Cuando estalló la Guerra Civil en julio de 1936, Manuel Aznar Zubigaray —ya un periodista consagrado con experiencia en El Sol, La Nación de Buenos Aires y la prensa cubana— se encontraba en Madrid. A diferencia de muchos intelectuales que se alinearon con la República, Aznar eligió el bando sublevado. No solo se convirtió en uno de sus principales cronistas militares, sino en un estratega de la propaganda franquista, cuya pluma ayudó a construir la narrativa del “alzamiento nacional” como cruzada contra el caos y la barbarie.
Su labor durante la contienda fue tan influyente que, en 1938, recibió el Premio Nacional de Periodismo Francisco Franco por sus crónicas de guerra. Pero su legado va más allá del periodismo: fue un arquitecto simbólico del régimen que vendría.
De la condena a muerte al frente franquista
Aznar tenía un pasado complejo: había sido nacionalista vasco en su juventud, fundador del diario Euzkadi y simpatizante del PNV. Incluso fue condenado a muerte por el bando franquista en los primeros días del conflicto, acusado de “antiespañolismo”.
Sin embargo, logró huir a Bruselas y, desde allí, contactó con los sublevados. Su viraje ideológico fue total. Al regresar a España, se puso “al servicio de los nacionales” en Burgos, la capital del bando franquista. Su conocimiento del periodismo internacional, su dominio del francés e inglés, y su red de contactos lo convirtieron en un activo invaluable para la causa.
Cronista de guerra y creador de relatos épicos
Durante la contienda, Aznar acompañó a las tropas franquistas en múltiples frentes: desde el norte hasta Cataluña. Sus crónicas, publicadas en prensa nacional y extranjera, no solo informaban, sino que mitificaban la lucha franquista.
Uno de sus episodios más célebres fue la defensa del Alcázar de Toledo. Aznar no estuvo presente en el asedio, pero su relato —ampliamente difundido— convirtió el episodio en un símbolo de heroísmo nacional-católico. Más tarde, escribiría el libro El Alcázar no se rinde (1957) para refutar versiones críticas, como la del corresponsal estadounidense Herbert L. Matthews.
Su obra cumbre de la época, Guerra y victoria de España (1936–1939) (1942), y su posterior Historia militar de la Guerra de España (1940, reeditada en 1969), se convirtieron en textos de referencia del relato oficial franquista, aunque hoy son leídos con una mirada crítica por los historiadores.
Propaganda, prensa y legitimación internacional
Aznar no trabajó solo como cronista: fue director de medios clave del régimen, como el Diario Vasco y la agencia EFE, que fundó junto a Manuel Halcón en 1939. A través de estos canales, ayudó a controlar la narrativa informativa y a proyectar una imagen de orden, disciplina y victoria moral frente al “caos rojo”.
Además, su experiencia en Hispanoamérica y su dominio de las relaciones internacionales le permitieron contrarrestar la propaganda republicana en el extranjero, especialmente en países neutrales o aliadófilos.
Un legado controvertido: ¿periodista o ideólogo?
La figura de Manuel Aznar Zubigaray sigue generando debate. Para sus defensores, fue un gran periodista que adaptó su pluma a los tiempos turbulentos. Para sus críticos, fue un propagandista al servicio de una dictadura, que utilizó el periodismo como arma política.
Lo innegable es que, durante la Guerra Civil, su voz tuvo un impacto decisivo en la construcción del imaginario franquista. Y aunque su nieto, José María Aznar, llegaría décadas después a la presidencia de un España democrática, el abuelo permanece como uno de los pilares intelectuales del franquismo en formación.
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