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viernes, 31 de octubre de 2025

Balmes Alonso, Amado (1877-1936): la muerte que abrió la Guerra Civil Española

La misteriosa muerte del general Amado Balmes en julio de 1936 facilitó el traslado de Franco a África y el inicio del alzamiento militar.

Una muerte sospechosa al filo de la guerra

El 16 de julio de 1936, un día antes del estallido oficial de la Guerra Civil Española, el general Amado Balmes Alonso fallecía en Las Palmas de Gran Canaria a causa de un supuesto accidente con su pistola. Su muerte, aparentemente fortuita, tuvo consecuencias inmediatas y trascendentales: permitió al general Francisco Franco trasladarse desde Tenerife a Gran Canaria, donde lo esperaba el avión Dragon Rapide que lo llevaría al Protectorado de Marruecos para liderar el levantamiento militar contra la República.

Esta coincidencia temporal ha generado durante décadas polémica entre historiadores: ¿fue realmente un accidente o un asesinato orquestado para allanar el camino a Franco?

Trayectoria militar y lealtades políticas

Nacido en Zaragoza en 1877, Amado Balmes pertenecía a una familia de tradición militar y monárquica. Descendiente del filósofo Jaime Balmes, su carrera estuvo marcada por su participación en la Guerra del Rif, donde destacó al mando de unidades del Tercio y en la toma de Alhucemas. Ascendió a general de brigada en 1927 por méritos de guerra.

Tras la proclamación de la Segunda República en 1931, fue destinado a Menorca como comandante militar de Mahón. Allí, su hostilidad hacia el régimen republicano fue denunciada públicamente por la Federación Socialista Obrera Menorquina, que lo acusó de imponer “su acendrado monarquismo” entre sus subordinados.

En 1936, Balmes era gobernador militar de Las Palmas de Gran Canaria, un puesto clave en el archipiélago canario, estratégico para el control del Atlántico y el enlace con el norte de África.

Versión oficial: el accidente del 16 de julio de 1936

Según la prensa de la época —como recoge La Gaceta de Tenerife del 17 de julio—, Balmes se encontraba practicando tiro en la batería de San Fernando de La Isleta cuando su pistola se encasquilló. Al intentar desencasquillarla apoyándola contra su vientre, el arma se disparó accidentalmente, causándole una herida abdominal mortal. Falleció poco después en el Hospital Militar de Las Palmas.

Vérsión polémica: la hipótesis del asesinato

En 2011, el historiador Ángel Viñas planteó en su libro La conspiración del general Franco que la muerte de Balmes no fue accidental, sino un asesinato ordenado por Franco. Su argumento se basa en varios puntos:

  • Balmes, aunque monárquico, no estaba comprometido con la sublevación y podría haberse negado a entregar el mando en Canarias.
  • Su fallecimiento eliminó el único obstáculo institucional que impedía a Franco desplazarse libremente entre islas.
  • La autopsia presentaba incongruencias técnicas, como la trayectoria del proyectil, incompatible con un disparo autoinfligido en esas circunstancias.

Viñas reafirmó esta tesis en El primer asesinato de Franco (2018), calificando a Balmes como la primera víctima del golpe de Estado.

La defensa de la versión accidental

Frente a esta interpretación, el historiador Moisés Domínguez Núñez publicó en 2015 En busca del general Balmes y en 2022 General Amado Balmes: Caso cerrado, donde defiende que no hay pruebas concluyentes de asesinato. Basándose en documentos de la época, testimonios y el informe forense, sostiene que la muerte fue un accidente verosímil, común entre militares que manipulaban armas sin las debidas precauciones.

Conclusión: una pieza clave en el tablero del golpe

Más allá del debate entre accidente o crimen, lo innegable es que la muerte de Amado Balmes tuvo un impacto decisivo en los primeros días del conflicto. Al quedar vacante el mando militar en Gran Canaria, Franco pudo moverse sin obstáculos, embarcar en el Dragon Rapide y asumir el liderazgo del ejército sublevado en el Protectorado.

En ese sentido, Balmes se convirtió —voluntaria o involuntariamente— en una pieza esencial del mecanismo golpista. Su figura, hoy casi olvidada, encarna la complejidad de los leales al régimen que, por su posición o sus convicciones, terminaron siendo eliminados o neutralizados antes de que la guerra siquiera comenzara.

jueves, 30 de octubre de 2025

Baldwin, Stanley (1867-1947): el primer ministro que miró hacia otro lado

Durante los años más convulsos de la década de 1930, mientras Europa se deslizaba hacia la guerra total, Stanley Baldwin, tres veces primer ministro del Reino Unido, adoptó una postura que marcaría el destino de miles: la política de no intervención en la Guerra Civil Española. Aunque su figura está más asociada a la abdicación de Eduardo VIII o al rearme británico frente al nazismo, su decisión de mantener al Reino Unido al margen del conflicto español tuvo consecuencias profundas —y controvertidas— para el curso de la contienda y para la legitimidad internacional de la República española.

La política de no intervención: neutralidad o complicidad

Cuando estalló la Guerra Civil Española en julio de 1936, el Reino Unido, bajo el gobierno de Baldwin (en su tercer mandato: 1935–1937), enfrentaba múltiples desafíos: la creciente amenaza de la Alemania nazi, tensiones imperiales y una opinión pública profundamente pacifista tras la Primera Guerra Mundial. En ese marco, Baldwin y su gabinete optaron por evitar cualquier implicación directa en el conflicto español.

El 7 de agosto de 1936, el Reino Unido propuso formalmente una política europea de no intervención, que pronto fue adoptada por 27 países, incluidos Francia, Italia y la Alemania nazi. Sin embargo, mientras el Reino Unido y Francia respetaban el embargo de armas, Alemania e Italia violaban sistemáticamente el acuerdo, enviando tropas, aviones y material bélico al bando franquista.

La postura de Baldwin

Según la historiografía —incluyendo fuentes como Historical Dictionary of the Spanish Civil War de Francisco J. Romero Salvadó y los análisis de Paul Preston—, Baldwin consideraba que cualquier intervención británica en España podría desencadenar una guerra europea más amplia. Además, el gobierno conservador veía con recelo al gobierno republicano español, al que asociaba con el comunismo y la inestabilidad social.

La política de no intervención, por tanto, no fue neutral en la práctica: benefició claramente al bando sublevado, que contaba con el apoyo logístico y militar de Hitler y Mussolini, mientras que la República quedaba aislada diplomáticamente y con acceso limitado a armamento legítimo.

Críticas y legado

Una neutralidad sesgada

La postura de Baldwin ha sido ampliamente criticada por historiadores como Gabriel Jackson y Helen Graham, quienes señalan que la no intervención fue, en efecto, una forma encubierta de apoyo al franquismo. Al impedir que la República comprara armas en condiciones de igualdad, el Reino Unido contribuyó a desequilibrar el conflicto.

Además, el Foreign Office británico mostraba simpatías abiertas por los “nacionalistas”, a quienes veía como garantes del orden frente al “caos rojo”. Esta visión ideológica influyó decisivamente en la política exterior del gobierno de Baldwin.

Baldwin y el rearme

Paradójicamente, mientras se negaba a ayudar a la República española, Baldwin impulsó un programa de rearme de la RAF a partir de 1936, anticipando un conflicto mayor con Alemania. Esta dualidad —rearmarse para sí mismo, pero negar defensa a otros— refleja la lógica realista, pero moralmente cuestionable, de la diplomacia británica de entreguerras.

Conclusión: una neutralidad con consecuencias

Stanley Baldwin no intervino directamente en la Guerra Civil Española, pero su decisión de liderar una política de no intervención tuvo un impacto decisivo en el desenlace del conflicto. Al aislar diplomáticamente a la República y permitir que las potencias fascistas actuaran con impunidad, el gobierno británico contribuyó —aunque indirectamente— a la victoria franquista.

Su legado en este capítulo de la historia europea es, por tanto, más relevante por lo que no hizo que por lo que hizo. En una época en que la democracia se debatía entre la defensa activa y la pasividad estratégica, Baldwin optó por la segunda. Una elección que, con el paso del tiempo, muchos historiadores han calificado no como prudencia, sino como complicidad por omisión.

miércoles, 29 de octubre de 2025

Balboa López, Benjamín (1901-1976): El hombre que salvó la Armada republicana

En la madrugada del 18 de julio de 1936, mientras el golpe militar contra la Segunda República española se extendía desde el Marruecos español hacia la península, una decisión individual cambió el curso de los acontecimientos navales. Benjamín Balboa, cabo telegrafista de la Armada, se negó a transmitir órdenes de los sublevados y alertó al gobierno republicano. Su acción permitió que la mayor parte de la flota permaneciera leal al régimen democrático, convirtiéndolo en una figura clave —aunque poco conocida— de los primeros días de la Guerra Civil Española.

Orígenes y carrera militar

Benjamín Balboa López nació el 19 de marzo de 1901 en Boimorto (La Coruña). Ingresó en la Armada Española en 1916 y ascendió progresivamente: en 1921 era cabo telegrafista y en 1929, segundo contramaestre. Además de su carrera naval, pertenecía a la masonería y, según algunas fuentes, tenía vínculos con el PSOE, lo que refleja su alineamiento con los ideales republicanos y progresistas de la época.

La noche que cambió la guerra: la alerta del 18 de julio

En julio de 1936, Balboa estaba destinado en la Estación de Radio del Ministerio de Marina, en Ciudad Lineal (Madrid). Durante su guardia, interceptó mensajes cifrados enviados desde el Marruecos español por los militares sublevados, dirigidos a guarniciones peninsulares para coordinar el alzamiento. 

En lugar de cumplir con las órdenes de transmisión —su oficial superior estaba implicado en la conspiración—, Balboa se negó a retransmitirlos. Inmediatamente informó al teniente de navío Pedro Prado Mendizábal, ayudante del ministro de Marina José Giral, y procedió a contactar con los buques y bases navales para ponerlos en alerta.

Consecuencias estratégicas

Gracias a su intervención, el gobierno republicano logró mantener el control de la mayor parte de la Armada, incluyendo cruceros como el Miguel de Cervantes y el Libertad, así como numerosos destructores y submarinos. Esta ventaja naval fue crucial en los primeros meses del conflicto, permitiendo el traslado de tropas desde el norte de África y dificultando el avance de las fuerzas franquistas.

Balboa incluso detuvo a su superior, implicado en la sublevación, demostrando un coraje excepcional en un momento de máxima incertidumbre.

Trayectoria durante la guerra y el exilio

Durante la contienda, Balboa alcanzó brevemente el cargo de Subsecretario de Marina, según consta en fuentes académicas como las de Michael Alpert y Francisco J. Romero Salvadó. Sin embargo, tras la derrota republicana en 1939, tuvo que exiliarse.

Se estableció en México, como tantos otros republicanos, donde vivió hasta su fallecimiento el 27 de junio de 1976. Allí contrajo matrimonio con Katja Landau (cuyo verdadero nombre era Julia Lipschutz Klein), viuda del socialista austríaco Kurt Landau.

Su hermano José Balboa, también militar de la Armada, no corrió la misma suerte: fue fusilado al final de la guerra por el régimen franquista.

Un legado silenciado, pero decisivo

Aunque su nombre no aparece en los relatos populares de la Guerra Civil con la misma frecuencia que otros protagonistas, la acción de Benjamín Balboa tuvo un impacto estratégico inmediato y duradero. En un momento en que la lealtad de las fuerzas armadas era incierta, su decisión individual preservó la cohesión naval de la República.

Hoy, su figura representa el valor de los funcionarios y militares que, guiados por principios democráticos, optaron por la legalidad frente al golpismo. En una época de revisionismos históricos, recuperar su historia es un acto de justicia con la memoria de quienes defendieron la República desde las sombras. 

Periódicos:

- Cómo se inició y fue sofocada la rebeldía de los jefes y oficiales de la Armada (La Libertad, 05/08/1936)


martes, 28 de octubre de 2025

Balbo, Italoy (1896-1940): ¿Intervención o distancia?

 Italo Balbo, uno de los jerarcas más carismáticos del régimen fascista italiano, es recordado principalmente como pionero de la aviación, gobernador de Libia y posible sucesor de Mussolini. Sin embargo, su relación con la Guerra Civil Española (1936–1939) es menos conocida y, en muchos aspectos, sorprendentemente ambigua. A diferencia de otros líderes del régimen, Balbo adoptó una postura crítica respecto al apoyo militar italiano al bando franquista, lo que lo distanció del Duce y marcó un giro en su carrera política.

La posición de Balbo frente al conflicto español

Cuando estalló la Guerra Civil Española en julio de 1936, el régimen de Benito Mussolini decidió intervenir activamente en apoyo del general Francisco Franco y las fuerzas nacionalistas. Italia envió tropas, aviones y material bélico a través de la Corpo Truppe Volontarie (CTV), en una operación que buscaba expandir la influencia fascista en Europa.

Sin embargo, Italo Balbo se opuso públicamente a esta intervención. Según testimonios de la época y su propio diario —citado por historiadores como Giordano Bruno Guerri y Claudio G. Segre—, Balbo consideraba que la guerra en España era un error estratégico que comprometía los intereses italianos sin garantizar beneficios reales. Temía, además, que el conflicto arrastrara a Italia a una guerra más amplia en Europa, algo que deseaba evitar.

Distanciamiento del régimen y del Duce

Esta postura le granjeó tensiones crecientes con Mussolini. Ya desde 1938, Balbo había mostrado desacuerdo con las leyes raciales impuestas por el régimen bajo presión nazi, y su crítica a la alianza con Hitler se intensificó tras la invasión de Polonia en 1939. En ese contexto, su escepticismo hacia la aventura española no era un episodio aislado, sino parte de una postura más amplia de disidencia interna dentro del fascismo.

Aunque Balbo no ocupaba un cargo directamente relacionado con la política exterior durante la Guerra Civil Española —desde 1934 era gobernador de Libia—, su voz tenía peso. Como mariscal del Aire y miembro del Gran Consejo Fascista, su opinión era relevante, y su oposición fue vista como un desafío al liderazgo absoluto de Mussolini.

¿Por qué Balbo se opuso a la intervención en España?

Varios factores explican su postura:

  • Intereses coloniales: Balbo estaba centrado en consolidar la presencia italiana en Libia y consideraba que los recursos destinados a España debían usarse en el norte de África.
  • Visión geopolítica independiente: Desconfiaba de la alianza con la Alemania nazi y temía que el apoyo a Franco fortaleciera el eje Berlín-Roma en detrimento de la autonomía italiana.
  • Pragmatismo militar: Sabía que la aviación italiana, que él había modernizado, corría riesgos innecesarios en un conflicto secundario.

Legado y silencio histórico

A pesar de su relevancia en la Italia fascista, el papel de Balbo en la Guerra Civil Española ha sido marginado en la historiografía tradicional, que suele enfocarse en la figura de Mussolini o en la acción directa de la CTV. No hay evidencia de que Balbo participara en operaciones militares en España, ni que visitara el país durante el conflicto.

Su muerte en junio de 1940 —presuntamente por fuego amigo en Tobruk, aunque con fuertes sospechas de asesinato orquestado por el propio Mussolini— selló su destino como una figura incómoda dentro del régimen. Galeazzo Ciano, yerno del Duce, escribió en su diario que Balbo “no había deseado la guerra y la había combatido hasta el final”, en clara alusión a su postura crítica.


lunes, 27 de octubre de 2025

Bajatierra Morán, Mauro (1884-1939): el periodista que murió con Madrid

Mauro Bajatierra Morán (Madrid, 1884 – Guindalera, 1939), conocido también como Juan del Pueblo, fue un destacado periodista anarcosindicalista cuya vida estuvo íntimamente ligada a la lucha obrera y, sobre todo, a la Guerra Civil Española. Su pluma se convirtió en una de las voces más auténticas del bando republicano libertario.

Cronista de guerra desde las trincheras

Al estallar la contienda en julio de 1936, Bajatierra se convirtió en el principal cronista de guerra de la prensa anarquista. Colaboró en medios como Solidaridad Obrera, CNT, La Revista Blanca, Tiempos Nuevos y Acracia. Sus crónicas —consideradas emotivas, realistas y con toques de humor— reflejaban la vida cotidiana en el frente, la resistencia popular y el espíritu revolucionario de los primeros meses del conflicto.

Además de escribir, participó activamente en mítines y actos de la CNT y la FAI, manteniendo una presencia constante en la retaguardia madrileña.

Últimos días: rechazo al exilio y muerte en Madrid

Cuando las tropas franquistas entraron en Madrid en marzo de 1939, Bajatierra se negó a huir. Según la versión más aceptada, murió el 28 de marzo de 1939 en la calle Torrijos del barrio de Guindalera, fusilado a las puertas de su casa tras mantener un tiroteo con las fuerzas nacionalistas durante el desfile de la victoria. Otras fuentes indican que fue detenido, sometido a un consejo de guerra sumarísimo y ejecutado el 2 de abril.

Su decisión de quedarse simboliza el compromiso extremo de muchos intelectuales y militantes anarquistas con la causa republicana hasta el último aliento.


domingo, 26 de octubre de 2025

Baeza, Ricardo (1890-1974): editor comprometido con la República

Ricardo Baeza (Madrid, 1890 – Madrid, 1974) fue un destacado diplomático, editor y hombre de cultura durante la Segunda República. Aunque no ocupó un rol militar en la Guerra Civil Española, su labor editorial y su posición política lo alinearon claramente con el bando republicano, lo que determinó su destino tras la victoria franquista.

Editor al servicio de la cultura republicana

Antes del conflicto, Baeza ya había fundado en 1927 la Editorial Biblioteca Nueva, una de las más influyentes del período republicano. A través de ella, publicó obras de autores como Ramón del Valle-Inclán, Pío Baroja, Miguel de Unamuno y Ramiro de Maeztu, promoviendo un amplio espectro del pensamiento español, aunque con una clara inclinación hacia las corrientes liberales y progresistas.

Durante la guerra, mantuvo su compromiso con los valores de la República. Aunque no hay registros de una participación activa en el frente, su entorno intelectual —incluyendo a su esposa, la feminista María Martos— estaba profundamente vinculado a círculos culturales y políticos republicanos.

Exilio y regreso en el franquismo

Tras la derrota republicana en 1939, Ricardo Baeza se exilió a Argentina, como muchos intelectuales y diplomáticos leales al régimen derrocado. Sin embargo, a diferencia de otros exiliados que permanecieron en el extranjero, regresó a España en 1947, en pleno franquismo.

Su vuelta no implicó una rehabilitación pública ni una reactivación de su labor editorial en los mismos términos. La Editorial Biblioteca Nueva continuó operando, pero bajo un contexto ideológico muy distinto, adaptándose a las restricciones del régimen. Baeza evitó cualquier confrontación abierta con las autoridades, lo que ha llevado a interpretar su postguerra como un retorno discreto y silencioso.

sábado, 25 de octubre de 2025

Baeza, Maria (1888-1981): una feminista en el exilio republicano

María Martos Arregui O’Neill (Manila, 1888 – Madrid, 1981), conocida también como María Baeza, fue una destacada activista feminista y cultural de la Segunda República. Aunque su labor fue más intensa en los años previos al conflicto, su vida quedó marcada por las consecuencias de la Guerra Civil Española.

Compromiso con la cultura y los derechos de la mujer

Antes de la guerra, Martos fue una figura clave en el movimiento feminista español. Fue cofundadora del Lyceum Club Femenino en Madrid, una de las primeras asociaciones de mujeres intelectuales en España, y ejerció como bibliotecaria en su primera junta directiva. Además, formó parte de la Asociación Nacional de Mujeres Españolas y del comité fundador de la Liga Femenina Española por la Paz, junto a Clara Campoamor y Matilde Huici.

Su salón literario en Madrid era frecuentado por figuras como la familia Baroja, y admiraba profundamente los ideales de la Institución Libre de Enseñanza.

Exilio y retorno silenciado

Tras la victoria del bando nacional en 1939, como tantos otros intelectuales republicanos, María Martos se exilió a Argentina. Sin embargo, su estancia en el extranjero fue breve: regresó a España en 1947, en pleno franquismo. A diferencia de otros exiliados, su vuelta no tuvo repercusión pública, en parte porque nunca publicó obra propia, limitándose a colaborar con su marido, el diplomático y editor Ricardo Baeza.

Su regreso marcó un retiro de la vida pública, y su legado permaneció en gran medida olvidado durante décadas, a pesar de su papel pionero en la lucha por la educación y los derechos de las mujeres en la España prebélica.

viernes, 24 de octubre de 2025

Bagaría Bou, Luis (1882-1940): el lápiz al servicio de la República

Luis Bagaría Bou (Barcelona, 1882 – La Habana, 1940) fue uno de los caricaturistas más influyentes de la España del siglo XX. Su trazo sintético y mordaz no solo renovó el género de la caricatura política, sino que se convirtió en una voz crítica y combativa durante la Guerra Civil Española.

De Madrid a Barcelona: el regreso al frente republicano

Antes del estallido de la guerra, Bagaría ya era una figura destacada en la prensa madrileña, colaborando en medios como El Sol, La Tribuna, Crisol y Luz. Al iniciarse el conflicto en julio de 1936, regresó a Barcelona para alinearse con el bando republicano. Allí continuó su labor en el diario La Vanguardia, utilizando la sátira gráfica para denunciar al fascismo y movilizar a la opinión pública.

Compromiso político y cultural antifascista

Bagaría no se limitó a dibujar: en 1933 cofundó la Asociación de Amigos de la Unión Soviética, una iniciativa que reflejaba su simpatía por las causas progresistas y su rechazo al discurso anticomunista dominante en la derecha española. Durante la guerra, su obra se convirtió en un instrumento de propaganda republicana, combinando humor, crítica social y defensa de los valores democráticos.

Exilio y muerte en el destierro

Tras la derrota republicana en 1939, Bagaría se exilió primero en París y luego en La Habana, donde falleció en junio de 1940, apenas unos meses después de su llegada. Su exilio fue facilitado por la escritora Flora Díaz Parrado, en un gesto de solidaridad intelectual típico de la diáspora republicana.

Aunque su vida en el exilio fue breve, su legado como caricaturista comprometido perdura. Sus dibujos son hoy una fuente histórica valiosa para entender la cultura política y el clima ideológico de la Segunda República y la Guerra Civil.

jueves, 23 de octubre de 2025

Bacarisse Chinoria, Salvador (1898-1963): música al servicio de la República

Salvador Bacarisse Chinoria (Madrid, 1898 – París, 1963) no solo fue uno de los compositores españoles más relevantes del siglo XX, sino también una figura profundamente comprometida con los ideales de la Segunda República. Durante la Guerra Civil Española, su labor cultural y política lo convirtió en un referente del bando republicano.

Compromiso político y cultural en tiempos de guerra

Al estallar la Guerra Civil en julio de 1936, Bacarisse ya tenía una trayectoria consolidada como compositor y promotor musical. Había sido director artístico de Unión Radio (1926–1936) y miembro de la Junta Nacional de Música y Teatros Líricos desde 1931. Pero con el conflicto, su compromiso fue más allá del arte.

Se trasladó con el gobierno republicano a Valencia y luego a Barcelona, donde desempeñó un papel clave como delegado del gobierno en asuntos musicales. Desde esta posición, organizó conciertos, temporadas de ópera y actividades culturales destinadas a mantener viva la vida artística en la retaguardia republicana.

Afiliación al Partido Comunista y la Alianza de Intelectuales Antifascistas

Bacarisse se afilió al Partido Comunista de España (PCE) y formó parte activa de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, una organización que agrupaba a artistas, escritores y pensadores comprometidos con la defensa de la República. Junto a figuras como Rafael Alberti, Miguel Hernández o Max Aub, contribuyó a la movilización cultural contra el fascismo, tanto con manifiestos como con acciones concretas en el frente cultural.

Exilio y legado antifranquista

Tras la derrota republicana en 1939, Bacarisse se exilió en París, donde rechazó cualquier colaboración con el régimen franquista. Trabajó desde 1945 en la Radiodiffusion-Télévision Française, produciendo programas en español dirigidos a Hispanoamérica, manteniendo así viva la voz de la cultura republicana en el extranjero.

Su obra musical —incluyendo piezas como el Concertino para guitarra y orquesta— refleja una estética neorromántica con raíces españolas, pero su legado histórico está inseparablemente ligado a su compromiso antifascista y su defensa de la cultura como herramienta de resistencia.

miércoles, 22 de octubre de 2025

Azpiazu Zulaica, Joaquín (1887-1953): el jesuita vasco que apoyó al bando nacional

Joaquín Azpiazu Zulaica (San Sebastián, 1887 – Valladolid, 1953) fue una figura clave del pensamiento católico español del siglo XX. Sociólogo, jurista y miembro de la Compañía de Jesús, su trayectoria intelectual estuvo profundamente marcada por la doctrina social de la Iglesia. Pero fue durante la Guerra Civil Española cuando su postura ideológica cobró especial relevancia histórica.

Apoyo al bando nacional durante la contienda

Durante la Guerra Civil Española (1936–1939), Azpiazu se alineó abiertamente con el bando nacional. Su posición no fue casual: se enmarcaba en su firme defensa del orden social católico frente a lo que consideraba una amenaza revolucionaria y anticlerical representada por sectores del Frente Popular.

Como intelectual comprometido con los principios del catolicismo social, Azpiazu interpretó el conflicto como una defensa de la civilización cristiana. Esta postura era compartida por amplios sectores del clero español y por la jerarquía eclesiástica, que vio en el alzamiento militar una oportunidad para restaurar un modelo de Estado confesional.

Influencia en la ideología del régimen franquista

Tras la victoria nacional en 1939, Azpiazu se convirtió en una voz autorizada en materia de moral económica y social. Publicó obras fundamentales como Orientaciones cristianas del Fuero del Trabajo (1939) y El Estado católico (1939), textos que sirvieron de fundamento intelectual para la política social del régimen franquista.

Su pensamiento se alineaba con los principios del corporativismo católico, promoviendo una visión orgánica de la sociedad donde la propiedad privada, la jerarquía y la intervención moral de la Iglesia eran pilares esenciales. Fue vocal del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y del Consejo Supremo de Protección de Menores, instituciones clave en la reconstrucción ideológica del país tras la guerra.

Legado intelectual y reconocimiento oficial

En 1949, su trayectoria fue reconocida con su nombramiento como académico de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Además, recibió distinciones como la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio y la Cruz de Oro de la Previsión Social, símbolos de su estrecha relación con el aparato institucional del franquismo.

Aunque su obra abarca temas tan diversos como la moral profesional, la acción social del sacerdote o incluso la novela, su papel durante y después de la Guerra Civil lo sitúa como uno de los principales ideólogos católicos del primer franquismo.

martes, 21 de octubre de 2025

Aspiazu Paúl, Manuel (1879-1936): Una víctima de la represión en Madrid

 En los primeros meses caóticos de la Guerra Civil española, muchas figuras militares se vieron atrapadas entre la lealtad al Estado, la presión de los sublevados y la violencia desatada en la retaguardia. Manuel Aspiazu Paúl (1879–1936) fue uno de ellos. Coronel del arma de ingenieros y jefe del Regimiento de Ferrocarriles n.º 2, con base en Leganés, su nombre quedó ligado a uno de los episodios más oscuros del conflicto: las Matanzas de Paracuellos.

Lealtad ambigua y detención en Madrid

Al estallar el alzamiento militar en julio de 1936, Aspiazu, que contaba con 57 años, no se adhirió abiertamente a la sublevación, pero tampoco mostró un compromiso claro con la República. Según las fuentes disponibles, mantuvo una actitud vacilante, lo que lo convirtió en sospechoso para las autoridades republicanas.

Poco después del inicio de la guerra, fue detenido y encarcelado en la Prisión Modelo de Madrid, junto a numerosos militares, religiosos y civiles considerados “enemigos del pueblo”.

Muerte en las Matanzas de Paracuellos

En noviembre de 1936, durante la ofensiva franquista sobre Madrid, se produjeron una serie de ejecuciones extrajudiciales conocidas como las Matanzas de Paracuellos. Cientos de presos fueron sacados de cárceles madrileñas y fusilados en zonas cercanas como Torrejón de Ardoz y Paracuellos del Jarama.

Manuel Aspiazu Paúl fue uno de los fusilados en ese contexto. Fuentes históricas, incluyendo la prensa de la época (ABC, 26 de enero de 1940) y estudios posteriores, lo sitúan entre el grupo de presos de la Prisión Modelo ejecutados en Torrejón (fosa en Soto de Aldovea???).

Un legado silenciado

A diferencia de otros militares de la época, Aspiazu no dejó una huella política o ideológica significativa. Su relevancia histórica radica en su condición de víctima de la represión republicana en la retaguardia madrileña, un fenómeno que, aunque menos documentado que la represión franquista, tuvo un impacto brutal en los primeros meses de la guerra.

Hoy, su nombre aparece en listas de víctimas y en estudios especializados sobre la violencia en la Guerra Civil, pero sigue siendo una figura poco conocida fuera de los círculos académicos.

lunes, 20 de octubre de 2025

Azorín (1873-1967): El escritor del 98 entre el exilio y la supervivencia

Cuando estalló la Guerra Civil en julio de 1936, José Martínez Ruiz —más conocido como Azorín— era ya una figura consagrada de las letras españolas, miembro de la Generación del 98, académico de la lengua y antiguo diputado conservador. A sus 63 años, su vida transcurría entre la escritura, el periodismo y la contemplación melancólica de una España que ya no reconocía.

Pero el conflicto lo obligó a tomar partido, aunque no con armas, sino con silencio y distancia. Huyó de Madrid republicano, se exilió en París, y años después regresó a España bajo la protección del régimen franquista. Su actitud durante la guerra —ni combativa ni comprometida ideológicamente— refleja la ambigüedad de muchos intelectuales conservadores que, sin apoyar abiertamente al fascismo, tampoco resistieron al nuevo orden.

La huida de Madrid: Un refugio en la neutralidad

Azorín vivía en Madrid con su esposa, Julia Guinda, cuando el Frente Popular tomó el poder. Aunque había sido diputado por el Partido Conservador y colaborador de ABC —periódico monárquico y antirrepublicano—, no era un militante político activo en 1936. Sin embargo, su perfil ideológico lo convertía en un blanco potencial en la capital republicana, donde muchos intelectuales de derechas fueron perseguidos o asesinados.

En 1936, aprovechando contactos y su estatus, logró escapar a Francia junto a su esposa. Se instaló en París, donde vivió con discreción, alejado de las polémicas del exilio republicano. A diferencia de otros escritores como Max Aub o Rafael Alberti, Azorín no participó en campañas antifranquistas, ni firmó manifiestos, ni dio discursos. Su exilio fue más bien una retirada personal que un acto político.

Silencio creativo y memoria fragmentada

Durante la guerra, Azorín apenas publicó. Su producción se redujo a notas íntimas y observaciones sobre la vida en París. No fue hasta 1966, casi tres décadas después, que plasmó sus impresiones de aquellos años en el ensayo París, una obra introspectiva más que histórica, donde evita cualquier juicio explícito sobre el conflicto español.

Este silencio ha sido interpretado por historiadores como una estrategia de supervivencia: Azorín, profundamente individualista y escéptico ante los extremismos, rehuyó alinearse con ninguna causa. Ni con la “barbarie roja” que denunciaba la derecha, ni con la “represión nacional” que denunciaba la izquierda. Prefirió, como escribió en sus memorias, “mirar desde la ventana, sin abrir la boca”.

El regreso protegido: La mediación de Serrano Suñer

Tras la victoria franquista en 1939, Azorín no regresó inmediatamente. Permaneció en Francia hasta que, en 1940, el ministro del Interior Ramón Serrano Suñer —cuñado de Franco y arquitecto de la política cultural del régimen— le facilitó los permisos necesarios para volver.

Este regreso no fue casual. El franquismo buscaba legitimarse culturalmente y reclutaba figuras del pasado que, sin ser falangistas, pudieran dar respetabilidad al nuevo Estado. Azorín, con su prestigio literario y su pasado conservador, encajaba perfectamente en esa estrategia.

En agradecimiento, en 1955 dedicó su libro El pasado a Serrano Suñer “con viva gratitud”, un gesto que muchos en el exilio consideraron una sumisión tácita al dictador.

¿Colaborador o superviviente?

La postura de Azorín durante y después de la Guerra Civil sigue generando debate. Para algunos, fue un intelectual que priorizó su integridad personal sobre el compromiso político. Para otros, su silencio y su regreso bajo el amparo del régimen lo convierten en un cómplice pasivo del franquismo.

Lo cierto es que, a diferencia de sus compañeros de generación —como Unamuno, que murió enfrentado al régimen, o Baroja, que permaneció en España en un silencio crítico—, Azorín eligió la discreción como forma de resistencia… o de acomodación.

domingo, 19 de octubre de 2025

Aznar Zubigaray, Manuel (1894-1975): La pluma al servicio del alzamiento

Cuando estalló la Guerra Civil en julio de 1936, Manuel Aznar Zubigaray —ya un periodista consagrado con experiencia en El Sol, La Nación de Buenos Aires y la prensa cubana— se encontraba en Madrid. A diferencia de muchos intelectuales que se alinearon con la República, Aznar eligió el bando sublevado. No solo se convirtió en uno de sus principales cronistas militares, sino en un estratega de la propaganda franquista, cuya pluma ayudó a construir la narrativa del “alzamiento nacional” como cruzada contra el caos y la barbarie.

Su labor durante la contienda fue tan influyente que, en 1938, recibió el Premio Nacional de Periodismo Francisco Franco por sus crónicas de guerra. Pero su legado va más allá del periodismo: fue un arquitecto simbólico del régimen que vendría.

De la condena a muerte al frente franquista

Aznar tenía un pasado complejo: había sido nacionalista vasco en su juventud, fundador del diario Euzkadi y simpatizante del PNV. Incluso fue condenado a muerte por el bando franquista en los primeros días del conflicto, acusado de “antiespañolismo”.

Sin embargo, logró huir a Bruselas y, desde allí, contactó con los sublevados. Su viraje ideológico fue total. Al regresar a España, se puso “al servicio de los nacionales” en Burgos, la capital del bando franquista. Su conocimiento del periodismo internacional, su dominio del francés e inglés, y su red de contactos lo convirtieron en un activo invaluable para la causa.

Cronista de guerra y creador de relatos épicos

Durante la contienda, Aznar acompañó a las tropas franquistas en múltiples frentes: desde el norte hasta Cataluña. Sus crónicas, publicadas en prensa nacional y extranjera, no solo informaban, sino que mitificaban la lucha franquista.

Uno de sus episodios más célebres fue la defensa del Alcázar de Toledo. Aznar no estuvo presente en el asedio, pero su relato —ampliamente difundido— convirtió el episodio en un símbolo de heroísmo nacional-católico. Más tarde, escribiría el libro El Alcázar no se rinde (1957) para refutar versiones críticas, como la del corresponsal estadounidense Herbert L. Matthews.

Su obra cumbre de la época, Guerra y victoria de España (1936–1939) (1942), y su posterior Historia militar de la Guerra de España (1940, reeditada en 1969), se convirtieron en textos de referencia del relato oficial franquista, aunque hoy son leídos con una mirada crítica por los historiadores.

Propaganda, prensa y legitimación internacional

Aznar no trabajó solo como cronista: fue director de medios clave del régimen, como el Diario Vasco y la agencia EFE, que fundó junto a Manuel Halcón en 1939. A través de estos canales, ayudó a controlar la narrativa informativa y a proyectar una imagen de orden, disciplina y victoria moral frente al “caos rojo”.

Además, su experiencia en Hispanoamérica y su dominio de las relaciones internacionales le permitieron contrarrestar la propaganda republicana en el extranjero, especialmente en países neutrales o aliadófilos.

Un legado controvertido: ¿periodista o ideólogo?

La figura de Manuel Aznar Zubigaray sigue generando debate. Para sus defensores, fue un gran periodista que adaptó su pluma a los tiempos turbulentos. Para sus críticos, fue un propagandista al servicio de una dictadura, que utilizó el periodismo como arma política.

Lo innegable es que, durante la Guerra Civil, su voz tuvo un impacto decisivo en la construcción del imaginario franquista. Y aunque su nieto, José María Aznar, llegaría décadas después a la presidencia de un España democrática, el abuelo permanece como uno de los pilares intelectuales del franquismo en formación.


sábado, 18 de octubre de 2025

Aznar Saratxaga, Santiago, (1903-1936), El socialista que mantuvo en marcha la industria vasca

Cuando estalló la Guerra Civil en julio de 1936, el País Vasco se convirtió en un bastión republicano con un gobierno autónomo recién estrenado. En ese contexto de caos, bombardeos y escasez, Santiago Aznar Saratxaga —sindicalista bilbaíno y militante del PSOE— asumió un rol decisivo: Consejero de Industria del primer Gobierno de Euzkadi, presidido por José Antonio Aguirre.

Su misión no era menor: mantener operativas las fábricas de armamento, siderurgia y maquinaria pesada en pleno frente de guerra. Gracias a su liderazgo, el puerto de Bilbao siguió funcionando, los obreros no abandonaron las líneas de producción y la industria vasca se convirtió en un pilar logístico esencial para la resistencia republicana en el norte.

Nombramiento estratégico: Un sindicalista al frente de la industria de guerra

Aznar no fue elegido por casualidad. Su trayectoria en la Unión General de Trabajadores (UGT) y su profundo conocimiento del tejido industrial bilbaíno lo convertían en la figura ideal para coordinar a patronos, obreros y el Estado vasco en una tarea de supervivencia nacional.

Desde su nombramiento en 1936, puso en marcha una política de gestión colectiva y movilización productiva, evitando la paralización de fábricas clave como Altos Hornos de Vizcaya o La Vizcaya. Su enfoque combinaba pragmatismo técnico y lealtad al proyecto autonómico, algo inusual en un socialista español de la época, más inclinado al centralismo.

La Junta de Defensa de Bilbao: Último esfuerzo por evitar la masacre

Con la ofensiva franquista avanzando imparable en el verano de 1937, y tras la caída de Durango y Guernica, la situación en Bilbao era desesperada. Ante la inminente toma de la ciudad, Aznar, junto a Juan de Astigarrabía (comunista) y Jesús María de Leizaola (nacionalista), creó la Junta de Defensa de Bilbao.

Este órgano tenía dos objetivos claros:

  1. Mantener el orden público en los últimos días de la resistencia.
  2. Negociar una rendición ordenada que evitara represalias masivas contra la población civil y los combatientes.

Aunque la Junta no logró evitar la entrada de las tropas franquistas el 19 de junio de 1937, su acción reflejó un intento humanitario en medio del colapso militar.

Exilio inmediato y lealtad al Gobierno Vasco

Tras la caída de Bilbao, Aznar huyó por Santoña —junto a miles de soldados republicanos— y se reunió con el Gobierno Vasco en el exilio, primero en Barcelona y luego en París. A diferencia de otros socialistas españoles, nunca renunció a la legitimidad del lehendakari Aguirre, lo que le granjearía tensiones con el PSOE central.

Durante la guerra, su figura simbolizó la alianza entre socialismo y autogobierno vasco, una combinación que muchos en Madrid consideraban contradictoria, pero que en el frente norte fue vital para la cohesión antifascista.

Por qué su papel en la Guerra Civil merece ser recordado

Hoy, cuando se estudia la Guerra Civil desde una perspectiva regional, la figura de Santiago Aznar emerge como clave para entender cómo el País Vasco sostuvo su resistencia no solo con armas, sino con fábricas, acero y organización obrera.

Fue un ejemplo de político técnico: no buscaba el protagonismo ideológico, sino la eficacia en la defensa de su pueblo. En un momento en que la memoria histórica vuelve a estar en el centro del debate público, su legado recuerda que la industria también fue un frente de batalla.


jueves, 16 de octubre de 2025

Aznar Embid, Severino (1870–1959)

En una época marcada por profundas transformaciones sociales, políticas y económicas, Severino Aznar Embid (1870–1959) emergió como una de las voces más lúcidas y comprometidas del catolicismo social español. Nacido en Tierga, un pequeño pueblo agrícola de Zaragoza, su infancia modesta y su entorno familiar carlista marcaron los cimientos de una vida dedicada a la justicia, la dignidad humana y la aplicación de los principios cristianos a la realidad social.

 Formación intelectual: Del seminario a la cátedra universitaria

Aznar inició su instrucción primaria en Calcena y Trasobares, localidades cercanas a su pueblo natal. Entre 1883 y 1893, cursó Humanidades, Filosofía y Teología en el Seminario de Zaragoza, con la intención de convertirse en sacerdote. Aunque finalmente no lo fue, siempre consideró que su formación en el seminario fue la raíz de su desarrollo humano y ético.

Más tarde, en 1894, comenzó la carrera de Filosofía y Letras en Zaragoza, culminando sus estudios en 1911 en la Universidad Central de Madrid con una tesis doctoral titulada La Conciliación y el arbitraje, donde analizaba la relación entre capital y trabajo. Su trayectoria académica se consolidó en 1916, al obtener por oposición la cátedra de Sociología en la misma universidad.
 

Periodismo comprometido y el nacimiento de "La Paz Social"

Aznar no fue solo un académico: fue un periodista combativo y fundador de medios de comunicación con vocación social. En 1907, creó en Zaragoza la revista La Paz Social, junto a figuras como Salvador Minguijón e Inocencio Jiménez, con el objetivo de promover el sindicalismo católico. Junto a la revista, lanzó la colección editorial Biblioteca Ciencia y Acción, que difundió ideas sociales desde una perspectiva cristiana.

Esta publicación se convirtió en la caja de resonancia de las Semanas Sociales (1906–1912), foros pioneros en el debate sobre justicia social en España. Aznar defendió con firmeza la Ley de Sindicatos Agrícolas de 1906 y se opuso a su derogación, demostrando una postura progresista incluso frente a gobiernos conservadores.

 
El Grupo de la Democracia Cristiana y su influencia europea

Inspirado por la encíclica Rerum Novarum del papa León XIII y por el pensamiento del sociólogo italiano Giuseppe Toniolo, Aznar fundó en 1919 el Grupo de la Democracia Cristiana, un movimiento intelectual que buscaba cristianizar no solo la sociedad, sino también el Estado. Aunque nunca se convirtió en partido político, su influencia fue decisiva en la formación del Partido Social Popular en 1922.

Su proyección internacional fue notable: participó en conferencias en Ginebra, fue vicepresidente de la Unión de Malinas, y Pío XI lo eligió para representar a España en la conmemoración de los 40 años de Rerum Novarum con el ensayo Del salario familiar al seguro familiar.

 
Legado social: Del seguro obrero a la legislación franquista

Durante la Segunda República y la Guerra Civil, Aznar sufrió en carne propia el conflicto: tres de sus hijos murieron en la contienda. Tras el estallido de la guerra, se alineó con el bando nacional y fue nombrado presidente de la Junta para la Organización Sindical en 1937. Posteriormente, como consejero de Trabajo en el gobierno de Burgos, diseñó las bases de la legislación social del franquismo, siempre inspirada en la doctrina social de la Iglesia. Fue pieza fundamental en la inspiración social del régimen y su adhesión al mismo; pese a su remoto carlismo familiar, entroncaba más bien con la “revolución pendiente” del falangismo, tan acorde con sus radicales ideales de justicia social.


En 1942, fundó la Revista Internacional de Sociología en el Instituto Jaime Balmes (CSIC), que dirigió hasta su muerte en 1959. Fue un firme defensor del seguro social, promoviendo el Retiro Obrero y más tarde el seguro familiar, alternativas al salario tradicional que buscaban dignificar al trabajador.

 
¿Por qué recordar a Severino Aznar hoy?

En un momento en que se debaten nuevamente los límites entre Estado, mercado y persona, la figura de Aznar cobra una sorprendente actualidad. Su defensa de la centralidad de la persona, la familia como núcleo social, la participación obrera en la empresa y la previsión social anticipó muchos de los debates contemporáneos sobre justicia, libertad y solidaridad.

Aunque ha sido injustamente olvidado, su coherencia vital, su pensamiento social avanzado y su compromiso con los más desfavorecidos lo convierten en una referencia indispensable para entender el desarrollo del pensamiento social católico en España.

 
 

miércoles, 15 de octubre de 2025

Azcárate y Gómez, Gumersindo de (1878-1937)

Gumersindo Azcárate Gómez (Ezcaray, La Rioja, 28 de febrero de 1878 – Derio, Vizcaya, 18 de noviembre de 1937) fue un militar profesional, republicano leal y víctima del franquismo. Coronel del Ejército de la República, fue fusilado tras la caída de Bilbao por mantener su juramento de lealtad al Gobierno legítimo. Su historia, marcada por el valor, la dignidad y la fe en la democracia, lo convierte en un símbolo de la resistencia ética frente a la traición y la represión.

 
Orígenes y familia: Un linaje de liberales

Nacido en Ezcaray (La Rioja), Gumersindo pertenecía a una familia con profunda tradición liberal y republicana. Era pariente cercano del político krausista Gumersindo de Azcárate y Menéndez (1840–1915), uno de los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza, y primo de los destacados republicanos Justino y Pablo de Azcárate.

Esta herencia intelectual y ética marcó su formación como militar de principios, comprometido con el Estado de Derecho y la legalidad constitucional.
 

Carrera militar y lealtad a la República

Durante la Segunda República, Gumersindo Azcárate formó parte del gabinete militar de Manuel Azaña cuando este fue Ministro de la Guerra. Al estallar la Guerra Civil en julio de 1936, ostentaba el rango de teniente coronel y estaba al mando del Batallón Ciclista de Alcalá de Henares.

Cuando sus propios oficiales se sublevaron, se negó a unirse al golpe y resultó gravemente herido al intentar contener la rebelión. Tras recuperarse, fue ascendido a coronel y enviado a Bilbao como Inspector de Operaciones del Ejército Vasco, con la misión de organizar e instruir a las milicias vascas.

Curiosamente, conocía personalmente a Francisco Franco, a quien había tenido como alumno en la Academia Militar. Según testimonios, solía decir:   

Conozco a Franco. Fue discípulo mío en la Academia. No me perdonará que le haya traicionado… y me fusilará.”

Una premonición que, trágicamente, se cumpliría.

     
Captura, encarcelamiento y fusilamiento

Tras la caída de Bilbao en junio de 1937, Gumersindo Azcárate fue capturado por las tropas franquistas. Encarcelado en la prisión de Larrinaga, compartió celda con otros leales a la República, el Coronel Irezábal, al Comandante de Estado Mayor Lafuente, al capitán Bolaños, todos ellos militares profesionales, al médico bilbaino José Luis Arenillas, Director General de Sanidad de Euzkadi, y hasta otros 14 más.

El 18 de noviembre de 1937, fue fusilado en Derio (Vizcaya) junto con todo el Estado Mayor del Ejército de Euzkadi. Antes de morir, escribió emotivas cartas a su esposa Presen y a sus hijas.  


   

lunes, 13 de octubre de 2025

Azcárate y Flórez, Pablo de (1890-1971)

Pablo de Azcárate y Flórez (Madrid, 4 de marzo de 1890 – Madrid, 24 de febrero de 1971) fue un destacado diplomático, jurista y político español de ideología liberal y republicana. Figura clave de la Segunda República, es recordado principalmente por ser el último embajador de España en el Reino Unido antes del estallido de la Guerra Civil, y por su incansable labor en defensa de la legalidad democrática y los derechos humanos durante el exilio.
 
Orígenes familiares y formación intelectual

Nacido en Madrid en 1890, Pablo pertenecía a una de las familias más influyentes del liberalismo español: era hijo de Cayo de Azcárate y Delfina Flórez, sobrino de Gumersindo de Azcárate (uno de los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza) y hermano de Justino de Azcárate, también político republicano.

Siguiendo la tradición familiar, estudió en la Institución Libre de Enseñanza (ILE), centro emblemático del pensamiento progresista español. Se licenció en Derecho por la Universidad de Madrid y completó su formación en el Reino Unido, donde desarrolló un profundo conocimiento del sistema parlamentario británico —una influencia decisiva en su visión política.
 
Carrera diplomática en la Segunda República

Tras una exitosa trayectoria como abogado y catedrático, Pablo de Azcárate ingresó en la carrera diplomática. Durante la Segunda República Española, su perfil moderado, su dominio del inglés y su prestigio intelectual lo convirtieron en una figura clave en la política exterior del nuevo régimen.

En 1932, fue nombrado embajador de España en Londres, cargo que desempeñó con gran eficacia hasta 1936. Desde la embajada, trabajó para fortalecer las relaciones con el Reino Unido y proyectar una imagen de estabilidad y modernidad de la República en el escenario internacional.
 
El estallido de la Guerra Civil y la lealtad al Gobierno legítimo

Cuando estalló el levantamiento militar del 18 de julio de 1936, Azcárate se encontraba en Londres. A diferencia de otros diplomáticos que se sumaron al bando sublevado, mantuvo su lealtad al Gobierno republicano legítimo y continuó representando a España ante el gobierno británico.

Sin embargo, el Reino Unido adoptó una política de no intervención y, con el tiempo, reconoció de facto al régimen franquista. A pesar de ello, Azcárate se negó a entregar las instalaciones diplomáticas y permaneció en su puesto hasta que fue relevado por el gobierno republicano en el exilio en 1939.
 
Exilio y defensa de los derechos humanos

Tras la victoria franquista, Pablo de Azcárate se exilió en Londres, donde se convirtió en una voz moral contra la dictadura. En 1946, fue nombrado Secretario Ejecutivo de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, bajo la dirección de John Peters Humphrey.

En este rol, participó activamente en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), aportando su experiencia jurídica y su compromiso con la justicia social. Su labor en la ONU lo consagró como un defensor universal de la dignidad humana, más allá de las fronteras nacionales.
 
Regreso a España y últimos años

Aunque mantuvo contactos con la oposición democrática durante el franquismo, no regresó a España hasta 1969, dos años antes de su muerte. Falleció en Madrid el 24 de febrero de 1971, sin haber visto el restablecimiento de la democracia, pero dejando un legado ético e intelectual indeleble.

Fue enterrado en el cementerio de La Almudena, en una ceremonia discreta que contrastaba con la magnitud de su contribución a la diplomacia y los derechos humanos.

Azcárate y Flórez, Justino de (1903-1989)

Justino de Azcárate y Flórez (Madrid, 28 de junio de 1903 – Caracas, 17 de mayo de 1989) fue un destacado abogado, político y defensor del liberalismo republicano español. Miembro de una de las familias intelectuales más influyentes del siglo XX, su vida estuvo marcada por el compromiso con la democracia, el exilio tras la Guerra Civil y su regreso simbólico durante la Transición española.
 
Orígenes y formación: Una familia de “notables” leoneses

Nacido en Madrid en 1903, Justino pertenecía a una ilustre saga de intelectuales y políticos liberales de León. Hijo de Cayo de Azcárate y Delfina Flórez, era sobrino de Gumersindo de Azcárate, uno de los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza (ILE), y hermano de Pablo de Azcárate, diplomático y último embajador de la República en Londres.

Siguiendo la tradición familiar, estudió en la Institución Libre de Enseñanza y en el Colegio Alemán de Madrid. Se licenció y doctoró en Derecho en la Universidad de Madrid, donde fue profesor auxiliar de Derecho Político desde 1925. Pronto destacó como abogado de éxito, pero su vocación política lo llevó a los primeros planos de la vida pública republicana.
 
Compromiso republicano: De la Agrupación al Servicio de la República al Parlamento

En los años 20, se afilió al Partido Reformista de Melquíades Álvarez, una formación liberal y laica. Pero su verdadero salto a la escena nacional llegó en 1931, cuando se integró en la Agrupación al Servicio de la República, una plataforma impulsada por figuras como José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala con el objetivo de asegurar el éxito de la Segunda República.

El grupo obtuvo 16 escaños en las elecciones constituyentes, y Justino de Azcárate fue elegido diputado por León, además de secretario del grupo parlamentario. Ese mismo año, fue nombrado subsecretario de Gracia y Justicia en el gobierno de Manuel Azaña.

Posteriormente, ocupó la Subsecretaría de Gobernación (1933) y fue consejero nacional de Economía, además de desempeñar cargos en organismos como el Patronato de las Hurdes y el Consejo Nacional de Combustibles. Su perfil técnico y moderado lo convirtió en una figura clave del centro republicano.
 
El estallido de la Guerra Civil y el exilio

El 18 de julio de 1936, en un último intento por evitar la guerra, el presidente Diego Martínez Barrio lo nombró ministro de Estado (Exteriores). Sin embargo, nunca tomó posesión del cargo: se encontraba en León, que cayó rápidamente en manos de los sublevados.

Pocos días después, fue detenido por falangistas en Burgos y trasladado a una prisión en Valladolid, donde permaneció casi año y medio. Gracias a las gestiones de su hermano Pablo de Azcárate, fue canjeado en 1937 por el falangista Raimundo Fernández-Cuesta.

A diferencia de muchos republicanos, no regresó a la zona leal. Prefirió exiliarse en Francia, donde colaboró con el movimiento Paz Civil en España, buscando un acercamiento entre los bandos. Tras la victoria franquista, partió definitivamente al exilio en Venezuela en 1939, junto a su esposa Emilia González Uña y sus hijos.
 
Vida en el exilio: influencia en Venezuela

En Caracas, Justino de Azcárate construyó una segunda carrera de enorme prestigio. Fundó uno de los bufetes de abogados más influyentes del país y participó activamente en la vida económica y cultural venezolana:
 

  • Asesor del Ministerio de Relaciones Exteriores en temas de postguerra  
  • Profesor de Economía y Hacienda en instituciones públicas 
  • Gerente de empresas inmobiliarias y vicepresidente de entidades de vivienda popular  
  • Asesor de la Cámara de Comercio de Caracas (1946–1977)  
  • Presidente de la Compañía Fomentadora Inmobiliaria Nacional (FINCA)

     

Su labor en Venezuela lo convirtió en un puente entre la intelectualidad republicana española y el desarrollo institucional latinoamericano.
 
Regreso a España: Senador en la Transición y defensor del patrimonio

Tras la muerte de Franco, regresó a España en 1977. El rey Juan Carlos I lo designó senador por designación real en las primeras Cortes democráticas, integrándose en la Agrupación Independiente, de la que fue portavoz.

En 1979, fue elegido senador por León en las listas de la Unión de Centro Democrático (UCD), partido que representaba el centro reformista heredero del espíritu republicano moderado.

Además de su labor parlamentaria, destacó en la defensa del patrimonio cultural español:

  •  Presidente del Patronato del Museo del Prado (1982–1986)  
  • Presidente de Hispania Nostra (1980–1987), organización dedicada a la conservación del patrimonio histórico  
  • Patrono de la Fundación Giner de los Ríos y miembro de la Fundación Ortega y Gasset

Legado y familia

Justino de Azcárate fue el último representante público de la célebre saga de “notables” leoneses de los Azcárate. Estuvo casado con Emilia González Uña y tuvo cuatro hijos: Juan Cayo y Carmen (nacidos en Madrid), e Isabel y José (nacidos en Caracas).

Su vida simboliza el tránsito del liberalismo republicano al compromiso democrático de la Transición, sin renunciar nunca a sus principios ni a su vocación de servicio público.

viernes, 10 de octubre de 2025

Azarola y Gresillón, Antonio (1874-1936)

Antonio Azarola y Gresillón (Tafalla, 18 de noviembre de 1874 – Ferrol, 4 de agosto de 1936) fue un destacado militar y marino español, contraalmirante de la Armada y ministro de Marina durante la Segunda República Española. Su nombre quedó grabado en la historia por su lealtad inquebrantable al Gobierno legítimo y su trágico final al comienzo de la Guerra Civil española.
 

Formación, carrera y compromiso republicano

Nacido en Tafalla (Navarra) en 1874, Azarola provenía de una familia con profunda tradición militar. Sus antepasados, originarios de España, habían emigrado a Uruguay, aunque mantuvieron fuertes vínculos con las Fuerzas Armadas españolas. Casado con Carmen Fernández García-Zúñiga, hija del vicealmirante Ricardo Fernández Gutiérrez de Celis, Azarola sirvió como ayudante personal de su suegro en dos ocasiones, lo que refleja su prestigio dentro de la institución naval.

Su carrera en la Armada Española fue meteórica. En noviembre de 1934 fue nombrado segundo jefe de la Base Naval de Ferrol y jefe del Arsenal de Ferrol, uno de los centros navales más estratégicos del país.
 
Ministro de Marina en la Segunda República

En un momento crítico de la política española, Azarola asumió el cargo de ministro de Marina en el gobierno de Manuel Portela Valladares, entre el 30 de diciembre de 1935 y el 19 de febrero de 1936. Este fue el último gabinete antes de las elecciones de febrero de 1936, que dieron la victoria al Frente Popular.

Durante su breve mandato, promovió el último Plan Naval de la Segunda República (11 de enero de 1936), que contemplaba la construcción de dos destructores, dos cañoneros y otras embarcaciones menores, en un intento por modernizar la flota española ante la creciente tensión política.
 
Lealtad a la República y arresto en Ferrol

Cuando estalló el levantamiento militar del 18 de julio de 1936, Azarola se encontraba al mando del arsenal de Ferrol. A diferencia de muchos de sus compañeros, se negó a unirse al golpe de Estado y mantuvo su fidelidad al Gobierno republicano.

El 20 de julio, los oficiales sublevados tomaron el control de la base. Azarola fue traicionado por sus propios subordinados, entre ellos los hermanos Salvador y Francisco Moreno Fernández, quienes años después serían ensalzados como héroes navales por el régimen franquista. Al descubrir la traición, Azarola miró a uno de ellos y le dijo con amargura:   

    “Usted también, don Francisco.”
     
Juicio sumarísimo y fusilamiento

Detenido y sometido a un consejo de guerra sumarísimo el 3 de agosto de 1936, Azarola fue acusado de “abandono de destino”. Según la sentencia de los sublevados, se le imputaba:

    “Inhibirse en sus funciones, retirarse a sus habitaciones particulares y oponerse a que se declarase el estado de guerra en la plaza.”
     

Durante el juicio, el contraalmirante defendió su postura con firmeza:   

    “Consideraciones de carácter militar me impedían en absoluto sumarme a un acto que consideraba sedicioso.”
     

Al amanecer del 4 de agosto de 1936, fue fusilado en el cuartel de Dolores, en Ferrol. Sus restos descansan hoy en el cementerio de Villagarcía de Arosa.
 
Legado familiar y memoria histórica

Antonio Azarola tuvo un hijo, Antonio Azarola Fernández de Celis, que siguió sus pasos en la Marina de Guerra. Curiosamente, su sobrina Amelia Azarola Echevarría —hija de su hermano Emilio Azarola Gresillón, alcalde de Santesteban y político radical-socialista— estaba casada con el aviador Julio Ruiz de Alda, cofundador de la Falange Española, quien fue asesinado en la Cárcel Modelo de Madrid el 23 de agosto de 1936. Esta paradoja familiar refleja la profunda fractura social que provocó la Guerra Civil.