Durante los años más convulsos de la década de 1930, mientras Europa se deslizaba hacia la guerra total, Stanley Baldwin, tres veces primer ministro del Reino Unido, adoptó una postura que marcaría el destino de miles: la política de no intervención en la Guerra Civil Española. Aunque su figura está más asociada a la abdicación de Eduardo VIII o al rearme británico frente al nazismo, su decisión de mantener al Reino Unido al margen del conflicto español tuvo consecuencias profundas —y controvertidas— para el curso de la contienda y para la legitimidad internacional de la República española.
La política de no intervención: neutralidad o complicidad
Cuando estalló la Guerra Civil Española en julio de 1936, el Reino Unido, bajo el gobierno de Baldwin (en su tercer mandato: 1935–1937), enfrentaba múltiples desafíos: la creciente amenaza de la Alemania nazi, tensiones imperiales y una opinión pública profundamente pacifista tras la Primera Guerra Mundial. En ese marco, Baldwin y su gabinete optaron por evitar cualquier implicación directa en el conflicto español.
El 7 de agosto de 1936, el Reino Unido propuso formalmente una política europea de no intervención, que pronto fue adoptada por 27 países, incluidos Francia, Italia y la Alemania nazi. Sin embargo, mientras el Reino Unido y Francia respetaban el embargo de armas, Alemania e Italia violaban sistemáticamente el acuerdo, enviando tropas, aviones y material bélico al bando franquista.
La postura de Baldwin
Según la historiografía —incluyendo fuentes como Historical Dictionary of the Spanish Civil War de Francisco J. Romero Salvadó y los análisis de Paul Preston—, Baldwin consideraba que cualquier intervención británica en España podría desencadenar una guerra europea más amplia. Además, el gobierno conservador veía con recelo al gobierno republicano español, al que asociaba con el comunismo y la inestabilidad social.
La política de no intervención, por tanto, no fue neutral en la práctica: benefició claramente al bando sublevado, que contaba con el apoyo logístico y militar de Hitler y Mussolini, mientras que la República quedaba aislada diplomáticamente y con acceso limitado a armamento legítimo.
Críticas y legado
Una neutralidad sesgada
La postura de Baldwin ha sido ampliamente criticada por historiadores como Gabriel Jackson y Helen Graham, quienes señalan que la no intervención fue, en efecto, una forma encubierta de apoyo al franquismo. Al impedir que la República comprara armas en condiciones de igualdad, el Reino Unido contribuyó a desequilibrar el conflicto.
Además, el Foreign Office británico mostraba simpatías abiertas por los “nacionalistas”, a quienes veía como garantes del orden frente al “caos rojo”. Esta visión ideológica influyó decisivamente en la política exterior del gobierno de Baldwin.
Baldwin y el rearme
Paradójicamente, mientras se negaba a ayudar a la República española, Baldwin impulsó un programa de rearme de la RAF a partir de 1936, anticipando un conflicto mayor con Alemania. Esta dualidad —rearmarse para sí mismo, pero negar defensa a otros— refleja la lógica realista, pero moralmente cuestionable, de la diplomacia británica de entreguerras.
Conclusión: una neutralidad con consecuencias
Stanley Baldwin no intervino directamente en la Guerra Civil Española, pero su decisión de liderar una política de no intervención tuvo un impacto decisivo en el desenlace del conflicto. Al aislar diplomáticamente a la República y permitir que las potencias fascistas actuaran con impunidad, el gobierno británico contribuyó —aunque indirectamente— a la victoria franquista.
Su legado en este capítulo de la historia europea es, por tanto, más relevante por lo que no hizo que por lo que hizo. En una época en que la democracia se debatía entre la defensa activa y la pasividad estratégica, Baldwin optó por la segunda. Una elección que, con el paso del tiempo, muchos historiadores han calificado no como prudencia, sino como complicidad por omisión.
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