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lunes, 19 de noviembre de 2018

Una consigna triunfante: Derrotad al enemigo

"Pueblo decidido a defenderse, es pueblo invencible", escribimos el domingo, y lo sucedido en Madrid, en Barcelona y en general, viene a darnos la razón. La criminal intentona de los militares traidores a su juramento no ha podido prosperar, no importa su volumen extraordinario, gracias al nervio y al entusiasmo que en la defensa de la República han puesto el Gobierno, los institutos armados y las milicias populares. Fieles a nuestra convicción, podemos insistir en que un pueblo resuelto a sacar indemne su libertad, amenazada por el fascismo, es un pueblo dueño de su destino. Nos toca deplorar que la traición, la insania y el crimen se hayan mancomunado para desencadenar sobre España una tormenta de fuego y de sangre en provecho de unas estúpidas ilusiones fascistas; pero desencadenada la tormenta, estamos decididos a dominarla de un modo definitivo, asegurándole al país que, cualquiera que sea el tiempo que transcurra, no volverá a padecer una inquietud como la presente. Le debemos esa seguridad, y, con su ayuda, vamos a pagársela. Sólo economizaremos lo que no sea absolutamente indispensable para el triunfo de la República y del Frente popular. La consigna es concisa, pero inmodificable: triunfar. Triunfar lo más rápidamente posible en toda España y de todos sus enemigos: de los que están en armas y de los que rezan por la victoria de los traidores. Hay que vencer de todos, absolutamente todos los adversarios. Ellos son quienes han emplazado la contienda en un plano de terrible crueldad, extrayendo de África las fuerzas más desestimadas para que impongan su ley de guerra a los españoles.

Los militares traidores a sus juramentos no han retrocedido ante ninguna perversión moral para salirse con la suya. Las armas más feroces han sido las de mayor empleo. No se han intimidado por el inmenso número de víctimas inocentes que ocasionaban. Las mayores monstruosidades se les han antojado-—¿cuáles eran sus designios? — prólogo satisfactorio de la victoria que se prometían.

A estas horas deben haber renunciado a conseguirla. Los soldados, descubierto el engaño de que los han hecho víctimas los sublevados, los abandonan en masa, y las tropas fieles al Gobierno, secundadas por el pueblo con notable espíritu de sacrificio, se alzan, estimuladas por el fervor general, traducido en vítores y aplausos, como un alud que derrota todas las previsiones de los insurrectos, que, a decir verdad, las habían hecho bien criminales. Los cañones emplazados contra Madrid no han tenido ocasión de disparar. El pueblo les ha callado la boca con su heroísmo, evitando que aumentase la lista de las víctimas inocentes. Contrasta esa previsión criminal de los sublevados con la conducta de las tropas leales, preocupadas en poner a buen recaudo y seguridad a los alumnos de varios Colegios de huérfanos. Tendremos ocasión de anotar, cuando los acontecimientos puedan reseñarse con minuciosidad, la enorme diferencia con que se han producido las fuerzas insurrectas y las leales. Estas no han necesitado amputarse el sentido humano para alcanzar una victoria que cada día irá siendo más grande, porque para que lo sea basta y sobra con la lealtad de los institutos armados y la apasionada voluntad de autodefensa del pueblo.

Estad seguros: hoy será más grande la victoria que ayer; la de mañana, que hoy. Y así hasta la extinción del más leve foco de perturbación.

El Socialista (21/7/36)

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