizo eco del comunicado emitido en Lausana.
Los años del exilio son duros. Los esfuerzos para convencer a la comunidad internacional de la conveniencia de una restauración de la monarquía en España se van esfumando, aunque Don Juan nunca cesa en su empeño.
El 1 de abril de 1946 se traslada a Estoril. El viaje se realiza bajo prudentes medidas de seguridad. Salen de Lausana él y su esposa en automóviles con las luces apagadas y de madrugada, escoltados por un coche de policía.
Toman un avión a Londres para llegar a la ciudad portuguesa de la manera más discreta posible. Los infantes se quedan en Suiza. Don Juan Carlos de Borbón, el futuro rey de España, se queda en el país para seguir sus estudios en un internado, vigilado muy de cerca por Eugenio Vegas Latapié.
Es en Estoril cuando el que podía haber sido Juan III de España inicia su largo asalto al poder dictatorial.
Tiene muchos problemas para asentarse en Portugal, puesto que allí se encuentra destinado como embajador el hermano del generalísimo, Nicolás Franco. Pero las cosas cambian cuando se reúne con Franco el 25 de agosto de 1948 a bordo del Azor, el yate del Caudillo. Es aquí donde Don Juan comienza a ver mejores expectativas para que España sea el día de mañana la monarquía que desea. En ese encuentro, Franco acepta que Juan Carlos estudie en España con los profesores elegidos por los asesores del monarca en el exilio. Desde ese momento, también autoriza que se publique en España información sobre la monarquía.
La apertura del régimen español hacia los Borbón es inminente y notable. Incluso el dictador trata a Don Juan Carlos de "alteza" cuando se presenta en El Pardo. Veinte años después de aquel encuentro en el Azor, en 1969, Don Juan Carlos es elegido por Franco como su sucesor en la jefatura del Estado.
Con el paso del tiempo, ya en las postrimerías de la dictadura, Don Juan Carlos, el hijo predilecto de Don Juan de Borbón, es considerado como "Príncipe de España" y heredero a la cabeza del régimen. Tras la muerte de Franco en noviembre de 1975, es proclamado Rey de España, en lo que es el comienzo del camino a la democracia del régimen español.
Un año y medio después de la proclamación de su hijo como rey, el que pudo haber sido Juan III, el que había intentado pasar como Juan López por la frontera francesa para adherirse al movimiento nacional, se ve abocado por las circunstancias a renunciar al trono. La ceremonia de abdicación no reviste solemnidad. Se desarrolla en La Zarzuela envuelta de un halo de nostalgia y de emoción: "Instaurada y consolidada la Monarquía en la persona de mi hijo y heredero Don Juan Carlos (...), que en el orden internacional abre nuevos caminos para la Patria, creo llegado el momento de entregarle el legado histórico que heredé y, en consecuencia, ofrezco a mi patria la renuncia de los derechos históricos de la Monarquía española, sus títulos, privilegios y la jefatura de la Familia y Casa Real de España que recibí de mi padre, el rey Alfonso XIII", A partir de ese momento, la figura de Don Juan es puramente representativa. Sólo conserva el título de conde de Barcelona, que ostenta desde la muerte de su padre.
En 1978, el ya Rey Juan Carlos I le nombra Almirante Honorario de la Armada. El 4 de diciembre de 1988 el Gobierno le concede el título honorífico de Capitán General de la Armada.
Don Juan no llega a restablecerse de su enfermedad, un cáncer de laringe contra el que lucha desde 1980 y que le lleva a la muerte el 1 de abril de 1993.
Sus restos son depositados en el Panteón de Reyes del Monasterio de El Escorial, con honores propios de un monarca.
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