El volumen y la intensidad del movimiento subversivo que está a punto de ser sofocado, dicen a las claras hasta qué punto su preparación había sido cuidadosa y estaba en sazón. Difícilmente registrará la historia de ningún país un caso de levantamiento militar parejo en sus proporciones al que actualmente está en trance de liquidación. Con ser España un pueblo de larga y vergonzosa tradición en la práctica de los pronunciamientos militares, ninguno hay que permita comparación con el presente. Ni en su alcance ni en sus características, que acusan un grado de envilecimiento moral como tampoco hay ejemplo utilizable. Los empresarios del patriotismo, a impulsos de su atavismo reaccionario y sus ambiciones de casta, no sólo han ensangrentado y llenado de luto el suelo de la patria que dicen amar sobre todas las cosas, sino que con su traición no han tenido inconveniente en comprometer el prestigio del Estado en una zona sometida a la jurisdicción internacional. Acaso piensen esos militares sublevados, veladores de las armas españolas, que el modo mejor de acreditar la capacidad colonizadora de España consiste en que los militares a quienes se les encomienda la función colonizadora vuelvan sus armas contra el propio Estado colonizador. Ni el prestigio nacional — que los militares colocan por encima de las formas de gobierno—, ni el grave conflicto internacional que una sublevación de esa índole puede acarrear, ni los daños inmensos que, en todo caso, lleva consigo, significan ni pesan nada en la consideración de unos hombres cuya conducta se mueve exclusivamente a los dictados de un egoísmo sórdido o unas inconformidades miserables. Por mucho que se busque, no podrá encontrarse en la resolución de los sublevados ni un solo rasgo de grandeza. Todo es ruin e innoble. No cabe deshonrar de manera más absoluta el uniforme militar.
Doble traición la de los militares sublevados. Traidores para la República. Traidores, además, consigo mismos, que a tanto equivale la cobarde hipocresía en que han necesitado ampararse para llevar adelante su propósito. Nótese que los militares facciosos se han sublevado contra la República, pero en nombre de la República. Ningún homenaje más alto podían rendirle al régimen republicano los que abominan y se rebelan contra él. Es el reconocimiento expreso de que sólo por la República, no contra ella, les sería posible sumar voluntades y ganar la obediencia de los soldados. «Vamos a defender la República», les dijeron. ¿Se imagina algo más indigno que ese abuso de la credulidad obligada del soldado, cuya vida se pone en juego para servir una causa que, lejos de ser la suya, se emplearía, triunfante, contra él? ¿Cabe nada más monstruoso que los indisciplinados aprovechen, con engaño, la obediencia de los disciplinados para forzarles a secundar su designio antirrepublicano y antiespañol? Pues todo eso han hecho los militares levantados en armas. Harto sabían ellos que, sin tomar por aliada a la mentira, su intento estaba muerto desde antes de nacer. ¿Se concibe que ni un solo soldado podía responder a una invocación que se le hiciera en nombre de la monarquía o, peor aún, en nombre del fascismo? Pero, ¿qué suerte de ideal es ese que necesita ocultar su condición a la hora del combate y vestirse precisamente con las apariencias de aquello que aspira a destruir? Sólo esa circunstancia dice bien qué clase de valores morales acompañan a los sublevados. Deslealtad para el deber jurado. Hipocresía en la intención. Cobardía en la conducta. En nada se parece esta rebeldía claudicante, avergonzada de sí misma, con la rebeldía de aquellos trabajadores que en Octubre se alzaron contra la tiranía, pregonando orgullosamente su fe de revolucionarios.
Todas las indignidades y ninguna virtud. Tal es el balance que arroja, en lo moral, la sublevación en agonía. En él habrá que abrir capítulos extensos y terribles a las listas de muertos, a las familias arruinadas y a los tremendos daños causados al país. El patriotismo de los patriotas de oficio, ya que no de espíritu, ha escrito una página que condena para siempre al patriotismo y a los patriotas de esa catadura.
El Socialista (22/7/36)
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