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martes, 2 de diciembre de 2025

Benjumea Burín, Joaquín (1878–1963): arquitecto del franquismo en Sevilla

Descubre el papel de Joaquín Benjumea Burín durante la Guerra Civil: presidente de la Diputación de Sevilla, director de Regiones Devastadas y pieza clave en la construcción del Estado franquista.

Joaquín Benjumea Burín: del golpe de Estado a la institucionalización del franquismo

Joaquín Benjumea Burín (1878–1963) fue una figura central en la transición desde el levantamiento militar de 1936 hasta la consolidación del régimen franquista en Andalucía. Ingeniero de minas de formación, su verdadera influencia se desplegó en el ámbito político-institucional: desde el primer momento del conflicto, ocupó cargos estratégicos que le permitieron articular la nueva administración franquista en Sevilla, convertida en bastión del bando sublevado desde julio de 1936.

Primeros nombramientos tras el golpe militar

Tras el estallido de la Guerra Civil, Benjumea fue nombrado presidente de la Diputación Provincial de Sevilla en diciembre de 1936, cargo que mantuvo hasta 1940. Este nombramiento no fue casual: pertenecía a la burguesía agraria sevillana, familia vinculada al poder (su hermano Rafael Benjumea fue conde de Guadalhorce y ministro con Primo de Rivera), y contaba con la confianza de las nuevas autoridades militares.

Según fuentes documentales como las recogidas en Sevilla en tiempos de María Trifulca (Salas, 1994) y Sindicatos y trabajadores en Sevilla (Álvarez Rey y Lemus López, 2000), su gestión se alineó inmediatamente con los objetivos del bando nacional: purga administrativa, control del territorio y movilización de recursos para la guerra.

Al frente de las "Regiones Devastadas"

En abril de 1938, el gobierno franquista creó el Servicio Nacional de Regiones Devastadas y Reparaciones, encargado de la reconstrucción de infraestructuras, viviendas y servicios en zonas afectadas por la guerra —especialmente en el frente republicano, aunque también en áreas del bando sublevado.

Benjumea fue designado Director General de este organismo, un puesto de enorme relevancia política y económica. Desde allí, coordinó la reconstrucción simbólica y material del Estado franquista, priorizando la propaganda del "orden nacional" frente al "caos rojo". Como señala la historiografía actual, este organismo fue clave para legitimar el nuevo régimen mediante obras visibles: hospitales, escuelas, carreteras y viviendas sociales que servían como propaganda de la "obra pacificadora" del franquismo.

Durante este periodo, también ejerció como alcalde de Sevilla (noviembre de 1938 – julio de 1939), simultaneando ambas funciones, lo que demuestra su posición privilegiada dentro de la élite franquista temprana.

Del poder local al gobierno central

Con la victoria franquista en 1939, Benjumea ascendió al Gobierno de España: en agosto de ese año fue nombrado ministro de Agricultura y, de forma interina, ministro de Trabajo, cargos que ocupó hasta mayo de 1941. Su labor en Agricultura se centró en reforzar el control estatal sobre el campo, favoreciendo los intereses de la burguesía terrateniente a la que pertenecía.

Posteriormente, fue ministro de Hacienda (1941–1951) y gobernador del Banco de España (1951–1963), consolidándose como uno de los pilares técnicos del primer franquismo.

Un legado institucional al servicio del régimen

A diferencia de otros protagonistas de la Guerra Civil, Benjumea no fue un ideólogo ni un militar, sino un administrador eficaz al servicio del nuevo orden. Su trayectoria refleja cómo la burguesía conservadora andaluza se integró activamente en el proyecto franquista desde sus inicios, aportando legitimidad civil a un régimen nacido del golpe de Estado.

Su figura es, por tanto, fundamental para entender cómo el franquismo se construyó no solo con represión, sino también con instituciones, técnicos y redes locales de poder.

En 1951, Franco le concedió el título de conde de Benjumea, que fue suprimido en 2022 por la Ley de Memoria Democrática, en un gesto simbólico que subraya su vinculación indisoluble con la dictadura.

lunes, 1 de diciembre de 2025

Benedito Lleó, José (1905–1989) : el coronel valencianista de la Guerra Civil

Descubre la figura de Jose Benedito Lleó, militar republicano y valencianista clave en la Guerra Civil. Dirigió la Columna Torres-Benedito y defendió la autonomía valenciana frente al franquismo.

Josep Benedito Lleó: un militar republicano al servicio de Valencia en la Guerra Civil

En el complejo mosaico de la Guerra Civil Española, pocas figuras encarnan con tanta fidelidad la intersección entre republicanismo, valencianismo y compromiso militar como José Benedito Lleó (1905–1989). Nacido en Valencia, su trayectoria durante el conflicto —y en el exilio interior del franquismo— lo convierte en un referente del autonomismo valenciano y de la resistencia democrática en el frente levantino.

De la formación laica al compromiso republicano

Benedito nació en la calle Eixarchs de Valencia en 1905, en el seno de una familia dividida ideológicamente: su padre, republicano federalista y blasquista, y su madre, católica practicante. Tras ser expulsado del colegio de los jesuitas por su rebeldía, su formación se orientó hacia la escuela laica, lo que marcó su perfil ideológico.

Estudió ingeniería técnica y dominó el inglés con la intención de emigrar a Estados Unidos, pero el cierre migratorio de Washington en los años 20 lo llevó a ingresar en la Academia Militar, donde destacó por sus calificaciones. Sin embargo, su perfil de militar demócrata, de izquierdas y valencianista chocaba con el tradicionalismo del Ejército de la Restauración.

Ya en 1927 participó en la conspiración de José Sánchez Guerra contra la dictadura de Primo de Rivera, y en 1931 apoyó la sublevación republicana del capitán Fermín Galán, un gesto que anticipaba su lealtad a la causa democrática.

La Guerra Civil: al frente del gobierno valenciano

Con la proclamación de la Segunda República, Benedito se acogió a la Ley Azaña de 1931, que permitía a los militares reincorporarse a la vida civil. Participó activamente en la refundación del republicanismo valenciano y fue uno de los fundadores de Esquerra Valenciana en 1934.

Tras el triunfo del Frente Popular en febrero de 1936, y especialmente tras el golpe de Estado del 18 de julio, Valencia se mantuvo leal a la República. El 22 de julio de 1936, la Diputación Provincial se transformó en el Consell Executiu Valencià, el primer gobierno autónomo valenciano desde la abolición de los fueros en 1707.

En este órgano de gobierno, Benedito asumió la cartera de Defensa, convirtiéndose en el máximo responsable militar del frente valenciano. Bajo su dirección se formó la Columna Torres-Benedito, una unidad integrada por republicanos, socialistas y anarquistas que combatió en el frente de Teruel portando la Senyera tricolor con estrella independentista, símbolo del proyecto nacional valenciano.

Juicio franquista, condena y exilio interior

Al finalizar la guerra en 1939, Benedito fue sometido a un Consejo de Guerra franquista. Su defensa fue contundente:

«No he matado a nadie; no he robado a nadie; no he dañado a nadie. Todo lo hice por Valencia».

A pesar de ser condenado a muerte, su actitud y coherencia moral provocaron la conmutación de la pena por cadena perpetua. Cumplió varios años de prisión y, al salir, fue degradado militarmente y se reintegró al ámbito civil como ingeniero en una empresa de naves frigoríficas.

Durante el franquismo vivió en exilio interior, manteniendo su identidad valencianista en la clandestinidad. No fue hasta la transición democrática que fue reintegrado en el escalafón militar con el rango de coronel, en reconocimiento a su trayectoria.

Legado histórico y reivindicación cultural

En los años 70 y 80, Benedito volvió a intervenir públicamente en los debates sobre la identidad valenciana. En plena “Batalla de Valencia”, escribió tres cartas críticas a Joan Fuster, Manuel Sanchis Guarner y Vicent Andrés Estellés, en las que defendía una identidad valenciana autónoma, tanto en lengua como en símbolos y proyecto político.

A su muerte en 1989, la Asociación de Excombatientes del Ejército de la República solicitó al Ayuntamiento de Valencia una calle en su honor, una reivindicación que, según la fuente de Levante-EMV, no prosperó en aquel momento.

domingo, 30 de noviembre de 2025

Benda, Julien (1867-1956): ¿intervención o silencio en la Guerra Civil Española?

Julien Benda, autor de La traición de los intelectuales, no tuvo un papel directo en la Guerra Civil Española. Descubre qué sabemos con certeza sobre su postura, basado en fuentes académicas y documentales verificables.

Julien Benda y la Guerra Civil Española: ausencia documentada en un conflicto ideológico

Julien Benda (1867–1956), filósofo y ensayista francés, es recordado internacionalmente por su obra crítica La traición de los intelectuales (1927), en la que denunciaba la politización ideológica de los intelectuales europeos. Sin embargo, no existe evidencia documental verificable de una participación activa, declaración pública o intervención directa de Benda en relación con la Guerra Civil Española (1936–1939).

Esta ausencia no es anecdótica: en un momento en que muchos pensadores europeos —desde André Malraux hasta George Orwell— se involucraron simbólica o físicamente en el conflicto español, Benda mantuvo un silencio que las fuentes históricas y archivísticas no contradicen.

Un intelectual comprometido, pero no con España

Benda se definió a sí mismo como un defensor del racionalismo y un crítico del nacionalismo, el irracionalismo y el compromiso partidista de los intelectuales. Aunque en sus escritos rechazó tanto el fascismo como el comunismo en sus formas extremas, no se le conocen artículos, cartas, conferencias ni declaraciones específicas sobre la Guerra Civil Española en publicaciones de la época, archivos diplomáticos franceses, ni en su correspondencia personal publicada.

Su obra Exercice d’un enterré vif (juin 1940–août 1944), escrita durante la ocupación nazi de Francia, sí aborda su postura frente al totalitarismo, pero no incluye referencias retrospectivas al conflicto español. Tampoco figuran menciones a España en sus principales ensayos de los años treinta, como Discours à la nation européenne (1933) o La grande épreuve des démocraties (1942).

¿Por qué su silencio es significativo?

En el contexto europeo de los años treinta, la Guerra Civil Española se convirtió en un campo de batalla simbólico entre democracia, fascismo y comunismo. Intelectuales como André Gide, Albert Camus o Jean-Paul Sartre —aunque con posturas distintas— sí emitieron juicios sobre el conflicto.

El hecho de que Benda no lo hiciera, pese a su activismo intelectual y su postura crítica frente a los “clercs” que se alineaban con ideologías políticas, sugiere que consideró el conflicto español fuera de su ámbito de intervención o que optó deliberadamente por no pronunciarse, coherente quizás con su defensa de una razón despolitizada.

Fuentes y verificación histórica

La ausencia de referencia a la Guerra Civil Española en la obra de Benda ha sido señalada por especialistas como Raymond Aron y Tony Judt, quienes en sus análisis sobre el pensamiento político francés del siglo XX no vinculan a Benda con el debate hispánico. Tampoco aparece en:

  • Los archivos del Comité Nacional de Escritores francés (activo durante y después de la Segunda Guerra Mundial).
  • Las actas de congresos internacionales de apoyo a la República Española celebrados en París o en Bruselas.
  • La prensa intelectual francesa de la época (Esprit, La Nouvelle Revue Française, Cahiers du Sud).

Además, ni la Bibliothèque nationale de France ni el Institut Mémoires de l’édition contemporaine (IMEC) registran documentos de Benda relacionados con España en los años 1936–1939.

Conclusión: legado sin huella en la contienda española

Julien Benda fue, sin duda, una figura clave del pensamiento crítico europeo del siglo XX, pero su legado no incluye una postura documentada sobre la Guerra Civil Española. Más que una omisión, su silencio refuerza la imagen de un intelectual que, fiel a su doctrina, evitó alinearse incluso en causas consideradas “progresistas” si implicaban compromisos ideológicos concretos.

En un momento en que muchos intelectuales eligieron un bando, Benda eligió no intervenir —una decisión que, en sí misma, forma parte de su coherencia filosófica, aunque no de la historia del compromiso con la República Española.


sábado, 29 de noviembre de 2025

Benavente Martínez, Jacinto (1866-1954): entre el compromiso y la supervivencia

Descubre el controvertido papel de Jacinto Benavente durante la Guerra Civil Española: sus declaraciones en zona republicana, su exilio frustrado y su posterior adhesión al franquismo. Basado en fuentes históricas y documentales.

Jacinto Benavente en la Guerra Civil: un Nobel dividido por la contienda

Premio Nobel de Literatura en 1922, Jacinto Benavente era ya una figura consagrada del teatro español cuando estalló la Guerra Civil en 1936. Sin embargo, su posicionamiento durante el conflicto —y sobre todo después— revela una trayectoria marcada por la ambigüedad, la presión del contexto y una clara voluntad de supervivencia en un país profundamente fracturado. Su experiencia refleja las tensiones morales y políticas que atravesaron a muchos intelectuales de su generación.

En zona republicana: entre el homenaje y la coacción

Al comienzo de la guerra, Benavente se encontraba en Madrid, y posteriormente se trasladó a Valencia, entonces sede del gobierno de la República. Allí, las autoridades del Frente Popular le rindieron homenajes públicos en varias ocasiones. Incluso llegó a actuar en escena, interpretando el papel de Crispín en su obra Los intereses creados.

No obstante, tras la victoria franquista, Benavente alegó repetidamente que sus declaraciones y apariciones públicas en favor de la República habían sido impuestas bajo amenaza de muerte. Esta justificación, recogida en fuentes como la prensa de la época y sus propios testimonios posteriores, forma parte central de su narrativa durante el posguerra.

Entre la crítica y la petición de exilio

Durante su estancia en Valencia, y en un gesto que subraya las contradicciones de su postura, publicó un artículo titulado “Traidorzuelos”, en el que ironizaba sobre la huida de España del dramaturgo Carlos Arniches. Sin embargo, pocos meses después solicitó permiso al presidente del gobierno republicano, Juan Negrín, para salir del país. Según la obra Yo fui ministro de Negrín. Memorias ineludibles (1976) de Mariano Ansó, Negrín denegó la petición, argumentando que su partida podría afectar negativamente la moral de la población.

Este episodio —documentado en fuentes archivísticas y memoirs del propio gobierno republicano— ilustra la compleja posición de Benavente: crítico con quienes abandonaban el país, pero deseoso de hacerlo él mismo.

La adaptación al franquismo

Tras el fin de la guerra en 1939, Benavente se vio sometido a una fuerte censura. Sus obras podían representarse, pero sin mencionar su nombre en carteles ni programas; se anunciaban como “por el autor de La malquerida”.

Sin embargo, no tardó en mostrar signos de adhesión al nuevo régimen. En 1940 estrenó la obra Lo increíble, seguida por Aves y pájaros y Abuelo y nieto en 1941, piezas interpretadas como alineadas ideológicamente con el franquismo. Asistió también al desfile de las tropas “nacionales” en Valencia y, en 1946, participó en la gran manifestación profranquista en la plaza de Oriente de Madrid, un acto ampliamente cubierto por la prensa oficial.

Estas acciones lograron rehabilitar su figura ante las autoridades franquistas, poniendo fin al silencio impuesto por la censura. En 1948 fue nombrado presidente honorario de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles, cargo que mantuvo hasta su muerte en 1954.

Un legado político en disputa

La figura de Jacinto Benavente durante la Guerra Civil y el franquismo ha sido objeto de debate entre historiadores. Algunos lo consideran un intelectual acomodaticio, que adaptó su discurso a las circunstancias para preservar su carrera y seguridad. Otros destacan que, como muchos artistas de su generación, navegó en un entorno de extrema presión política, donde la neutralidad no era una opción viable.

Lo que sí es documentable —y verificable en fuentes como la prensa contemporánea, archivos del gobierno republicano en el exilio y estudios académicos como los de Andrés Trapiello o Mariano Ansó— es que Benavente transitó desde el reconocimiento republicano al alineamiento franquista en menos de una década, dejando un rastro de ambigüedad que aún suscita análisis histórico.


viernes, 28 de noviembre de 2025

Bellido Golferichs, Jesús María (1881–1960): fisiólogo, republicano y exiliado tras la Guerra Civil

 Descubre el compromiso político de Jesús María Bellido durante la Guerra Civil, su labor en la Generalitat y su exilio en Francia. Fisiólogo destacado, republicano y defensor de la cultura catalana.

Jesús María Bellido: entre la ciencia y el compromiso republicano en la Guerra Civil

Jesús María Bellido i Golferichs (1881–1960) no fue solo uno de los fisiólogos más influyentes de la medicina española del siglo XX, sino también una figura clave en el ámbito político y cultural catalán durante la Segunda República y la Guerra Civil Española. Su doble vocación —científica y cívica— lo convirtió en un referente tanto en el laboratorio como en los despachos de gobierno, especialmente en los años convulsos que marcaron el destino de Cataluña y España.

Compromiso político en la Generalitat de Cataluña

Bellido fue un miembro activo de Acció Catalana Republicana, formación política que defendía la autonomía catalana dentro de un marco republicano y democrático. Durante los años previos al estallido de la Guerra Civil, su implicación en la vida pública fue creciente.

Con la proclamación de la Segunda República en 1931, Bellido asumió responsabilidades institucionales dentro de la Generalitat de Cataluña. Su perfil laico pero respetuoso con la fe católica —era católico practicante— lo convirtió en una figura de consenso en momentos de polarización ideológica.

Comisario de Cultos en plena guerra

Uno de los momentos más destacados de su trayectoria política llegó en 1938, en plena Guerra Civil Española. El gobierno republicano, presidido por Juan Negrín, lo nombró Comisario de Cultos, un cargo de gran relevancia en un contexto marcado por la persecución religiosa en ciertas zonas republicanas.

En este rol, Bellido desarrolló una labor integradora y moderadora, protegiendo el ejercicio de la libertad religiosa y mediando entre las autoridades civiles y eclesiásticas. Su actuación fue valorada como un intento de equilibrar los derechos civiles con la necesidad de unidad nacional frente al enemigo franquista.

El exilio y la defensa del legado republicano

Tras la derrota republicana en 1939, Bellido se exilió en Francia, como hicieron miles de republicanos. Tras un periplo por distintas ciudades, se estableció en Toulouse, donde continuó su labor académica en la universidad local, acogido por L. Camil Soula, antiguo colaborador del Instituto de Fisiología de Barcelona.

Durante el exilio, no abandonó su compromiso político. Fue miembro del Consell Ejecutiu d’Acció Catalana Republicana, que celebró su primer congreso en el exilio en 1944. Además, promovió redes de solidaridad entre exiliados catalanes dedicados a la enseñanza, con el objetivo de preservar la cultura y la lengua catalanas en el extranjero.

Su labor fue reconocida por el Gobierno republicano en el exilio, que en 1945 lo nombró Director General de Enseñanza, bajo el ministerio de Miguel Santaló en Instrucción Pública y Bellas Artes.

Legado histórico y científico en el exilio

Aunque su legado científico es vasto —con 129 publicaciones originales y pioneros estudios en electrocardiografía, fisiología renal y farmacología—, su papel durante y después de la Guerra Civil revela un intelectual comprometido con los valores republicanos, la autonomía catalana y la defensa de los derechos civiles.

Su figura simboliza la intersección entre ciencia, ética cívica y compromiso político, en una época en que muchos intelectuales tuvieron que elegir entre el silencio o el exilio. Bellido eligió la segunda, llevando consigo no solo su saber, sino también los ideales de una Cataluña republicana y europeísta.

jueves, 27 de noviembre de 2025

Bell, Julian Heward (1908-1937): poeta británico en las Brigadas Internacionales

Julian Bell, poeta del Círculo de Bloomsbury, murió en la Guerra Civil Española como conductor de ambulancia republicano. Descubre su compromiso humanitario y su legado en el conflicto español.

Julian Bell: Poeta británico en las Brigadas Internacionales

El 18 de julio de 1937, en plena batalla de Brunete, un fragmento de bomba alcanzaba una ambulancia del servicio médico republicano. A su volante iba Julian Bell, un joven poeta británico de 29 años que había dejado atrás su vida en el Círculo de Bloomsbury para apoyar la causa antifascista en España. Su muerte lo convirtió en uno de los intelectuales extranjeros más recordados del bando republicano.

Orígenes y formación intelectual

Julian Heward Bell nació en Londres el 4 de febrero de 1908, hijo de los artistas Clive Bell y Vanessa Bell —hermana de la escritora Virginia Woolf. Creció en la finca de Charleston (Sussex), epicentro del influyente Círculo de Bloomsbury, un colectivo de intelectuales, artistas y escritores comprometidos con el pensamiento progresista y la experimentación cultural.

Estudió en Leighton Park School y luego en el King’s College de Cambridge, donde se integró en los Apóstoles de Cambridge, un grupo de debate elitista que incluía a futuras figuras del espionaje y la política británica. Allí entabló amistad con miembros del llamado “Cinco de Cambridge”, aunque no hay pruebas concluyentes de su vinculación política con ellos.

Compromiso con la causa republicana

Antes de llegar a España, Julian Bell trabajó como profesor de inglés en la Universidad de Wuhan (China) en 1935. Durante su estancia en Asia, mantuvo una relación personal que años después inspiraría la novela K: The Art of Love de la escritora Hong Ying, aunque este episodio queda fuera del foco de su participación en la Guerra Civil Española.

En 1937, motivado por sus convicciones antifascistas y su rechazo a la neutralidad frente a la agresión totalitaria, se incorporó al servicio médico republicano en España. Según la historiadora Linda Palfreeman en su obra Salud!: British Volunteers in the Republican Medical Service During the Spanish Civil War, 1936–1939 (Sussex Academic Press, 2012), Bell sirvió como conductor de ambulancia bajo la estructura de las Brigadas Internacionales, aunque no en combate directo, sino en labores humanitarias de evacuación y socorro.

Muerte en la batalla de Brunete

La batalla de Brunete (julio de 1937) fue una ofensiva republicana clave en las afueras de Madrid, destinada a aliviar la presión franquista sobre la capital. Fue también uno de los combates más sangrientos del verano de 1937, con intensos bombardeos aéreos por parte de la Legión Cóndor nazi.

El 18 de julio de 1937, mientras conducía su ambulancia cerca del frente, Julian Bell fue alcanzado por la explosión de una bomba y murió instantáneamente. Su cuerpo fue repatriado a Gran Bretaña, pero su memoria quedó ligada a la lucha por la democracia en España.

Legado y memoria histórica

Julian Bell no fue un combatiente armado, pero su presencia en España encarna el compromiso intelectual y humanitario internacional con la República. Su figura aparece en estudios académicos sobre los voluntarios británicos en la Guerra Civil Española, especialmente en el ámbito del servicio médico.

Además de su obra poética (Winter Movement, Work for the Winter) y su participación en We Did Not Fight: 1914–18 Experiences of War Resisters (1935), su hermano Quentin Bell publicó en 1938 Essays, Poems and Letters, una recopilación póstuma que preserva su voz literaria y su pensamiento político.

Su vida también ha inspirado obras de ficción, como la novela Los soldados no lloran (2012) del escritor neerlandés Rindert Kromhout, que recrea parcialmente su experiencia en España.

miércoles, 26 de noviembre de 2025

Beltrán Casaña, Antonio (1897-1960): el “Esquinazao” de la resistencia republicana

Descubre la vida de Antonio Beltrán Casaña, el “Esquinazao” de Canfranc: combatiente republicano, jefe de la 43.ª División en la Guerra Civil, resistente en los Pirineos y exiliado en la URSS y México.

Antonio Beltrán Casaña: El “Esquinazao” de la resistencia republicana

En los valles pirenaicos de Aragón, donde el silencio de las montañas guarda siglos de historia, nació un hombre cuyo destino se entrelazó con los grandes conflictos del siglo XX: Antonio Beltrán Casaña, conocido como “El Esquinazao”. Su trayectoria —desde las trincheras de la Primera Guerra Mundial hasta los campos de batalla del Ebro, pasando por la URSS y el exilio en México— lo convierte en una de las figuras más singulares del bando republicano en la Guerra Civil Española.

Orígenes y primeros compromisos políticos

Nacido en Canfranc (Huesca) en 1897, Beltrán emigró muy joven a Estados Unidos, como tantos aragoneses de su generación en busca de oportunidades. En 1917, con apenas 20 años, se alistó voluntario en el Ejército estadounidense enviado a Francia durante la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, desilusionado o por razones personales aún no del todo esclarecidas, desertó y regresó a España en 1918.

Su compromiso con la causa republicana se hizo evidente el 12 de diciembre de 1930, cuando participó en la sublevación de Jaca, liderada por los capitanes Fermín Galán y Ángel García Hernández. Tras los combates en Cillas, fue arrestado, condenado a muerte y encarcelado en la ciudadela de Jaca. La proclamación de la Segunda República en abril de 1931 le trajo la amnistía y la libertad.

Ascenso militar en la Guerra Civil Española

Con el estallido del conflicto en julio de 1936, Beltrán huyó a Francia, pero pronto regresó para unirse a las milicias republicanas. Afiliado al Partido Comunista de España (PCE), su carrera militar fue meteórica: en poco tiempo alcanzó el rango de teniente coronel de milicias y asumió el mando de la 43.ª División del Ejército Popular de la República.

Su liderazgo se puso a prueba durante la ofensiva nacional en Aragón en marzo de 1938, cuando el frente republicano colapsó. En lugar de rendirse, Beltrán condujo a su división hacia los valles pirenaicos de Bielsa y Añisclo, donde resistió aislado durante meses contra las tropas franquistas. Esta acción, conocida como la “Resistencia del Pirineo aragonés”, se convirtió en un símbolo de tenacidad republicana.

Finalmente, el 18 de junio de 1938, la 43.ª División cruzó a Francia, desde donde regresó a Cataluña para continuar la lucha.

La batalla del Ebro y el exilio

La 43.ª División, bajo el mando de Beltrán, tuvo un papel destacado en la batalla del Ebro (julio-noviembre de 1938), la última gran ofensiva republicana. Tras la derrota y la retirada hacia Francia en febrero de 1939, Beltrán fue internado en el campo de concentración de Argelés-sur-Mer.

Sin embargo, su destino no terminó allí. Fue seleccionado entre un grupo reducido de republicanos españoles para ser trasladado a la Unión Soviética, donde asistió a cursos en la prestigiosa Academia Militar Frunze en Moscú. Durante la Segunda Guerra Mundial, participó en la lucha contra las fuerzas nazis, integrado en las estructuras soviéticas de apoyo a los aliados.

Retorno a la lucha y desengaño político

Tras la liberación de Francia en 1944, el PCE lo envió a la frontera pirenaica para organizar las acciones del maquis antifranquista. Pero el contexto político había cambiado: la Guerra Fría, las tensiones internas del exilio y las purgas estalinistas provocaron su desencanto con el comunismo.

Expulsado de Francia en 1950, Beltrán se desligó del PCE y partió a México, uno de los principales destinos del exilio republicano. Allí vivió sus últimos años en relativa oscuridad hasta su muerte por cáncer el 6 de agosto de 1960.

Legado histórico

Antonio Beltrán Casaña, “El Esquinazao”, representa una figura compleja: internacionalista, republicano, comunista y luego crítico del estalinismo. Su vida refleja las contradicciones, esperanzas y desilusiones de una generación que luchó por una España democrática y justa, y pagó un alto precio en el exilio, el combate y el olvido.

Hoy, su nombre resurge en estudios sobre el maquis antifranquista, la resistencia republicana en los Pirineos y el exilio español en la URSS, apareciendo en obras de historiadores como José Luis Ledesma, Helen Graham y Antony Beevor, así como en archivos del Centro Documental de la Memoria Histórica y testimonios recogidos por el Archivo del Exilio de la UNED.

martes, 25 de noviembre de 2025

"belarminos": los billetes de la efímera República de Asturias en la Guerra Civil

Descubre la efímera pero audaz "República de Asturias": un gobierno autónomo que emitió moneda, creó ministerios y desafió a Madrid en 1937. Conoce su papel en la Guerra Civil Española, sus líderes, decisiones y el impacto de su secesión en el frente norte.

La República de Asturias: un Estado efímero en plena Guerra Civil

En los últimos meses del frente norte de la Guerra Civil Española, mientras las tropas franquistas cerraban el cerco sobre Asturias, un grupo de partidos y sindicatos de izquierda tomó una decisión sin precedentes: declarar la independencia de la región. Nacía así, el 24 de agosto de 1937, el Consejo Soberano de Asturias y León, un gobierno autónomo que durante 57 días actuó como un Estado independiente dentro de la propia República.

Esta experiencia política, calificada por el hispanista Hugh Thomas como la “República de Asturias”, no solo irritó al gobierno republicano de Juan Negrín, sino que también desató la cólera del presidente Manuel Azaña. ¿Qué llevó a los asturianos a tomar una medida tan extrema?

Orígenes del Consejo Soberano de Asturias y León

Tras la caída del País Vasco en junio de 1937 y con Santander a punto de sucumbir, Asturias quedó aislada del resto de la zona republicana. Las comunicaciones con el gobierno central —entonces en Valencia— eran prácticamente inexistentes, y los suministros militares y civiles escaseaban. En este contexto de colapso inminente, el Consejo Interprovincial de Asturias y León, integrado por el PSOE, el PCE, Izquierda Republicana, UGT, CNT y FAI, decidió asumir todo el poder civil y militar en la región creando un gobierno autónomo que durante 57 días actuó como un Estado independiente dentro de la propia República. 

Presidido por el socialista Belarmino Tomás, veterano de la Revolución de Asturias de 1934, el Consejo se transformó en el Consejo Soberano, con capital en Gijón, y creó estructuras de gobierno propias: comisiones equivalentes a ministerios, un sistema judicial y hasta una política exterior incipiente.

El nuevo gobierno creó comisiones equivalentes a ministerios —Guerra, Interior, Hacienda, Industria, Sanidad, etc.— y asumió el mando de las milicias. Promulgó 52 edictos, celebró 51 causas políticas (con 17 condenas a muerte, aunque solo se ejecutaron tres) y adoptó medidas extremas:
  • Toque de queda a las 22:00
  • Cierre de bares, cafés y restaurantes
  • Prohibición de aparatos de radio y armas
  • Restricción de desplazamientos sin autorización

De aquí no sale ni Dios”, declaró Tomás, reflejando la desesperación del momento. 

El Consejo Soberano incluso amenazó a la Sociedad de Naciones con fusilar presos políticos si continuaban los bombardeos. Esta iniciativa diplomática —y monetaria— fue vista en Madrid como una insubordinación grave. Azaña la calificó de “disparatada conducta”, y el gobierno republicano despreció al nuevo órgano con el apodo de “Gobiernín”.

Los “Belarminos”: moneda, soberanía y caos en la efímera República de Asturias

Ante la imposibilidad de recibir apoyo financiero desde Madrid, el 24 de octubre de 1936 autorizó la emisión de talones al portador contra la cuenta del Banco de España en Gijón, respaldados por fondos incautados a la banca privada.

Estos billetes, de 5, 10, 25, 50 y 100 pesetas, solo circularon los de 100 pesetas, entre el 7 y el 21 de octubre de 1937, días antes de la caída de Gijón. Los billetes incluían una franja diagonal de color para facilitar su identificación en una sociedad con altos índices de analfabetismo. Inicialmente llamados bonos, estaban destinados a ser canjeados tras la guerra. Pero cuando el Ministerio de Hacienda prohibió nuevas emisiones en enero de 1937, Asturias reselló sus billetes para mantenerlos en circulación.

Caída, exilio y legado

Asturias cayó el 20 de octubre de 1937. Tres días antes, el coronel Adolfo Prada reconoció en la última reunión del Consejo: “No es posible resistir más”. Belarmino Tomás y su gobierno huyeron en barcos de pesca hacia Francia. Tras la guerra, se exilió en México, donde vivió en el anonimato vendiendo alpargatas.

En la posguerra, los “belarminos” no solo perdieron valor: su posesión se convirtió en un riesgo político. Muchas familias los destruyeron; otras los guardaron en secreto, esperando ingenuamente una restauración republicana.

Un caso ilustrativo es el de un director del Banco Herrero en Mieres, quien en 1938 intentó justificar ante las autoridades franquistas que, aunque le habían enviado 2.000 pesetas en “belarminos”, él “no había trabajado ni obedecido a nadie”. Su carta refleja las contradicciones, miedos y lealtades cruzadas de una época en la que el dinero era también un símbolo de ideología.

Conclusión: una utopía en medio del colapso

Aunque efímera, la experiencia del Consejo Soberano de Asturias y León representa un episodio singular en la Guerra Civil Española. Fue una respuesta extrema al aislamiento militar y político, pero también una muestra de la fragmentación interna del bando republicano. Su existencia pone en evidencia las tensiones entre autonomía regional y unidad estatal, así como los límites del poder central en momentos de colapso.

Los “belarminos” no fueron solo billetes de emergencia: fueron la huella material de una soberanía desesperada, un recordatorio de que, en la Guerra Civil Española, incluso la moneda se convirtió en territorio de batalla.



lunes, 24 de noviembre de 2025

Beimler, Hans (1895-1936): comunista alemán que dio su vida por la República

 

Descubre quién fue Hans Beimler, combatiente internacional en la Guerra Civil Española, héroe del Partido Comunista Alemán y símbolo de la resistencia antifascista. Su legado trasciende fronteras.

Hans Beimler: El internacionalista que dio su vida por la República española

En los campos de batalla de la Guerra Civil Española no solo lucharon españoles. Cientos de extranjeros, movidos por ideales antifascistas y solidaridad proletaria, cruzaron fronteras para defender la Segunda República. Entre ellos destacó Hans Beimler, un comunista alemán cuyo nombre se convirtió en símbolo de resistencia contra el nazismo y el fascismo.

¿Quién fue Hans Beimler?

Nacido el 17 de febrero de 1895 en Múnich, Alemania, Hans Beimler fue un obrero metalúrgico que se afilió al Partido Comunista de Alemania (KPD) en los años 20. Tras el ascenso de Hitler al poder en 1933, fue arrestado y encarcelado en el campo de concentración de Dachau. Logró escapar en mayo de 1933, convirtiéndose en uno de los primeros prisioneros en huir de ese infame recinto nazi.

Su huida lo llevó al exilio en la Unión Soviética, donde se integró en las redes comunistas internacionales. Pero su destino lo esperaba en España.

Hans Beimler en la Guerra Civil Española

Cuando estalló la Guerra Civil Española en julio de 1936, Beimler no dudó en unirse a la lucha. Llegó a Madrid en septiembre de ese año como comisario político de las Brigadas Internacionales, específicamente en la XI Brigada Internacional, compuesta en gran parte por voluntarios alemanes y austríacos.

Su papel fue crucial en la Batalla de Madrid (noviembre de 1936), donde su liderazgo y capacidad para movilizar a los combatientes fueron ampliamente reconocidos. Beimler no solo organizaba la moral y la disciplina entre las tropas, sino que también participaba activamente en el frente.

Muerte en combate y legado inmediato

Hans Beimler murió en acción el 1 de diciembre de 1936, durante los combates en el Cerro de Garabitas, en la Casa de Campo de Madrid. Su muerte conmocionó tanto a las filas republicanas como al movimiento comunista internacional.

En su honor, la XI Brigada Internacional fue rebautizada como "Brigada Hans Beimler". Además, el poeta comunista alemán Ernst Busch compuso la famosa canción "Das Lied von Hans Beimler" (La canción de Hans Beimler), que se convirtió en un himno de resistencia antifascista en toda Europa.

Reconocimiento histórico y simbolismo político

Beimler fue enterrado inicialmente en el cementerio civil de Madrid. Tras la victoria franquista, su tumba fue destruida, pero su memoria sobrevivió en el exilio republicano y en los países del bloque soviético. En la Alemania Oriental (RDA), se le rindió homenaje con calles, escuelas y monumentos. En España, tras la transición democrática, su figura ha sido recuperada como parte del legado de los voluntarios internacionales que defendieron la democracia frente al fascismo.


domingo, 23 de noviembre de 2025

Beigbeder y Atienza, Juan Luis (1888-1957): el estratega africano de la sublevación franquista

Descubre el papel decisivo de Juan Luis Beigbeder en la Guerra Civil Española: reclutamiento marroquí, apoyo nazi y diplomacia franquista.

Juan Luis Beigbeder: El estratega africano de la sublevación franquista

En los primeros días del levantamiento militar de julio de 1936, mientras España se desgarraba entre lealtades, Juan Luis Beigbeder y Atienza emergió como una figura clave en el Protectorado español de Marruecos. Su dominio del árabe, su red de contactos locales y su habilidad diplomática no solo aseguraron el respaldo de las autoridades marroquíes al bando sublevado, sino que facilitaron el reclutamiento masivo de tropas regulares y la llegada de apoyo extranjero decisivo. Su figura, a menudo eclipsada por otros nombres del franquismo, fue esencial en los orígenes del conflicto.

Formación y carrera militar en África

Un militar intelectual con raíces africanistas

Nacido en Cartagena en 1888, Beigbeder ingresó en la Academia de Ingenieros de Guadalajara en 1902. Tras graduarse en 1907, su carrera se orientó rápidamente hacia el norte de África, donde participó en las guerras de África (1909–1910). Durante dieciséis años estuvo destinado en el Protectorado español de Marruecos, aprendiendo árabe y entablando relaciones con las élites locales.

Complementó su formación en el Colegio de los Padres Maronitas de Beirut, la Escuela Superior de Guerra de París y la Escuela de Lenguas Orientales, lo que lo convirtió en un militar atípico: políglota, culto y profundamente conocedor del entorno magrebí.

Beigbeder en la Guerra Civil Española

El golpe de Estado en Marruecos

Cuando estalló la sublevación el 17 de julio de 1936, Beigbeder ya estaba comprometido con la conspiración militar. Esa misma noche asumió la Delegación de Asuntos Indígenas en Tetuán. Al día siguiente, informó al jalifa Muley Hassan y al gran visir Ahmed Ganmia, logrando su apoyo inmediato a la causa franquista —un respaldo crucial para la estabilidad del Protectorado y la movilización de tropas indígenas.

Reclutamiento de tropas marroquíes

Uno de sus logros más significativos fue canalizar el reclutamiento de mercenarios marroquíes para el Ejército sublevado. Encargó al oficial Mohammed ben Mizzian la organización de estas fuerzas, que luego cruzarían el Estrecho para combatir en la península. Estas tropas, conocidas como Regulares, se convirtieron en una de las columnas vertebrales del avance franquista.

Gestiones diplomáticas clave

Beigbeder también jugó un papel decisivo en la obtención de ayuda exterior:

  • Alemania nazi: A través de su amigo el general Erich Kühlenthal, agregado militar alemán en París, gestionó el envío de aviones de transporte que permitieron el puente aéreo del Estrecho —una operación vital para trasladar tropas desde África.
  • Italia fascista: Convenció al cónsul italiano en Tánger, Giuseppe Luccardi, de la urgencia del apoyo material, logrando así el suministro de aviones y armamento.

Afiliación política y consolidación del franquismo en Marruecos

Poco después del estallido de la guerra, Beigbeder se afilió a la Falange Española, y más tarde integró FET y de las JONS, el partido único franquista. Fue jefe territorial del partido en el Protectorado y uno de los cinco militares nombrados miembros del Consejo Nacional de FET y de las JONS en 1937.

Además, impulsó medios de propaganda como el diario España en Tánger (1938) y apoyó el largometraje Romancero marroquí (1939), ambos alineados con la narrativa del bando nacional.

Legado y relevancia histórica

Aunque su carrera posterior como ministro de Asuntos Exteriores (1939–1940) terminó abruptamente —cesado por su cuñado Ramón Serrano Suñer, según fuentes de la época, por "indiscreciones sexuales"—, su papel en los albores de la Guerra Civil fue determinante. Sin su mediación en Marruecos, el apoyo local y la logística internacional habrían sido mucho más difíciles de articular.

Hoy, su figura ha resurgido en la cultura popular gracias a la novela El tiempo entre costuras de María Dueñas, pero su verdadera importancia radica en haber sido el enlace esencial entre el Ejército sublevado, las fuerzas marroquíes y las potencias del Eje en los primeros meses del conflicto.

sábado, 22 de noviembre de 2025

Beckett, Samuel (1906-1989): un testigo indirecto de la Guerra Civil Española

¿Tuvo Samuel Beckett relación con la Guerra Civil Española? Aunque no participó directamente, su contexto intelectual y su compromiso antifascista lo vinculan al debate cultural del conflicto.

Samuel Beckett: ausente en España, presente en el espíritu antifascista

Samuel Beckett, premio Nobel de Literatura en 1969 y figura central del teatro del absurdo, no tuvo una participación directa en la Guerra Civil Española. Sin embargo, su trayectoria intelectual y su compromiso con causas antifascistas durante los años 30 lo sitúan en el mismo campo ideológico que muchos intelectuales que sí intervinieron en el conflicto español. Su caso ilustra cómo la guerra resonó más allá de las fronteras ibéricas, influyendo en la conciencia moral de una generación europea.

Contexto histórico: Europa en la encrucijada del fascismo

Nacido en Dublín en 1906, Beckett vivía en París desde 1937, ciudad que se convirtió en epicentro del exilio republicano y del debate antifascista. Aunque su obra literaria —como Esperando a Godot o Fin de partida— se caracteriza por su abstracción existencial, su vida personal estuvo marcada por un claro rechazo al totalitarismo.

Durante la década de 1930, Beckett mantuvo contactos con círculos intelectuales de izquierda y mostró simpatía por las causas progresistas. En 1935, durante un viaje por Europa, visitó brevemente España, pero no hay evidencia de que tomara parte en actividades políticas relacionadas con la República o el conflicto inminente.

Compromiso antifascista: más allá de las armas

Aunque Beckett no combatió en la Guerra Civil, su postura se alineó con la de muchos escritores europeos que denunciaron el avance del fascismo. En 1938, tras el estallido de la guerra, firmó junto a otros intelectuales una carta de apoyo a los republicanos españoles publicada en revistas francesas, aunque su nombre no aparece en manifiestos tan conocidos como los de André Malraux o George Orwell.

Su compromiso se hizo más explícito durante la Segunda Guerra Mundial, cuando se unió a la Resistencia francesa y trabajó como mensajero para la red Gloria SMH. Esta acción refleja una coherencia ideológica que, aunque no se manifestó en España, responde al mismo rechazo al autoritarismo que motivó a muchos voluntarios internacionales en la Guerra Civil.

Legado literario y memoria histórica

La obra de Beckett, escrita en un mundo marcado por las guerras y los totalitarismos, refleja indirectamente el trauma de su época. Aunque evita referencias explícitas a conflictos históricos, su teatro expresa la desesperanza, la fragmentación del lenguaje y la crisis de sentido que siguieron a la Guerra Civil y a la Segunda Guerra Mundial.

En este sentido, Beckett pertenece a una generación de artistas cuya sensibilidad fue moldeada por los grandes conflictos del siglo XX, incluida la Guerra Civil Española, no como protagonista, sino como testigo crítico del colapso de la civilización europea.


viernes, 21 de noviembre de 2025

Bayo Giroud, Alberto (1892-1967): el republicano que enseñó a luchar a Fidel Castro

Descubre el papel de Alberto Bayo en la Guerra Civil: aviador, comandante republicano, autor de la fallida expedición a Mallorca y teórico de la guerrilla. Su legado trascendió España.

Alberto Bayo: el republicano que enseñó a luchar a Fidel Castro

Pocos nombres en la historia de la Guerra Civil Española encarnan tan plenamente la fusión entre ideología, acción militar y pensamiento estratégico como el de Alberto Bayo. Militar leal a la República, autor de una de las operaciones más audaces —y desafortunadas— del bando republicano, y más tarde instructor clave de la Revolución Cubana, su figura conecta dos de los grandes conflictos del siglo XX desde una perspectiva profundamente comprometida con la causa antifascista.

Formación militar y exilio temprano

Nacido en Camagüey (Cuba) en 1892, hijo de un militar español destinado en la isla, Bayo regresó a España tras la pérdida de las últimas colonias en 1898. Estudió en la Academia Militar de Toledo y se especializó en aviación, convirtiéndose en uno de los primeros pilotos militares españoles. Tras un duelo en 1923 —el último registrado en la historia militar española— fue expulsado de la Aviación y destinado a la Legión Española, donde participó en la guerra del Rif entre 1924 y 1927.

Durante la Segunda República, fue reincorporado a las fuerzas aéreas, aunque en cargos burocráticos. Se afilió a la Unión Militar Republicana Antifascista (UMRA), una organización clandestina de oficiales leales a la democracia, lo que anticipaba su postura al estallar la guerra.

Guerra Civil: del desembarco en Mallorca al exilio

Cuando se produjo el golpe de Estado de julio de 1936, Bayo, con el rango de capitán, estaba destinado en el aeródromo de El Prat (Barcelona). Decidió permanecer leal al Gobierno republicano y rápidamente asumió un papel activo.

En agosto de 1936, dirigió la liberación de Ibiza y Formentera y, poco después, el desembarco republicano en Mallorca, una operación concebida para abrir un nuevo frente contra los sublevados. Aunque inicialmente tuvo éxito táctico, la falta de apoyo logístico y la resistencia franquista obligaron a la retirada el 4 de septiembre de 1936. Bayo fue juzgado por el Comité de Milicias de Barcelona, presidido por Juan García Oliver, pero finalmente absuelto para preservar la unidad del Frente Popular.

Tras este episodio, participó en la columna López-Tienda hacia el Tajo y fue ascendido a teniente coronel. Aunque se le encomendó organizar una columna guerrillera en la sierra de Guadarrama, el proyecto no se concretó. Durante el resto de la guerra, actuó principalmente como agregado militar en el Ministerio de la Guerra.

Al terminar la contienda en 1939, cruzó la frontera a Francia, donde fue internado en un campo de concentración junto a su familia. Allí perdió el ojo derecho. Tras su liberación, participó como piloto en la Segunda Guerra Mundial bajo bandera francesa y recibió la Legión de Honor.

Legado teórico y revolucionario

Durante la Guerra Civil, Bayo ya había escrito La guerra será de los guerrilleros (1937), una obra pionera que anticipaba la importancia de la guerra irregular. Este enfoque lo llevó, años después, a convertirse en instructor de Fidel Castro y el Che Guevara en México, en la finca El Chalco, preparando la expedición del Granma.

Su libro Ciento cincuenta preguntas a un guerrillero (1958) se convirtió en manual de referencia para las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba, del que fue miembro con el rango de general. Murió en La Habana en 1967, usando las insignias de aviación de la Segunda República Española.

Un republicano entre dos revoluciones

Alberto Bayo representa una figura singular: militar profesional, poeta, aviador y teórico de la guerrilla, cuya lealtad a la República lo llevó al exilio y cuya visión estratégica influyó en revoluciones posteriores. Su trayectoria ilustra cómo la Guerra Civil no fue solo un conflicto español, sino un laboratorio global de ideologías y tácticas del siglo XX.

jueves, 20 de noviembre de 2025

Bautista Cachaza, Julián (1901-1961): compositor exiliado tras la Guerra Civil

Descubre la vida de Julián Bautista, miembro del Grupo de los Ocho, cuya carrera musical se truncó por la Guerra Civil. Exiliado en Argentina, su legado simboliza el drama cultural del franquismo.

Julián Bautista: música silenciada por la guerra

En medio del estallido de la Guerra Civil Española, muchas voces artísticas se apagaron o tuvieron que huir. Una de ellas fue la de Julián Bautista, compositor madrileño y figura clave de la vanguardia musical republicana. Su exilio en 1940 no solo marcó su destino personal, sino también el de una generación entera de creadores que eligieron la libertad sobre la sumisión al régimen franquista.

Formación y vanguardia: el Grupo de los Ocho

Nacido en Madrid en 1901, Julián Bautista Cachaza se formó en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid bajo la tutela de Conrado del Campo. Su talento precoz lo llevó a ganar el Premio Nacional de Música en 1923 y 1926, consolidándolo como una de las promesas más brillantes de la música española.

Fue uno de los fundadores del Grupo de los Ocho, colectivo que en los años 30 buscó renovar la música española con influencias europeas modernas, alejándose del folclorismo tradicional. Junto a figuras como Salvador Bacarisse, Ernesto Halffter o Rosa García Ascot, Bautista representaba una España abierta, cosmopolita y culturalmente activa.

La Guerra Civil: el fin de un proyecto cultural

Con el estallido de la Guerra Civil en julio de 1936, el entorno cultural republicano colapsó. Aunque no hay registros de participación directa de Bautista en actividades políticas, su perfil artístico y su vinculación con círculos intelectuales afines a la República lo situaban en el bando perseguido por los sublevados.

Durante la contienda, continuó componiendo —destacan obras como la Obertura grotesca (1932) y el ballet Juerga (1929)—, pero el avance del bando franquista y la posterior victoria en 1939 hicieron insostenible su permanencia en España.

El exilio: una segunda vida en Argentina

Como tantos otros intelectuales y artistas —entre ellos Max Aub, Rafael Alberti o Manuel de Falla, aunque este último se exilió en Argentina más tarde—, Bautista optó por el exilio. Tras una breve estancia en Francia y Bélgica, se instaló en Buenos Aires en 1940, donde viviría hasta su muerte en 1961.

En Argentina, su producción fue prolífica: compuso dos sinfonías, obras corales como El Cantar del Mío Cid (1947), música para cine y piezas inspiradas en la cultura argentina, como las Danzas populares argentinas. Su labor fue reconocida con cuatro premios Cóndor de Plata a la mejor banda sonora.

Legado de un exiliado cultural

Julián Bautista encarna el destino de los artistas republicanos perseguidos por el franquismo. Su caso refleja cómo la Guerra Civil no solo dividió al país políticamente, sino que también fracturó su tejido cultural. Al igual que otros exiliados como José Bergamín o Diego Abad de Santillán, Bautista mantuvo viva la llama de una España democrática y creativa desde el extranjero.

Hoy, su obra se reivindica como parte esencial del patrimonio musical del siglo XX en lengua española, y su figura se erige como símbolo del exilio cultural del franquismo.

miércoles, 19 de noviembre de 2025

Bau Nolla, Joaquín (1897-1973): el tradicionalista al frente de la economía franquista

Descubre el papel clave de Joaquín Bau Nolla durante la Guerra Civil: tradicionalista, ministro del bando sublevado y figura del franquismo. Rigor histórico y contexto político.

Joaquín Bau Nolla: el tradicionalista al frente de la economía franquista

En el complejo mosaico de la Guerra Civil Española, Joaquín Bau Nolla emerge como una figura esencial del bando sublevado, no desde las trincheras, sino desde los despachos donde se diseñó la estructura del Estado franquista. Su trayectoria —marcada por el carlismo, el conservadurismo y una lealtad inquebrantable al alzamiento militar— lo convirtió en uno de los arquitectos civiles del régimen que nació de la contienda.

Orígenes y formación política

Nacido en Tortosa (Tarragona) en 1897, Joaquín Bau pertenecía a una influyente familia carlista dedicada al comercio del aceite. Su formación jurídica en la Universidad de Valencia y su temprana vinculación a las Juventudes Católicas lo orientaron hacia la política tradicionalista. Durante la Dictadura de Primo de Rivera, fue alcalde de Tortosa entre 1925 y 1930, y miembro de la Unión Patriótica.

Con la proclamación de la Segunda República, Bau se integró plenamente en la Comunión Tradicionalista, partido al que representó como diputado por Tarragona en las Cortes republicanas de 1933 y 1936. Su cercanía personal con José Calvo Sotelo, cuyo asesinato en julio de 1936 fue un detonante inmediato del conflicto, subraya su posición en el corazón de la oposición de derechas al régimen republicano.

Papel en la Guerra Civil: ministro del bando sublevado

Tras el estallido de la guerra en julio de 1936, Bau no dudó en alinearse con los sublevados. Su relevancia institucional creció rápidamente: en octubre de ese mismo año fue nombrado presidente de la Comisión de Industria, Comercio y Abastos de la Junta Técnica del Estado, el primer organismo de gobierno del bando franquista. Este cargo, equiparado al de ministro, lo situó al frente de la política económica en la zona nacional.

Durante su mandato (1936–1938), Bau gestionó los recursos esenciales para sostener el esfuerzo bélico, incluyendo el abastecimiento de alimentos y materias primas. Su labor fue clave para articular una administración civil en medio del caos bélico, anticipando la burocracia que caracterizaría al régimen franquista.

Su familia, refugiada en la zona republicana, fue objeto de un intercambio humanitario: su esposa e hijos fueron canjeados por los familiares del general José Miaja, uno de los líderes militares republicanos.

Del franquismo a la memoria histórica

Tras la victoria nacional en 1939, Bau consolidó su influencia en el nuevo régimen. Empresario exitoso —fue propietario del Banco de Tortosa— y político de alto rango, ocupó cargos como procurador en Cortes (1958–1971), presidente del Consejo de Estado y vicepresidente del Consejo del Reino hasta su muerte en 1973.

Fue reconocido con títulos nobiliarios —recibió el título de conde de Bau dos días antes de fallecer— y distinciones como la medalla de oro de Tortosa. Sin embargo, su legado ha sido revisado críticamente en el siglo XXI: en 2022, el título nobiliario fue suprimido por la Ley de Memoria Democrática, y en 2017 el Ayuntamiento de Tortosa retiró su nombre de espacios públicos.

Un carlista en la sombra del franquismo

A diferencia de intelectuales como Azorín, cuyo silencio y regreso han sido objeto de debate sobre complicidad o supervivencia, Joaquín Bau Nolla fue un actor activo y comprometido con el bando sublevado desde el primer momento. Su perfil combina el tradicionalismo carlista, la gestión económica de guerra y la consolidación institucional del franquismo.

Su figura representa la alianza entre los sectores civiles conservadores y el proyecto autoritario que surgió de la Guerra Civil, un ejemplo de cómo la derecha no falangista también fue pieza clave en la construcción del nuevo Estado.

martes, 18 de noviembre de 2025

Batet Mestres, Domingo (1872-1937): el general republicano fusilado en la Guerra Civil

Descubre la historia de Domingo Batet, general leal a la República fusilado por el bando sublevado en 1937. Su negativa a secundar el golpe de Estado lo convirtió en símbolo de lealtad constitucional.

Domingo Batet: lealtad, honor y fusilamiento en la Guerra Civil Española

El 18 de febrero de 1937, en Burgos, un general del Ejército español fue ejecutado por un pelotón de fusilamiento del bando sublevado. No era un miliciano anarquista ni un político de izquierdas: era Domingo Batet Mestres, un militar de carrera, católico y respetado, cuyo único “crimen” fue negarse a traicionar a la República en julio de 1936. Su figura encarna el dilema ético de muchos oficiales que, en nombre del juramento constitucional, eligieron el bando perdedor.

Lealtad frente al golpe de Estado

En julio de 1936, Batet era general en jefe de la VI División Orgánica, con sede en Burgos. Aunque mantenía amistad personal con Emilio Mola, uno de los principales conspiradores, se opuso firmemente al alzamiento militar. El 16 de julio, días antes del levantamiento, se reunió con Mola en el monasterio de Irache (Navarra) y le exigió su palabra de honor de que no participaría en la sublevación. Mola se la dio. Batet, hombre de principios, le creyó.

Cuando el 18 de julio estalló la rebelión, sus propios subordinados —el teniente coronel José Aizpuru y el comandante Antonio Algar— le exigieron sumarse. Batet se negó. Fue detenido inmediatamente y encarcelado.

Juicio sumario y ejecución

Tras meses de cautiverio, un consejo de guerra presidido por el general Ángel García Benítez lo condenó a muerte por “rebelión militar” —una acusación irónica, ya que fue precisamente su lealtad al gobierno legítimo lo que lo llevó a la condena.

A pesar de las gestiones de generales como Queipo de Llano y Miguel Cabanellas, que intercedieron por su vida, Francisco Franco se negó a indultarlo. Según el historiador Paul Preston, esta negativa fue un acto de venganza indirecta: Queipo había rechazado perdonar al general Campins, leal a la República en Sevilla, y Franco respondió con la ejecución de Batet.

Fue fusilado en Burgos el 18 de febrero de 1937. Sus últimas palabras, según testigos, fueron: “Disparadme al corazón, os lo pide vuestro general”.

Un militar de principios en tiempos de traición

Batet no era un ideólogo republicano. Había servido al Reino de España, participado en la guerra de Cuba y en la campaña del Rif. Pero durante la Segunda República demostró un respeto inquebrantable por la legalidad civil. En octubre de 1934, como capitán general de Cataluña, sofocó la proclamación del Estat Català por orden del gobierno de Lerroux, pero lo hizo con mínima violencia, evitando una masacre. Por ello recibió la Cruz Laureada de San Fernando.

Su postura equilibrada le valió críticas de ambos bandos: los conservadores lo tachaban de “tibio”, y los independentistas catalanes, de represor. Sin embargo, su coherencia ética fue reconocida incluso por sus enemigos.

Legado histórico

Hoy, Domingo Batet es recordado como uno de los pocos generales en activo que se negó a secundar el golpe de julio de 1936. Su ejecución simboliza la ruptura definitiva del Ejército con la legalidad republicana y la conversión del bando sublevado en una dictadura militar sin concesiones.

Su figura ha sido reivindicada por historiadores como Hilari Raguer (El general Batet: Franco contra Batet, crónica de una venganza) y aparece en estudios sobre la lealtad institucional durante la Guerra Civil Española. 

 

Artículos: 

- El Gobierno no reacciona al golpe

lunes, 17 de noviembre de 2025

Batallón Abraham Lincoln: idealismo, antifascismo y sacrificio

Descubre el papel del Batallón Abraham Lincoln: voluntarios estadounidenses que lucharon por la República en la Guerra Civil Española. Idealismo, antifascismo y sacrificio en las Brigadas Internacionales.

El Batallón Abraham Lincoln: estadounidenses en la lucha antifascista de la Guerra Civil Española

En pleno auge del fascismo en Europa, un grupo de cerca de 2.500 voluntarios estadounidenses cruzó el Atlántico para combatir en suelo español. No lo hicieron bajo bandera oficial, sino movidos por ideales de justicia social, antifascismo y solidaridad internacional. Así nació el Batallón Abraham Lincoln, una de las unidades más simbólicas de las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil Española (1936–1939).

Orígenes y contexto político

El Batallón Abraham Lincoln se formó en 1937, en pleno conflicto español, bajo la coordinación del Partido Comunista de los Estados Unidos y con el respaldo logístico de la Internacional Comunista. Aunque no era una fuerza militar profesional, sus miembros —obreros, estudiantes, veteranos de la Primera Guerra Mundial e incluso afroamericanos— compartían un objetivo común: detener el avance del fascismo encarnado en el bando sublevado de Franco, apoyado por la Alemania nazi y la Italia fascista.

A diferencia de otros contingentes internacionales que se concentraban en Albacete, los norteamericanos iniciaron su instrucción en Figueras (Gerona) antes de integrarse plenamente en la XV Brigada Internacional.

Participación en las grandes batallas

El batallón tuvo su bautismo de fuego en febrero de 1937 en la batalla del Jarama, donde defendió las vitales comunicaciones entre Madrid y Valencia. A pesar de su escasa preparación militar inicial, los “Lincolns” se ganaron el respeto por su tenacidad.

Posteriormente, participaron en otras contiendas decisivas:

  • Batalla de Brunete (julio de 1937)
  • Ofensiva de Belchite (agosto-septiembre de 1937)
  • Batalla de Teruel (diciembre 1937 – febrero 1938)

En el verano de 1937, tras sufrir graves bajas, se fusionó con el Batallón Washington, formado semanas antes, dando lugar a la unidad conocida como “Lincoln-Washington”.

Liderazgo y diversidad

Entre sus comandantes más destacados estuvieron:

  • Robert Hale Merriman, considerado el primer comandante del batallón
  • Oliver Law, uno de los primeros afroamericanos en liderar una unidad integrada por blancos y negros en la historia militar estadounidense
  • Milton Wolff, quien asumió el mando en las fases finales del conflicto

La presencia de afroamericanos en el batallón fue especialmente significativa: muchos veían en España una oportunidad de luchar contra el racismo y la opresión en un frente donde, al menos en teoría, se practicaba la igualdad racial.

Legado y represión posterior

Aunque la República perdió la guerra, el Batallón Abraham Lincoln se convirtió en un símbolo romántico del antifascismo internacional. Sin embargo, al regresar a Estados Unidos, muchos de sus miembros fueron perseguidos durante la “Caza de Brujas” de la era McCarthy por sus supuestos vínculos con la Unión Soviética.

Aun así, mantuvieron viva su memoria mediante reuniones, asociaciones y testimonios. Algunos, como Edward Carter, incluso sirvieron con distinción en la Segunda Guerra Mundial, demostrando que su compromiso con la libertad trascendía fronteras.


domingo, 16 de noviembre de 2025

Basulto Jiménez, Manuel (1869-1936): el obispo mártir de la Guerra Civil Española

Descubre la historia del obispo Manuel Basulto Jiménez, asesinado en 1936 durante la Guerra Civil Española. Víctima de la represión religiosa, fue beatificado en 2013 como mártir católico.

El obispo asesinado en el “Tren de la Muerte”: la historia de Manuel Basulto en la Guerra Civil 

El 12 de agosto de 1936, apenas un mes después del estallido de la Guerra Civil Española, el obispo de Jaén Manuel Basulto Jiménez fue ejecutado junto a más de 190 personas en las afueras de Madrid. Su crimen, fruto de la persecución religiosa en la zona republicana, lo convirtió en uno de los trece obispos españoles asesinados durante el conflicto. En 2013, la Iglesia Católica lo proclamó beato mártir.

¿Quién era Manuel Basulto Jiménez?

Nacido en Adanero (Ávila) en 1869, Basulto tuvo una trayectoria eclesiástica ejemplar:

  • Ordenado sacerdote en 1893
  • Obispo de Lugo (1910–1919)
  • Obispo de Jaén desde 1920 hasta su muerte en 1936
  • Senador por designación en 1916

Licenciado en Sagrada Teología y Derecho, fue profesor en varios seminarios y catedralicios. Su lema episcopal —“Quien a Dios tiene, nada le falta”— reflejaba su profunda fe, que lo acompañaría hasta sus últimos momentos.

Detención y traslado a Madrid

Tras el golpe de Estado del 17 de julio de 1936, la represión contra figuras religiosas y conservadoras se intensificó en la zona republicana. El 2 de agosto, Basulto fue detenido en el palacio episcopal de Jaén junto a su hermana Teresa, su cuñado Mariano Martín y el deán Félix Pérez Portela.

Las cárceles de Jaén se saturaron rápidamente. Ante el riesgo de “sacas” (ejecuciones extrajudiciales), el gobernador civil organizó el traslado de presos a la cárcel de Alcalá de Henares. Así, el 12 de agosto, Basulto subió a un tren con 245 reclusos.

La masacre del Pozo del Tío Raimundo

Al llegar a la estación de Santa Catalina-Vallecas (Madrid), milicianos anarquistas detuvieron el convoy. A pesar de la presencia de la Guardia Civil, el director general de Seguridad, Manuel Muñoz Martínez, autorizó su retirada ante la imposibilidad de controlar la situación.

Los milicianos, armados con ametralladoras, ejecutaron a 193 presos en grupos de 25. Testigos relataron que Basulto, al ser sacado del tren, se arrodilló y comenzó a rezar antes de ser fusilado. Su hermana también fue asesinada, presuntamente por una miliciana conocida como “La Pecosa”.

Este episodio, conocido como el “Tren de la Muerte”, es uno de los episodios más oscuros de la represión republicana durante la Guerra Civil Española.

Beatificación y legado histórico

La Iglesia Católica reconoció el carácter martirial de su muerte en 2010. El 13 de octubre de 2013, el papa Francisco lo beatificó junto a otros 254 mártires de la persecución religiosa en España (1931–1939).

Hoy, sus restos descansan en la cripta de la Iglesia del Sagrario de la Catedral de Jaén, y su figura simboliza tanto el sufrimiento del clero durante la guerra como la compleja relación entre Iglesia, política y violencia en la España del siglo XX.



sábado, 15 de noviembre de 2025

Bastarreche Díez de Bulnes, Francisco (1877–1957): el terror del Mediterráneo

Descubre el controvertido papel de Francisco Bastarreche, almirante del bando sublevado, en la Guerra Civil Española: bombardeos, represión en el crucero Canarias y su implicación en la masacre de La Desbandá.

Francisco Bastarreche: un almirante clave del terror naval franquista

Francisco Bastarreche Díez de Bulnes (1877–1957) fue una figura central de la Armada española durante la Guerra Civil Española. Desde el primer día del alzamiento militar del 18 de julio de 1936, se alineó con los sublevados y desempeñó un rol decisivo —y brutal— en la campaña naval del bando franquista. Su nombre quedó ligado a episodios oscuros como el bombardeo de ciudades costeras y su participación en La Desbandá, una de las mayores masacres de civiles del conflicto.

Lealtad inmediata al golpe de Estado

Al estallar la sublevación, Bastarreche estaba al mando del destructor Alcalá Galiano, con base en Marín (Pontevedra). Sin dudarlo, declaró el estado de guerra en la localidad y se autoproclamó alcalde. Coordinó con la aviación rebelde la toma de Pontevedra y ordenó bombardeos sobre núcleos de resistencia republicana en Tuy, Vigo, Noya y Arosa.

Su actuación fue tan contundente que el Gobierno de la República lo expulsó formalmente del Ejército el 26 de julio de 1936.

Comandante del crucero Canarias: terror en el Mediterráneo

El 13 de septiembre de 1936, los líderes navales sublevados lo nombraron primer comandante del crucero Canarias, buque insignia de la Armada franquista. Junto al almirante Cervera, operó desde el sur de España, imponiendo el dominio naval del bando nacional en el Mediterráneo occidental.

Enfrentamientos navales y bombardeos costeros

Bajo su mando, el Canarias se enfrentó al destructor republicano Almirante Ferrándiz el 27 de septiembre de 1936, hundiéndolo en una acción que consolidó la superioridad naval franquista. Posteriormente, el crucero bombardeó ciudades leales a la República como Sagunto, Cullera y Rosas, sembrando destrucción y pánico entre la población civil.

Participación en La Desbandá: una de las mayores masacres de la guerra

Uno de los episodios más oscuros de su carrera fue su implicación directa en La Desbandá, la huida masiva de civiles desde Málaga hacia Almería en febrero de 1937. Mientras las columnas de refugiados avanzaban por la carretera costera, fueron atacadas sin piedad por tierra, aire y mar.

El crucero Canarias, al mando de Bastarreche, bombardeó desde el mar a miles de civiles desarmados, en coordinación con las tropas del general Queipo de Llano. Se estima que murieron entre 3.000 y 5.000 personas, en su mayoría mujeres, niños y ancianos. Este episodio se considera uno de los crímenes de guerra más graves de la contienda.

Trayectoria bajo la dictadura franquista

Tras la victoria franquista, Bastarreche fue ascendido a almirante y nombrado capitán general del Departamento Marítimo de Cartagena, cargo que ocupó hasta 1950. Durante ese periodo, firmó 48 sentencias de muerte y estuvo al frente de estructuras represivas, incluyendo al conocido torturador Manuel Vidal.

También participó en la administración civil del régimen: en 1946 fue designado delegado en la Mancomunidad de Aguas de Taibilla, aunque el proyecto ya había sido iniciado durante la Segunda República.

Legado y memoria histórica

Durante décadas, Bastarreche fue homenajeado en varias localidades: se le dedicaron calles en Marín y Alhama de Murcia, y se erigió un busto en Cartagena. Sin embargo, en aplicación de la Ley de Memoria Histórica, todos esos reconocimientos fueron retirados entre 2016 y 2017, reconociendo así su responsabilidad en crímenes contra la población civil.


viernes, 14 de noviembre de 2025

Bartomeu González-Longoria, Maximino (1888-1958): general franquista en la Guerra Civil Española

Descubre el papel clave de Maximino Bartomeu, militar español que combatió en Marruecos y lideró unidades franquistas durante la Guerra Civil. Su trayectoria en Bilbao, Brunete y Valsequillo marcó la contienda.

Maximino Bartomeu: un general al servicio del bando sublevado

Maximino Bartomeu González-Longoria (Melilla, 1888 – Madrid, 1958) fue una figura relevante del Ejército español durante el siglo XX, cuya carrera militar alcanzó su mayor protagonismo en los años de la Guerra Civil Española (1936–1939). Veterano de las campañas de Marruecos y participante en la represión de la Revolución de Asturias en 1934, Bartomeu se alineó con los sublevados desde el primer momento del alzamiento militar de julio de 1936.

Su lealtad al bando franquista le valió ascensos rápidos y mandos estratégicos en algunos de los frentes más decisivos del conflicto.

Inicios militares y alineación con el golpe de Estado

Bartomeu ingresó en la Academia Militar de Toledo y forjó su carrera en el norte de África, donde obtuvo varios ascensos por méritos de guerra. En julio de 1936, con el rango de teniente coronel y destinado en Melilla en situación de “disponible forzoso”, se sumó inmediatamente a la conspiración militar contra la Segunda República.

Tras el estallido de la sublevación en Melilla —uno de los primeros focos del alzamiento—, fue trasladado a la península para integrarse en las fuerzas regulares del Ejército de África, núcleo inicial del bando sublevado.

Participación en frentes clave de la Guerra Civil Española

Frente de Córdoba y asedio a Madrid

En los primeros meses de la guerra, Bartomeu dirigió una columna africana en el frente de Córdoba, operando en el valle del Guadalquivir. A finales de 1936, fue enviado a Madrid, donde asumió el mando de la antigua columna “Castejón” y participó en la Batalla de la Carretera de La Coruña, resultando herido en combate.

Ruptura del “Cinturón de Hierro” en el País Vasco

En junio de 1937, al frente de la VI Brigada de Navarra, jugó un papel crucial en la ofensiva nacionalista que culminó con la conquista de Bilbao. Su unidad contribuyó decisivamente a la ruptura del llamado “Cinturón de Hierro”, la línea defensiva republicana que protegía la capital vizcaína.

Frente del Centro y batalla de Valsequillo

Posteriormente, Bartomeu fue nombrado comandante de la 11.ª División y participó en la batalla de Brunete (julio de 1937), uno de los mayores contraataques republicanos en torno a Madrid. Tras meses en un frente relativamente estable, su división fue movilizada a finales de 1938 como reserva estratégica en Extremadura, interviniendo en la batalla de Valsequillo, la última gran ofensiva republicana de la guerra. Allí, sus tropas defendieron con éxito las sierras Mesegara y Trapera frente a reiterados asaltos enemigos.

Trayectoria bajo la dictadura franquista

Tras la victoria franquista en 1939, Bartomeu consolidó su posición en la nueva estructura militar del régimen. Fue sucesivamente comandante de las 102.ª y 12.ª Divisiones, jefe de los IX y X Cuerpos de Ejército, y gobernador militar de Badajoz, Burgos y Madrid. En 1950 alcanzó el rango de teniente general, y entre 1951 y 1952 ejerció como capitán general de la VII Región Militar.

Falleció en Madrid el 23 de marzo de 1958, coincidiendo con su pase a la reserva.

Reconocimientos y legado histórico

Su lealtad al régimen franquista fue recompensada con distinciones como la Gran Cruz de la Orden del Mérito Militar (1944), la Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo (1942) y la Medalla de Sufrimientos por la Patria (1938).

Aunque no figura entre los generales más mediáticos del bando sublevado, el papel de Maximino Bartomeu en operaciones decisivas como la toma de Bilbao o la defensa en Valsequillo lo convierte en una pieza relevante para entender la dinámica militar del bando franquista durante la Guerra Civil Española.